Friday, 22 de November de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1315

El País

ENGANO
Maiol Roger

‘La fama se la regalo a quien guste’

Desde que Òscar Llop (Barcelona, 1973) se fue a hacer la compra junto a cuatro amigos con los que estaba de vacaciones en Francia hasta que el grupo llegó a Barcelona envuelto en una nube de flashes pasaron 72 horas en las que este bombero catalán y sus compañeros vivieron un calvario provocado por una grave equivocación de la policía francesa. La cotidiana escena de las compras apareció en un vídeo difundido el 19 de marzo por los ministerios del Interior de Francia y España como la imagen de los cinco etarras que presuntamente habían asesinado horas antes a un policía francés. ‘Me llamó un amigo y me dijo: ‘En el YouTube aparecéis como terroristas’, recuerda Llop. No se lo podían creer los amigos, que junto a otros cinco bomberos disfrutaban de unas jornadas de montañismo en Melun, a 60 kilómetros de París. Fueron catalogados como etarras y su cara había dado la vuelta al mundo porque un policía jubilado sospechó de su catalán y su ropa de montañista. Un atuendo que siguen vistiendo él y sus amigos, con los que se reúne a menudo.

Una nota de la Generalitat, horas después, aclaró el embrollo, pero los cinco amigos no se ahorraron la pesadilla: pasaron 11 horas de tensión, sentados en una mesa con las manos visibles, ‘esperando que en cualquier momento reventaran la puerta’, se sometieron a un interrogatorio de la policía francesa que duró tres horas y, como colofón, fueron el objetivo de las cámaras durante días.

Llop apareció como cara visible y hoy habla en representación de sus compañeros, ya calmado, disfrutando de su vida como bombero anónimo en Ripoll (Barcelona). Tímido y de pocas palabras, asegura: ‘Vivo mejor en el anonimato. A quién le guste la fama, se la regalo’.

Fueron los protagonistas, muy a su pesar, aunque Llop recuerda con una sonrisa el momento en el que, ya terminada la aventura, se abrieron las puertas del aeropuerto de El Prat y ante sus ojos se apostaron una cincuentena de periodistas, entre cámaras y micrófonos, peleando por su espacio y por una declaración que duró 15 segundos.

‘Estábamos cabreados, y cada vez que lo pienso aún me cabreo’, confiesa. Los amigos buscan ahora una rectificación oficial y saber qué pasó: ‘Pusieron mi vida y la de mis compañeros en peligro. Y, además, se difundió la noticia sin comprobar identidades y sin respetar nuestros derechos fundamentales a la imagen, al honor y a la intimidad. Pusieron nuestra vida en manos de cualquier pistolera. La misma policía francesa nos reconocía que, al mínimo paso en falso, hubieran ido a por todas’, denuncia Llop, quejoso con la actitud del Gobierno español: ‘Reaccionaron tarde y mal, después de cometer ese inadmisible error’. Los bomberos solo fueron atendidos por personal de la Generalitat en París. Recibieron tímidas disculpas, por teléfono, de algunos políticos, pero no una rectificación oficial, que es lo que buscarán ahora, por vía judicial, los cinco bomberos. ‘Deberían ir con pies de plomo, no se puede colgar un vídeo así como así’, opina Llop, que tiene palabras también para los medios de comunicación: ‘Algunos dijeron barbaridades solo para tener un titular diferente’. Poco amigo de la prensa, Llop mantiene su vida ajena a los medios: ‘No tengo televisión, tampoco leo periódicos’, cuenta el bombero.

Atrás quedan aquellos momentos que hicieron famosos a Llop y sus compañeros. ‘Nos reconocían en Barcelona. La gente nos decía: ‘¿Oye, vosotros sois los etarras?’. Y nosotros, ‘sí, los que hemos salido en la tele’. Recibí llamadas y correos de mucha gente que hacía tiempo que no veía. Tenían curiosidad, querían saber qué había pasado’. Pero la fama se pasó rápido, y en dos semanas su móvil, y su vida, volvió a la normalidad, tal como deseaban los cinco amigos. Incluso ha vuelto a Francia, sin problemas y pasando la frontera como un ciudadano más.

Llop solo espera que su titular -hoy guarda los periódicos de recuerdo- se convierta, de aquí a un tiempo, en una divertida anécdota para contar a su hijo. Con solo unos meses, el bebé no sabe que su padre, un día, fue confundido con un etarra.

 

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