Cuando Sergio Ramírez hizo el análisis de los trabajos que ganaron el premio de Nuevo Periodismo en el 2002, concluyó que mostraban a América Latina como una casa llena de aposentos y de espejos, en que se reflejaban a la par nuestras desgracias y nuestras esperanzas. En ese entonces, la travesía por un río mostró el Brasil de las desigualdades y los sertoes, mientras se entreveían las diásporas de los sin tierra, las premoniciones de sus poetas y la intensidad lacerante de sus paisajes y sus despropósitos. Junto a este viaje a las regiones más íntimas de un país inmenso, estaban los negocios truculentos de Carlos Menem, traficante de armas, los rostros de los empobrecidos que ha dejado el desfonde alarmante de las economías y la increíble máquina de falsificar firmas que se inventó Montesinos para respaldar la reelección de Fujimori.
Los espejos de la casa mostraban los males que sufrimos desde hace siglos los latinoamericanos, como si los periodistas al incumplir el pacto con Pandora se hubieran atrevido a abrir su caja de la que salieron, uno a uno, los desastres tantas veces anunciados. Pero al final, como siempre, estaba la esperanza.
Dos años después, los textos y las fotografías premiados nos devuelven nuevamente a los umbrales de la casa. Los espejos trizados, – para utilizar la metáfora que usó en uno de sus libros el chileno José Joaquín Brunner – reflejan, sin embargo, otras circunstancias sociales, como si en el curso de unos pocos años, hubiera pasado un vendaval, que a la vez que afirmaba las viejos infortunios, destruía a su paso las pocas esperanzas aún en pié.
Los jurados fueron testigos de esta especie de cataclismo. ‘Estos textos – escriben en su Acta de este año – presentan en su conjunto, una deprimente descripción de América Latina en el siglo 21. Cubren en un amplio abanico la agenda de los temas que acosan a los países de nuestra región: desigualdad social, violencia, corrupción, hambre y desprecio por la vida. Es decir, los de siempre, agravados por la desesperanza’.
Si buscáramos una palabra que pudiera explicar con precisión todo lo que estos textos reflejan, creo que debería ser ‘tragedia’. Pero como lo escribe uno de los pensadores que la ha explorado con más rigor, no hay tragedia absoluta. ‘Lo absolutamente trágico – dice George Steiner – es no sólo insoportable para la sensibilidad humana: es falso con la vida’…. ‘Allí donde hay tormento y ruina hay también placer y esperanza. Es en ese movimiento pendular y en esa simultaneidad donde se considera que reside la verdad vital, la esencial trivialidad de la existencia humana.’
Sin embargo, a pesar de la crudeza de sus vidas, de la aparente pérdida de toda ilusión, de la terrible sensación de desamparo, todos los personajes de estas piezas periodísticas premiadas, tienen la valentía de proponer una pequeña salida, una débil luz al final de sus propios y personales túneles. No son ni grandes compromisos, ni transformaciones radicales como las que pensaron (y poco obtuvieron) las generaciones anteriores. No tienen la misión de cambiar el mundo, sino de hacer más vivible unas existencias que se les han vuelto insoportables a punta de desafecto, de exclusión y de discriminaciones.
Silvina, la adolescente jefe de una banda de secuestradores de ‘Pollita en fuga’, el texto premiado de Josefina Licitra, publicado en la revista argentina Rolling Stone, dice que ‘quiere tener un hijo para poder tener algo’ y se imagina la felicidad como llegar a ser una profesora de natación.
Los huérfanos de Brasil se asoman a las ventanas de sus orfanatos coloniales, con monjas, catres y disciplina, esperando no que cambien sus cárceles, sino que alguien los abrace. Los emigrantes mexicanos muertos, ‘secos como ramas’, en el desierto de la frontera, caminaban en círculos ‘platicando de las ilusiones que tenían’ y los campesinos de Chinandega en Nicaragua, esperan año tras año, que algún juez se acuerde de ellos y los indemnice de los desastres que dejaron en sus cuerpos los vapores del Nemagón rociado por las grandes compañías bananeras.
Entre este panorama de tragedias el canto de un vallenato surte el efecto de un bálsamo, así venga precisamente de un país – Colombia – cercado por conflictos terribles. El lector observará que el relato de Emiliano Zuleta, el viejo Mile, escrito por Alberto Salcedo y publicado en la revista colombiana El Malpensante, es en realidad una bella historia de amor.
No hay que ir muy lejos para adivinar, que en estos ejemplos excelentes del periodismo latinoamericano, hay una visión de la sociedad que los recorre. En ellos se transluce la valentía para explorar nuestros problemas, el rigor para investigarlos y la imaginación para contarlos de manera intensa y veraz.
Este es el oficio del periodismo: representar en público los vaivenes y las tensiones de una sociedad, mostrar la vida de sus protagonistas comenzando por los más invisibles, percibir las fisuras que anuncian conmociones aún más duras en las relaciones humanas o en la convivencia social. Al hacerlo así están cumpliendo el objetivo que le asignan Bill Kovach y Tom Ronsenstiel al periodismo, cuando dicen que su propósito principal es ‘proporcionar a los ciudadanos la información que necesitan para ser libres y capaces de gobernarse a sí mismos’.
Como quizás ninguna otra forma de expresión, el periodismo revela los acontecimientos sociales, pero probablemente por ello, está siendo cada vez más exigido por la propia sociedad.
En un estudio reciente de las Naciones Unidas sobre la democracia en América Latina, los analistas quedaron atónitos cuando una encuesta reveló que el 56% de los latinoamericanos creen que el desarrollo económico es más importante que la democracia y sobre todo cuando constataron que el 54,7% apoyaría un gobierno autoritario si les resuelve sus problemas económicos. Entretanto, el premio Nobel de Economía Amartya Sen escribe que ‘aún la idea de necesidades, incluyendo el entendimiento de necesidades económicas, requiere información pública e intercambio de información, visiones y análisis (…) Los derechos políticos –dice- incluyendo la libertad de expresión y discusión, no son sólo fundamentales en incluir respuestas sociales a necesidades económicas, ellos lo son para la conceptualización de las necesidades económicas en sí mismas’ (1999a). El problema no está entonces en que los latinoamericanos reconozcan el significado social de lo económico, sino en que estén siendo conducidos a los brazos del autoritarismo de la mano de sus necesidades básicas aplazadas.
En esa misma encuesta, el 37% está de acuerdo con que el presidente controle a los medios de comunicación. Cuando la mirada se dirige hacia los líderes del continente a los que se consultó en ese mismo estudio (políticos, periodistas, intelectuales), incluyendo a casi medio centenar de ex presidentes y ex vicepresidentes latinoamericanos, se confirma el peso que tienen los medios como poderes fácticos, junto a los empresarios y las organizaciones extra-territoriales, su capacidad de fiscalización, su intervención en la definición de buena parte de los contenidos de la agenda pública y en algunos casos, su posibilidad de cumplir funciones que exceden el derecho a la información.
Cuando se finaliza la lectura del ‘Viaje alrededor del mundo en ochenta periódicos’, el dossier preparado hace unos meses por Le Monde, una de las conclusiones que asalta al lector es la enorme dificultad que tienen los periódicos para conocer un mundo que se volvió más complejo, menos previsible. Las relaciones entre lo global y lo local, las modificaciones constantes de la convivencia que se reflejan en la solidaridad pero también en las desigualdades crecientes, la inseguridad que abruma la vida cotidiana de la gente en las calles o en el hogar, el impacto de las decisiones económicas en el desempleo o en el derrumbe de la educación pública, la impunidad de los sistemas de justicia, los problemas de gobernabilidad, son todas manifestaciones de unas sociedades, que como dice Zygmunt Bauman, se han vuelto más líquidas, mas llenas de incertidumbres, desconfianzas y riegos.
El orden cognitivo que regía las salas de redacción de los periódicos se ha fracturado severamente: las secciones cambian, las posibilidades de convergencia con otros medios se acentúan, los problemas exigen otros tratamientos y sobre todo otras comprensiones para los que no estaban preparados muchos periodistas. Entretanto, el oficio periodístico sufre impactos que influyen en su funcionamiento: la sobrevaloración de las lógicas comerciales sobre la independencia informativa, la restricción de espacio pero también de fuentes, casi siempre instaladas cómodamente en las instituciones del estado, la disminución sensible de la diversidad de los géneros periodísticos que como la crónica o el reportaje toman el camino de las revistas que han ido apareciendo en el continente, recogiendo aquello que los periódicos con sus prisas olvidan.
Mi convicción es que el problema es menos de técnicas y mucho más de criterios, de formas de conocimiento (que determinan las rutinas y las prácticas periodísticas concretas), que puedan adentrarse en un mundo que necesita ser visto y explicado de otro modo. En un libro extraordinario publicado antes de morir, Norbert Lechner recuerda que el mundo que nos era familiar se vino abajo y ‘nos encontramos sin instrumentos para orientarnos en el nuevo paisaje…Las cosas han cambiado de lugar, las escalas son otras, los límites se desplazan y para colmo, los tiempos ya no son los de la hora marcada’.
Creo que si el periodismo es influenciado por la vertiginosa revolución de las tecnologías que van desde los lenguajes visuales hasta los virtuales e interactivos, ha sido aún mas impactado por la urbanización, el surgimiento de nuevos actores sociales, el descentramiento de la política, las variaciones del uso del tiempo (el tiempo, ese lujo, como escribió Hans Magnus Enzensberger), los cambios en la lectura, la modificación de los roles de género o por el desmembramiento de la ética del trabajo, como elemento central de la identidad. Todo ello quizás explique con más argumentos el descenso de circulación de los periódicos tradicionales y los ascensos de otras formas de periodismo que van desde los más vinculados con la proximidad, hasta los periódicos on line, la prensa gratuita, los periódicos alternativos y las publicaciones étnicas.
Las nuevas relaciones ciudadanas con los medios
Pero mientras la representación de lo social se vuelve un reto para el periodismo de nuestros días, la propia sociedad, frente a los medios, se está moviendo en un sentido que apenas lográbamos vislumbrar hace unos años.
Encerrados en medio de la regulación y la autoregulación, los medios de comunicación, no parecían encontrar otros caminos de interpelación. Las regulaciones no tienden a disminuir. En los últimos dos años se han promulgado leyes de acceso y transparencia de la información pública en México y en Ecuador, medidas antiterroristas en Colombia, proyectos de información veraz en Venezuela, ley de bienes y patrimonios culturales en Argentina, ley de televisión en Perú, cambios en las reglamentaciones sobre telecomunicaciones en Centroamérica y un amplio debate ético y jurídico sobre el desacato, la intimidad y el uso de cámaras ocultas en Chile. Para no hablar de la normas desperdigadas en los tratados de libre comercio con los Estados Unidos (que firmaron primero Canadá y México, después Chile y Centroamérica y ahora en proceso los países andinos) en los que se negocian, junto a la venta de astromelias, los porcentajes de inversión extranjera en los medios, la nacionalidad de sus directores, las cuotas de pantalla de cine y televisión, las obligaciones de los prestadores de servicios de internet, las políticas de cooperación audiovisual y de financiamiento de las industrias culturales (entre ellas periódicos y revistas) y un abundante y complejo número de medidas referidas a la propiedad intelectual y a los derechos de autor.
Cuando hace unos meses, entrevisté en Santiago al jefe de la misión negociadora chilena, le pregunté cual había sido el cabildeo más agresivo que había vivido durante la negociación: ‘Primero – dijo – creía que el lobby más fuerte iba a ser el agrícola, hasta que conocí el farmacéutico; después supuse que sería el farmacéutico, hasta que conocí el lobby de Hollywood’. Sí, el mismo que acaba de echar abajo la medida del presidente Vicente Fox, de destinar un pequeño porcentaje de la boleta de cine a la promoción de la industria cinematográfica nacional. Lo que están haciendo estos tratados no es solamente flexibilizar los intercambios de bienes y servicios, sino sobre todo extender la normatividad, en que está seriamente implicada la información.
Los debates candentes sobre la sociedad del conocimiento en Ginebra y ahora en Túnez, son simplemente un reflejo de dónde y cómo se están jugando los intereses hoy en el campo de la información.
Quienes insistían alborozados en la desregulación de las comunicaciones, se deben haber tropezado con este laberinto de prescripciones y reglas en que se ha convertido el campo de las comunicaciones. La regulación en vez de ceder se está complicando cada vez más.
Las autoregulaciones, por su parte, han sido convertidas en rey de burlas y muchas veces tienen más vida en el papel que en la realidad.
Pero en medio de esta aparente dicotomía, es posible constatar movimientos desde los medios y desplazamientos desde la sociedad.
¿Qué significan los defensores del lector, los editores de normas, los páneles y consejos de lectores, las veedurias de la comunicación, los observatorios de medios? ¿A que intereses responden y cuáles son sus propósitos y sus alcances?
Se trata sin duda de nuevas figuras sociales que giran alrededor de algunos problemas centrales para el periodismo de hoy. Por una parte, al reconocimiento de la información como un bien público, que se ha convertido en una necesidad primaria de la gente y en una característica fundamental de la ciudadanía. En otras palabras: hoy no se puede ser ciudadano sin estar informado adecuadamente, ni se pueden tomar decisiones, incluso las más cotidianas, sin unos mínimos elementos de análisis e interpretación.
Pero también estas figuras están ancladas sobre las relaciones entre libertades civiles y responsabilidad social, en la complementariedad de los derechos (por ejemplo entre la libertad de expresión y la intimidad), en la interacción entre audiencias y productores de información y en la relación entre agenda periodística y demandas ciudadanas.
Desde dentro de los medios, los manuales de estilo o los defensores del lector son a la vez mediadores (es la palabra que exactamente se utiliza en francés) e instrumentos de la calidad periodística que es esa combinación entre el rigor y la imaginación, el pluralismo y la veracidad.
Cuando hace dos años la Fundación de Nuevo Periodismo realizó en Guadalajara el primer encuentro de defensores del lector de América Latina, se hizo la disección minuciosa de un oficio en construcción, hecho de la distancia que permite la reflexión y la soledad que finalmente rodea a la decisión ética. ‘Contra el estancamiento que propicia la autosatisfacción en que es fácil instalarse cuando se cultiva la idea de que el periódico es mejor que el de la competencia – decía entonces Javier Darío Restrepo, dos veces ombudsman – o que la modernización de sus equipos lo pone en ventaja, o que cuenta con una jugosa pauta publicitaria o con una creciente circulación, contra todos esos argumentos adormecedores, se levanta la crítica de los lectores y del defensor que, como un acicate o una piedra en el zapato, perturba la autosatisfacción, reta la creatividad y el espíritu de renovación del periódico y lo mantiene despierto y activo.’
Mi propia experiencia personal como ombudsman me enseñó que los lectores observan con una obsesión inquebrantable y una proporción semejante de crítica, el menor desliz de la independencia del periódico, su manera de representar los acontecimientos de la realidad (especialmente las distorsiones y la falta de precisión), los tropiezos de la información con los derechos de los otros o la debilidad de la investigación que soporta las noticias.
También son sensibles, estos lectores que ya no pueden ser conocidos simplemente a través de los estudios cuantitativos de mercado, a problemas como la falta de continuidad de las noticias, las confusiones y prejuicios, las fallas en la verificación o las deficiencias en la valoración periodística.
Desde hace apenas unos años, una nueva figura apareció en el contexto de las relaciones entre la ciudadanía y el periodismo: los observatorios de medios. He contado cerca de 20 a través de todo el continente, desde DOCES de Guatemala que ha hecho seguimientos de la información de la prensa guatemalteca sobre el postconflicto, hasta el Observatorio de la Prensa o la Agencia para la defensa de los derechos de los niños en Brasil, el proyecto Antonio Nariño en Colombia o el observatorio de la facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de Córdoba en Argentina. No puede ser una mera coincidencia que tantas iniciativas semejantes hayan crecido como hongos casi al mismo tiempo. Las apariciones de sujetos sociales, así sean frágiles e inconstantes, prefiguran movimientos mas profundos, expresiones mas densas de la sociedad. En general, todos estos observatorios evalúan el papel de los medios, exigen que la agenda informativa responda menos a intereses particulares y mucho más a las demandas sociales, vigilan la representación que los medios están haciendo de temas especialmente álgidos como las elecciones o la guerra, presionan la aparición de otras voces que remuevan las costras interpretativas de los medios.
Bauman dice que ya no vivimos en el panóptico, es decir, en un lugar desde el que una sola persona puede observar a muchas, sino en el sinóptico, en el que muchas observan a los medios. Pero es evidente que los medios no pueden escapar de la fiscalización de la sociedad. Todos estos observatorios están entendiendo que la sociedad tiene mucho que decirle a los medios, pues ella es la primera influenciada por sus aciertos o afectada por sus errores. Saben que la información es un lugar de aplicación práctica de los derechos civiles, que la democracia es imposible sin que sea un gobierno de opinión y que el interés común y la controversia de los ciudadanos requieren un periodismo de calidad.
Han constatado lo benéfico que es para una sociedad que sus periódicos, y en general sus medios, investiguen y denuncien la corrupción, estudien con rigor las medidas tomadas por los gobernantes, estén pendientes del más mínimo exceso de los poderes económicos o empresariales.
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Hace unos meses, cuando en una Junta de la Fundación de Nuevo Periodismo en la Ciudad de México, presenté un informe del estudio que coordiné en 13 periódicos colombianos sobre como están presentando el conflicto armado, Gabriel García Márquez dijo una frase que resume plenamente las conmociones que vive el periodismo.
‘Lo que pasa – dijo – es que el mundo se le escapó al periodismo. Ahora lo que debemos hacer es reiventarnos el mundo’.
Siglos atrás, otro escritor, Honorato de Balzac, dijo que ‘si el periodismo no existiera habría que inventárselo’.
Parte de las nuevas invenciones del periodismo tendrán que ver con las reinvenciones que está experimentando el mundo.
Quizás las respuestas ya estén presentes en las fotografías que se premiarán mañana, de los sin techo que se toman una fábrica de la Volkswagen en São Paulo, de los jóvenes llenos de lodo que hacen ejercicios en las escuelas de paramilitares colombianos, de los indígenas que armados de palos y antorchas protestan por la explotación del gas en Bolivia, de los adolescentes que forman pandillas poderosas en Centroamérica o de la que refleja la mirada de un torturador, Ricardo Miguel Cavallo, en el espejo de su celda en México. Todas imágenes de luchas y atropellos, de ilusiones aplazadas o de desastres que nunca se deberían repetir.
En uno de los textos premiados, ‘Los huérfanos de Brasil’, publicado en el Correio Braziliense, un niño de cinco años, le dice a las periodistas una frase terrible y contundente: ‘Mi nombre es nadie’.
El periodismo responde a las demandas sociales y de la ética, cuando hace conscientes a muchos lectores y lectoras, de hechos definitivos, como que aún hay seres humanos que ni siquiera tienen derecho a llevar un nombre.
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Jornalista, escritor e psicólogo, membro do Conselho Diretor do Prêmio Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano e assessor da Casa Editorial El Tiempo (Bogotá, Colômbia)