Friday, 26 de April de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1285

Milagros Perez Oliva

‘‘Los defensores sin mando no suelen servir para nada (…) pero más inútil es todavía la labor de enviar cartas de opinión a EL PAÍS, al menos para mí’. Antonio Nadal Paría escribe desde Zaragoza para quejarse de que ‘desde junio de hace dos años’ no le han publicado ni una sola de las aproximadamente mil cartas que ha enviado, cuando antes le publicaban al menos una o dos al año. No es el único. Con tono más o menos ácido, éste es un motivo recurrente de queja entre las cartas que recibe esta Defensora, y en ellas hay casi siempre un poso de decepción y sospecha, cuando no abiertas acusaciones de discriminación o censura.

Algunos lectores han ido más allá y han efectuado sus propias pesquisas para sostener la razón de su agravio. Es el caso de Raúl Martín Arranz, de Madrid, quien escribe: ‘En su edición de ayer, 16 de marzo, en la sección de Cartas al Director se encuentra, en un lugar destacado, una suscrita por Enrique Chicote Serna. ¿Le importaría comprobar cuántas lleva publicadas, digamos en el último año, en esa sección presumiblemente abierta? (…) Desde abril a octubre tengo contabilizadas no menos de seis’, dice. Pues no son seis, sino 12, las cartas publicadas con la firma de Chicote Serna en el último año, según he podido comprobar en nuestro archivo. Y 60 en total, desde que en 1993 este remitente comenzó su periplo epistolar en EL PAÍS. A Martín Arranz se le han publicado ocho cartas desde 1987 y se siente agraviado por esta ‘tan injusta y llamativa irregularidad’, que hace extensiva a otro firmante habitual, el notario Carlos María Bru. Efectivamente, el ex diputado del Congreso español y del Parlamento Europeo, un personaje histórico de la política española, ha publicado un total de 65 cartas desde 1976.

Ignoro la proporción entre las cartas enviadas y las publicadas por cada uno de estos dos prolíficos remitentes, pero el dato que aporta el propio Antonio Nadal Paría, cuya firma puede verse también en otros periódicos, indica dónde radica una parte del problema: mil cartas enviadas desde que se le publicó la última, en junio de 2007, son ciertamente muchas cartas.

Lluís Bassets, director de Opinión, ofrece algunos datos esclarecedores: se recibe una media de 50 cartas diarias, y aunque en la última remodelación del diario se ha aumentado el espacio destinado a la opinión de los lectores, apenas caben entre seis y siete diarias, a las que hay que sumar las quince o veinte que se publican sólo en la edición digital. Las hay que se vetan solas: ‘No se admiten insultos ni descalificaciones groseras’, indica Bassets. Pero el problema sigue siendo la enorme desproporción entre las que llegan y las que caben.Se impone, pues, una ardua selección, de la que se ocupan tres redactores. ¿Con qué criterios? Isabela Ortiz de Solórzano, miembro de ese equipo, los precisa: ‘Que estén bien escritas, traten temas de actualidad y aporten una visión distinta o puntos de vista novedosos. Lo cual incluye, por supuesto, cartas que disientan de la línea editorial del periódico’. Muchos de los textos reúnen estos requisitos, y de hecho, entre los remitentes hay auténticos ‘profesionales’ de las cartas al director. A la vista de los agravios que la selección genera, tal vez se debiera tener en cuenta un nuevo criterio, el de la frecuencia de publicación, pero siempre habrá más cartas que espacio disponible. Y los criterios siempre serán discutidos por quienes queden relegados.

EL PAÍS.com no sólo publica más cartas, sino que ofrece la posibilidad de escribir comentarios a las noticias. Pues bien, no por disponer de más espacio hay menos conflicto. Muchos lectores ven la sombra del censor cuando observan que sus comentarios no aparecen. Carmen Santacreu, por ejemplo, escribe: ‘Por favor, ¿me podría decir si hay algo de ofensivo para el clero en el siguiente comentario que su censor -por segunda vez- no me publica?’. Bernat Ancochea Mollet, que se me presenta como ‘físico teórico de formación… ¡y creyente!’, se queja de que no le hayan publicado sus apostillas a los artículos de Javier Sampedro, y particularmente al titulado ¿Y si Dios está en el cerebro?, en el que considera que hay más opinión que ciencia. ‘Mis comentarios han sido sistemáticamente censurados’, afirma. De lo mismo se queja Ximo Vaello Esquerdo en relación a la noticia El cine, mejor sin política.

En este caso, el control no lo ejercen redactores de EL PAÍS, sino una empresa externa contratada para ello. Lydia Aguirre, directora de EL PAÍS.com, explica el procedimiento: ‘La mayoría de las grandes cabeceras, dentro y fuera de España, tiene moderación a posteriori porque resulta más económico. Nosotros tenemos un sistema de moderación previa para garantizar que la conversación colectiva de los lectores sigue un cauce ordenado, en el que no tienen cabida ni insultos personales, ni amenazas, ni afirmaciones denigrantes. Como todos los sistemas, el nuestro no es infalible. Pero honestamente consideramos que es aquel con el que prestamos un mejor servicio a los lectores’.

El sistema es claramente perfectible. La Defensora ha observado con desagrado que se han colado insultos como calificar a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, de ‘sinvergüenza’ o ‘tonta’, algo que, de acuerdo con el Libro de estilo, es intolerable. Algunos comentarios son meras descalificaciones sin argumento alguno, y nunca deberían figurar en un texto bajo la cabecera de EL PAÍS expresiones como la dirigida a los cargos del PP: ‘Son como la pandilla basura, pero peor’. Ése no es el modelo de debate que promueve el diario.

El miércoles 1 de abril, la Defensora recibió una inquietante carta remitida por Agustín Hernández Paniagua, ‘un lector impenitente’, dice, que desde hace 25 años lee ‘cada día sin excepción’ el diario. Hace unos días entró en EL PAÍS.com para buscar el artículo de Almudena Grandes titulado Experimento, en el que la eminente escritora cometió un abultado error de cálculo por el que ella misma, humildemente, pidió al día siguiente disculpas con estas palabras: ‘He suspendido matemáticas muchas veces en mi vida, pero nunca lo he merecido tanto como después de escribir mi columna de ayer’. Pues bien, cuando el lector fue a EL PAÍS.com a buscar ese artículo, ¡había desaparecido! ‘Supongo que el argumento será el error cometido por la autora, pero (…) esto me hace albergar dudas sobre otras posibles informaciones que interesen ‘ser desaparecidas’ del archivo digital’.

Efectivamente, el artículo sólo era accesible para los suscriptores, previa introducción de una clave. Si se buscaba en el archivo abierto por el nombre de la autora, aparecían todos sus artículos menos ése, con la paradoja de que sí figuraba la carta de disculpa. Si se buscaba por fecha de publicación, el artículo aparecía reseñado, pero al llamarlo, decía ‘pagina no disponible’, pero la entrevista que ese día se publicó debajo sí lo estaba. Las sospechas del lector estaban, pues, bien fundadas.

Diferentes personas encargadas de gestionar EL PAÍS.com tienen claves de acceso que les permiten hacer aparecer y desaparecer noticias del digital. ¿Alguien, a petición o por propia iniciativa, había querido hacerle un favor a la escritora? Flaco favor, en cualquier caso, tanto para ella como para EL PAÍS, habida cuenta de la atención con la que nos escrutan los muchos lectores ‘impenitentes’ que tenemos.

A Lydia Aguirre le ha costado encontrar una explicación. No pocas pesquisas ha tenido que hacer para poder ofrecer a este lector una razón plausible de la misteriosa desaparición: ‘El error de cálculo de Almudena Grandes fue puesto en conocimiento de nuestros lectores de inmediato, mediante una fe de errores que figura en la misma página en la que se publicaba su columna. Ambas han permanecido desde entonces en nuestro sistema editorial. La razón por la cual dicha información no aparecía cuando usted intentó localizarla tiene que ver con modificaciones en el sistema editorial que utilizamos para publicar en Internet. Llevamos varias semanas implantando cambios en esta plataforma y, lamentablemente, es posible que estas modificaciones técnicas hayan afectado a algunas informaciones que estuvieron temporalmente catalogadas como ‘no publicable’, mientras concluía el proceso de edición de la misma’.

El artículo vuelve a estar en su sitio.’