Friday, 19 de April de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1284

Josep M. Casasús

‘Cometí un error en la instrucción del caso que expuse el pasado domingo bajo el título Estas fotos inquietaron. Decidí publicar aquel texto convencido de que la única confusión que afectaba a las fotos en las que se ven dos agentes secretos en una recepción era que habían aparecido con el crédito ‘Archivo’ en lugar de atribuirlas a Gervasio Sánchez. No era así.

Gervasio Sánchez llamó el lunes para comentarme que no hablé con él para confirmar si era el autor. Tiene razón. No lo hice. Confié en los datos que vi en la ficha de la foto enviada por él y registrada en la sección de Documentación del diario, ficha donde consta el nombre del citado fotógrafo.

Incumplí una de las reglas de la función que ejerzo aquí: poner al corriente de mis investigaciones a todos los periodistas vinculados a un caso, periodistas cuyo nombre incluyo, si procede, en cada crónica. Debo hacerlo así incluso cuando, como ocurría en aquella crónica, Gervasio Sánchez no salía como responsable de ninguna falta ni incorrección. Todo lo contrario. Reivindicaba para él una autoría que resulta ser falsa.

El autor de aquellas fotos no es Gervasio Sánchez. Son de un autor desconocido.

El defensor del lector está tan obligado a extremar las comprobaciones de datos y hechos como lo están los periodistas.

Expongo mi mea culpa ante todos los lectores y, de manera especial, ante el periodista afectado en este caso. Ruego indulgencia.

La aclaración que me ha enviado Gervasio Sánchez contiene, sin embargo, una historia de estas fotos que resulta relevante.

Así me la explicó el periodista Gervasio Sánchez esta semana: ‘La fotografía donde se ve a Flayeh Al Mayali junto a un grupo de personas entre las que están dos miembros del Centro Nacional de Inteligencia asesinados en Iraq en el 2003 (octubre y noviembre) pertenece a una serie de imágenes (17,5 x 12,5 cm, copiadas en papel Kodak) que encontré en el álbum familiar del traductor en su casa de Bagdad a mediados de abril del 2004, tres semanas después de ser detenido en la base española de Diwaniya. Tres de las copias fueron tomadas prestadas con el permiso de su familia por su evidente valor informativo y documental. Las fotografías estaban sin firmar y posiblemente fueron tomadas durante una feria comercial celebrada presumiblemente en Bagdad en el 2002 antes del derrumbe del régimen de Saddam Hussein. En una de las imágenes se ve un retrato del dictador iraquí. El autor de las fotos fue posiblemente uno de los participantes en la feria o algún fotógrafo contratado por los responsables del stand español’.

Es una historia esclarecedora que debería haberse explicado cuando se publicaron las fotos en La Vanguardia los días 20 y 21 de febrero. También la tendría que haber explicado el defensor del lector el pasado domingo, pero ésta es una responsabilidad que ya he reconocido de entrada en esta crónica.

Sostengo, no obstante, que el término ‘Archivo’ induce a pensar que son del archivo histórico de La Vanguardia. Lo son a partir de ahora, pero no lo eran cuando se publicaron al día siguiente de llegar a la redacción del diario. Insisto en que el origen de estas fotos es un dato informativo y documental que, como vemos ahora, es importante. Era necesario que la historia se explicara dentro del reportaje o con un texto complementario del estilo de las fotonoticias.

Gervasio Sánchez explica el proceso seguido por él: ‘Las fotografías fueron enviadas el sábado 19 de febrero del 2005 entre las 17 y las 18.30, pocas horas antes de su publicación junto a la entrevista realizada por mí vía telefónica y un reportaje de contextualización. Durante las conversaciones telefónicas con la redacción de La Vanguardia (resido en Zaragoza) aclaré el origen de las fotografías. De esta manera, las imágenes tomadas en la feria no fueron atribuidas a Gervasio Sánchez. Quizá el término escogido (Archivo) no fue el más adecuado, pero hubiese sido más lamentable firmarla con el nombre de quien no era su autor’.

Discrepo. La mejor solución era poner en el crédito ‘Archivo Flayeh Al Mayali’, pero este dato tan importante no constaba en la ficha de la foto enviada a La Vanguardia.

LAS VÍCTIMAS DEL 11-M tienen derecho a la imagen, por supuesto. Lo tienen todas las víctimas, en cualquier caso. Los lectores no podemos exigir que la prensa las muestre. Ésa fue la opinión que sostuve en un diálogo telefónico con una lectora cuyo nombre oculto, de acuerdo con ella, como hago siempre cuando no puedo darles toda la razón.

La consulta de la lectora era a raíz de los criterios que sobre la difusión de imágenes expuso la portavoz de la Asociación 11-M Afectados por el Terrorismo, Pilar Manjón, en el Congreso de los Diputados el 15 de diciembre del 2004. Estas son sus palabras, reproducidas en la edición de La Vanguardia del pasado 16 de diciembre: ‘La necesidad de utilizar las imágenes del 11 de marzo como fuente de información caducó hace mucho, ya no es noticia (…)’.

-¿Hasta qué punto la prensa y la televisión tienen que hacer caso a una persona que les pide que no se pongan imágenes de una desgracia? -me preguntó la lectora-.

Contesto: los periodistas tienen que atender estas peticiones por razones éticas y también por imperativo legal. Honor, intimidad y propia imagen están amparados en España por la ley 1/1982, de 5 de mayo.

Pero aunque no existiera esta ley, los periodistas están obligados por ética, deontología y sensibilidad. En virtud de ellas no deben difundirse fotos escabrosas o íntimas.

-¿Por qué razón deben censurarse estas visiones de la realidad? -replicó la lectora-.

Debe hacerse por un principio ético básico del que derivan muchas reglas deontológicas del periodismo: el principio de evitar sufrimientos y dolor en las personas.

Prohibiciones que derivan de este principio: difamar; atentar contra la intimidad; difundir fotos escabrosas de muertos, heridos o enfermos, y las de menores afectados por accidentes o delitos (aunque nos autoricen o lo pidan sus padres); identificar o acusar a quienes sólo son sospechosos o imputados; discriminar por raza, sexo, creencias, enfermedad, o extracción social y cultural.

La regla periodística de evitar el dolor moral está al mismo nivel que las de no mentir y no plagiar. Todas se inspiran en los valores de la verdad, la paz, la solidaridad, el respeto a las personas y el derecho a la vida.’