Sunday, 22 de December de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1319

Jornalismo sem jornalistas?

La publicación en 1971 de 7.000 documentos secretos sobre la guerra de Vietnam desató uno de los mayores escándalos políticos de Estados Unidos y dio lugar a una apasionante controversia en torno a la libertad de expresión y la seguridad nacional. Cuatro décadas después, otra información sobre otro polémico conflicto, el de Afganistán, vuelve a abrir el debate sobre los límites de la información.

La publicación en 1971 de 7.000 documentos secretos sobre la guerra de Vietnam desató uno de los mayores escándalos políticos de Estados Unidos y dio lugar a una apasionante controversia en torno a la libertad de expresión y la seguridad nacional. Cuatro décadas después, otra información sobre otro polémico conflicto, el de Afganistán, vuelve a abrir el debate sobre los límites de la información. Y no solo por el contenido difundido, sino por la forma en la que ha llegado a conocerse.

Desde que The New York Times, The Guardian y Der Spiegel publicaron a finales de julio la noticia de 76.000 archivos secretos del Pentágono relacionados con el conflicto afgano y recibidos un mes antes en sus redacciones, la atención se ha centrado en el emisor principal de la información: el portal Wikileaks, que desde hace tres años publica en su web documentos reservados en nombre de la libertad de información, lo que le ha garantizado el apoyo de las organizaciones que abogan por la transparencia y luchan por desvelar los trapos sucios de los Gobiernos. Hasta ahora. Tras la publicación de los papeles de Afganistán, Wikileaks ya no solo se enfrenta a las críticas oficiales por la siempre temida amenaza a la seguridad nacional; el 10 de agosto, cinco ONG -entre ellas Amnistía Internacional- pidieron a la web que borrara de los documentos los nombres de los afganos que colaboran con la OTAN y que pueden ser víctimas de represalias.

¿El portal tiene las ‘manos manchadas de sangre’, como le acusa el Pentágono, o está ejerciendo la libertad de información, como defienden sus gestores? ¿Hasta qué punto se puede llegar en el uso de la información? El debate, tan antiguo como la existencia misma del periodismo, asume connotaciones completamente distintas en la época de Internet.

‘Nosotros apoyamos la labor de Wikileaks en el sentido de que creemos que todo material clasificado debe publicarse, pero hay que tener en cuenta siempre que no ponga en riesgo a las personas. La libertad de información tiene que ser la máxima posible. Pero existen unos límites y, si se traspasan, se pueden vulnerar los derechos humanos. En casos de conflicto, nuestro principal objetivo es defender los derechos de la población, de los individuos’, comenta Miguel Ángel Calderón, de Amnistía Internacional, organización cuyas críticas han llamado más la atención en esta polémica, ya que en 2009 premió a Wikileaks por sacar a la luz informes sobre las matanzas de Kenia. ‘Esos documentos en ningún momento vulneraban los derechos de las víctimas u otros individuos inocentes, sino que servían para denunciar un hecho’, justifica Calderón.

Tras publicar los papeles de Afganistán, Wikileaks, que se ha limitado a difundir los documentos en bruto, sin editar ni omitir ningún dato, ha recibido todo tipo de críticas. No fue así con el vídeo difundido el pasado abril por la misma web en el que se demostraba la matanza de 11 civiles iraquíes abatidos en Bagdad, en julio de 2007, por un helicóptero estadounidense. Entre ellos se encontraban dos trabajadores de la agencia Reuters.

La información recibió el aplauso de medio mundo. Hasta Reporteros sin Fronteras colgó el vídeo en su web. ‘Era material de interés público’, explica Benoit Hervieu, portavoz de la organización, que ha sido en las últimas semanas una de las voces más críticas a la hora de denunciar la irresponsabilidad de Wikileaks por publicar los nombres de los colaboradores afganos.

‘Puede parecer sorprendente que Reporteros sin Fronteras, dedicada a la defensa de la libertad de prensa, critique con severidad la irresponsabilidad o más bien la imprudencia de Wikileaks. Pero hay una responsabilidad de los medios de comunicación sobre informaciones extremadamente sensibles como esta que pueden poner en riesgo la vida de las personas’, manifiesta Hervieu, que explica así por qué para su organización no se trata de una contradicción: ‘Por supuesto que apoyamos a Wikileaks cuando hace públicos documentos sobre la guerra y los abusos cometidos. Si mañana Wikileaks difunde un vídeo sobre actos de torturas en Afganistán, claro que es interesante. Pero la pregunta es en qué medida era útil revelar los nombres de los colaboradores afganos’.

El interés público no era en este caso evidente, según coinciden los expertos. Y ese es uno de los criterios utilizados por los periodistas a la hora de seleccionar y manejar una información. ‘Decidir si publicar o no información secreta siempre es difícil, y después de haber considerado los riesgos y el interés público, en algunos casos decidimos no publicar. Pero hay veces en que la información es de interés público significativo, y esta es una de ellas’, se lee en la nota con la que The New York Times acompañó los artículos sobre los papeles de Afganistán, el pasado 25 de julio.

Wikileaks filtró los documentos a este y otros dos medios un mes antes de publicarlos en su web. Durante esas cuatro semanas, periodistas de esos medios contrastaron las informaciones y decidieron no publicar la información que consideraron más comprometedora, como los nombres de los colaboradores afganos, excepto los de los funcionarios, y otras informaciones que podían poner en riesgo las operaciones militares. ‘La decisión sobre la publicación se tomó tras una intensa discusión’, explicó el director del periódico, Bill Keller. ‘Estudiamos el material para intentar establecer su importancia y credibilidad’, afirmó.

‘Las maneras en las que Wikileaks y los periodistas profesionales tratan estos documentos son muy distintas. Los reporteros tienen que decidir si los documentos son de interés público, si ponen en riesgo a alguien o cuáles serán las consecuencias. Para Wikileaks, lo importante es publicar la información sin tener en cuenta las consecuencias. Esto es peligroso’, afirma Joyce Barnathan, presidenta del Centro Internacional de Periodismo (ICJ, en sus siglas en inglés), organización estadounidense que promociona el periodismo de calidad. Para ella, el trabajo que hizo The New York Times con el material de Wikileaks es lo que marca la diferencia entre ‘un trabajo periodístico y lo que hace Wikileaks: conseguir documentos y colgarlos’.

Pero la presidenta del ICJ reconoce que el problema es que, aunque no es una organización periodística, Wikileaks produce información. ‘Ellos destapan informaciones importantes. Y la tecnología permite a cada vez más personas con distintos puntos de vista que puedan utilizar la información como quieran sin tener que contextualizar’, afirma. Sin hacer, en definitiva, el trabajo editorial de selección y gestión del contenido y de las fuentes que hace una organización periodística.

Así que, según Barnathan, la gran cuestión es: ¿qué es periodismo hoy?, ¿qué es periodismo si hay organizaciones como Wikileaks que producen información, pero como más de una vez ha reiterado Julian Assange, fundador del portal, no se consideran periodistas? ‘Para nosotros, los periodistas son los que hacen y producen información. Una definición amplia’, manifiesta Hervieu, de Reporteros sin Fronteras. ‘Si la información es importante y si Assange la considera importante, hay que asumir una responsabilidad periodística. Además, lo curioso es que el fundador del portal dice que Wikileaks no es una organización periodística pero reclama el beneficio de la protección de las fuentes’, añade Hervieu.

Quien no tiene duda sobre el hecho de que lo que hace Wikileaks es periodismo es John Pilger. Este veterano de las investigaciones controvertidas, corresponsal de guerra en Vietnam y Camboya, define Wikileaks ‘como uno de los más importantes y excitantes desarrollos del periodismo’. Para Pilger, muy crítico con los medios dominantes, la forma en que actúa el portal no solo es correcta, sino que demuestra que ‘el periodismo corporativo occidental está en crisis, tras haber colaborado en algunos casos con los Gobiernos en guerras ilegales’.

Sin compartir el entusiasmo de Pilger, Wally Dean, periodista y miembro del Comité de Periodistas Comprometidos, un grupo de periodistas, editores, propietarios y académicos preocupados por el futuro del periodismo, con sede en Washington, opina que ‘el producto que hace Wikileaks es esencialmente periodístico’.

Según Dean, una razón es que ‘toma decisiones editoriales, como aceptar documentos que alguien le ofrece y, presumiblemente, verificar la fuente, determinar si es auténtica’. Si bien, añade, ‘ahí paran’. A partir de ahí, Dean se muestra más crítico con la difusión de los papeles afganos: ‘Como los médicos, los periodistas deberían evitar siempre causar daño. Y no se puede asegurar que la difusión por parte de Wikileaks de documentos militares clasificados no lo haya causado. Simplemente, no lo sabemos’.

No todos comparten la opinión de que quien publica información tenga que respetar los mismos criterios que corresponden al periodismo, que tengan que asumir las mismas responsabilidades. ‘¿Los principios de la ética periodística tienen que aplicarse a todos? No, es imposible. Son las organizaciones periodísticas las que tienen que diferenciarse de gente como Wikileaks’, dice Joshua Benton, director del Nieman Journalism Lab, un grupo de estudio de la Universidad de Harvard sobre el futuro del periodismo de calidad en la época de Internet. Benton considera que la existencia de Wikileaks es ‘el ejemplo de la liberación de las fuentes en los tiempos de Internet’. Tiempos en los que las restricciones no tienen mucho sentido: ‘Si se para Wikileaks siempre habrá alguien que encontrará otras vías para publicar la información’.

Benton dice sentirse más comodo en un mundo en el que existen ofertas como las de Wikileaks, ‘que es una fuente más’. Los periódicos pueden decidir ignorarla o hacer lo que han hecho The Guardian y The New York Times: ‘Utilizar el material aplicando los criterios que han utilizado siempre’. Según Benton, las críticas que han llegado de los medios de comunicación tradicionales se deben a una ‘reacción emocional y de protección profesional’. Una reacción parecida, según él, a la que se ha tenido con los blogs y Twitter. ‘Y ahora todos los periódicos los utilizan’.

Para Manuel Núñez Encabo, presidente en funciones de la Comisión de Quejas y Deontología de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) y catedrático de Ciencias Jurídicas de la Universidad Complutense de Madrid, la cuestión no es tan sencilla. ‘Se trata de un tema que es necesario debatir en el marco de los contenidos que se dan a través de los medios, sea cual sea el soporte. No cabe duda de que Wikileaks tiene un aspecto positivo: dar informaciones que los poderes públicos no siempre quieren dar. Toda la información tiene que ser de interés general y en este caso lo es. Pero, además, debe cumplir dos condiciones indispensables: veracidad y respeto a los derechos fundamentales de la persona’, dice Núñez, que duda que informaciones como la de los papeles de Afganistán cumplan estos requisitos.

‘El de los nuevos formatos de información y cómo se vinculan con el periodismo es un debate no resuelto. Los periodistas, como transmisores tradicionales de información, son fundamentales, porque garantizan la calidad de las noticias, sea cual sea el formato y las fuentes’. El experto advierte que, sin ciertos límites, se corre el riesgo de ‘entrar en una etapa de torre de Babel en la que la gente que más grita es la que más se ve, y en la que hay un mayor riesgo de manipulación’.

Una torre de Babel que podría despertar, según la directora del ICJ, Barnathan, la tentación de los Gobiernos de imponer cada vez más restricciones: ‘En Estados Unidos creemos que la autorregulación es la mejor forma de gestionar la libertad de prensa. Pero actuaciones como la de Wikileaks suscitan la pregunta de cómo controlar todo esto’.

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Una máquina de ‘furos’

** Papeles de Afganistán. El pasado 25 de julio, The New York Times, The Guardian y Der Spiegel publican la noticia de 76.000 archivos secretos obtenidos por Wikileaks y que detallan el día a día de la guerra en Afganistán desde 2004 a 2009.

** Daños colaterales. El pasado abril, Wikileaks difunde el vídeo de la matanza de 11 civiles iraquíes abatidos en Bagdad, en 2007, por un helicóptero estadounidense. El Pentágono tuvo que abrir una investigación.

** Los secretos de Dutroux. En 2009, Wikileaks publica información confidencial del expediente del pederasta Marc Dutroux, incluidos teléfonos, cuentas bancarias y direcciones de implicados en el caso. El padre de una de las víctimas ha criticado la difusión del material.

** El caso Trafigura. En 2009, publicó un informe sobre Trafigura (empresa del sector de la energía) un mes después de que un juez ordenara que el material, obtenido por The Guardian, se mantuviera secreto. Según el informe, Trafigura pagó a una empresa de Costa de Marfil para deshacerse de 400 toneladas de gasolina.

** Las matanzas de Kenia. En julio de 2009 Amnistía premió a Wikileaks por denunciar ejecuciones extrajudiciales en Kenia.