Friday, 19 de April de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1284

Lola Galán

El inglés es la lengua global. La lengua del poder, de la cultura, de las finanzas, de Internet. Indispensable para los periodistas, pero tan potente como invasora. Tanto, que el supervisor francés de medios audiovisuales acaba de adoptar una estrategia para frenar la penetración abusiva de este idioma, que se aprecia también en EL PAÍS. Escribimos “crimen” en lugar de “delito”, como me señala un lector, Daniel Pérez Ortega, y traducimos mal palabras de uso corriente y refranes.

Víctor Luaña se ha dirigido a mí más de una vez, la última, después de leer la siguiente frase referida a la técnica de la fractura hidráulica: “Se emplea para extraer gas o petróleo a través de la inyección en el subsuelo de agua a presión mezclada con arena y químicos”.

En su mensaje se queja de que los periodistas de EL PAÍS “no logran meterse en la cabeza que traducir chemicals por químicos es un patético ejemplo de falsos amigos. Químicos (sustantivo) designa a quienes ejercemos la profesión química. Químicos (adjetivo) complementa a cualquier sustantivo”. Así es en español. Mientras que en inglés, prosigue, “chemicals (sustantivo) designa específicamente los compuestos químicos”. Por tanto, hay que traducir chemicals por productos químicos y no por químicos a secas.

Otro lector, que no quiere ser citado por su nombre, me escribía a propósito del siguiente titular del periódico: Europa debe considerar la arriesgada opción de armar a Ucrania para frenar a Moscú. “No puedo dejar de pensar que es un calco del inglés to consider que se debe traducir por ‘sopesar’, ‘plantear’, entre otras opciones”.

Un asiduo y atento lector británico, Michael Nicholas, me alerta con frecuencia de traducciones literales de términos ingleses, como el que encontró hace unos días en una noticia de Internacional. “Se nos habla de que los ejercicios ‘se llevan a cabo de tiempo en tiempo’ ¿Una traducción literal de from time to time?”. Eso parece. Porque en español lo correcto sería: “Se llevan a cabo de vez en cuando”.

Este mismo lector encontró la siguiente frase en una columna de opinión: “Cuando la cola mueve al perro, las cosas andan mal”, que no es otra cosa, me dice, que una traducción literal del dicho inglés, It´s a case of the tail wagging the dog. En español, sin embargo, no existe esta expresión que quiere decir algo así como “es el mundo al revés”. Para traducirla habría que buscar un refrán equivalente, ya que, como ha explicado el filólogo Valentín García Yebra, los refranes rara vez pueden traducirse de forma literal.

El lenguaje sirve para comunicarse y es además nuestra herramienta de trabajo. Debemos evitar tratarlo con descuido en un medio de difusión tan amplia como EL PAÍS.

Precisamente esta amplia difusión nos obliga a ser muy cuidadosos en el tratamiento de los temas delicados. Una lectora, Carolina Fernández, se queja de que no lo hemos sido con el caso del fraile detenido por presunto abuso sexual de una menor y de un discapacitado psíquico. El religioso está en prisión por orden del juez de Becerreá (Lugo).

El reportaje La transformación del fraile del Camino (en la web se tituló La perversión del fraile del Camino), se publicó el lunes 16 de marzo. José Quintela, el imputado en cuestión, era muy conocido y apreciado por los peregrinos que transitan rumbo a Compostela por el llamado camino francés, y su caso ha merecido amplia atención en la prensa gallega y en la nacional. EL PAÍS dedicó una página a esta historia. Un texto bien documentado en el que se ofrecían abundantes detalles de la conducta sexual de este religioso, que figuran en el atestado de la Guardia Civil al que tuvo acceso este periódico.

Carolina Fernández se declara en su largo correo consternada porque considera que en el reportaje prima el derecho a la información sobre el derecho a la intimidad de un detenido que, después de todo, es sólo un presunto culpable. “Porque el relato”, escribe, “está regado de detalles que exceden la información sobre la detención. Los extras de la trama principal se añaden para regodeo del público: si usaban o no condón, si el fraile invitaba a empanada y ginebra, la descripción del escenario con la colchoneta y las estufas… Ya me dirá qué interés tiene más allá de alimentar la imaginación o la indignación de los parroquianos. Ese relato hará un daño inmerecido al ‘presunto’ delincuente, al que se le debe un tratamiento de respeto a la vez que una hermosa condena cuando se prueben los hechos. ¿O acaso no es así? Creía que era prerrogativa del Estado de derecho”.

Silvia R. Pontevedra, autora del reportaje, me explica que la identidad y la fotografía del presunto culpable han sido difundidos ampliamente por los medios gallegos. Además, señala, “mucho antes de su detención y posterior ingreso en prisión por orden del juez, el religioso era un personaje popular, que divulgaba su imagen por Internet y se prestaba a posar con los peregrinos a Santiago”.

Para redactar el texto, asegura, ha contrastado “detalles de la investigación y aspectos de la vida del fraile (muchos de ellos positivos) con siete fuentes diferentes. En las informaciones se ha ahorrado al lector, por su sordidez y también para proteger a la menor y a su primo discapacitado, que se encuentran en una situación especialmente vulnerable, la descripción de numerosos elementos sórdidos que supuestamente ocurrieron”.

Creo que muchos de los detalles que se incluyen en el relato están justificados, ya que, a fin de cuentas, se trata de describir la presunta doble vida del religioso y la conmoción que ha provocado su detención entre vecinos y peregrinos, pero se recogen también aspectos de gran crudeza que pueden ser ofensivos, no tanto para el presunto culpable como para sus presuntas víctimas.

Habría que reflexionar, no obstante, sobre la facilidad con la que atestados policiales y sumarios secretos terminan en manos de los periodistas en España.

No quiero dejar de mencionar la queja de otro lector, Alberto Pérez García, por el titular incorrecto de una noticia del 24 de febrero. Se trata de la información que recogía las declaraciones de Pablo Iglesias, líder de Podemos, a Telecinco, en las que decía, respecto a la detención del alcalde de Caracas, Antonio Ledezma: “No me gusta que se detenga a un alcalde”. El título de EL PAÍS en la edición impresa fue: Pablo Iglesias condena la detención del alcalde de Caracas.

El periódico ha repetido esa frase en el texto de la noticia del viernes 13 de marzo, en la que informaba de la votación en el Parlamento Europeo de una resolución para exigir la liberación de los opositores venezolanos. Resolución que no recibió el apoyo de Iglesias, ni de IU.

Francesco Manetto, que firmaba ambos textos, explica: “Utilicé el verbo ‘condenar’ porque, por el tono y la reiteración del mensaje, me pareció ver su primera condena a la detención de Ledezma. Además, [Iglesias] zanjó con un ‘no hay ningún matiz de ambigüedad en mis palabras. No me gusta’. En cualquier caso, considerada la gravedad de lo que sucede en Venezuela, me parece también legítimo no atisbar en esas palabras ni condena ni rechazo rotundo”.

Lo cierto es que, como menciona Alberto Pérez en su correo, el diccionario de la RAE no deja lugar a dudas sobre las diferencias de significado entre ambos términos: “No gustar: No agradar, no parecer bien (algo o una cosa)”. “Condenar: Reprobar una doctrina, unos hechos, una conducta, etcétera, que se tienen por malos y perniciosos”.

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Lola Galán é ombudsman do El País