Thursday, 28 de March de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1281

Milagros Pérez Oliva

‘La ironía es un muy saludable ejercicio mental, pero cuando se utiliza en un medio de comunicación debe administrarse con mucho tacto. EL PAÍS incorporó hace un tiempo en la sección de Opinión una nota editorial que, bajo el epígrafe de El acento, comenta algún asunto de actualidad en clave de ironía. Recibo con relativa frecuencia cartas de lectores molestos con esta sección por algún comentario que consideran ofensivo, excesivamente mordaz o impropio en un artículo que expresa la opinión del diario.

El sentido del humor es una cuestión muy personal. Hay temas que se prestan, otros no tanto. Tratarlos en la sección de editoriales puede convertirse en una pendiente resbaladiza. A tenor de las reacciones suscitadas, El acento resbaló el pasado 26 de febrero con un comentario editorial titulado precisamente ‘El resbalón de Rosa Díez’. Se refería a un desliz cometido por la diputada de UPyD en el programa Hoy de CNN+. Preguntada por Iñaki Gabilondo sobre cómo definiría al presidente Rodríguez Zapatero, respondió que ‘podría ser gallego en el sentido más peyorativo del término’.

El comentario levantó una gran polémica, porque además llovía sobre mojado: unos meses antes había utilizado la misma expresión, también en sentido peyorativo, para referirse al presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo. La polémica ha acabado salpicando a EL PAÍS. Varios lectores consideran que el comentario no sólo es condescendiente con la utilización de este estereotipo negativo sobre los gallegos, sino que lo alimenta. ‘Les ha quedado peor la enmienda que el soneto’, escribe Filipe António Diez, licenciado en Filología Hispánica. ‘Si la actitud de Rosa Díez fue inaceptable y la del Sr. Gabilondo cuando menos negligente, con este editorial EL PAÍS le añade el plus de la infamia y la iniquidad premeditadas’, escribe.

Xabier P. DoCampo nos pide una rectificación por haber banalizado una ofensa tal a todos los gallegos. Otros lectores, como Xose A. Laxe, Francisco X. Fernández Navas, Marcos Calveiro, Xose M. Pérez Sardiña y César Fonseca, han enviado también cartas de queja. A Xose-Henrique Costas Gonzalez, catedrático de la Universidad de Vigo, lo que le ha molestado es que, después del ‘buen rollito y el colegueo disculpativo’ con Rosa Díez, el editorial se permita tachar de victimistas a los gallegos que han protestado. Eva Moraleda nos paga con la misma moneda, la ironía: ‘Me gustaría sugerirles un párrafo de Miguel de Unamuno, porque así lo pueden reproducir si alguna vez tienen ganas de llamarnos de nuevo ‘quejicas’ a los gallegos y no les apetece redactar un artículo entero’, dice.

Este es el párrafo de Unamuno: ‘En esta poesía [la de Rosalía de Castro] es donde se encuentran unos versos muy sentidos, sí, pero deplorables por su injusticia, unos versos que brotaron de la irreductible suspicacia galaica, de la manía que los buenos, honrados y laboriosos hijos de esa tierra de ver en todo desdenes y burlas y desprecios. Una susceptibilidad femenina, casi morbosa, les hace fantasear yo no sé qué intenciones en el modo seco y algo rudo del castellano, que no nació para prodigar mimos y caricias.’ Como se ve los tópicos y los estereotipos territoriales vienen de lejos pero siguen resonando con fuerza y en ciertos contextos, pueden llegar a ser peligrosos.

Me lo recuerda Jairo Dorado, un gallego de 30 años residente en Bosnia, quien sugiere que leamos las transcripciones de Radovan Karazdic en el Parlamento de la República Federativa de Bosnia Herzegovina refiriéndose a los musulmanes entre 1989 y 1991 ‘para ver cómo empiezan ciertas cosas’. ‘¿Aceptaría y defendería EL PAÍS que se llamara a Barack Obama ‘negro en el sentido más peyorativo del término’ o a un cantante flamenco ‘gitano, en el sentido más peyorativo del término’?, inquiere. Desde luego que no. La palabra ‘más’ y la palabra ‘peyorativo’, unidas a cualquier gentilicio, son ideológicamente mortales. Poca broma con estos conceptos. Y menos en un comentario editorial. El diario no debe alimentar los estereotipos negativos sobre ningún colectivo.

Si banalizar asuntos serios no es lo que esperan los lectores de un diario riguroso, tampoco esperan que se distorsione la realidad y se eleve a categoría de noticia lo que sólo es una anécdota. El piloto Gonzalo O’Kelly Garriga me escribe para protestar por una noticia aparecida en la edición digital del 4 de marzo. Se titula ‘La pastilla que pudo estrellar un avión’, y no lleva firma. ‘Es un titular vergonzoso y demagogo, propio de prensa amarilla, nunca de supuesta prensa seria, en la que el titular debería limitarse a reflejar los hechos acontecidos’. Lo acaecido, según se lee en la propia noticia, es que un piloto se confundió y en lugar de tomar una pastilla contra la hipertensión, tomó otra para dormir.

El titular era tremendista y sugería que la equivocación había dado lugar a una grave situación de peligro -’estrellar’ un avión no es ninguna broma- cuando en realidad nunca lo hubo. Simplemente, el copiloto tomó el mando del avión. ‘Sepa usted’, indica Gonzalo O’Kelly, ‘que circunstancias como la señalada son algo no habitual, pero sí normal. Los dos pilotos están igualmente capacitados para pilotar el avión. Desde infartos, isquemias o ataques epilépticos a mareos o simples fatigas, son motivos para que el avión no esté tripulado por una sola persona’.

Si ya es dudoso que un asunto como ése tenga algún interés, lo lamentable es que se haya exagerado el titular hasta el punto de falsear la realidad, con el evidente propósito de llamar la atención sobre un asunto que no la merecía. Unas veces para embellecer, otras para conseguir un mayor impacto en el saturado lector, las exageraciones causan una pésima impresión porque revelan falta de rigor y ausencia de controles de calidad. Al respecto he de advertir que son muchos los lectores que en los últimos meses se han dirigido a la Defensora para señalar que observan un empeoramiento en el uso del lenguaje, especialmente en la edición ditigal.

‘Entiendo que las quejas que recibe son muchas y variadas. Plagios, mal uso de fuentes, subjetividad de los textos, ética periodística… No quiero pues que mi queja suene superficial’, me escribe Oriol Alcorta Hojas, de Barcelona. ‘Sólo pretendo reclamar una mejor redacción de textos. Entiendo que en una época de feroz competencia, escasos ingresos publicitarios y recortes de plantilla, la gestión del periódico se centre en la viabilidad económica, pero la Dirección debería recordar que muchos pagamos aún, día tras día, por leer su periódico’. El lector cita, a modo de ejemplo, una crónica deportiva titulada ‘El choque de todas las revanchas’, sobre los Juegos Olímpicos de Invierno de Vancouver, ‘plagada de errores gramaticales, ortográficos, tipográficos, de concordancia… Espero que mi queja sirva para recordarles cuál es el mínimo que se le exige a su diario’.

Hay errores tan clamorosos que brillan con luces de neón. Lívidos y horrorizados debieron quedarse muchos lectores al adentrarse en el reportaje ‘La escritura del horror’, publicado en El País Semanal. En la presentación se decía ‘De Hitler a Stalin. De Franco a Pinochet. Sufrían complejo de inferioridad, problemas con la lívido, delirios de grandeza?’ Para Anna Boluda, ‘eso no es una simple falta de ortografía, ¡es un atentado a la vista! ¿Acaso no se lee nadie, además del autor, los textos antes de publicarlos?’, pregunta. ‘Llevo observando alarmado en los últimos tiempos que en EL PAÍS cada vez se cometen más incorrecciones y faltas de ortografía’, abunda Rafael García Pérez, desde A Coruña. ‘¿Es que han eliminado los correctores?’ El profesor Fernando Inglés teme que ‘La escritura del horror’ sea ‘una premonición respecto al futuro de la ortografía de su/nuestro periódico’. La Defensora también cree que algo debe hacerse, y rápido, al respecto.’