Thursday, 25 de April de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1284

Josep M. Casasús

‘Las catástrofes nos conmueven y nos mueven a la solidaridad, pero motivan también consultas diversas de los lectores de La Vanguardia que me escriben. Algunas de estas intervenciones de los lectores son decepcionantes, como lo son también algunas coberturas informativas relacionadas con desgracias y desastres.

A raíz de las últimas grandes calamidades humanas algunos lectores me han sugerido o instado, según los casos, a plantear a la redacción asuntos técnicos relacionados con el emplazamiento de las informaciones dentro del diario, con dudas o quejas sobre léxico, y con la selección de fotografías.

El lector Jaume Melendres me ha preguntado por los criterios que sigue la redacción de La Vanguardia al situar las informaciones en distintas secciones. Recuerden que ya cité este lector el pasado domingo a propósito de su queja por la no aparición de diarios los días 26 de diciembre y 1 de enero.

Protestaba Melendres en su carta del pasado 2 de enero por estos días de fiesta en el sector de la prensa, demanda que incorporé a mi crónica del pasado día 9. Pero añadía este lector: ‘La absurdidad de estas vacaciones pagadas por el usuario es más manifiesta este año, cuando coincide con la catástrofe del tsunami. Una catástrofe que, por cierto, ha sido acogida en las páginas de Internacional de La Vanguardia, normalmente reservadas a la política. En cambio, el incendio de una discoteca argentina, con 175 muertos aparece -hoy- en las páginas de Sociedad. No he entendido nunca el criterio que sigue La Vanguardia para incluir una determinada noticia en una u otra sección.

¿Depende del número de muertos? ¿Existe en la redacción una especie de escala de Richter que mide el posible impacto de los hechos sobre los lectores y, en función de esta magnitud, se decide la ubicación? ¿Cómo es que la noticia Un albañil hiere a Berlusconi con el trípode de su cámara fotográfica aparece (hoy) en la sección Gente del suplemento Vivir, la misma que nos describe el Fin de año de estrellas y la ilustra con las protuberancias pectorales de Gisele Bundchen?’.

Los tratados y manuales de Periodística describen, por supuesto, los criterios y los procesos que actúan en la valoración, selección y jerarquización de la actualidad, que a eso apuntan las preguntas de este lector.

El profesor Lorenzo Gomis, consejero de dirección de La Vanguardia, aborda esta materia con autoridad en su obra Teoría del periodismo (Paidós, Barcelona, 1991).

Pregunta el lector, sin embargo, sobre los criterios que se aplican en La Vanguardia. Son los que rigen, en definitiva, en toda la prensa. Pero como el lector plantea unos casos concretos consideré necesario solicitar unas precisiones al subdirector del diario Jordi Juan.

Resumo su explicación: En La Vanguardia operan, como es lógico, las prácticas de valoración comunes a todos los medios de comunicación social. Se insertan en la sección de Internacional los desastres que adquieren magnitudes que afectan o alteran la vida de un país o de una amplia región geográfica. Es el caso de la catástrofe del maremoto y el tsunami en Asia. El desastre en la discoteca argentina coincidió con el periodo más intenso de las informaciones sobre la catástrofe en Asia, razón que aconsejó exponer la tragedia de Argentina en la sección de Sociedad para no saturar la de Internacional con contenidos no políticos. El caso de Berlusconi al que alude el lector entró en Gente por una problema de cierre de páginas, distorsión excepcional, totalmente ajena a criterios de apreciación temática.

Otra consulta pertinente fue formulada por la lectora Alicia Gómez. Dice:

‘¿Los periodistas no podrían hacer algo para evitar las malas noticias, los desastres y catástrofes, antes que agobiarnos después con una inflación de noticias y fotos escabrosas? ¿No es triste que esta profesión sólo actúe cuando el mal ya está hecho? En los diarios hay un exceso de malas noticias. Los medios de comunicación podrían prestar servicios preventivos… y preocuparse más por dar buenas noticias’.

La misma lectora echó un cable a La Vanguardia para animar a sus periodistas en este terreno. ‘Sé que pueden contribuir a que las cosas mejoren -dice- como hicieron al publicar cosas ejemplares, como el diario de Nuria o el suplemento dedicado a los héroes anónimos que salvan vidas poniendo en peligro a veces la suya’. (Se refiere a trabajos publicados en las ediciones del suplemento Revista de La Vanguardia de los días 21 de noviembre y 19 de diciembre de 2004.)

Tiene razón esta lectora. Los periodistas también podrían actuar, como expertos en comunicación, en la prevención de catástrofes. Me consta que el Observatori de la Comunicació Científica, vinculado a los Estudis de Periodisme de la Universitat Pompeu Fabra, realizó hace años un estudio para la Generalitat destinado a mejorar los circuitos de comunicación aplicados a la prevención ante grandes catástrofes y a la necesidad de los medios de comunicación de actuar en apoyo de los servicios de emergencia en evacuaciones de zonas amenazadas (sobre todo, la radio, por sus prestaciones, pero también la televisión, internet y la prensa).

En el Sudeste Asiático fallaron los enlaces de comunicación que habrían facilitado la evacuación de las zonas afectadas. Pero había fallado antes el deber periodístico de denunciar con vigor y eficacia la miseria y la injusticia en muchos paraísos turísticos.

SOBRE EL TSUNAMI sólo me han escrito lectores preocupados por el léxico. Dice uno de ellos: ‘La palabra tsunami, tan utilizada en el momento actual, ¿no tiene ya una expresión adecuada en lengua castellana como maremoto?’. Son dos conceptos distintos. Abrevio: el maremoto es la causa y el tsunami un efecto. Otro lector expone: ‘Si esta palabra viene del japonés tsu (puerto) y nami ola, ¿por qué se insiste en decir ´el´ tsunami y no ´la´ tsunami como correspondería por lógica?’. Y una lectora me llamó el pasado 3 de enero para quejarse por una concordancia en el título principal de la portada de La Vanguardia de aquel día que rezaba: La ONU afirma que el maremoto deja 1,8 millones de hambrientos. Sostiene esta lectora que el plural ‘millones’ es incorrecto puesto que la cantidad señalada sólo pasa de fracciones de millón. Ésas son las quejas.’