Friday, 29 de March de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1281

Sobre necrológios preguiçosos

Os obituários de José Rodrigues Trindade, o Zé Rodrix, publicados na grande imprensa no último fim de semana, servem como eloqüente mostruário das deficiências do nosso jornalismo.


A notícia da morte aos 61 anos deste incrível criador surpreendeu as redações na sexta-feira (22/5) pela manhã, quando todos se empenhavam na maratona de fechar as edições de sábado, domingo e parcialmente a de segunda-feira. Rapidamente produziram-se os necrológios possíveis, ‘naquela base’, com as indefectíveis enquetes entre os amigos mais notórios.


Zé Rodrix, gozador em tempo integral e crítico exigente, teria abominado a superficialidade com que foi apresentado no seu evento final. Verdadeiro homem dos sete instrumentos, cantor, letrista, compositor, multiinstrumentista, publicitário, na última década colocou toda sua alma no ofício de escrever. E justamente esta sua produção mais transcendental foi a mais sacrificada.


No ‘Caderno 2’ do Estado de S.Paulo a ‘Trilogia do Templo’ foi apresentada em duas linhas como ‘um calhamaço de milhares de páginas sobre a maçonaria’. O obituário do Globo, o maior, no estilo clássico, refere o ‘escritor de sucesso numa trilogia de romances sobre a maçonaria’ e nem menciona o título. A Folha de S.Paulo sequer lembrou sua fase final como escritor e militante da causa maçom. Nenhum dos três jornalões deu-se ao trabalho de examinar os tais ‘calhamaços’ mencionados pelo Estadão, editados pela Record, uma das mais importantes editoras brasileiras.


A criação do rock rural pode ser importante para a maioria dos nossos jornalistas, mas a trilogia de Zé Rodrix é um formidável esforço no campo das religiões comparadas, libelo contra a Inquisição e contra a intolerância religiosa da qual a maçonaria foi uma das vítimas. Zé Rodrix merecia obituários mais verazes. Os que foram publicados, infelizmente, são os que vão ficar.


Contra a intolerância


Por que esta pressa em sepultar uma grande figura com um obituário tão medíocre, inepto? Não seria melhor uma pequena notícia e no dia seguinte, com mais tempo, um retrato mais verdadeiro e mais digno do falecido? Na imprensa anglo-saxônica, os obituários são escritos por grandes escritores, peças lítero-jornalísticas impecáveis, na realidade biografias que se diferenciam das propriamente ditas apenas por que são acionadas pela morte do protagonista.


No Brasil não há espaço, nem tempo, nem ânimo para celebrar os desaparecidos. A cultura da fama associou-se à leviandade congênita e estabeleceu paradigmas ainda mais funestos do que a morte, porque mata o morto pela segunda vez subtraindo o valor da sua existência e das suas idéias.


Embora nosso primeiro jornalista, Hipólito da Costa, tenha sido maçom, poucos jornalistas sabem exatamente o que significa a franco-maçonaria, o papel que desempenhou na história das idéias e da política. Quando viram que Zé Rodrix era maçom, imaginaram algo parecido com o misticismo basbaque de Paulo Coelho ou o esoterismo hollywoodiano de Dan Brown.


Convém não esquecer que as comemorações pelos 200 anos da imprensa brasileira foram embargadas pela própria imprensa justamente porque o seu fundador era maçom. Zé Rodrix indignou-se quando soube desta pilhagem histórica.


Ao mesmo tempo em que condenava o uso do dinheiro do contribuinte para financiar emissoras de TV (não as distinguia, colocava todas no mesmo saco), investia galhardamente contra a intolerância religiosa, mãe de todas as perversidades.


Zé Rodrix não merecia morrer, nem merecia tão canhestras homenagens.


***


Flores aos mortos


Elvira Lindo # reproduzido do El País, 24/5/2009 (em espanhol, intertítulos do OI)


Me gustan las necrológicas. Preferiría, obviamente, que la vida fuera eterna y no fueran necesarias. ‘Morirse es una impertinencia. Nadie tiene ganas de morirse’, dijo Castilla del Pino. Completamente de acuerdo. Pero la muerte es consustancial a la vida, así que, como eso es lo que hay, reitero mi afición a las necrológicas. Puestos a elegir, prefiero la necrológica periodística, que da recuento de los avatares y logros de una vida, a las flores literarias que colocan amigos y conocidos a la memoria del finado. A mí, la pura narración de una vida me conmueve. He leído esta semana, por ejemplo, la necrológica de Daniel Carasso,el hombre que dio nombre a Danone, y me ha fascinado la manera en que este empresario cruzó un siglo entero haciendo de su pequeño derivado lácteo un símbolo.


En general, prefiero las necrológicas que cuentan las vidas de empresarios, aventureros, científicos o inventores. Sus necrológicas suelen ocupar ese lugar discreto de la sección de Obituarios, pero uno se encuentra allí con el tesoro de una vida memorable y desconocida. Tengo más problema, lo confieso, con las necrológicas escritas en pan de oro, aquellas que se dedican a intelectuales y artistas. Ahí empieza el desparrame. Llevamos días empapados en ellas: las muertes de Castilla del Pino, Antonio Vega y Mario Benedetti, cada uno significativo en tres mundos bien distintos, han sacado muchas plumas a pasear.


Cuando los muertos son célebres la necrológica nos oculta la trayectoria (que es lo que importa) para cargarse de adjetivos. Y lo que pretenden esos adjetivos es beatificar al muerto, en muchas ocasiones con mucha más devoción que la Iglesia católica. Es una beatificación que convierte hasta los pecados (que lo hay en toda vida) en virtudes. De Castilla del Pino, por ejemplo, bastaba reseñar su valiosa obra intelectual y su importancia clínica para dar cuenta del tamaño de su figura. Pero no. En la labor fanática de loar al difunto se recordaba ese amargo capítulo de la muerte de cinco de sus hijos, pero no se hacía para señalar algo que sin duda es decisivo en la vida de un padre, sino para comunicarnos al común de los mortales que la obra de un intelectual (de verdad) no puede detenerse por contratiempos familiares.


Outra época


Recordé la entrevista que hace ya no sé cuántos años le hizo el periodista Arcadi Espada y publicó este periódico. Lo expeditivo de las contestaciones del psiquiatra sobre la muerte de sus hijos heló la sangre de muchos de sus admiradores (la mía también). El juicio que yo haga de aquellas declaraciones se queda en mi casa, pero lo que no es tolerable es que una necrológica tache de conservadores a aquellos que tienen a su familia como prioridad absoluta en la vida. De cualquier forma, el desvelo conocido de grandes intelectuales (Darwin, por ejemplo) hacia sus hijos, desmiente la teoría de que los pensadores necesiten más tiempo y energía para su oficio que cualquier otro trabajador.


Pero hay que santificar. En eso los comunistas han sido más papistas que el Papa. En la memoria colectiva caló hace ya mucho tiempo que sólo los intelectuales comunistas van al cielo. No bastaba en estos días rubricar la importancia de Mario Benedetti como poeta que tenía la capacidad de llegar al corazón de un público masivo, había que señalar su compromiso, como si sólo hubiera uno, un compromiso con mayúsculas, el político, como si todas aquellas personas que entregan su vida a hacer bien su trabajo o la entregan al bienestar ajeno no estuvieran a diario comprometidas en mejorar el mundo o en reducir el infierno.


La 2 emitió varias entrevistas con el poeta uruguayo. Alguna de hace unos veinte años. Muchas opiniones envejecen con el tiempo, pero de qué manera ocurre con las opiniones políticas: las sabidas justificaciones del castrismo o el culpabilizar de todos los males de América Latina al imperialismo yanqui, sonaban tan a discurso de otra época que no sé si el propio poeta se hubiera sentido a gusto escuchándose a sí mismo pronunciarlas.


Santificação desnecessária


La tercera beatificación fue la de Antonio Vega. Ésta la tolero más, imagino que por tratarse de un héroe de la cultura popular. A Antonio Vega le lloraron los que tarareaban sus canciones. Eso es bonito. Pero los políticos estuvieron a punto de llevar el llanto popular al ridículo apareciendo en tromba por la sociedad general de autores y haciendo unas declaraciones pomposas que en nada encajaban con el personaje. Por otra parte, la poética que surge en la prensa cuando se trata de retratar a alguien que fue víctima de las drogas es, sin duda, otro clásico de la beatificación cultural. Eso mismo señalaba Diego Manriqueen un artículo elogioso sobre el músico, pero sin recurrir al papanatismo.


Tampoco hay que dejar atrás a esos amigos que escriben sus recuerdos dirigiéndose al muerto. Dios mío, esa lírica produce sonrojo. Y aquellos otros que se aprovechan de él para echarse flores a sí mismos (‘cuánto le gustaban mis libros’). Así que entre tanta floritura, entre tanta innecesaria santificación, se alzó la columna más luminosa del mes, la que escribió Rosa Monterodespués de la muerte de su marido, Pablo Lizcano. Fue un recuerdo lleno de elegancia y bondad, como es ella.