Friday, 22 de November de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1315

‘Gosto de ser o campeão italiano da mentira’

No solo eran premios Nobel de Literatura, escritores ilustres y autores de best sellers. También el Dalai Lama, Lech Walesa, Mijaíl Gorbachov, Elie Wiesel, Noam Chomsky y Joseph Ratzinger, poco antes de que empezara en 2005 el cónclave que le eligió Papa, fueron entrevistados por la imaginación de Tommaso Debenedetti.


La lista de falsas entrevistas del freelance italiano sigue creciendo. La oficina que hace el resumen de prensa del Parlamento ha colgado el archivo en la web, y ya va por 79 piezas, aunque no todas son entrevistas porque Debenedetti fue también durante unos meses vaticanista del desaparecido L´Independente.


En la lista se ve que una de sus últimas víctimas fue el dramaturgo Derek Walcott. Debenedetti lo presentó aterrorizado al otro lado del teléfono el día del terremoto de Haití. Poco después, Philip Roth descubría la gran impostura. La periodista de La Repubblica Paola Zanuttini le inquirió por su presunta pérdida de fe en Obama y Roth negó haber dicho eso, negó haber hablado con Libero y negó conocer a Debenedetti.


Ahora, el inventor de entrevistas ha decidido conceder una entrevista a este diario. Ya lo hizo antes con Malcom Pagani, reportero de Il Fatto Quotidiano. Entonces mantuvo la versión de que algunas entrevistas eran reales y que tenía incluso las cintas que lo probaban. Ahora, Debenedetti confiesa que todo era falso. O, más exactamente, un juego. ‘Mi idea era ser un periodista cultural serio y honrado, pero eso en Italia es imposible’, explica. ‘La información en este país está basada en la falsificación. Todo cuela mientras sea favorable a la línea editorial, mientras el que habla sea uno de los nuestros. Yo, simplemente, me presté a ese juego para poder publicar y lo jugué hasta el final para denunciar ese estado de cosas’.


Nacido en Roma en 1969, casado y padre de dos hijos, profesor de italiano y de historia en un instituto público de la capital, hijo y nieto de ilustres críticos literarios (Antonio y Giacomo), Debenedetti se declara ‘satisfecho’ de la labor realizada. ‘Me gusta ser el campeón italiano de la mentira. Creo que he inventado un género nuevo y espero poder publicar nuevos falsos en mi web, y la colección en un libro. Por supuesto, con prólogo de Philip Roth’.


Tras citarnos en la ruidosa plaza de Barberini, Debenedetti llega puntual (aunque su reloj marca una hora menos) junto a su bebé de tres meses. Muestra un aplomo cordial e inteligente, va tocado con un kipá y se parece un poco al actor Roberto Benigni. Durante una hora, el impostor narra su verdad. Sin rencor, y con tanto humor como presencia de ánimo.


***


¿Es usted periodista o no?


Tommaso Debenedetti – Estudié literatura e historia italiana, y luego empecé a trabajar como periodista freelance. Tengo carné de publicista (colaborador de prensa) desde 1998. El de periodista no lo pude sacar porque en Italia necesitas tener dos años seguidos contratado en un periódico. En 1994 empecé a escribir críticas y entrevistas con escritores italianos.


¿Reales?


T. D. – Absolutamente. Las hacía por teléfono y también en persona. Le hice una a la escritora Dacia Maraini y a otros autores locales. Luego sucedió una cosa: de repente entendí que algo no olía bien en la prensa italiana.


¿Es decir?


T. D. – Yo quería trabajar honestamente como redactor cultural, pero no había espacio. Iba a las conferencias de prensa, pero nadie me daba entrevistas. Ofrecía críticas y reseñas de actos, pero siempre me decían ‘eso ya lo cubrimos con nuestros redactores’. Así que cambié de método.


¿Y empezó con los falsos?


T. D. – La técnica consistía en dirigirse a los diarios pequeños de provincias. No pagaban mucho, pero compraban todo.


¿Cuándo escribió el primero?


T. D. – En el año 2000, creo que fue Gore Vidal. Era accesible, presentaba su libro Palimpsesto, habla italiano y vivía en Ravello, cerca de Nápoles… Me dije ‘la hago’, la hice, y salió en La Nazione (de Florencia), Il Giorno (de Milán) e Il Resto del Carlino (varias provincias).


¿Pero la hizo de verdad?


T. D. – No, Gore Vidal no recibía a cualquiera. Pero la entrevista gustó, y el jefe de cultura de La Nazione me dijo: ‘Ahora no podemos bajar de nivel’. Empecé a ofrecer a otros diarios. Il Mattino de Nápoles me compró varias. Me di cuenta de que lo que interesaba no era la cultura sino los grandes nombres, el espectáculo, las estrellas. No pagaban casi nada, pero yo quería escribir y no me importaba el dinero. Así que comencé a jugar. La verdad es que me divertí horrores durante esos diez años.


Viviendo esa vida de impostura…


T. D. – Sí, era apasionante. Por la mañana era profesor, por la tarde hablaba con gente como Arthur Miller, Roth, Gorbachov o el Papa. Les hacía contar su vida entera y las piezas se publicaban, a veces ponían una llamada en primera página y eso satisfacía mi vanidad. Aunque me pagaran solo 30 euros o a veces nada, y jamás me dieran las gracias por mis exclusivas. Eso demuestra que era todo un juego. Todos sabían. Solo que actuaban como si no fueran invenciones: ‘Tenemos el scoop [exclusiva] lo damos, y si nos descubren, no es culpa nuestra sino del freelance’.


¿Así que los periódicos sabían que eran falsos?


T. D. – Claro, pero el mecanismo les convenía. Todo el mundo sabe que los autores dan entrevistas para promocionar sus libros. Mis entrevistas iban más allá, eran casi siempre políticas. Les daba un sesgo de derechas. Me divertía y sabía que esos diarios pedían eso. ‘Estaría bien que hable mal de Obama’, ‘hazle hablar bien de Berlusconi’. Yo obedecía.


Algunos blogueros italianos dicen que urdió un complot político para Berlusconi, haciendo parecer de derechas a gente de izquierda.


T. D. – La derecha tiene un gran complejo de inferioridad cultural, y a la vez se deslumbra ante los grandes nombres. Yo estoy contento de extender ese mensaje. Italia es un país de risa, entre el absurdo de Ionesco y los sueños de Calderón.


¿Y Derek Walcott aterrorizado el día del terremoto de Haití?


T. D. –¿Quién podía pensar que era verdad? Un freelance italiano le llama a Santa Lucía, cuenta que ha sentido el temblor y se ha tenido que meter debajo de la mesa. Hablo del Homero del Caribe clamando por Haití?Ese día me llamaron de La Nazione y me dijeron ‘gracias, doctor Debenedetti, es la noticia del día’. Un periódico enano de provincias tiene esa exclusiva mundial? ¿Y no les parece raro?


También engañó a diarios nacionales, como Libero?


T. D. – Con La Repubblica, Il Corriere o La Stampa no probé porque sabía que no funcionaría. Ellos verifican, tienen la capacidad de hacerlo. Decidí probar con Libero por su fidelidad a Berlusconi. Llamé al jefe de Cultura para ofrecer a John Le Carré. El hombre hace sus llamadas ?ete a saber a quién?y me dice que sí. Se lo mando, y sale. Luego les vendo a Roth. Le Carré escribe de la guerra fría, de espías y cosas así; Roth es un hombre de izquierdas. Eso es un dilema para Libero. Pedirle que hable bien de Berlusconi es demasiado? Dijeron: ‘Hazle decir algo fuerte contra los Nobel, pero que no diga nada contra la línea del diario’.


Le hizo nueve entrevistas al escritor israelí Abraham Yeoshua y cinco a Roth. ¿Por qué eran sus favoritos?


T. D. – Yeoshua porque Israel y Oriente Medio en Italia se vende muy bien. Y Roth porque me inventé su apoyo a Obama antes incluso de que se lo diera, cuando este aún no se había presentado a las primarias. Aquella la citó Il Messaggero. Así que pensé que no parecería raro que un tiempo después se mostrara desilusionado con Obama. De hecho, a nadie se lo pareció salvo a él mismo y a la periodista de La Repubblica que se lo preguntó.


Diez años de mitomanía son muchos. ¿Nadie se dio cuenta antes?


T. D. – En 2006, antes de las elecciones, le hice decir a John Le Carré que habría votado a Berlusconi. La entrevista falsa fue citada por Il Corrierre, Le Carré se enfadó mucho y lo desmintió en The Guardian. La Repubblica se hizo eco pero nadie hizo caso. Fue un primer aviso, pero no pasó nada.


¿No temía ser descubierto y demandado?


T. D. – Yo me limitaba a seguir ese juego cómico y trágico a la vez. La falsificación y el sectarismo son los elementos básicos de la información italiana. Sobre todo en la prensa berlusconiana, pero no solo. Todo se construye sobre la base de Berlusconi. O eres amigo o enemigo. Las noticias, las entrevistas, las declaraciones y la censura se deciden con ese criterio. Es un sistema tendencioso que destaca por la ausencia de control. Si yo fuera un freelance español y llamara a esos diarios ofreciendo una entrevista con Almudena Grandes, la publicarían sin control.


Por cierto, ¿quiénes han sido sus víctimas latinoamericanas y españolas?


T. D. – Hace unos años entrevisté a Mario Vargas Llosa, tras verlo en una conferencia en Roma, a Laura Pérez Esquivel y a Vázquez Montalbán. Esta está citada en un sitio sobre Andrea Camilleri porque le hice hablar muy bien sobre él. Cuando todo se destapó estaba a punto de hacer una gran entrevista a García Márquez renegando de Obama.


¿Hizo todo esto por una especie de vendetta hacia su familia?


T. D. – Usted habló de Freud en el artículo que escribió sobre mí. Puede que haya algo de eso, aunque creo que la relación con mi padre no ha influido. Él no me ayudó a convertirme en periodista (Antonio Debenedetti firma en Il Corriere della Sera), pero nuestra relación se rompió por motivos estrictamente familiares. Sé que está muy dolido y eso me disgusta porque le tengo afecto. Mi abuelo Giacomo siempre fue un modelo para mí, era mi gran referencia literaria. Me habría gustado ser como él. Quizá esto ha sido un modo freudiano de evitar la comparación. Pero también era la única forma de hacerlo siendo publicista. Era como hacerme un periódico yo solo, pero bajo los ojos de todos; hacía editoriales políticos con forma de entrevistas aunque muchas veces no reflejaban mis ideas; firmaba la crítica literaria que no me dejaban firmar?


¿Cuáles fueron sus mejores golpes?


T. D. – Me divirtió que una entrevista de 2003 con Naguib Mahfuz [autor egípcio] fuera republicada por France Soir y varios diarios egipcios sin que nadie se diera cuenta. Me divirtió atribuir a los gatos de Banana Yoshimoto los nombres de mis gatos, Dada y Kiko. Me divirtió muchísimo entrevistar a Ratzinger poco antes del cónclave acertando que era papable, y que L´Independente publicara otra vez la pieza dos días después como ‘la última entrevista antes de convertirse en Papa’?


¿Qué técnica usaba para imitar el lenguaje? ¿Leía libros, copiaba de otras entrevistas?


T. D. – Leía los libros y trataba de captar su forma de expresión y su mundo?A veces metía detalles de ambiente, Coelho, Follet, Yashimoto, Walcott?


¿Le duele que algunos escritores hayan dicho que no se reconocían en sus entrevistas?


T. D. – Eso es lo que más me ha molestado. Y que Roth dijera que mi carrera ha terminado; lo sé, pero tampoco hace falta que lo diga él que es un escritor de fama mundial. Mi carrera en los diarios quizá ha terminado, pero mi trabajo no. Quizá escriba nuevas entrevistas con seudónimo en algún periódico de gran tirada?Y crearé una página web donde colgaré nuevos falsos. Creo que es un género nuevo y me gustaría publicar la colección en un libro. Por supuesto, con un prólogo de Roth, ya veremos si falso o verdadero. También me gustaría ir a ver a Hertha Müller, hacerle tres o cuatro preguntas y ver cómo reacciona la verdadera autora.


Algunos lectores de The New Yorker le acusan de que atribuir a gente como Günter Grass o Roth opiniones contrarias a Obama es un acto de violencia.]


T. D. – Me disgusta que digan eso. A Grass le hice decir cosas a favor de los inmigrantes, contra Berlusconi. No creo haber creado violencia nunca.


John Grisham ha anunciado que se querellará contra usted.


T. D. – No sé nada de momento. Pueden hacer lo que quieran. Yo he sido transparente y no he sacado ninguna ventaja de esto. No me he enriquecido, jamás me preocupé de cobrar las piezas. Una vez mi madre me llamó diciéndome que había llegado el pago de La Nazione: 40 euros por tres entrevistas. Sigo siendo anónimo, o casi. En Italia casi nadie habla de mi caso porque supondría profundizar en la farsa de la información.


¿Quiere aprovechar para pedir perdón a sus entrevistados?


T. D. – Me gustaría encontrarme con ellos. A veces he fallado al reflejar sus pensamientos, ya fuera por prisa o incapacidad. Pido disculpas. He visto que Roth ha dicho que no le extrañaría que en Italia me conviertan en héroe. Me gustaría decirle una cosa: ‘Querido Roth, usted no conoce Italia’. Aquí solo se hace héroe a quien va con el viento, nunca al que critica el sistema o se divierte diciendo la verdad. Jamás seré un héroe, pero seguiré diciendo la verdad. Y sé bien que esto suena extraño viniendo de mí.