Thursday, 25 de April de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1284

Luis Ramiro Beltrán

‘Puede entenderse por objetividad la percepción de los objetos de la realidad exclusivamente en términos de hechos y, por tanto, libre de valores, prejuicios, juicios, sentimientos y sesgos.

La imparcialidad – la actitud de no tomar partido en pro ni en contra de nadie ni de nada – se supone correlato de la objetividad cuando no característica de ella, como también la neutralidad y la ecuanimidad. Y lo opuesto a la objetividad es, evidentemente, la subjetividad.

Se considera que, para poder cumplir su cotidiana misión de hallar la verdad, los periodistas tienen que ejercer la objetividad, su premisa ética y su herramienta técnica.

Así lo entienden muchos de ellos y así lo esperan cuando menos algunos de sus lectores. Por eso se habla de ‘objetividad periodística’ y de ‘periodismo objetivo’. Y por eso los códigos de ética de no pocos órganos de prensa de varios países proclaman la adhesión a tal objetividad.

En efecto, por ejemplo, el código de Cuba incluye entre sus principios el de actuar ‘con absoluta veracidad y objetividad en el trabajo periodístico …’; el de México declara que las informaciones de quienes lo suscriben ‘estarán regidas por la más absoluta imparcialidad, basadas en hechos comprobados’; el de Brasil afirma que el periodista ‘está comprometido con la verdad objetiva …’ Y, entre otros, hay enunciados semejantes en el código de la Federación Internacional de Periodistas y en el de los profesionales de ese ramo en Europa.

Pero … ¿existe realmente la objetividad? Ningún ser humano puede ser totalmente objetivo porque, explicable e inevitablemente, todos ven todo ‘del color del cristal con que se mira’. Nadie puede desprenderse de sus convicciones, preconceptos, sentimientos, inclinaciones e intereses.

Cada persona percibe la realidad tamizándola a través de su naturaleza, educación y experiencia, así como de las determinantes circunstancias de su entorno de vida. En general, pues, la objetividad existe sólo como ideal o ilusión, como utopía o quimera.

Consecuentemente, tampoco existe la objetividad periodística. Ante la diversidad y la complejidad de los hechos hay de suyo tantas observaciones diferentes como distintos son los periodistas entre sí.

Es por eso que son siempre posibles varias versiones de un mismo acontecimiento sin que ninguna pueda reclamar para sí ser ‘el reflejo’ de ‘la verdad’. En cada caso, lo advertía ya hace muchos años el famoso periodista Walter Lippman, su versión de la verdad será tan sólo su versión. Y añadía: ‘¿Cómo demostrar la verdad tal como él la ve? No puede hacerlo … El sabe que ve al mundo a través de lentes subjetivos …’ De ahí que un diccionario de periodismo defina a la objetividad así: ‘Cualidad de la información, realmente imposible de conseguir, que refleja los hechos tales como son, sin aditamentos de opiniones personales.’ Por tanto lo que prevalece, lamentable pero lógica e ineludiblemente, es la subjetividad.

En vista de los numerosos hechos que tiene ante sí cada día, el periodista debe escoger de cuáles ha de ocuparse y, en función de ello, decidir a cuáles fuentes de información apelar.

Cuando ha obtenido los datos, tiene que resolver cuáles usará, en qué orden los colocará y bajo cuál forma los presentará. Todo ese proceso se realiza de prisa y con alto riesgo de subjetividad personal. Y, más aún, el escrito del redactor debe pasar luego por el filtro de editores y jefes y, a veces, de directores y hasta de propietarios. ¿Cómo puede aspirarse a la objetividad en esas condiciones naturales, estructurales y ambientales? ‘Es realmente inviable – afirma con realismo el analista brasileño Clovis Rossi – exigir a los periodistas que dejen en casa todos esos condicionamientos y se comporten, ante la noticia, como profesionales asépticos, o como el objetivo de una cámara fotográfica, registrando lo que acontece sin imprimir, al hacer su relato, las emociones y las impresiones puramente personales que el hecho provocó en ellos.’

Acorde con apreciaciones justas como ésta, el periodista colombiano Javier Darío Restrepo hace una proposición: ‘Entre los extremos – viciosos ambos – de la información distorsionada o sesgada por los puntos de vista subjetivos o interesados y el de la noticia aséptica, sin color, olor ni sabor, de puro objetiva, hay un término medio, tan difícil como todas las virtudes: contar la historia e interpretarla sin tocarle un pelo a la exactitud, pero al mismo tiempo hacerle sentir al lector que uno está a su lado, que trabaja para él.’

Puesto que la completa objetividad resulta ser un mito, la meta debe ser aproximarse lo más posible a ella reduciendo la subjetividad mediante la insomne vigilancia autocrítica y el permanente ajuste refinatorio de la información con apego a la ética. Alcanzar esta meta es el reto crucial que la prensa debe imponerse.

Así lo cree el Grupo de Prensa Líder que, en su Declaración de Principios, enuncia su misión como la de informar ‘… de manera oportuna, objetiva, imparcial y veraz …’ Y, sin embargo, hace también en ella esta acotación: ‘Para cualquier individuo o grupo de personas resulta imposible despojarse de sus ideas o de sus creencias.

Esto quiere decir que la objetividad absoluta no existe en periodismo Conscientes de esta realidad, los integrantes del Grupo Líder harán todo lo posible para acercarse a la objetividad, cosa que se logra manteniendo distancia con los hechos y analizándolos con criterio profesional.’ Y añade esta convicción: ‘El principio básico de cualquier reflexión ética de periodismo debe partir de una clara diferenciación entre noticias y opiniones.’’