Thursday, 25 de April de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1284

Josep M. Casasús

‘Existe, y está descrito al parecer por la ciencia médica, el síndrome del codo del tenista. Ahora podría diagnosticarse también el síndrome del brazo del lector, comenta irónicamente el lector Enric Fontelles, de La Llacuna. Argumenta este lector, con buen sentido del humor, que en esta localidad de la comarca del Anoia, Barcelona, La Vanguardia hay que leerla con tiempo, con más tiempo que la media de 15 minutos que, como expuse en mi crónica del pasado 9 de mayo, se calcula estadísticamente que dedica al diario un ciudadano medio norteamericano.

Explica el lector Fontelles que, si no se apoyan los brazos cuando se sostiene el diario, estas extremidades pueden resentirse. A él le ocurre con el brazo izquierdo, precisamente. Con mucha frecuencia los domingos. Este último dato ya nos da una pista sobre este síndrome: los domingos La Vanguardia pesa mucho más que los otros días, como podemos testificar todos los lectores.

Efectivamente, el síndrome del brazo del lector presenta ciertas afinidades sintomáticas con el síndrome del codo del tenista. Pero también tiene semejanzas con la vertiente corporal del síndrome de Stendhal, un espasmo doloroso de los músculos del cuello causado por la constante admiración de las maravillas que el patrimonio arquitectónico italiano provoca en los turistas aplicados.

El síndrome del brazo del lector, a diferencia de otros síndromes, admite mejor medidas preventivas. Puede evitarse si apoyamos los brazos mientras leemos el diario.

Debo aclarar que ese lector, al plantear esta cuestión, en ningún momento sugirió ni insinuó que el síndrome que ha identificado debería dar pie a un subsidio por ‘enfermedad profesional’ del lector. Nada más lejos de su intención. Lo puedo certificar.

La mayoría de las cosas que los lectores piden a su defensor son razonables, aunque algunas, sin embargo, resultan a veces extravagantes. No lo es en este caso. Más bien debemos apreciarla como un detalle de buen humor, tan necesario en estos tiempos.

Otro lector, Alfred Artigas, de Reus (Baix Camp), persona que siempre aporta, además, sugerencias positivas sobre el uso del idioma catalán en La Vanguardia, se interesó en mi última entrevista con él por los diversos formatos de los diarios de aquí y del extranjero.

Citó los casos de diarios británicos (The Times y The Independent ) que optaron por salir a la vez en dos formatos: el estándar y el tabloide. ‘¿El formato refleja un estilo o un tipo de diario?’, preguntó.

Los formatos antes sí que estaban vinculados a los distintos modelos de diario, a las distintas maneras de tratar la información o a los diversos estilos de redacción, y a la diversidad de enfoques o de opciones dominantes en el contenido de la prensa.

Relacionar los formatos con un modelo de diario responsable o con un modelo de diario sensacionalista es un prejuicio de la vieja escuela de periodismo. Ahora ya ha avanzado la idea de que el continente no tiene por qué determinar el contenido.

La Vanguardia ya rompió el 3 de octubre de 1989 con el tabú de los títulos grandes y atractivos en portada, titulación que estaba asociada erróneamente al fenómeno reprobable del sensacionalismo. Era una asociación de ideas no basada en una certeza científica de la investigación específica.

Por otra parte, el lector Alfred Artigas, al igual que el lector Enric Fontelles, aludió también a la forma de leer. Pero opina, por el contrario, que a él le resulta más cómodo leer el abultado ejemplar de La Vanguardia de los domingos, puesto que este día de la semana dispone de más tiempo y de más espacio en su casa para abrir el diario sobre la mesa del comedor. ‘Soy madrugador –me confió– y puedo hacerlo antes de que se mueva por la casa el resto de la familia’.

Los lectores de The Times de Londres escribieron cartas del mismo tono cuando aquel diario salió en formato tabloide.

Uno de ellos también confesó allí: ‘El nuevo formato puede ser más práctico para extenderlo sobre la mesa del comedor’.

Otro dijo: ‘Esta noche vuelo a América y ya tengo ganas de poder leer The Times dentro de los límites de la butaca del avión’.

La historia demuestra que las condiciones en las que se accede al contenido de diarios y libros influyen en la evolución de los índices de lectura.

Ya cité en otra ocasión un artículo de la profesora Gaye Tuchman, del Queen´s College (Nueva York), en la revista Periodística (1989). Incluía resultados de una investigación que revelaban que la supresión de un impuesto que gravaba las ventanas en la Inglaterra de mediados del siglo XIX se notó en un aumento de la venta de publicaciones. Las personas cultas comenzaron entonces a leer más porqué disponían de más horas de luz natural en el interior de las casas.

Los formatos y la presentación física de los diarios se fueron adaptando también durante el siglo XX a los cambios de costumbres en la lectura y a las condiciones de vida.

Hace apenas un mes, un diario de éxito en el mundo británico, The Independent, abandonó el formato ‘sábana’ o broadsheet para imprimirse únicamente en tabloide (comprimido o compacto) después de un breve tiempo de mantener sendas ediciones en los dos formatos.

El profesional que coordinó este cambio de formato de The Independent, Louis Jebb, explicó esta operación el pasado 15 de mayo, en Barcelona, en una conferencia con alumnos del máster de Diseño Periodístico de la Universitat Pompeu Fabra.

Tal como informó Xavier Ventura en La Vanguardia del pasado 17 de mayo, Louis Jebb atribuyó el éxito del nuevo modelo de aquel diario británico a que el formato más reducido ‘conserva íntegramente los contenidos y la calidad de la edición de mayor tamaño, pero es mucho más manejable’.

Además de los contenidos, valor principal de la prensa, los lectores aprecian mucho, como es lógico, que un diario sea manejable, que se pueda leer con comodidad en distintas situaciones, posturas y ambientes.

El lector Alfred Artigas, antes citado, me demostró que era experto en cómo doblar el diario con técnicas inspiradas en la papiroflexia. ‘Los diarios –dijo– nunca deben ir grapados. Eso dificulta mucho la operación, muy natural, de doblarlos por su lomo’.’