Sunday, 24 de November de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1315

‘O fundamento do jornalismo é buscar a verdade e contá-la’

Ben Bradlee (87 años) va cada día a The Washington Post, el diario que dirigió hasta la gloria en medio de la época política más turbulenta de Estados Unidos. Él convenció a Katharine Graham, la empresaria, de que era imprescindible, por el honor del oficio, hacer caso a unos jóvenes reporteros, Bob Woodward y Carl Bernstein, que habían visto que algo olía a podrido en el caso Watergate. El resto es historia del periodismo; como en la película Todos los hombres del presidente, en la que su papel lo interpreta Jason Robards, el crédito se lo llevan los reporteros, y el periódico, y él es el capitán en la sombra.

Cuando se retiró, en 1991, le hicieron tantas fiestas de homenaje que el hijo de la señora Graham dijo que las crónicas de esas fiestas daban para la lectura de un año. Lo que él atesora de toda aquella gloria es algo que dijo uno de sus grandes amigos, el columnista Art Buchwald: ‘Estamos ante un magnífico director de periódico’. Creyeron que se iba, le nombraron vicepresident-at-large, una especie de vicepresidente-para-todo, pero lo han tenido desde entonces, siempre, cada día, en la sexta planta de The Washington Post, en este lugar donde nos recibe.

Es un cuarto sin ventanas, con la puerta abierta; a su alrededor hay algunas fotografías: la de Buchwald, la de Katharine Graham, la de su gran amigo John F. Kennedy, la de Jason Robards…, pero no la de Todos los hombres del presidente. Y algunos recortes. El viejo periodista se dedica ahora a avisar a sus sucesores sobre nuevos nombres que van surgiendo en el periodismo; si los contratan, él luego los invita a comer, o a tomar café. ¿Para adoctrinarlos? ‘No, ¡jamás! Ellos ya saben qué es The Washington Post’. Ya hizo eso desde el principio de su mandato en el periódico, donde aglutinó a jóvenes de todas las razas, y donde impuso controles férreos para que la dudosa atribución de fuentes no fuera un lugar común al que los periodistas se agarraran para simular sabiduría; pero aun así se le coló Janet Cooke, que ganó un Pulitzer con una historia que era mentira… ‘Uno de mis grandes errores’.

Su libro Vida de un periodista (A good life, en inglés) es una biblia del periodismo y un libro de estilo, y hablar con él es acercarse a un periodista total que se agarra al oficio como de chico se agarró a las barras de gimnasia para que la polio no le venciera el ánimo. Y por ahí empezamos, una mañana de diciembre de 2008, a hablar con él en su cuarto de vigía de The Washington Post.

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Uno le imagina ahí, venciendo la polio, y ese suceso de su vida parece una imagen para entenderle.

Ben Bradlee – Sí, la verdad es que ése fue un periodo muy importante de mi vida. Pero siempre he sido feliz, soy demasiado tonto para ser infeliz. No era el único que tenía polio; éramos 180 en la escuela y 20 la contrajimos. Era en 1936 y yo tenía 14 o 15 años. Me llevaron en una ambulancia; iba con otro niño con los mismos síntomas; murió dos días después. Fue la primera persona cercana que yo supe que había muerto. Mi padre me sacó de la ambulancia, me cogió en brazos y me subió tres pisos. Empezaba un drama.

Difícil sobrellevarlo.

B.B. – Después de dos semanas, te bajaba la fiebre y te quedabas allí, tumbado, en la cama, sin poder moverte; entonces venía el doctor y te tocaba los músculos… El doctor me pedía que frunciera el ceño, que levantara las cejas, que moviera las orejas… Y todo iba bien hasta que llegamos a la zona del pecho. Me di cuenta de que no lo podía levantar. Fallaban los músculos de mi estómago. Pasaron cuatro meses antes de que pudiera levantarme y empezar a caminar de nuevo.

Sobrevivir a esa experiencia hace fácil afrontar cualquier experiencia.

B.B. – Así es, siempre he sido un optimista. Creo que la vida es más fácil así.

Usted dice que la vida siempre está en el futuro.

B.B. – Sí, pero para tener un futuro tenía que sobrevivir a aquello.

¿Sigue siendo un optimista?

B.B. – Más que nunca. Tengo 87 años y buena salud. Hace poco me quitaron la vesícula, ¡y fue la primera vez en veinte años que estaba enfermo! Así que soy muy optimista. Mis hijos están bien, tengo una esposa fabulosa…

Y ganó varias guerras…

B.B. – Los jóvenes no entienden que la guerra haya sido tan importante para nosotros y para la gente de mi generación. ¡Fue lo primero que hicimos que fuera significativo! Primero íbamos a la universidad y de ahí nos íbamos a la guerra. Pasé tres años en el Pacífico, a bordo de un barco, tengo medallas de esa época. Entonces me daba miedo admitirlo, pero me lo pasé muy bien. El barco era bueno, la gente era buena. ¿Qué otra cosa iba a hacer? Tenía 20 años, ¡y no era cosa de ponerme a trabajar en un banco!

Tal vez por eso se hizo periodista.

B.B. – Mi primer trabajo fue de chico-para-todo en un periódico, en verano. Tenía 16 años, y si usted mira ahí, en ese panel, está el primer texto que escribí. ¡No lo lea, por favor!

¿Qué piensa usted de todos esos recuerdos?

B.B. – Me siento orgulloso. Creo que a lo largo de mi vida he tomado las decisiones correctas. Sólo he tenido un único trabajo. Periodista. Fui reportero en The Washington Post en 1948, y me quise ir a Europa, y ya era padre de un hijo. Pensé: ahora o nunca. Así que acabé en la embajada norteamericana en París como agregado de prensa. Seguí buscando trabajo, y me hicieron corresponsal de Newsweek. El Newsweek y el Post son los únicos periódicos para los que he trabajado…

Raro verle de agregado…

B.B. – Empecé de ayudante del agregado… Y luego fui agregado durante dos años. No me gustaba. Era un trabajo demasiado pasivo. La gran noticia del momento era la guerra de Indochina. Los americanos querían ayudar a los franceses y tener que explicar eso desde un punto de vista positivo era difícil.

Una época en que el periodismo no tenía nada que ver con este periodismo. Entonces tenía que saber de todo.

B.B. –¡O simularlo! Decían: los periodistas saben de muchas cosas, pero de todas sólo un poco. Y es verdad. Uno de los placeres del periodismo es que nunca sabes de qué vas a escribir cuando vas al trabajo. ¿Qué va a ocurrir en el mundo hoy? ¡Ni idea! Eso es lo excitante.

Kennedy es su figura. Es atrayente comparar aquel periodo, ‘lleno de esperanzas y promesas’, y este de ahora.

B.B. – Él se murió tan pronto… Sólo fue presidente mil días. Y en ese tiempo le dio a América tanta esperanza… Fue el primer presidente de Estados Unidos nacido en el siglo XX. Murió a los 44 años. Fue el primer político al que conocí cuando tenía poco más de veinte años. Se mudó a una casa que estaba al lado de la mía, su mujer se hizo amiga de la mía. Nuestros hijos nacieron más o menos en las mismas fechas…

Usted lloró en su entierro… debe ser difícil separar la amistad del periodismo…

B.B. – Suena difícil, pero él lo hacía fácil. Decidimos que nuestra amistad debía seguir aunque él fuera presidente. Y Newsweek, para la que trabajaba entonces, me envió a cubrir la Casa Blanca. ¡Y no a la Casa Blanca: al presidente! Pero no fue difícil. Decidimos que yo podía usar todo lo que me contaba, a no ser que me indicara lo contrario. Fue una regla simple, pero funcionó. Él no tuvo ningún problema. A veces, yo le suplicaba que me dejara escribir sobre algo que me había contado y que él había vetado…, pero no hubo ningún problema grande.

Pero usted se enteraba de las cosas antes que otros… Estaba más cerca.

B.B. – Pero recuerde que Newsweek no es de tirada diaria, no vas buscando el gran titular de todos los días. Mis exclusivas tampoco eran grandes noticias; ahondaba más en lo cotidiano…

Una relación especial.

B.B. – Y maravillosa. Fue una oportunidad fuera de serie. Agarraba mi coche, conducía hasta la Casa Blanca, aparcaba, ¡y cenaba con el presidente!

Y debió ser un mal trago que su libro de conversaciones con Kennedy acelerara la enemistad con la viuda…

B.B. – Estoy acostumbrado. Siempre hay gente a la que no le gusta lo que escribes. Ella reconoció que yo había respetado mi parte del trato con Jack, pero no le gustaba verlo impreso. Pero tampoco yo era amigo suyo… Cuando él murió, ella se fue a vivir a una casa de Georgetown, enfrente de donde yo vivo ahora. Se quedó sólo un par de meses, no le gustaba Washington. Y se fue a Nueva York. Hasta que ella murió la habré visto diez veces, y una vez, cuando publiqué mis conversaciones con Kennedy, me retiró el saludo.

¿Siente usted la misma esperanza con Obama que cuando estaba Kennedy?

B.B. – No conozco a Obama. He coincidido con él sólo un par de veces. Pero sí hay conexiones entre ellos; los dos son jóvenes… Pero hay muchas cosas que los diferencian. El tiempo, por ejemplo.

Una elección que cambia todo.

B.B. – Es una elección increíble para un hombre que sólo lleva diez años en la vida pública. Ha pasado del anonimato casi absoluto a ser el presidente electo. Pero ha logrado capturar la imaginación de los americanos, sobre todo la de los jóvenes. ¡Y la del mundo entero! ¿No es fantástico? Sí, por decirle lo que usted está buscando, me impresiona y me da esperanza.

Llega en un momento en que el mundo entero está hecho un desastre.

B.B. –¡Y va a peor! El pobre hombre llega en un momento en que el país se desmorona, la economía cae… Si pensó que iba a ser difícil su periodo, imagínese ahora. Pero va a tener el apoyo de la gente. Y eso es fantástico. Contar con esa popularidad siendo tan joven y con tan escasa experiencia… Si pudiera ayudar a solucionar el problema económico en el primer año y mantener luego su popularidad creo que será un gran presidente.

¿Y qué piensa del que se va, de Bush? Usted siempre ha luchado contra la mentira, y hemos sido testigos de lo que ha pasado con las mentiras de Bush.

B.B. – Sí, mintió, es verdad que mintió. No sé si era consciente de que era una mentira. No lo sabemos. Creo que sí sabía que era una mentira, y exageró… Siempre ha sido así. Todos mienten. Ahora la prensa es mucho más consciente de esas mentiras. Y se aseguran de demostrar que lo son. Mucho más que antes.

Quizá por Watergate.

B.B. – O por Vietnam. Con Vietnam, América, por primera vez, empezó a dudar seriamente de lo que se le contaba acerca de lo que ocurría en otros países. Nos dijeron que en Vietnam las cosas iban bien cuando el país se estaba desintegrando.

Vietnam, Watergate, los papeles del Pentágono… Usted decía que detrás de los tres asuntos había mentiras, y su misión era desvelarlas…

B.B. – Con Vietnam, la prensa empezó a examinar de forma mucho más agresiva las palabras y las acciones de sus líderes. Los presidentes ya no pueden salirse con la suya. En los tiempos de Roosevelt, cuando había una rueda de prensa en la Casa Blanca, sólo había 10 reporteros. Ahora hay acreditados 1.500 reporteros.

¿Y hacen las preguntas que deben hacer?

B.B. – Hacen las preguntas que ellos creen que deben hacer, o que sus jefes piensan que deben hacer. Los reporteros y los periodistas ahora están muy preparados, muy informados. Imagínese qué pasaba entonces: ¡sólo nueve hombres y una mujer para cubrir la Casa Blanca!

A veces mentimos a los nuestros, pero la mentira política afecta a todo el mundo.

B.B. – Yo creo que ya no mienten tanto… porque no pueden hacerlo. Mire lo que le pasó a Nixon. Estaba preparado para ser presidente. Lo hizo bien, a excepción de Watergate. ¡Pero adónde le llevaron las mentiras! Le costó la vida política.

Usted dice que los periodistas no siempre tienen la verdad.

B.B. – No sabemos la verdad. Si el primer ministro de un país me cuenta una mentira, no sé que me está mintiendo. Y lo voy a escribir. Pero ahora hay una gran preocupación por la verdad.

Tras Watergate, los periodistas empezaron a preocuparse por las fuentes…

B.B. –…siempre que las puedan identificar, eso es bueno, y siempre que se refieran a hechos que ellos conozcan… Tuve que echar a un periodista de The Washington Post porque puso en boca de Robert Kennedy algo que éste pudo haber dicho pero que jamás pronunció. ¡Mintió! No hay argumento contra eso. El director depende de sus fuentes de información. Un periodista es la fuente de un director, ¡y si al director le falla la fuente…!

Internet es una fuente inmensa… ¿Cómo la ve?

B.B. – Mi vida periodística acabó antes de internet, ¡menos mal! Internet lo ha cambiado todo. Y has de convivir con ello. Pero puedes exigir que los estándares de internet sean buenos. Y hay aspectos en que lo son. Pero hay mucho loco también.

Su autobiografía es como un epitafio de lo que fue el periodismo con respecto al periodismo que se hace ahora.

B.B. – No lo sé. Las preguntas han cambiado. Sobre todo a causa de internet. La instantaneidad de las noticias empezó con la televisión, e internet es la apoteosis de lo instantáneo… La cantidad de noticias frescas es ahora menor en los diarios, eso significa algo. En la portada de The Washington Post aparecen noticias que ya se conocen, o por internet o por la televisión. No estamos aportando nuevas historias, nuevos hechos… Por eso tenemos que concentrarnos en el significado de esos hechos que ya no damos nosotros en primer lugar; tenemos que saber si son importantes, si influyen en la historia, qué pasará en el mundo si se consolidan… Tenemos que saber eso y contarlo. Ésa es nuestra función ahora.

Y no sólo hay hechos. ¿No confundirá tanta opinión al público?

B.B. – No, la gente presta atención a lo que se dice en los periódicos importantes, y si la opinión la da un periódico importante, la gente no confunde los hechos con las opiniones. Por eso es tan importante mantener la reputación de los periódicos.

Así que usted se siente optimista también sobre el periodismo y los periodistas.

B.B. – No le quepa duda. ¿Qué sentido tiene la vida si uno no es optimista? Siempre lo he sido, y siempre he creído en la habilidad del cambio. Si alguien me dijera que el martes por la noche el mundo entero se va a ir al garete, pensaría también que habría que buscar una oportunidad para cambiar esto. Y el periodismo es un buen instrumento para cambiar las cosas.

Un director suyo, Ralph Blagden, le dijo que la esencia del periodismo es la superficialidad…

B.B. – Era un filósofo, y lo dijo cuando yo estaba escribiendo una historia sobre los veteranos de la guerra; describí el asunto con tanto detalle que me dijo que era demasiado, y entonces soltó esa frase: ‘La esencia del periodismo es la superficialidad’. Dijo: ‘Cuenta la historia, pero no entres en detalles, porque entonces la historia terminará muerta’.

Su colega Alan Riding dice que los medios son cada vez más sofisticados, pero que el mensaje es cada vez más banal…

B.B. – Quizá sea cierto, pero tenemos que vivir con ello…

‘Nos hacemos periodistas por el deseo de arreglar las cosas torcidas’.

B.B. – Sí, eso es mío; y dije también que no se puede ser cínico, que los periodistas no podemos ser cínicos… Y a lo mejor lo he sido. Cuando uno llega a mi edad ha escuchado tantas mentiras…

Hay un personaje en su vida, Katharine Graham…

B.B. – Una mujer maravillosa, una editora fantástica. Ella se fiaba de ti y te dejaba ir a buscar la historia que tú creías que era importante contar. Extraordinaria… En una empresa hay dos tipos de acciones: acciones de tipo A y acciones de tipo B. Las acciones que son abiertas al público, las de tipo B, tienen un poder limitado. Sin embargo, las acciones A están en The Washington Post en poder de la familia Graham. William Buffet tiene muchas acciones, pero no puede hacer cambios. Sin embargo, Don Graham, que también es dueño de muchas acciones, levanta un dedo y los cambios se producen. Es el jefe. Hay una diferencia muy grande entre administrar el periódico y tener acciones. Es de propiedad pública, pero está gestionado por una entidad privada. Los buenos periódicos de Estados Unidos funcionan así. Nosotros somos uno de ellos. Otro es The New York Times.

Su nombre se asocia a un momento dorado del periodismo. ¿Se acabó?

B.B. –¡Por supuesto que no! Éstos son momentos buenísimos para el periodismo. ¡Están ocurriendo tantas cosas! El acceso a la información es tan amplio. En los días de Roosevelt no teníamos ni idea de lo que estaba ocurriendo en el mundo. Hoy impresiona la cantidad y la calidad de reporteros que hay.

Usted ha sido muy feliz en este oficio, se ve. El mejor oficio, según García Márquez…

B.B. – Y yo estoy totalmente de acuerdo. No hubiera sido periodista si no hubiera sido este oficio como es…

En la recepción del periódico están los viejos principios del fundador del Post. ¿Cuáles son los suyos?

B.B. – Los principios son para los dueños, no para los editores. Y para un periodista el principio fundamental es buscar la verdad y contarla. Es verdad que hay muchas verdades, es complicado buscarlas…

Uno de sus primeros trabajos en el Post fue para denunciar racismo en una piscina pública… Sesenta años después hay un negro en la Casa Blanca…

B.B. – Es el símbolo más emocionante de la llegada de Obama al poder. Hemos tenido una experiencia muy complicada con el racismo en este país. Fue extraordinario pasar de la esclavitud a la segregación, y mire todo lo que sucedió después… Ahora tenemos a un hombre negro de presidente y muy pocos países desarrollados lo tienen. Y por ello me siento orgulloso. ¡Es fantástico para este país!

Dijo de usted Art Buchwald que era un magnífico director. ¿Ahora qué es?

B.B. –¡Soy un ex editor, ja ja ja! Pero también soy vicepresidente de The Washington Post sin tarea alguna. Me siento aquí, en esta esquina, hablando con gente muy interesante. Estoy involucrado en proyectos y escribo, no mucho, pero lo hago. Ayudo a otros y pululo por aquí. Bajo a la sala de reporteros, digo hola, como con la gente y ayudo a los jóvenes reporteros. Soy una parada en el tour de este lugar. He estado aquí mucho tiempo, así que pienso que no les estorbo. Y cuando encuentro a alguien con talento, bajo y lo comunico…

Y admite sus errores…

B.B. –…como el de Janet Cooke. De ése nunca me arrepentiré demasiado.

Y sus triunfos, como el Watergate…

B.B. – El mérito fue haber persuadido a Katharine Graham de que el periódico debía ir hacia la excelencia, de que había que convertir The Washington Post en algo grande. The Washington Post era el tercer diario en importancia en Washington cuando llegué, en 1968… Ahora no les cuento a los jóvenes con los que me reúno las batallas que tuvimos que dar. ¡Ya ellos saben de qué va The Washington Post, y yo renuncio a adoctrinarlos! A veces me preguntan por el Watergate, y les cuento, si quieren saber.

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Jornalista