Monday, 25 de November de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1315

Milagros Pérez Oliva

‘El viernes 29 de enero el director de cine Nacho Vigalondo alcanzó en su cuenta personal de Twitter la muy respetable cifra de 50.000 seguidores. Para celebrarlo, escribió: ‘Ahora que tengo más de 50.000 followers y me he tomado cuatro vinos podré decir mi mensaje: ¡El holocausto fue un montaje!’. A lo que añadió: ‘Tengo algo más que contaros: la bala mágica que mató a Kennedy ¡todavía no ha aterrizado!’. Ambas tenían, evidentemente, un propósito provocador, pero mientras que la segunda pasó inadvertida, la primera provocó la reacción de algunos seguidores. Consideraban que se había excedido y le advertían de que el humor debe respetar ciertos límites. Vigalondo les replicó con una sucesión de chistes sobre judíos y sobre el Holocausto, en una espiral de humor negro que provocó nuevas y más enconadas reacciones.

La polémica saltó a diversos blogs muy concurridos y lo que había comenzado con unos amigables reproches en su cuenta personal se convirtió en un incendio que fue creciendo y acabó afectando a EL PAÍS. Vigalondo escribía un blog personal sobre cine en la edición digital y además esos días se emitía por televisión una campaña de publicidad, dirigida y protagonizada por el cineasta, sobre las nuevas aplicaciones desarrolladas por EL PAÍS para facilitar información en soportes digitales.

En cuanto trascendió la polémica, comenzaron a llegar protestas al diario. También al correo de la Defensora. Lectores como Miguel Moya, Julio Kierzszenson, Raquel Benchaya y Luis Artime se quejaban de que el diario siguiera dando cobijo a alguien que negaba el Holocausto o lo banalizaba. Isabel Gómez, cuyo tío abuelo, un republicano español, murió en Mauthausen, no comprendía cómo se podía admitir que se hiciera mofa de quienes fueron víctima de semejante barbarie. En su blog, el cineasta daba extensas explicaciones a los lectores, pero algunos no lo consideraron suficiente. Jorge Tahauer, ‘sobrino y primo de personas asesinadas en el Holocausto’, declaraba que el humor negro de Vigalondo ‘es una herida añadida al insulto y su liviana disculpa no demuestra arrepentimiento alguno’.

En su edición del jueves el diario comunicó que, al tener conocimiento de esos desafortunados comentarios, el sábado había decidido retirar la campaña publicitaria: ‘Nacho Vigalondo bromeó en Twitter sobre el Holocausto a título personal y en un soporte ajeno a EL PAÍS, pero el periódico considera inaceptables e incompatibles con su línea editorial los comentarios vertidos. EL PAÍS pide disculpas por lo sucedido’, escribió. Ese mismo día Vigalondo cerraba su blog. En su último post y en una carta publicada en la edición impresa, pedía perdón.

‘Pido disculpas por el dolor que está causando mi tweet. Quiero aclarar que no soy antisemita ni negacionista. Cualquiera que conozca mi trayectoria, podrá comprobar que jamás me he acercado a esas posturas que condeno radicalmente. El tweet que ha levantado la polvareda no es la declaración de un revisionista, es la parodia de una actitud así. Y lo reitero por si acaso: no soy negacionista, no soy antisemita’, escribe.

Si antes había recibido cartas contra Vigalondo, a partir del jueves comencé a recibirlas en su defensa. Lectores como José Martull, Miguel Á. López, Ángel R. Lafuente, Alberto Zamora, Salvador Martín y Juan Carlos Caballero o José Antonio Sánchez Barruezo, entre otros, escribieron para expresar su indignación por lo que consideraban una medida desproporcionada e injusta. Jorge Cascante nos recomendaba ‘con vehemencia’ la novela La broma de Milan Kundera, para concluir ‘con una obviedad como un castillo: la broma de Vigalondo no era a costa del Holocausto judío, sino a costa de los que lo niegan’. Finalmente, Francisco López Velasco pide explicaciones al diario por ‘haberse plegado tan fácilmente a lo políticamente correcto’.

Javier Moreno, director de EL PAÍS, insiste en las razones expresadas en el comunicado y añade: ‘Hay límites que no se pueden traspasar, y en este caso, los chistes superaron claramente la línea roja. No tienen defensa posible. Constituyen un insulto a los judíos y a cualquier persona honesta. En el humor, habrá cuestiones en las que se pueda discutir dónde esta el límite, pero con las expresiones utilizadas en esta ocasión sobre el Holocausto, una tragedia que costó la vida a millones de personas, no se pueden mantener ambigüedades. Hay una línea moral que EL PAÍS y sus lectores tienen muy clara y que se ha traspasado. Con el cese de la campaña hemos querido disolver cualquier duda que pudiera haber al respecto y ofrecer disculpas a quienes se hubieran sentido ofendidos’.

El desgraciado episodio permite extraer enseñanzas amargas. Algunas de ellas las enumera el propio cineasta en el penúltimo post de su blog, titulado Holocausto Vigalondo. Por ejemplo, la gran capacidad de contagio, cual epidemia viral, que tiene la red y la gran capacidad de distorsión. Como en el juego del teléfono, el mensaje final puede que no se parezca al original.

Tiene razón Nacho Vigalondo cuando afirma que nunca negó el Holocausto. Y sin embargo, muchos le acusan de negacionista. Cualquiera que se acerque a la fuente podrá comprobarlo. Las dos frases iniciales (recuerden la de Kennedy) pretendían ser una parodia de las teorías descabelladas que corren por Internet. Pero no se entendió así y derivó en una polémica sobre los límites del humor. Ahí es donde Vigalondo cometió el error: pretender afirmar su derecho a establecer sus límites con chistes y bromas, estos sí, claramente antisemitas y que hacían mofa del Holocausto. Puesto que habla con ‘amigos’, el tenedor de una cuenta personal en Twitter puede pensar que su conversación se desarrolla en un entorno amigable. Pero no es una conversación privada, sino pública. El propio cineasta echó gasolina al fuego retwiteando los mensajes que recibía.

Pretendía discutir sobre los límites del humor en términos muy parecidos a los suscitados en la polémica presentación de la gala de los Golden Globes por el humorista Ricky Gervays. El propio Gervays lo explica muy bien en un vídeo que puede verse en YouTube: el humorista que quiere arriesgar, busca los límites de lo que es corrosivo. Cuanto más lejos vaya, más corrosivo será. Ir hasta el límite tiene, sin embargo, su riesgo: a unos les hará gracia, a otros les ofenderá. Él decide, pero él carga también con las consecuencias.

Para EL PAÍS, bromas como las expresadas por Vigalondo están más allá del límite tolerable, como lo están las bromas racistas o xenófobas y ciertos chistes sobre pederastia, violencia de género y otras lacras que han causado y causan un enorme sufrimiento. El dolor marca la frontera.

En este caso ha intervenido además un factor de distorsión a tener en cuenta, como señala el lector José Ramón Grela: ‘Multitud de medios han aprovechado para cargar sus tintas contra el cineasta, cada uno de ellos distorsionando más la noticia, porque así es el periodismo actual: nadie va a la fuente, todo el mundo copia y pega. Unos por polemizar y otros por atacar a EL PAÍS’. Así ha sido. Puesto que en ese momento el cineasta estaba encarnando la imagen pública del diario, la polémica fue utilizada por algunos medios rivales para atacarlo. En su defensa de Vigalondo, Miriam Piquier abunda en la misma idea: ‘El twitter que hizo no hubiese sido noticia si no hubiera sido el protagonista / creador de la campaña de EL PAÍS’.

Las ofensas no se cometieron en las páginas del diario, pero ese límite ya no es efectivo en estos tiempos de globalidad digital. Con Internet, las fronteras entre privado y público se difuminan, como también se borran los límites entre personal y profesional. Todo se mezcla, todo cuenta. Nunca había sido tan fácil comunicar, pero no hay que olvidar que el mensaje, una vez lanzado, vuela libre y crece y se transforma, sin que el emisor pueda ya controlarlo.’