Friday, 26 de April de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1285

Josep M. Casasús

‘Vaya!, exclamé para mis adentros a primera hora de la mañana del pasado martes cuando en la página 20 de La Vanguardia leí todo el despiece informativo titulado Presos de ETA se mofan de su relación con los atentados.

‘Hoy -pensé- me llamarán lectores indignados, como otras veces, por las vulgaridades de lenguaje que se reproducen tal cual, y, además, en este caso, por citar supuestas conversaciones de unos condenados’.

Atendí una llamada anónima. Los defensores del lector tenemos por norma no hacernos eco de los anónimos. (Aquel día, por cierto, recibí también una carta sin firma ni remite enviada por un supuesto claustro de profesores.Dejo constancia de este mensaje como simple aviso y acuse de recibo.)

En el caso de las supuestas conversaciones entre presos de ETA a las que, según citaba La Vanguardia, aseguró que había tenido acceso la cadena Ser, decidí actuar de oficio puesto que llovía sobre mojado.

Hace poco más de un mes, en la edición del diario del pasado 29 de septiembre, aparecieron en sendos artículos un empreñando y un fornicar con barretina pero sin condón, que motivaron a varios lectores desbravar sobre el defensor una indignación incontenida. Es un efecto paradójico de esta función encajar broncas de mis colegas, los lectores, por unas culpas que me son del todo ajenas.

El uso de determinadas expresiones y las faltas gramaticales son siempre reprobables pero no hasta el extremo de llevar estos casos hasta el juzgado de guardia, como me exhortó a hacer un lector que me llamó el pasado 19 de octubre porque aquel día, en la página 29 del diario, apareció escrito el término Rumanía sin la tilde del acento.

‘¡Qué gran disparate!’, apostilló ese lector cuyo nombre omito por dos razones: porque no se identificó y porque no dejo nunca en evidencia al lector que se equivoca o que, como en este caso, se excede en su queja.

Dato desconcertante: este anónimo atribuyó el error de escribir Rumania por Rumanía a la influencia de la lengua catalana.

Palabras malsonantes

Los lectores tienen razón cuando protestan en sus justos términos por un uso descuidado del lenguaje. Debo dejar constancia aquí de que la vulgaridad está expresamente proscrita por el nuevo Libro de redacción de La Vanguardia.

En este instrumento, normativo para los periodistas de La Vanguardia, aparece el siguiente precepto en el capítulo de Normas fundamentales y en el apartado titulado Pautas de estilo esenciales: ‘Los textos que se presentan al lector han de ser claros y llanos, pero sin caer en la vulgaridad ni emplear expresiones absurdas o palabras malsonantes’ (destaco la locución palabras malsonantes del mismo modo que se hace en el libro de normas que es de obligado cumplimiento en la redacción de La Vanguardia).

La exhortación a evitar la vulgaridad es obvia. Pero es muy oportuna en unos tiempos en que la prensa parece proclive a ceder más que nunca ante esta debilidad humana. Es un fenómeno que viene de lejos puesto que Unamuno, según me indica Jaime Arias, ya fustigó en un artículo la tendencia instintiva del periodismo español hacia lo que aquel clásico denominó la vulgocracia.

¿Qué hacer cuando en unas declaraciones o en una cita textual llegan a la redacción unas palabras malsonantes destinadas a ser publicadas? Cito de nuevo una norma que figura en el citado libro de La Vanguardia: ‘Los términos malsonantes no tienen cabida en las páginas del diario. Si por su valor informativo es necesario reproducir alguno, se escribe con todas sus letras. Evítese el recurso de la inicial y los puntos suspensivos’.

¿Tenían valor informativo las palabras malsonantes atribuidas a unos presos no identificados? Considero como defensor que no lo tenían. Sí tenía valor informativo la reacción de unos presos respecto a una situación que les afectaba. No lo tenían sus palabras literales. Se pudo optar por explicar que la Ser había informado sobre estas supuestas conversaciones, y exponer la parte sustancial de lo que ellas tenían de novedad.

Fuentes no identificadas

Todas las fuentes deben identificarse, puesto que no atribuir las declaraciones a una persona concreta despierta en los lectores la sospecha razonable de que la conversación se ha inventado. En este caso de hoy la carga de la prueba de autenticidad de la fuente originaria corresponde a la Ser, medio informativo citado por La Vanguardia como fuente secundaria. Pero esta circunstancia no exime al diario del deber de identificar a quienes se atribuyen unas declaraciones aparentemente literales. Era otro motivo para no reproducir frases entrecomilladas como si se tratara de una transcripción fiel de unas palabras.

EL LIBRO DE REDACCIÓN de La Vanguardia, que estos días presentamos en diversas universidades de España, contiene pautas de obligada observancia para quienes escribimos en este diario, tanto en materia de estilo redaccional como en procedimientos de trabajo periodístico. Pero también es un instrumento normativo para resolver dudas de lenguaje y alternativas de vocabulario.

Existen palabras, procedentes de otros idiomas, en las que el Diccionario de la Lengua Española ofrece una doble opción ortográfica. Es el caso del término elite o élite.

El pasado martes se recibió en la redacción de La Vanguardia la carta de una lectora, Mei (así firmaba), que objetaba que en un texto del diario figurara el vocablo elite escrito así, sin la tilde del acento.

Lo cierto es que, en el Libro de redacción que ahora ha entrado en vigor, junto a la entrada elite figura este precepto: ‘Sin tilde, aunque el DRAE también recoja la forma élite’.

Pregunto al jefe de sección de Edición por qué se optó por esta forma: ‘El término francés élite luce un signo diacrítico que no es un acento de intensidad. Para entendernos, en francés se pronuncia algo así como /elít/, por lo que la pronunciación esdrújula del castellano élite supone una confusión de uso de la tilde. Hasta hace tres años la RAE no había admitido la grafía esdrújula (élite) además de la llana (elite). Cuando estudiamos la norma para su inclusión en el Libro de redacción optamos por la forma llana, sin tilde, por tradición y fidelidad al origen’.’