Thursday, 28 de March de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1281

‘Vou me infiltrar no extremismo islamita’

Arrecia la crisis como nunca sobre los eslabones más débiles de la sociedad y regresa cual Robin Hood el alemán Günter Wallraff, el periodista indeseable que, 24 años después, ha recuperado literalmente las botas que usó para hacerse pasar por el ya legendario Alí de su anterior libro de reportajes, Cabeza de turco. Con ellas, entre otras cosas, ahora ha mudado en indigente en las opulentas Fráncfort y Hannover; ha cambiado de raza y se ha visto insultado como negro; ha trabajado a destajo y sin papeles en una pastelería industrial acogotada por los supermercados Lidl y se ha puesto en una de esas filas apretujadas de telefonistas cual gallinas a hacer 80 llamadas al día para una empresa de call-center. El resultado: los ocho textos del cáustico título Con los perdedores del mejor de los mundos (Anagrama), por su audacia toda una reconciliación con el periodismo.

‘La globalización ha empeorado tanto la situación laboral que la ha llevado a un estadio de precapitalismo; solo por eso valía la pena volver’, justifica su regreso Wallraff, que ni por asomo aparenta sus 68 años. ‘He estado corriendo maratones de cuatro horas’. Y ahí igual reside el secreto de su buena recuperación de una grave enfermedad que amenazó los últimos 14 años de su vida con clavarle en una silla de ruedas. O que ahora haya resistido temperaturas extremas a la intemperie o al lado de un horno. Se le ve en forma. ‘¿Cómo cree que ha de vestir un negro?’, corta tajante a un periodista que le insinúa que igual exageró su indumentaria en el reportaje Negro sobre blanco, lo que podría emparentarle con un Borat o un Michael Moore. ‘Uno es más estrafalario y el otro provoca más que yo’, zanja el tema.

Partes de estos trabajos han sido grabados con cámara. ¿Forma parte de su nueva estrategia comunicativa? ‘Es un matrimonio que no desearía pero lo veo inevitable; por un lado, me ayuda a comprobar los contenidos; por otro, hoy no podría afrontar nuevos proyectos, como uno sobre el colonialismo en África, sin el apoyo de una cadena de televisión… Pero la prensa escrita de calidad aún es muy importante, es la que sigue dando repercusión y peso a un tema y se sigue percibiendo de otro modo; lo de Internet es más espuma y más arbitrario… Pero quiero trabajar en paralelo ya’.

Un viejo y manido ejemplar de su libro en alemán le hace de carpeta de decenas de folios, correos electrónicos impresos y recortes de prensa que se intercalan entre sus páginas y que a veces saca para ratificar argumentos. No tiene ninguno que haga referencia a lo que por vez primera le ha ocurrido ya, y por dos veces, en este libro: ha sido reconocido sin duda. Igual su tiempo de periodista infiltrado tiene fecha de caducidad. ‘No crea: mi maquilladora es excelente y aún me quedan algunos recursos en juego; tampoco sé hacerlo de otro modo: es una obsesión y una autorrealización para mí: necesito sentir en carne propia lo que escribo’. Y en una demostración de confianza en sí mismo y en su poder camaleónico, avanza su nuevo proyecto: ‘Se trata de infiltrarse en el extremismo islamista europeo’. Glups! ‘No, no, hay que afrontarlo, no podemos convertir el radicalismo islamista en un tabú para una izquierda que debe aprender de los errores de la guerra fría, cuando se permitió el abuso de los derechos humanos en el Este’, justifica el que puede ser su reportaje más peligroso. Parece no preocuparle su integridad física, le molestan más las referencias a la ética de su trabajo, de llegar a una verdad por el engaño de su disfraz. ‘Finjo, cierto, pero no es un fin en sí mismo; mi único límite ético es la vida privada de las personas, eso sí que ya sería sensacionalismo; me parece mucho menos ético no contrastar las cifras’.

No le ha ido mal a Wallraff este libro en Alemania. A raíz de su salida, los albergues de Fráncfort y Hannover han sido cerrados por malas condiciones y se ha abierto un juicio contra la empresa subcontratada por Lidl. Pero quizá el más escalofriante, por lo maquiavélico que describe, sea el último reportaje, el de un bufete de abogados que, a 350 euros la hora, asesora y da conferencias tan gratificantes como Un futuro sin comités de empresa o El despido sin motivos para despedir. Wallraff acude a ellos como gran empresario en silla de ruedas para que le limpien la empresa sindicalmente, como le exigen unos compradores norteamericanos. ‘Sí, es el más bestia de todos; esos abogados son verdaderos delincuentes… Pero no he recibido ni un solo pleito por él. ¿Sabe por qué? Porque apenas araño la superficie: prefieren callar porque lo de debajo es aún peor’. El juez retirado que asesora al funesto bufete ya juzgó a Wallraff tras su polémico reportaje sobre el diario sensacionalista Bild Zeitung. ¿Los enemigos son siempre los mismos? ‘Una buena parte, sí; solo cambian las máscaras’.