Thursday, 18 de April de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1284

Milagros Pérez Oliva

“‘Iñaki, hijo puta’, ‘Iñaki apesta’. ‘Me voy a hacer una paja, ahora vengo’. Eran entradas cortas, ni siquiera las más virulentas, y podían leerse el jueves entre los comentarios que seguía al vídeo de Iñaki Gabilondo en elpais.com. ¿Puede permitir este diario que uno de los periodistas más respetados de este país sea tratado de este modo en sus páginas? Creo que no. ‘Me meo en vuestras igualdades, ahora mismo me voy a que me dé un masaje una amiga que está como un tren y a la que después pondré a cuatro patas, mientras vosotras seguís amargadas hablando de tonterías. Y si hoy con suerte matan a alguna lagarta que se quería quedar con el piso del exmarido, me abriré una cervecita para celebrarlo’. Este comentario, sobre el que me advirtió Gema Solanas, se publicó en el blog colectivo de Mujeres y es solo una muestra del tono que tratan de imponer los muchos trolls (provocadores) que frecuentan ese espacio.

Lamento, queridos lectores, haber tenido que comenzar este artículo de manera tan soez. Pero quería que supieran de qué estoy hablando. Lo he preguntado ya dos veces en esta misma tribuna: ¿Es este el tipo de conversación que quiere propiciar EL PAÍS? ¿Qué creen los responsables del diario que piensan nuestros lectores cuando tropiezan con frases como esas? Gumersindo Lafuente y Borja Echevarría, responsables del desarrollo digital, insisten en que el objetivo es lograr una conversación respetuosa y de calidad. ‘Es una cuestión que nos preocupa y nos ocupa, porque cuando es a gritos, ya no es conversación’, sostiene Echevarría. ‘Hemos tomado medidas, pero convencer al lector lleva tiempo’, añade Lafuente. Aprecio los esfuerzos hechos, pero muchos lectores siguen quejándose del tono lamentable de algunos comentarios. Me temo que la velocidad y envergadura del desafío excede en mucho la capacidad de los medios habilitados.

Comparto el criterio de que el diario debe abrirse lo máximo posible a la participación. Celebro tambien la nueva iniciativa de la sección de Sociedad de abrir su agenda a los lectores y les invito encarecidamente a participar en ella. Creo que ya habrán podido comprobar que soy una firme defensora del debate plural y de la libertad de crítica, incluida, por supuesto, la crítica al trabajo de los periodistas. Pero una cosa es la crítica y otra el insulto y la difamación. Una cosa es el debate, y otra el griterío.

Al disgusto de los lectores se suma ahora el de algunos periodistas y corresponsales del propio diario. Elvira Lindo tuvo la valentía el domingo pasado de exponer una preocupación que comparten otros colaboradores y periodistas. Los comentarios al videoblog de Iñaki Gabilondo son uno de los exponentes más claros del problema. Gabilondo me ha confesado que ha pensado seriamente en dejar de hacerlo. Que cada vez que entra en el foro y ve el tono del debate, se pregunta si merece la pena continuar. Varios lectores me han escrito en su defensa, entre ellos Jon Guergué, quien el 23 de noviembre me escribió para que interviniera, alarmado tal vez porque, entre los muchos insultos y groserías que reproducía, había una entrada que invitaba abiertamente a agredirle. Este lector considera que lo que ocurre en este espacio no tiene parangón ‘en ningún otro foro o publicación de calidad’, lo cual ‘deja en muy mal lugar tanto a EL PAÍS como a España’.

Más allá del sentimiento que le provoca, Iñaki Gabilondo lamenta la velocidad a la que se está malogrando ‘una oportunidad tan extraordinaria como la que brinda Internet’. ‘Lo que debía ser una maravillosa plaza pública, un lugar de encuentro y de debate de puntos de vista diferentes, se está perdiendo por el asalto de unos cuantos que, apelando a la libertad de expresión, la están convirtiendo en un gigantesco botellón. Eso me irrita todavía más que el insulto’, añade. Gabilondo cree que para que haya debate debe garantizarse que los que quieren debatir tengan oportunidad de hacerlo, cosa que ahora no ocurre. ‘Mucha gente que tiene cosas interesantes que decir ha renunciado a participar porque si lo hace, tiene la desagradable impresión de que se mete en un cuadrilátero’.

Otros periodistas comparten la misma sensación. Juan Cruz, autor del libro Contra el insulto, afirma: ‘El anonimato ha entrado casi jugando en las redes sociales y en los comentarios abiertos en los medios digitales. Ha degradado la conversación y ha sometido a las personas y a las instituciones al chantaje del insulto, pues no se puede responder a anónimos. Ese es, a mi parecer, el problema más grave’.

Timothy Campbell escribió hace ya años un esclarecedor artículo titulado ¿Qué es un troll de Internet?, en el que aborda cómo tratarlos. Algunos los combaten ignorándolos. Otros tratando de atraerlos a su terreno, como hacía el jueves Gonzalo Fanjul en su blog. Pero yo creo que la degradación de la conversación se ha convertido en un problema grave de control de calidad. Si el diario permite que los energúmenos se apoderen del espacio que brinda para la participación, esta será cada vez de peor calidad, porque como ya dije en otro artículo, quienes están interesados en un debate respetuoso, huyen despavoridos.

El ejemplo más claro es el blog Mujeres. Su impulsora, la subdirectora Berna González-Harbour, explica que fue creado para propiciar un debate sobre los problemas de la igualdad. Pero ha sido colonizado por un reducido grupo de machistas recalcitrantes que están degradando el debate. Si otros diarios de calidad han conseguido que eso no ocurra, ¿qué debe hacer EL PAÍS para evitarlo? ‘Mi experiencia me dice que se ensucia sobre lo que está sucio, y no se ensucia sobre lo que está limpio’, sostiene Iñaki Gabilondo. Creo que ahí está la clave de la cuestión.

El primer paso ha de ser, pues, limpiar. Hemos de conseguir que la conversación sea en todo el diario como la que pudimos ver en la entrada ¿Hay un éxodo a Estados Unidos? Es una prueba de que es posible. Pero, para ello, habrá que dedicar más esfuerzo. Los lectores habrán podido apreciar la mejora que ha supuesto el nuevo sistema de control de comentarios a través de Eskup, que exige registro previo para poder participar y que expulsa, previa advertencia, a quien no respete las normas. La herramienta que permite a los lectores señalar como insulto un comentario es muy útil, pues facilita la tarea de los editores. Pero el control es aún deficiente, sobre todo porque las secciones no pueden asumir la carga de trabajo que representa supervisar todos los comentarios.

Hasta ahora, en el sistema controlado por Eskup se ha vetado a 74 participantes. Algunos de ellos se han dirigido a la Defensora para quejarse de que el diario ‘ejerce una intolerable censura e impide la libertad de expresión’. Pero la Defensora lo tiene muy claro: eso no es censura. Simplemente, se aplican las normas de educación y calidad que exige nuestro Libro de Estilo. Creo que el diario no debe dejarse amedrentar por estos argumentos. Ha de dejar claro que no quiere insultos ni descalificaciones, y la forma de hacerlo es no permitiéndolos. Porque por muchas proclamas que hagan sus responsables, si los lectores comprueban que de la noticia para abajo, en muchas ocasiones todo vale, nunca se romperá la espiral de la degradación.

Propongo, pues, que se destinen más medios y se establezcan criterios claros también en el caso de los blogs. En estos momentos hay 104 operativos. Los blogs pueden estar o no abiertos a comentarios. Los abiertos tienen dos posibilidades, el control previo de los comentarios o el posterior. Cuando el administrador no pueda garantizar una vigilancia permanente, sugiero que se adopte el control previo. Y en el caso del videoblog de Iñaki Gabilondo, dada la degradación alcanzada, si la redacción no es capaz de garantizar una supervisión que permita un debate respetuoso y de calidad, como merece su autor, creo que será mejor cerrarlo a comentarios.”