Thursday, 18 de April de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1283

Josep M. Casasús

‘Los lectores de ‘La Vanguardia’ queremos sentirnos orgullosos de nuestro diario. Por eso nos duele que, desde las elecciones, algunos políticos digan esto: para saber quién cometió la matanza de Madrid hubo que leer otra vez prensa extranjera como en los viejos tiempos’, comentó un lector el pasado día 17. Me pidió que no le identifique. Consecuentemente, tampoco doy el nombre de los políticos que él citó.

Explicó así su enojo: ‘Usted como defensor nuestro tiene que decir que los políticos no deben lanzar acusaciones generalizadas contra la prensa que ofenden a sus lectores’. Añadió: ‘Nuestro diario, ‘La Vanguardia’, estuvo a la altura de sus responsabilidades. La edición del sábado ya titulaba en primera página que las pruebas señalaban a Al Qaeda, y el título más grande del domingo aseguraba que esta banda terrorista era la autora de la masacre. ¿Por qué esos políticos no reconocen que ‘La Vanguardia’ lo hizo bien? ¿Ocultarían igualmente el nombre del diario si ‘el tanto’ se lo hubiesen apuntado otros diarios? El día de las elecciones sentí el orgullo de ser lector de este diario.’

No es la primera vez que algún lector me expresa una cierta identificación con las palpitaciones del diario. En la mayoría de los otros casos, en situaciones diversas, lo han hecho para resaltar el motivo de su indignación, de sus advertencias o de sus quejas.

El lector Josep Maria Badia, una de las personas que más colaboran en avisarme cordialmente de errores en el diario, me dijo una vez: ‘Hay lectores que apreciamos ‘La Vanguardia’ como algo propio, y lamentamos que nuestro diario se equivoque.’

Otro lector, Jaume Casamitjana, que suele advertirme asimismo de lapsus y de fallos que detecta en este diario, también me comentó que sus reproches tienen que interpretarse como un gesto de colaboración en la mejora de los contenidos del diario.

‘La Vanguardia’ vertebra vínculos intangibles y afinidades implícitas como otros grandes diarios del mundo que han arraigado en sucesivas generaciones de lectores.

Por esta razón los periodistas deben aceptar rectificaciones y reproches, y también compartir con lectores y lectoras el orgullo por los aciertos y por el trabajo bien hecho.

Quejas y elogios son dos caras de la identificación de las personas con una institución. Es una combinación de orgullo legítimo y de espíritu crítico semejante a la que, salvando las diferencias, motiva a los socios y seguidores de un club de fútbol, o a los militantes y simpatizantes de un partido político.

A unos y a otros les duele que los suyos lo hagan mal. En un caso les duele que no marquen goles, que pierdan partidos, que hagan malos fichajes. En el otro caso les duele que no cumplan promesas electorales, que sean tan corruptos como los del partido rival.

Tal vez sea ese tipo de reacción de simpatía –en este caso hacia los diarios que cedieron ante las presiones del gobierno– lo que explique que algún político sólo reconozca con la boca pequeña que hubo ‘alguna excepción’ en las debilidades de la prensa española ante las presiones de Aznar, y que se oculte con rubor el nombre de la excepción.

Por supuesto, no todas las cartas y llamadas atendidas por el defensor durante esta semana han sido de apoyo a la redacción por haber trabajado con ese rigor profesional que impide fiarse de una única fuente informativa, aunque sea la gubernamental.

El lector Josep Tomás Grau duda sobre la oportunidad de dar semblanzas de las víctimas del 11-M puesto que pueden herir sensibilidades, aunque este tipo de necrológicas esté arraigado en la prensa anglosajona (‘The New York Times’ las dio también a raíz del 11-S). Este mismo lector, por cierto, es de los que se sienten orgullosos de su diario por la posición contra la guerra de Iraq.

Otro lector, Joan Ilari, duda que el defensor se haga eco de su denuncia. Es ésta: dice que en la concentración del sábado 13 ante la sede del PP en Barcelona había de 10.000 a 15.000 personas y no ‘unas 500’ como se dio en la información a toda página, impar, titulada así: ‘Concentraciones y caceroladas en toda España’. Duda disipada.

Por el contrario, la lectora Mercè Fuster Freixa se quejó, en una carta electrónica enviada la tarde del pasado lunes, por el título principal de la portada del domingo que rezaba así: ‘Al Qaeda confirma la autoría del 11-M en víspera electoral’. Ella califica así esta portada que, como subraya, apareció en la jornada electoral: ‘Es totalmente manipuladora y al servicio de intereses políticos concretos, e incluso próxima al engaño’.

No estamos hablando de una ‘La Vanguardia’ distinta. La que vio esta lectora es la misma que pudieron ver los políticos que aseguran que para informarse del curso de las investigaciones necesitaron leer, como en ‘viejos tiempos’, la prensa extranjera.

He explicado en otras ocasiones que un diario es del color del cristal con que se mira. El defensor tiene que proteger todos los cristales y por esta razón no gestiono nunca quejas relacionadas con textos de opinión.

En este caso los distintos cristales se aplicaron a la lectura de información, y debo dejar constancia de las lecturas discrepantes. Pero también debo afirmar en nombre de la mayoría de lectores que ‘La Vanguardia’ ha dado otro ejemplo de rigor y de dignidad.’