Friday, 29 de March de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1281

Milagros Pérez Oliva

‘‘Nadie muere de hambre en Gaza, Israel solo bloquea la entrada de armas. Pero unos tontos útiles se embarcaron en una epopeya miserable, cayendo en la trampa de los fanáticos del apocalipsis antijudío’. Este era el sumario de un artículo del filósofo francés Bernard-Henri Lévy publicado en la sección de Opinión el pasado martes. Se refería al asalto por parte del Ejército israelí a un barco turco de la flotilla que se dirigía a Gaza con ayuda humanitaria para romper el bloqueo al que está sometido este territorio. El asalto se produjo en aguas internacionales y se saldó con nueve muertos, todos ellos ocupantes del barco. Desde primera hora de la mañana comencé a recibir cartas y llamadas de protesta. No solo por el tono, que algunos lectores juzgan despectivo, sino porque consideran que, para defender la posición israelí, el autor incurre en un burdo falseamiento de los hechos, lo cual consideran especialmente provocador en un artículo que se titula Israel-Gaza, alto a la desinformación.

Para Enrique Valvuena de Celis, de Salamanca, ‘no se trata de que en el diario no puedan expresarse toda clase de opiniones’, pero nunca debe caer, ‘como hace el autor, en el insulto y el más grosero desprecio a quienes no tengan su mismo punto de vista’. ‘Me podía imaginar que iba a defender al Gobierno israelí’, añade Fernando Cortezón, ‘pero no en este asunto concreto. Además de calificar el asalto como algo únicamente estúpido’, se permite decir que fue consecuencia ‘de una trampa táctica y mediática de la organización de la flotilla de la libertad’, algo que él considera un intento de ‘defender lo indefendible’. Luis Plantier lamenta que Lévy no mencione ni una sola vez la muerte de nueve personas y en su larga carta rebate cada una de las afirmaciones del artículo. Otros lectores, como José Rojo Martí, Pedro López Borja de Quiroga, Mahmoud Rabbani y Jorge Ramos han hecho llegar también sus réplicas.

La discrepancia es algo consustancial al género de opinión. De hecho, casi un tercio de las quejas y llamadas que recibo son de lectores que discrepan del contenido de alguna columna, viñeta o artículo. El autor está amparado por la libertad de expresión y el lector por el derecho a ejercer su crítica, con lo que habría poco más que añadir en este caso, excepto dejar constancia del enfado de los lectores. Sin embargo, este caso plantea ciertas cuestiones de fondo sobre las que merece la pena detenerse. La primera la expone Ana Cárdenas en estos términos: ‘¿Puede EL PAÍS publicar en su sección de Opinión mentiras o afirmaciones falsas sin aclarar que lo son?’.

La respuesta es, obviamente, no. En EL PAÍS no se pueden publicar mentiras, ni en la información ni en la opinión, de forma deliberada.El problema no es que se publiquen mentiras, sino que a veces los datos son parciales y se presentan de tal forma que inducen a conclusiones erróneas. Ana Cárdenas señala algunos en el artículo. Lévy asegura, por ejemplo, que el bloqueo israelí a la franja de Gaza ‘es únicamente militar y solo se impide el paso de armas y materiales que sirven para fabricarlas’, pero la realidad es que solo se permite pasar unos 125 alimentos y materiales básicos. Lévy dice que cada día entran en Gaza 100 camiones, pero no dice que lo normal, antes del bloqueo, era que entraran más de 3.000.

Un artículo anterior de Ben Dror Yemiri, El día de la Nakba y del engaño, cuya tesis era que el mito de los refugiados palestinos es una impostura, había provocado quejas similares. ‘Una cosa es expresar una opinión y otra negar hechos sobre cuya veracidad la comunidad de historiadores mundial (entre ellos la nueva ola de historiadores israelíes) no tiene dudas’, sostienen Marta Pérez y Pedro Vitori. ‘Se trata de un suceso gravísimo en el que 800.000 personas fueron expulsadas de sus hogares, se practicó la limpieza étnica y el asesinato de civiles. (…) Nos parece inexplicable que se pueda publicar un artículo así, tanto como si mañana publicaran otro diciendo que el Holocausto nunca ocurrió’.

Creo que estos lectores plantean una cuestión importante. Las opiniones son libres, por supuesto, pero los hechos deberían ser sagrados. Si bien es cierto que cualquier autor puede reclamar el derecho a seleccionar los datos y hacer la interpretación que crea conveniente, el diario también puede considerar que un artículo con carencias en el respeto a los hechos probados no alcanza la calidad mínima necesaria para ser publicado. La sección de Opinión somete a un severo escrutinio los artículos que se publican y muchos son rechazados por esa razón. En el caso de Lévy, sin embargo, concurre una circunstancia especial. Es uno de esos colaboradores de gran proyección internacional que escriben amparados por contratos que excluyen la posibilidad de discutir el contenido, pues sus artículos se publican simultáneamente en diferentes medios. El que nos ocupa se publicó también en el diario israelí Haaretz y en él pueden encontrar ustedes una de las críticas más consistentes a su contenido, la del columnista Gideon Levy.

La segunda cuestión que se plantea es la siguiente: ¿Puede el diario ser acusado de proisraelí y antisemita al mismo tiempo por diferentes lectores? Pues sí. Una parte de las cartas recibidas nos acusan de servir a los intereses propagandísticos de Israel. Joan Herrero, por ejemplo, estima que el artículo de Lévy es ‘solo propaganda’. ‘Entregar La Cuarta Página de Opinión a un personaje como él me parece una temeridad. Este señor es un propagandista de Israel’. Al otro lado, Abraham Bensol encuentra antisemitismo en muchos artículos y viñetas, pues ‘la crítica ya no se dirige al Estado, sino a lo judío’. ‘Me siento agredido por el antisemitismo de sus crónicas y periodistas’, dice Juan Ribó Chalmeta. ‘Hoy su editorial llega casi al amarillismo, cuando Israel es presentado como atroz e inhumano, urdidor de una ‘estrategia monstruosa e injustificable’, cruelísima bestia que ataca a los inocentes palestinos. Y a Hamás no la mencionan ni una vez’.

Sobre las acusaciones de antisemitismo en la información traté ya en un artículo anterior, pero ahora, el fuego cruzado se centra en la opinión, por lo que he pedido al director adjunto Lluís Bassets una respuesta para estos lectores. Es la siguiente:

‘EL PAÍS es un periódico plural, que publica artículos de un amplísimo espectro de opiniones, incluyendo a veces puntos de vista abiertamente incompatibles. En los editoriales se defiende el derecho de Israel a la seguridad y, por tanto, al reconocimiento de unas fronteras seguras por parte de la comunidad internacional; también se defiende el derecho de los palestinos a contar con un Estado propio en territorio palestino. ¿Por qué razones no debería EL PAÍS publicar artículos que defienden o atacan las actuaciones del Gobierno israelí o de la autoridad palestina? El periódico no ejercería su función si no fuera capaz de juntar puntos de vista tan abiertamente contrapuestos. Dejo al criterio de los lectores el juicio sobre la consistencia de esas acusaciones, pero mucho me temo que las posiciones que expresan, a ambos lados, son parte del problema y no de la solución, que exige precisamente que cada uno escuche y atienda a los argumentos del otro’.

Me pregunto de dónde procede la intolerancia a admitir que el diario que uno lee publique los argumentos del adversario. Tengo la impresión de que algunos lectores esperan que el diario sea un altavoz de sus propias ideas y posiciones, y cuando no cumple esta función, les defrauda. Tal vez sea la consecuencia de tantos intentos, exitosos muchas veces, de utilizar la información como mera propaganda, algo que los diarios no siempre han sabido evitar. Muchos conflictos se dirimen en el ámbito de la opinión pública, los poderes lo saben, y quienes militan en una causa, también, de modo que todos presionan para modular los contenidos de la forma más favorable posible a sus intereses. Debemos defendernos de estas presiones y ofrecer a nuestros lectores una opinión libre y plural, pero también fundamentada. De lo contrario, será interpretada como propaganda y contribuiremos al bucle de la desinformación.’