Thursday, 25 de April de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1284

Milagros Pérez Oliva

“‘Niños obesos pierden peso con Kinect’. La noticia aparecía en la sección de Tecnología el pasado 22 de agosto. Sin duda el titular llamaba la atención y era de interés para cualquier lector preocupado por el grave problema de la obesidad infantil. Tres semanas más tarde, el 13 de septiembre, otra extensa información publicada en la sección de Sociedad llamaba la atención sobre las grandes ventajas de una nueva técnica quirúrgica que se aplica en una clínica privada a pacientes obesos y que consiste en grapar, por vía endoscópica, ‘la zona que produce la hormona del apetito’. Aparte de compartir un tema que preocupa, y mucho, estas dos noticias tienen algo más en común: ambas han sido consideradas sospechosas de incurrir en publicidad encubierta y plantean una problemática sobre la que creo que debemos reflexionar.

Respecto al último caso, es el lector Jorge Bela Kindelán quien me escribe para pedir explicaciones. ‘Más que una noticia parece un publirreportaje’, dice. ‘Se describe una operación en la que mediante una endoscopia se grapa el estómago de los pacientes y no se hace mención alguna de posibles riesgos o complicaciones. ‘Casi la mayor pega es el precio: unos 12.000 euros’, afirma el artículo. Es obvio que la información no se ha contrastado, se basa tan solo en datos suministrados por la empresa que comercializa la intervención y por un paciente satisfecho. No soy médico, pero es sabido que todas las operaciones tienen riesgos’. El lector tiene razón: aunque sea por endoscopia, suturar el estómago del paciente con hasta 13 grapas no es una intervención menor. ‘Todas las informaciones deben estar contrastadas, pero con más razón todavía las relacionados con la salud’, concluye. Aunque en el texto se informa de que la misma intervención se realiza también en otra clínica, toda la información está basada en una sola fuente: el cirujano que la promueve.El autor, Emilio de Benito, responde al lector: ‘Soy consciente de que muchas veces quienes facilitan la información buscan publicidad. Por eso siempre aplico un criterio: aparte de que sea algo novedoso -si no, no sería noticia-, pido que me muestren publicaciones (o congresos) donde se avale la técnica, referencias del tiempo que lleva usándose y por quién. El testimonio de un paciente en este sentido ayuda. También suelo pedir la opinión de algún médico especialista en el campo. En este caso concreto, es una técnica que lleva algo de tiempo en el mercado. No he encontrado noticias de complicaciones y, por su naturaleza, lo esperable es que tenga menos problemas que otras intervenciones. Los expertos consultados no le vieron pegas; si acaso, que era una vuelta de tuerca a lo que ya se hace sin demasiadas complicaciones’.

Si el trabajo se hizo, ¿por qué entonces el lector llegó a la conclusión contraria? Porque no se refleja en el texto. Al llegar al final del artículo, al lector no le consta que se haya consultado a otros especialistas, porque no aparecen, y tampoco que haya publicaciones científicas que certifiquen la seguridad y la eficacia de la nueva técnica, porque no se citan. El hecho de que el tono sea elogioso, que no se tengan suficientemente en consideración los posibles riesgos y que la única fuente sea el médico que la realiza en la sanidad privada son factores que contribuyen a una sospecha que podría haberse evitado. Constantemente llegan a las redacciones noticias sobre nuevas técnicas experimentales que no están avaladas todavía por resultados concluyentes en estudios controlados. Muchas de ellas no confirman luego las expectativas y algunas tienen incluso efectos adversos. En estos casos, es muy importante exponer con claridad al lector si hay o no evidencia científica, y si la hay, cómo se ha obtenido.

La sospecha de engaño publicitario llevó también a dos personas, que prefieren no hacer pública su identidad, a dirigirse a la Defensora para que aclare las circunstancias que han rodeado la publicación de la noticia Niños obesos pierden peso con Kinect, publicada el 22 de agosto. En ella se expone un estudio de ocio terapéutico, dirigido por el investigador Bartolomé Burguera, del Instituto Universitario de Ciencias de la Salud de Baleares, cuyos primeros resultados, se dice, demuestran que el sistema de videojuegos Kinect, de Microsoft, ayuda a los niños a adelgazar. La información explica que las pruebas comenzaron ‘tras las vacaciones de Semana Santa’, que ‘1.200 niños de entre 6 y 14 años de colegios en las islas Baleares comenzaron a hacer ejercicio con Kinect’ y que ‘ya se han observado algunos cambios’, pues ‘con tres horas de juegos semanales se pierden 500 calorías’.

El problema es que no podía hablarse de resultados porque el estudio ni siquiera ha comenzado. La sección de Tecnología del diario recibió una llamada al día siguiente, no del investigador o su equipo, sino de otra persona que advertía de un posible engaño. Alertada la autora de la información, Rosa Jiménez Cano, esta se puso en contacto con Lidia Pitzalis, relaciones públicas de Microsoft, que le había facilitado la noticia y el contacto con el investigador. El 25 de agosto, Rosa Jiménez recibió, en copia compartida con varias personas más y sin ningún comentario, el correo que Burguera había remitido a Joan Bargay, presidente del Comité Ético de Investigación Clínica de las Islas Baleares, en el que atribuía los errores a un ‘malentendido’ y se ofrecía a aclarar lo sucedido. Al final del correo especificaba: ‘Tras leer la noticia en EL PAÍS hablé con Lidia Pitzalis (relaciones públicas de Microsoft), pero decidimos que ya era demasiado tarde para clarificar el mensaje y que lo haríamos en la próxima oportunidad’.

Rosa Jiménez Cano admite que pudo equivocarse ‘al interpretar las explicaciones que el investigador y su equipo le dieron en una conferencia telefónica múltiple’. ‘Si es así, lo lamento muchísimo’, dice. Por su parte, el doctor Burguera, en conversación con la Defensora, acepta que tal vez no se explicó del todo bien a la hora de diferenciar el estudio que está aún por comenzar y otro que tiene en curso, con 1.200 alumnos implicados. Como quiera que fuera, el error se produjo y ambos expresan su pesar por lo sucedido. ‘Lo que sí quiero dejar claro’, añade Burguera, ‘es que fui yo quien se dirigió a Microsoft para proponer el estudio, y no al revés. El único interés que me mueve es el científico’.

Más allá del error, creo que lo relevante de este caso es una cuestión previa: si se debía publicar una información suministrada por Microsoft sobre un estudio que no ha concluido y cuyo mero enunciado tiene un evidente interés comercial para la compañía. En mi opinión, el tema era de alto riesgo, pues podía ser interpretado fácilmente como un publirreportaje dirigido a un público por otra parte muy receptivo: los muchos padres preocupados por el sobrepeso de sus hijos. En todo caso, el estudio sería noticia cuando efectivamente hubiera demostrado que el citado artilugio es útil para reducir la obesidad, no antes.

Creo que debemos ser muy cuidadosos a la hora de evaluar la oportunidad de publicar técnicas o estudios en los que media un interés comercial tan evidente. Toda cautela es poca en los estudios sobre salud que nos llegan de la mano de las compañías que los financian con fines comerciales. En estos casos, hemos de preguntarnos cuál es el interés de los lectores. Servir ese interés incluye, en mi opinión, no inducir expectativas de resultados o beneficios que no están probados.

Cómo garantizar al lector una información fiable y no sesgada por intereses comerciales es algo que se ha debatido extensamente en los foros de periodismo científico. Puesto que este es un reto que se nos plantea cada vez con mayor intensidad, recopilaré documentación sobre los posibles criterios que aplicar y los someteré a su consideración en un próximo artículo.”