Friday, 22 de November de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1315

Momento crucial para o jornalismo

Los ciudadanos “necesitan” noticias sobre los asuntos públicos si quieren preservar una democracia sólida y saludable, pero en realidad “desean” cada vez más informaciones pasatistas. O estremecedoras, como los policiales. O las de mero servicio, como las relacionadas con el clima.

Los medios marcan más la agenda de las élites que la del público en general. La política interesa sólo si la atraviesa algún gran impacto (elecciones, cambios sorpresivos o trascendentales). La tensión, en suma, entre lo importante y lo interesante, atraviesa dramáticamente a los medios tradicionales y a las redes sociales, hoy amas y señoras absolutas de la comunicación instantánea.

Estas y otras reveladoras conclusiones surgieron en el transcurso de un rico intercambio que mantuvimos recientemente en la Universidad Di Tella con los autores del libro The News Gap, Pablo Boczkowski y Eugenia Mitchelstein.

Convocados bajo la consigna “Desajuste informativo: lo que los medios ofrecen, lo que las audiencias prefieren”, los investigadores expusieron sobre un valioso trabajo de campo sobre 50.000 piezas informativas publicadas en los sitios web de 20 medios de siete países, entre los que se contó a la Argentina, representada por La Nacion y Clarín.

Plus diferenciador

La conclusión a la que llegaron es que los periodistas seguimos privilegiando las noticias de política y economía, en tanto que el público se muestra más interesado en temas más livianos o de su interés específico. La brecha entre lo que se ofrece desde los medios y lo que efectivamente consumen las audiencias es más o menos similar en los siete países sondeados.

Cualquiera puede comprobarlo: en reuniones familiares o de amigos es poco o nada lo que se habla de política. Salvo que esos grupos estén conformados por militantes, dirigentes, empresarios o periodistas, si no hay ningún hecho concreto político de alto impacto los asuntos más recurrentes a tratar suelen pasar por temarios bien distintos: cuestiones domésticas, fútbol, cambio de auto, casa o estado civil, viajes, temas de salud, intercambio de opiniones sobre espectáculos que vieron o comentarios risueños sobre chimentos de celebridades o del entorno más próximo a los propios comensales.

Con los matices de cada época, esto fue así siempre, pero antes convivía más pacíficamente sin chocar con los afanes de la prensa diaria que dedicaba sus mayores esfuerzos y espacios a las noticias duras de la política y de la economía, en tanto que a aquellos temas más cotidianos no los atendía o lo hacía muy periféricamente.

Esa disparidad de intereses funcionó con armonía durante décadas mientras la oferta mediática, y su soporte publicitario y de circulación, estaba concentrada y no dispersa, accionaba de manera vertical y no horizontal, y era unidireccional y no en ambos sentidos.

Pero en estos años todo cambió vertiginosamente: la oferta mediática se atomizó, la publicidad se diversificó hacia encuentros deportivos, festivales y acciones directas en la calle, shoppings y supermercados. Hasta se transformó por completo el paradigma de la comunicación (de un emisor poderoso que irradiaba a muchos receptores en silencio a multitud de emisores y receptores que intercambian sus roles al mismo tiempo casi en pie de igualdad, piedra filosofal de las redes sociales). Y remata esa situación la sobreoferta informativa (gran parte de ella gratuita, al menos en Internet). Caen las circulaciones, disminuye la facturación publicitaria, se atomizan las audiencias y buena parte de ellas se vuelve más sofisticada y, por eso, más demandante de contenidos segmentados, menos generalistas y de nicho.

Gracias a los nuevos dispositivos tecnológicos, las audiencias pueden saltearse con más facilidad lo que no les apetece, tanto en la gráfica como en la TV, por lo que aquella brecha de la que hablábamos entre los intereses periodísticos y los del público se ha vuelto bastante más crucial. El lector/espectador antes era más dócil y pasivo, se conformaba con lo que le daban y, además, vivía sin tantas urgencias.

Boczkowski apunta que al usuario le es mucho más fácil ignorar lo que no le interesa y que, por eso, “la brecha significa algo mucho más importante que hace 30 o 40 años”. Los nuevos jugadores del mundo digital son más versátiles y menos atados a protocolos rígidos que los de antes. La prensa escrita se ha notificado de ello y por eso quiere achicar esa brecha de intereses entre editores y lectores. ¿Cómo? Resetea muy intensamente su menú de contenidos duros y amplía sus propuestas más blandas, en un proceso aún en curso.

Sería una más que buena noticia para los gobiernos de piel sensible creerse que, como avanzan los contenidos light en el periodismo, tendrán piedra libre para la impunidad. Así podría indicarlo la epidemia de “panelismo” que ataca a la TV y la polución de magazines radiales repletos de doble sentido, imitadores y chistes. La mala noticia es que el gran plus diferenciador en los tiempos que corren y en los que vendrán podría estar dado por una profundización del periodismo serio y de investigación.

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Pablo Sirvén é jornalista