Friday, 19 de April de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1284

Tomàs Delclós

“A propósito de la tragedia de Newtown, he recibido cartas de lectores reprochando que inicialmente el diario se hiciera eco de que el asesino pudiera padecer 'un trastorno autista', según su hermano o compañeros de instituto. Alena Collar, por ejemplo, criticaba que apuntar hipotéticamente esta condición estigmatiza a todo un colectivo. 'Mucha gente que lea como se lee habitualmente -o sea, deprisa- pensará: 'ah, claro, es que era autista…'.

Por su parte, Hernán Díaz, vinculado a la Fundación de Educación para la Salud y coordinador del magíster Comunicación y Salud de la Universidad Complutense, considera irresponsable por parte del diario haber hecho estas alusiones de dudoso fundamento. 'Incluso si se hubiera confirmado de forma fehaciente que el asesino padecía algún tipo de TEA, deberíamos preguntarnos: ¿Es esa la causa de su conducta asesina? ¿Hay alguna investigación seria que concluya que las personas con algún tipo de TEA son peligrosos para la sociedad o pueden convertirse en asesinos en serie solo por el hecho de padecer ese trastorno? ¿Hay estadísticas que, cuando menos, sugieran que son seres más peligrosos que el resto de los humanos? La respuesta es evidente: no hay nada que avale esa información'. 'Le aseguro que este tipo de informaciones solo sirven para alimentar los estigmas que afectan a un colectivo de personas que, por el propio trastorno que padecen, ya tienen dificultades para relacionarse e integrarse. Le escribo también como profesional dedicado a la comunicación para la salud, tanto desde el ámbito profesional como el académico, en donde dedicamos muchas horas a formar e informar para que este tipo de errores de bulto no se produzcan'.

La hipótesis de que el autor del trágico tiroteo pudiera padecer este tipo de desorden figuraba en el artículo de The New York Times (un artículo que ha sido objeto de polémica en el propio diario estadounidense), traducido en la versión digital, que posteriormente se sustituyó por otro de la propia redacción en la que no había ninguna alusión a este supuesto trastorno. Con todo, durante unas horas se mantuvo un subtítulo en la portada digital que aludía a ello cuando el artículo inicial que albergaba la mencionada alusión ya había sido suprimido. También figura en una noticia en el digital sobre el hermano del autor. El día 12, el diario, tanto en la edición digital como en la impresa, publicó un artículo de la psiquiatra Lola Morón que claramente combatía cualquier falsa idea de causalidad entre esta hipotética condición mental del joven y lo sucedido. En el artículo se afirmaba que no se trata de una persona con claros síntomas de un Trastorno Generalizado del Desarrollo. 'La retracción social, la timidez o el aislamiento no convierten a nadie en un asesino, sin embargo necesitamos que nos hablen de enfermedad mental, en un intento de poner una barrera entre estos sujetos y nosotros, sabernos incapaces de cometer una barbaridad porque nos sabemos sanos. Los crímenes en masa perpetrados por jóvenes en EE UU en las últimas décadas escapan a nuestra capacidad de comprensión. Sin embargo, existe una amplia bibliografía en estudios de investigación en psicología social que demuestran que cualquier ser humano, aparentemente adaptado, es capaz de llevar a cabo acciones de las que ni él ni las personas cercanas les considerarían jamás capaces'.

Las menciones iniciales al supuesto trastorno del joven fueron un error (The New York Times ha explicado que los investigadores manejaron esta hipótesis) y pueden efectivamente inducir, involuntariamente, una interpretación absolutamente equivocada sobre lo sucedido que el diario no ha establecido. De hecho, si el diario ha prestado una particular atención a esta tragedia no ha sido únicamente por su dimensión sino porque reabre nuevamente el debate sobre la permisiva legislación estadounidense sobre el acceso ciudadano a las armas de fuego.”