DIÁRIO DE VARGAS LLOSA
Mario Vargas Llosa
Prólogo de Diario de Irak, Mario Vargas Llosa, 171 pp., Editora Aguilar/Santillana, selo Alfaguara, Buenos Aires, 2003; <info@alfaguara.com.ar>; publicado em El Tiempo.com, Bogotá, <http://eltiempo.terra.com.co/cult/libros/noticias/ARTICULO-WEB-LIB_VIRT-1311240.html>
Este reportaje relata un viaje a Irak de doce días, entre el 25 de junio y el 6 de julio de 2003. Lo escribí a salto de mata, mientras vivía lo que contaba, y lo corregí a mi regreso a España, en la segunda semana de julio. Comenzó a publicarse en El País, de Madrid, y en diarios y revistas de varios países de Europa y América Latina a partir de los primeros días de agosto. Pero no todos los diarios y semanarios que adquirieron los derechos de edición publicaron la serie completa, sino artículos sueltos. Es una de las razones por las que me he animado a reunirlos en un libro: a fin de corregir las impresiones equivocadas o imprecisas de mi breve experiencia iraquí que podría haber dejado una lectura fragmentaria del reportaje.
He añadido, como anexos, cuatro artículos relativos a la guerra de Irak que aparecieron en mi columna "Piedra de toque" en El País, tres de ellos antes de mi viaje a Bagdad, y uno posterior, el relativo al atentado contra la sede de la ONU del 19 de agosto de 2003.
Quien se dé el trabajo de leer todo este material advertirá que mi oposición a la intervención militar de Estados Unidos y Gran Bretaña en Irak, expuesta de manera inequívoca el 16 de febrero, quedó muy matizada, para no decir rectificada, luego de mi viaje. Ésta fue, precisamente, una de las dos razones por las que lo emprendí: averiguar sobre el terreno ?desde la perspectiva de los iraquíes? si los argumentos para condenar la intervención militar seguían siendo tan persuasivos como cuando razoné en abstracto sobre el asunto, lejos del lugar de los hechos, en Europa. (La otra razón era ver cómo le iba allá a mi hija Morgana, que pasó cerca de dos meses en Irak trabajando para la Fundación Iberoamérica-Europa).
Sigo creyendo que fue un gravísimo error de los gobiernos de la coalición esgrimir como justificación para la acción militar la existencia de las armas de destrucción masiva en manos de Sadam Husein y la vinculación de éste con Al Qaeda y los autores de la matanza del 11 de septiembre, sobre las que no había pruebas definitivas y que a estas alturas parecen haber sido más pretextos que razones concluyentes.
Porque la destrucción de la dictadura de Sadam Husein, una de las más crueles, corruptas y vesánicas de la historia moderna, era una razón de por sí suficiente para justificar la intervención. Como se hubiera justificado una acción preventiva de los países democráticos contra Hitler y su régimen antes de que el nazismo precipitara al mundo en el Apocalipsis de la Segunda Guerra Mundial.
"Sadam Husein debía caer, pero por acción interna de los propios iraquíes", ha dicho el presidente francés Chirac, en una frase que revela un desconocimiento profundo del régimen que presidía Sadam Husein. Como el de Hitler, como el de Stalin ? sus modelos ?, el dictador iraquí había expropiado la soberanía de todo su pueblo y mediante el ejercicio de un terror vertiginoso, colonizado los espíritus de los iraquíes hasta aniquilar en una perspectiva más o menos próxima toda posibilidad realista de un levantamiento eficaz contra el régimen que abriera las puertas a un proceso de democratización. Hubiera sido posible, sin duda, un golpe palaciego, que reemplazara al sátrapa por otro sátrapa. O, acaso, una acción insurreccional de corte fundamentalista que instalara en Bagdad un régimen gemelo al de los ayatolás iraníes. ?Era éste el camino de la libertad para el diezmado pueblo de Irak?
Criticable, sin duda, por su carácter unilateral y por carecer de un respaldo de las Naciones Unidas, la intervención militar de la coalición ha abierto, sin embargo, por primera vez en la historia de Irak, la posibilidad de que este país rompa el círculo vicioso de autoritarismo y totalitarismo en que se ha movido desde que Gran Bretaña le concedió la independencia. Los lectores de este reportaje comprobarán que, con todos los sufrimientos que les ha traído la intervención militar, éstos son todavía mínimos comparados a los que los iraquíes han padecido debido a la política genocida, de abyección y de represión sistemática del régimen del Baaz. Esto no lo digo yo: lo dice el 67 por ciento de los bagdadíes consultados en una encuesta reciente de Gallup, de la que da cuenta The New York Times del 24 de septiembre. Casi dos tercios de los iraquíes, pues, reconocen que, a pesar de la falta de agua y de electricidad, de la inseguridad ciudadana y la gravísima crisis económica, están mejor que bajo la férula de Sadam Husein. Ahora, por lo menos, pese a las bombas de los terroristas, viven una esperanza y un comienzo de verdadera liberación.
Sin duda es peligroso sentar como norma el derecho de las naciones democráticas de actuar militarmente contra las dictaduras, para facilitar los procesos de democratización, pues en algunos casos semejante principio podría convertirse en una cortina de humo para aventuras de carácter colonial. Esta conducta sólo puede ser legítima en casos excepcionales, cuando, por su naturaleza extrema, sus excesos criminales y genocidas, una dictadura ha cerrado todos los resquicios de libertad que permitan una acción pacífica de resistencia a su propio pueblo, o cuando se convierte, por sus iniciativas beligerantes contra sus vecinos y sus atropellos a los derechos humanos, en un serio peligro para la paz mundial. Los testimonios de todos los iraquíes que pude recoger en mi corta estadía en Irak y de los que da cuenta este reportaje me convencieron de que el régimen de Sadam Husein se ajustaba como un guante a esta excepcionalidad.
Por supuesto que una intervención de esta índole debería haber sido legitimada por la legalidad internacional representada por las Naciones Unidas. Pero la oposición de Francia, que amenazó con su veto en el Consejo de Seguridad, cerró todas las puertas a esta posibilidad.
La guerra de Irak trasciende largamente las fronteras de la antigua Mesopotamia. Ella ha servido para sacar a la luz y agravar las diferencias entre Estados Unidos y sus antiguos aliados, como Francia y Alemania, y para atizar el odio a Estados Unidos, legitimando un nuevo anti-norteamericanismo con un aura de pacifismo y anti-colonialismo en el que se codean nostálgicos del fascismo y del comunismo con nacionalistas, social-demócratas, socialistas y los movimientos anti-globalización.
Por una extraña vuelta de tuerca, la guerra de Irak ha permitido que, en Europa y América, se dignifique a Sadam Husein como el David del tercer mundo resistiendo la aventura colonial y petrolera del Goliat-Bush, y para demonizar a Estados Unidos como la fuente primera de la crisis internacional que vive el mundo desde el 11 de septiembre de 2001. Es lamentable que la frivolidad, acompañada de un nacionalismo creciente, de los que ha hecho gala el Gobierno francés en este asunto haya contribuido a esta desnaturalización de la realidad histórica, uno de cuyos efectos más graves ha sido la división en el seno de la Unión Europea, que amenaza con demorar y acaso paralizar por tiempo indefinido el proceso de integración de Europa.
Por último, la guerra de Irak ? o, mejor dicho, la posguerra ? ha servido para definir lo que serán las guerras del siglo XXI. Estas confrontaciones opondrán cada vez menos, como en el pasado, a ejércitos convencionales, y cada vez más a sociedades y regímenes abiertos contra organizaciones terroristas que, gracias a los recursos de que disponen, pueden tener acceso a una tecnología bélica de gigantesco poder destructivo y causar daños inconmensurables contra las poblaciones inermes, como demostró Al Qaeda el 11 de septiembre de 2001. En las pocas semanas que han transcurrido desde que estuve allí, la situación se ha agravado, y por lo menos tres personas a las que entrevisté o que me ayudaron en mis averiguaciones ? el imam Al Hakim, Sergio Vieira de Melo y el capitán de navío Manuel Martín-Oar ? han perecido víctimas de acciones terroristas. Esto es, naturalmente, doloroso y grave, sobre todo para el pueblo iraquí, que es quien padece los peores estragos de este nuevo tipo de confrontación bélica. Pero no conviene sacar de ello conclusiones pesimistas y proponer, como hacen algunos, abandonar a los iraquíes y dejar libre el terreno a los rezagos partidistas de Sadam Husein y a todas las organizaciones internacionales del terror que se han desplazado a Irak para impedir que éste sea un país libre. Esa batalla puede ser todavía ganada si la comunidad de naciones democráticas se siente concernida y actúa en consecuencia. Porque del resultado de la confrontación que tiene hoy día lugar en Irak dependerá, en buena parte, que, en el futuro, la cultura democrática termine por imponerse al terror y al fanatismo autoritario, como terminó imponiéndose a las ideologías totalitarias del fascismo y el comunismo, o que el mundo entero retorne a la barbarie de los antiguos despotismos y satrapías que son el legado político más robusto de la historia humana.
Tengo la esperanza de que este reportaje sobre la experiencia cotidiana del pueblo iraquí que sobrevivió a la dictadura del Baaz ayude, a quienes se esfuerzan por tener un juicio propio y no juzgan en función de los reflejos condicionados y los estereotipos de la corrección política, a hacerse una idea más precisa de lo que significó para el pueblo de Irak la tiranía ya derrotada de Sadam Husein (pero que sigue dando feroces coletazos de muerte antes de desaparecer del todo) y preguntarse en función de ello si esta guerra ?cruel, como todas las guerras? no era el mal menor. Washington D.C., 25 de septiembre de 2003