Tuesday, 16 de April de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1283

Josep M. Casasús

‘Una lectora, Gema Pérez, propuso hace meses que la expresión ‘violencia doméstica’ debería cambiarse por la de ‘violencia machista’. Incluí su sugerencia al final de la crónica que publiqué en esta página el pasado 11 de enero.

Dijo entonces esta lectora, en el transcurso de una conversación telefónica de la que tomé nota, que el adjetivo ‘doméstico’ es una manera de encubrir la auténtica naturaleza de las agresiones a las que se suele aludir con la locución ‘violencia doméstica’.

–La violencia es un rasgo genuinamente machista –sentenció ella con firmeza–.

–También hay mujeres violentas… –comenté con el propósito de invitarla a darme más argumentos para la defensa de su interesante propuesta de reforma léxica–.

–Sí, hay mujeres que caen a veces en vicios machistas. Actúan como hombres. La violencia es típica de la cultura machista –replicó la lectora para reforzar su tesis.

Resumí estas razones en la citada crónica de defensor con la esperanza de contribuir modestamente al debate entablado últimamente entre académicos, juristas, legisladores, periodistas, sociólogos, profesores y autores de libros de estilo de prensa.

Volvió a llamarme esta lectora tras publicarse en La Vanguardia, el pasado 28 de mayo, la noticia de que la Real Academia Española (RAE) había recomendado que se usara la expresión ‘violencia doméstica’ y no ‘de género’ en la denominación de la ley dirigida a combatir esta terrible lacra social.

Una apostilla a esta noticia decía: la recomendación de la RAE va en el mismo sentido que la que hizo en su día La Vanguardia.

–¿Puede pedir en la redacción que nos expliquen qué es lo que rige en La Vanguardia sobre este asunto? –me dijo la lectora en esta segunda comunicación telefónica.

En la versión actual del Libro de Redacción de La Vanguardia, que ha entrado en vigor este mes, se proscribe la fórmula ‘violencia de género’, por ser un anglicismo incorrecto, y se proponen estas soluciones: ‘violencia doméstica’, ‘violencia sexista’ o ‘violencia contra la mujer’.

Sin género de dudas

Reproduzco un escrito del responsable de la sección de Edición, Magí Camps, fechado a 8 de mayo: ‘Hablamos sin parar de la violencia ‘de género’, e incluso los políticos elaboran una ley con ese nombre. Con la aparición arrasadora de este anglicismo incorrecto en muchos medios de comunicación, numerosas voces claman en contra de tal engendro lingüístico, que no contra ese género de violencia. ¿Acaso en el DNI consta el género? Lo que consta es el sexo. En inglés, el término gender significa ‘género’ y también ‘sexo’. Pero en castellano, cuando hablamos de ‘género’, nos referimos al gramatical.’

Añade Magí Camps en su argumentación: ‘Es necesario llamar a las cosas por su nombre. Cuando el conflicto se produce en un ámbito familiar, con los hijos como víctimas o testigos, es del todo apropiado hablar de violencia doméstica. Y en todos los casos en que existe agresión contra esposas, compañeras, ex parejas, etcétera, lo preciso es hablar de violencia sexista o simplemente, de violencia contra la mujer. Nunca de violencia ‘de género’, porque, con el diccionario en la mano, no hay manera de saber de qué género de violencia se trata’.

El académico Fernado Lázaro Carreter también fustigó así, en El nuevo dardo en la palabra (pág. 196), el anglicismo ‘género’ aplicado a las personas en lugar del vocablo ‘sexo’: ‘Lo señalé hace meses, pero por ahí tenemos galopando tan aberrante anglicismo; y, a quienes tan justa y briosamente combaten la violencia contra el sexo, ejerciéndola cada vez más contra el idioma’.

LA VIOLENCIA CONTRA EL IDIOMA es otra de las lacras del sistema periodístico que más quejas de los lectores motiva. Algunos errores y lapsus disminuyen a golpe de amonestaciones públicas y privadas, pero otros parecen ser resistentes a la enmienda. Este es el caso de la confusión entre los verbos oir y escuchar. Hace apenas un par de meses ya denunció este tipo de gazapo en este diario la lectora Concha Casellas. A principios de este mes de junio, el lector J.M. Valls, lo señalaba a propósito de un caso reciente, detectado por él en una noticia breve de la página 42 de La Vanguardia del pasado día 6.

–He leído allí esta frase: ‘…escucharon desde la calle los gritos…’ Aunque la palabra ‘escuchar’ significa ‘oír’, su primera acepción es la de ‘atender para oír’ ¿Es quizás más conveniente utilizar en este caso ‘oír’ que ‘escuchar’? –pregunta el lector–.

Sí, lo es. Quienes escribimos para el público debemos perseverar en el rigor.

LA VIOLENCIA CONTRA EL RIGOR también la ejerce, en un sentido figurado, la ‘tiranía del diseño’, sobre todo en las operaciones de poner títulos a los textos de los diarios.

He explicado en otras ocasiones que el arte de titular es uno de los más complejos de la redacción periodística. Se dispone de una superfície delimitada, se impone un cuerpo de letra, está vetado cortar palabras al final de línea y dejar muchos espacios en blanco, y debe escribirse en un tiempo escaso. En estas condiciones debe buscarse sobre todo, claro está, una frase que no falte a la verdad del hecho informado. Ninguna de estas exigencias disculpa, por supuesto, los defectos de un título, y menos aún en portada.

De esto conversé con el lector Marcel Xicota, de Argentona (Maresme, Barcelona), el pasado día 11, a raíz de este título de aquel día en portada que él objetó: ‘Zapatero cede el castillo de Montjuïc a Barcelona’.

–Esto no es exacto –dijo este lector.

Recordó que en 1960 ese castillo ya fue cedido al Ayuntamiento barcelonés.

En el texto de páginas interiores ya se decía que lo que ahora se entregaba a la ciudad era una parte, todavía militar, del castillo.

Al día siguiente La Vanguardia dedicó tres páginas a recordar la cesión de 1960.

Respecto a aquel título de portada y a la confusión provocada también me llamó el lector Josep Maria Badia, y me escribió el lector Rafael Dolader Sancho, de Madrid.

–Agradezco la explicación sobre las dificultades de titular. Si me quejé es porque me duele que falle mi diario, La Vanguardia, el diario que ya leía con mi abuelo cada tarde –concluyó el lector Marcel Xicota.’