Friday, 26 de April de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1285

Josep M. Casasús

‘El diario francés Le Monde también está junto al estadounidense The New York Times en las posiciones destacadas del cuadro de honor de la prensa internacional que se enorgullece de aspirar al ideal de no dejar ningún error sin rectificar.

El defensor del lector de Le Monde, Robert Solé, publicó unos datos significativos en su crónica del pasado 20 de junio.

Decía este médiateur (nombre que recibe en Francia la función de defensor del lector): ‘Le Monde publica cada mes una cincuentena de rectificaciones o precisiones. Se trata de errores factuales: una cita incompleta, una fecha inexacta, un nombre mal ortografiado… El diario no da fe, en cambio, de las faltas de lengua francesa, que tanto irritan a algunos de sus lectores’.

Considero importante reproducir estos datos y observaciones del médiateur de Le Monde puesto que completan las consideraciones sobre el deber y el honor de la rectificación periodística que expuse, en favor de los derechos de los lectores de La Vanguardia, en mi crónica de hace una semana.

Rectificar es un arte (en el sentido que dieron los clásicos latinos a este término).

El médiateur Robert Solé, actual decano europeo de los defensores del lector, explicó en aquella crónica dominical antes citada algunas características de cómo se aplica aquel arte periodístico en Le Monde.

Dice él que en un diario de la categoría de Le Monde una rectificación debe ajustarse a diversos criterios: tiene que ser clara y limpia, sin frases tortuosas; tiene que ser proporcional a la falta cometida; en fin, tiene que publicarse tan pronto como sea posible.

Mi colega Solé señala lo que denomina una regla de oro: ‘Todo error cometido en el diario deben ser rectificado’. Y añade: ‘Pero ¿cómo aplicarla? Si fuera preciso cada día ocuparse de todo el conjunto de faltas, pequeñas o grandes, constatadas por la redacción o señaladas por los lectores, no cabrían en una columna entera del diario’.

En Le Monde también son las propias secciones las que se ocupan de aportar las rectificaciones al apartado que aquí denominamos fe de errores. La sección que esconde sus errores está muy mal vista dentro del diario y en el conjunto del gremio periodístico.

Estas observaciones del ombudsman de Le Monde coinciden casi en el tiempo con las que hice el pasado domingo, 3 de julio, en este mismo espacio de La Vanguardia.

Aquella crónica mía ha motivado que dos lectores me hayan escrito con comentarios que apuntan en distintos sentidos.

El lector Pep Canals envió un correo electrónico a primera hora de la tarde del domingo en el que me decía: ‘No he podido resistirme a enviarle unas líneas cuando he leído su frase ´Rectificar dignifica una profesión´. Usted dice que hay una resistencia arcaica a reconocer errores, y lo que usted comenta para el periodismo es extensivo a otros ámbitos sociales. Vivimos en una sociedad en la que nadie se equivoca y que por tanto pocas veces se rectifica. Leer artículos como los suyos hacen pensar que quizás un día seremos capaces de actuar de otra manera.’

La misma frase (´Rectificar dignifica una profesión´) me comentó aquella tarde el lector Juan Sierra cuando en una conversación telefónica dijo: ‘Los periodistas se equivocan, pero también los médicos (acabo de ser víctima del error de uno de ellos), ¡y nunca he visto que practiquen la dignidad de entonar un mea culpa por sus errores!’.

Un punto de vista discrepante con estos lectores es el que expuso el lector Ismael Renna Valdés aquel mismo domingo por la noche cuando me envió una carta de la que extraigo este párrafo significativo: ‘Estoy de acuerdo cuando manifiesta usted que han sido varias las veces que ha hecho alegatos en favor de las rectificaciones de errores periodísticos, puedo dar fe de ello, pero lo más trascendente de su comentario de esta columna de hoy es la impresionante confesión de impotencia en el ejercicio de su cargo, que hace cuando en el párrafo final del comentario expresa: ´… se trata de una lucha desigual entre el sentido común y un concepto restrictivo del valor profesional de reconocer errores´. Tremenda y amarga descripción, por su cruel realidad, de una profesión que está evidentemente en crisis’.

La rectificación es un arte cuyo dominio se exige sólo, al parecer, a los periodistas, tal vez porque, según unos, es una profesión que hace su cura de humildad o tal vez porque, según otros, es una profesión en crisis.

EL ARTE DE TITULAR es otra habilidad que se exige a los periodistas. He escrito en otras ocasiones sobre las reglas que la pragmática y el diseño imponen a la titulación en prensa. Deben buscarse frases elocuentes y que quepan en un espacio limitado, sin cortar palabras al final de línea ni dejar espacios en blanco. Las habilidades que requiere titular nos evocan las del arte del encaje de bolillos.

Algunos lectores cuestionan, sin embargo, ciertos usos retóricos en los títulos.

El lector Francesc Granell opina que no fue muy acertado usar la locución portazo a Europa en este título del pasado 30 de mayo: ´Los franceses dan un portazo a Europa´. El portazo era a una Constitución, dice.

El lector Jordi Fuster apunta a un título (5 de julio): ‘Madrid 2012 confía beneficiarse de la guerra entre París y Londres’. Dice: era una pugna o rivalidad, no una guerra.

El lector Rafael M. de Yzaguirre señala que era confuso el título ´La policía mata en Seattle a un hombre con una granada´ aparecido el pasado 22 de junio. Lo correcto, dice, era escribir: ´La policía mata a un hombre armado con una granada en Seattle´.

EL ARTE OCULTO de las letras de imprenta fue el tema que desarrolló Enric Satué i Llop, profesor asociado en la Universitat Pompeu Fabra, en su discurso de ingreso en la Reial Acadèmia Catalana de Belles Arts de Sant Jordi el pasado 22 de junio.

A la salida del acto un lector me preguntó sobre qué tipo de letra usa La Vanguardia.

La letra que domina en este diario es la Times New Roman, creada por Stanley Morison en 1931. Pertenece a la familia de las letras denominadas romanas. Dijo Satué sobre las romanas: ‘Desde el Renacimiento se las conoce como humanistas, y seguimos asociándolas fundamentalmente a textos de libros y, por extensión, a revistas y diarios, que es donde habitan normalmente’.

La Times New Roman de Morison es una de las grandes tipografías del siglo XX.’