Thursday, 28 de November de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1316

Milagros Pérez Oliva

“¡Manipuladores! Eso es lo que muchos periodistas que cubrían las protestas del Movimiento 15-M han tenido que escuchar de manifestantes indignados. ‘Se nos mean encima y la prensa dice que llueve’. En esta frase resumía un grupo de acampados de Barcelona su visión del papel que juegan en esta crisis los grandes medios de comunicación, a los que acusan de tergiversar la realidad en beneficio del poder establecido. La cobertura de los incidentes ocurridos ante el Parlamento catalán les ha confirmado en sus críticas. La lectora Isabel Núñez, por ejemplo, considera que los incidentes se han ‘magnificado y extendido interesadamente’. ‘Desde que surgió’, añade Iago García, ‘los medios de comunicación nacionales no han cesado en su empeño de demonizar al movimiento’.

La descalificación es global, lo cual indica que se trata de un estado de opinión que ha tenido una larga gestación y que ahora se manifiesta en críticas como la que me remite el Observatorio de Medios de la Asamblea Popular de Arganzuela (Madrid). Sus miembros observan ‘una creciente tendencia por parte de los principales medios de comunicación a tergiversar la realidad. Ya no hablamos de ilustrar las manifestaciones del 15-M con fotografías de otros países, o de manipularlas para dejarnos sin cabeza, sino de algo mucho más grave que atenta contra los propios principios deontológicos del periodismo: la construcción de una realidad falsa y la inclusión de opinión donde solo debería haber información’. Se refieren, por ejemplo, ‘a tomar la parte por el todo y a magnificar la anécdota’, con el propósito, en este caso, de criminalizar las protestas y caracterizar como violento a todo el movimiento.

‘Me temo que la decepción con el tratamiento que los medios le han dado está muy generalizada, en muy distintos sectores de población y de muy distintas generaciones’, advierte Isabel Núñez. Esto es lo preocupante. En los últimos años hemos podido observar cómo la imagen de los periodistas se deterioraba en las encuestas de valoración ciudadana, pero nunca hasta ahora las críticas se habían expresado de forma tan clara. Creo que debemos preguntarnos por qué. Para ello he pedido ayuda a tres personas cuyo criterio considero de referencia: Joaquín Estefanía, director de la Escuela de Periodismo de EL PAÍS-UAM, Lluís Bassets, director adjunto de EL PAÍS responsable de Opinión, y Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Social y Política.

Para Joaquín Estefanía, ‘el movimiento de los indignados critica a los medios de comunicación tradicionales, sin establecer muchas diferencias entre unos y otros, porque para ellos la contradicción principal no está entre la izquierda y la derecha, entre los profesionales y los manipuladores, entre los propietarios y los periodistas, sino entre el establishment económico, político y mediático (con quien está tan cabreado) y lo que Robert Castel denomina ‘los desafiliados del sistema’: desafiliados políticos (no se sienten representados por los partidos en su actual configuración); desafi-liados económicos (piensan que no tienen futuro, ni probablemente presente dentro del actual estado de cosas), y desafiliados sociales (no se sienten identificados con los medios de comunicación de masas porque consideran que sesgan la realidad o marginan otras realidades)’. La consecuencia, según Estefanía, es que ‘han sustituido a los partidos y a los sindicatos como formas de organización de la democracia por su propio movimiento, y a los medios tradicionales por las redes sociales como estructuras de apoyo y de comunicación para informarse y debatir, ya que esas redes no parecen tener un centro decisorio mediatizado’.

A Lluís Bassets no le sorprende que los indignados dirijan también ‘sus miradas críticas, a veces demoledoras, contra el periodismo establecido. Sería extraño que quienes impugnan la representación política no discutieran la mediación periodística. Elecciones sin urnas, democracia sin representantes, huelgas sin sindicatos o periodismo sin periodistas, son paradojas del siglo XXI que están ya entre nosotros, en forma de unas utopías que denuncian todo lo que hay de inútil y nocivo en el sistema vigente y exigen eliminar las enormes cantidades de grasa sobrante’.

Para Estefanía, ‘el movimiento de los indignados se sustenta en un problema de expectativas incumplidas: jóvenes que no saben qué harán cuando terminen sus estudios, condenados a largos periodos de paro y a salarios miserables cuando trabajan, que piensan que los medios de comunicación tradicionales asumen mucho más los problemas de los instalados (empleados, jubilados, funcionarios, acogidos al Estado de bienestar) que los suyos propios. Todavía no han caído en que muchos de los que trabajan en los medios de comunicación podrían formar parte de ese movimiento por sus condiciones económicas, su desafección política o su crítica a los procedimientos con los que se elaboran los programas informativos y de entretenimiento’.

Daniel Innerarity inscribe la creciente desafección hacia los medios en la crisis general de las intermediaciones: ‘Hay un asalto generalizado del Movimiento 15-M contra la idea de la mediación. Se está instaurando una visión según la cual la voluntad general es algo que se puede construir sin instituciones intermediarias. Es un tipo de sociedad que se considera mejor representada por los aficionados que por los expertos y que valora más al filtrador que al periodista. Este es el nuevo espíritu, y lo que indica que vivimos un cambio de época es que esta idea es compartida por gentes de procedencia e ideología muy diferentes. Se está creando una utopía positiva de democracia directa que podemos encontrar tanto en sectores de la izquierda como de la derecha ultraliberal, que defiende que cuantos menos intermediarios y menos regulación, mejor’.

Pero las intermediaciones son necesarias. También la del periodismo, porque una cosa es recibir información y otra estar bien informado. La cuestión es qué tipo de periodismo. ‘Es difícil imaginar un mundo absolutamente limpio de intermediaciones’, argumenta Lluís Bassets. ‘Las seguirá habiendo, aunque probablemente deberán tener mejor ajuste y mayores controles. La credibilidad, en política y en periodismo, será más cara y habrá que ganársela con mayor esfuerzo, quizás más personal que corporativamente. La competencia se pondrá durísima y cuanto más nos adelantemos en el esfuerzo mejor será para nuestra credibilidad futura’.

‘La sociedad’, corrobora Innerarity, ‘probablemente ya no tolera un modelo de periodismo autoritario, que establece la agenda informativa y decide qué es lo que a la gente le interesa. Pero de la misma manera que es necesaria la intermediación política -otra cosa es cómo se ejerza- para articular consensos y conformar el interés general, también me parece una ilusión pensar que la opinión pública se puede construir de manera caótica, sin aplicar ciertos instrumentos de comprobación y ordenación que tienen los periodistas y no los demás. Porque no está claro que un mundo sin la intermediación de los periodistas vaya a estar mejor informado. En la sociedad de Internet, el problema no es la información, el problema es la confusión. Hay disponibilidad absoluta de información, pero también mucha confusión. Y precisamente por eso, nada es más necesario hoy en día que un buen periodista’.

Estoy de acuerdo. Pero es urgente redefinir qué es buen periodismo y señalar aquellas prácticas periodísticas que contribuyen al descrédito general de los medios. ‘Si seguís empeñados en un periodismo donde la información objetiva y veraz esté supeditada a la línea editorial, crearéis un golem que terminará por devoraros’, advierte el colectivo de Arganda. ‘En nombre de las personas que os leen, de las personas que pagaron vuestras carreras de periodismo, de las personas que confían en vuestra imparcialidad, recuperad vuestra profesionalidad como periodistas’, concluye. Los indignados nos confrontan con nuestras carencias como colectivo. Creo que el debate es urgente y necesario y por eso les animo a que me envíen su opinión. La expondré en la página de la Defensora en Elpais.com.”