Sunday, 24 de November de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1315

A prosa do campeiro

‘Me pregunto qué sería/ de la belleza de Rodolfo ahora/ esa belleza en vuelo lento/ que le iba encendiendo los ojos’. Estos versos de Juan Gelman hablan del periodista y escritor Rodolfo Walsh (Choele-Choel, Argentina, 1927), desaparecido por los esbirros del dictador Videla, el 25 de marzo de 1977, tras un tiroteo en el cruce de las céntricas calles San Juan y Entre Ríos, en Buenos Aires.


Más de 30 años después, la calidad de su escritura ha sabido derrotar los escollos del tiempo. Tras la reciente publicación en España de Operación masacre y ¿Quién mató a Rosendo? (451 editores), sendos ejemplos de periodismo de investigación, se editan por primera vez en un solo tomo los cuentos completos del escritor argentino, bajo el sello de la joven editorial VeintiSieteletras.


Rodolfo Jorge Walsh escribía con la meticulosidad de un relojero suizo. Tachaba, rehacía y corregía una y mil veces buscando la síntesis en su escritura; muy alejada de lo que se escribía entonces en América Latina. ‘Soy lento: he tardado 15 años en pasar del mero nacionalismo a la izquierda; lustros en aprender a armar un cuento, a sentir la respiración de un texto; sé que me falta mucho para poder decir instantáneamente lo que quiero, en su forma óptima’, escribía el reportero en 1968. La compilación incluye una joya poco conocida: Esa mujer, escogido hace unos años, por más de 50 escritores, como el mejor cuento del siglo XX en Argentina. Por encima de El Aleph de Borges.


El relato se ha convertido en una referencia para la crítica argentina. Escrito en 1966, cuando ya era conocido como el mejor narrador de su generación, reconstruye un suceso policial con trasfondo político. En palabras del escritor Rodrigo Fresán, el cuento es una verdadera hazaña: ‘La forma de destilar el relato, al estilo del mejor Henry James, una historia de fantasmas sin fantasmas, con la dicción y el ritmo de Hemingway, es magistral’.


Tiene un valor añadido porque en esa etapa de su vida empieza a desentrañar aspectos de la relación entre los militares y el pueblo, ‘entre la realidad y la creación, en términos que ya no son los de 1957’, explica el veterano periodista argentino Horacio Verbitsky.


Elogios unânimes


Tanto en sus reportajes y crónicas como en los cuentos, rehuía de las certezas y gustaba escarbar en las complejidades. De los cuentos policiales de inicios de su juventud, a los que poca importancia adjudicaba al final de su vida, pasó a escribir historias relacionadas con su pasado, ambientadas en el campo argentino, donde vivió parte de su infancia. ‘Es interesante ver cómo transita del divertimento de las narraciones policiales a textos más serios, con investigaciones más profundas’, apostilla Fresán.


El humor sutil, heredado de sus ancestros anglosajones (Poe y Bierce, entre otros); la reconstrucción prolija del habla popular (al mejor estilo de Joyce), elaborada desde una mirada culta, y la limpieza de su escritura, son características de un verdadero ‘maestro de la palabra, un estilista’, afirma su editor en Ediciones de la Flor, Daniel Divinsky.


La de Walsh es una prosa diáfana, precisa, que tiene un ritmo interno que ‘permite al lector deslizarse con facilidad por el texto’, explica Juan Gelman. Para Horacio Verbitsky, la obra literaria del autor de Caso Stanowsky sólo se puede medir con la de sus compatriotas Borges y Cortázar.


Tratar de separar el compromiso político y la investigación periodística de sus cuentos es tarea difícil. Para algunos estudiosos de su obra, Walsh absorbió en sus relatos de ficción los recursos periodísticos. Al igual que al sevillano Manuel Chaves Nogales y a Truman Capote, se le ha etiquetado, en alguna ocasión, como uno de los precursores del nuevo periodismo. Queda claro, sin embargo, que fue tan buen cronista como narrador.


Escritores y conocedores de su obra coinciden en elogiar la calidad de sus cuentos: bien sea los relatos que evocan los internados irlandeses de su infancia, o Fotos, un cuento de corte más experimental. ‘Las narraciones de Walsh derivan su eficacia política de su maestría literaria’, escribe José Emilio Pacheco en un prólogo de los años ochenta.


‘Chuva fina’


Rodolfo Walsh dejó la literatura a principios de los setenta. Pasó a la clandestinidad con la guerrilla de Montoneros y luego, inconforme con la cúpula de la formación insurgente, se retiró a un pueblo de provincia donde se hacía pasar por profesor de inglés (según García Márquez, Walsh tenía aspecto de ‘pastor protestante’).


En realidad nunca dejó de escribir; como diría Ricardo Piglia en 1970, Walsh era un ‘adicto a la literatura’. En sus diarios deja clara su intención de escribir una novela que tenía en mente. Quería que se dividiese en varios cuentos y que abarcara la historia argentina desde 1860 hasta mediados del siglo XX. El último cuento que escribió, Juan se iba por el río, fue arrebatado de su casa por los militares y a duras penas se sabe de su existencia. También dejó truncado su deseo de plantar una doble hilera de álamos plateados en su estancia rural. ‘Cuando el viento mueve las hojas, suenan como lluvia fina’, dijo a Lilia Ferreira, su esposa, la noche del 24 de marzo del 77.