Wednesday, 27 de November de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1315

Milagros Pérez Oliva

Los “errores y horrores de agosto” han pinchado un nervio. Mi artículo del pasado domingo ha provocado un intenso debate en la redacción, cosa que celebro porque tal vez de ello pueda derivarse algún beneficio para los lectores. En los últimos días he recibido cartas y llamadas de lectores y redactores de EL PAÍS preocupados por el deterioro de la calidad de algunos textos. Muchos me piden que profundice en las causas. También he recibido una carta del comité de empresa, que discrepa de los factores que, a la espera de un mayor desarrollo, apuntaba al final del artículo: un problema de exigencia individual, de supervisión y de formación. El comité considera que “achacar los errores a la falta de exigencia individual y de formación supone un ataque al honor profesional de la redacción”. Cree, en cambio, que el aumento del número de errores se debe a que “las decisiones empresariales que se han tomado en los últimos años han desembocado en una falta de medios para garantizar la calidad del producto (por ejemplo, los correctores prácticamente han desaparecido)” y a que los redactores soportan “cada vez mayor carga de trabajo”.

Nunca he considerado desdeñables los condicionantes estructurales. Al contrario. A veces son incluso decisivos. Pero creo que también hay un ámbito de responsabilidad individual que no debe ignorarse y al que, de hecho, los lectores apelan en primer lugar. En la página de la Defensora en Elpais.com pueden encontrar la opinión de muchos de los lectores que me han escrito sobre este tema, algunos para señalar nuevos errores.

Miguel Ángel de la Rubia, por ejemplo, deploraba el mismo domingo que en el artículo La década que alumbró el ocaso se hablara de “descubrimientos astrológicos”: “La verdad es que dicho artículo parece un buen trabajo, pero es una lástima encontrar una errata así en un reportaje tan destacado (páginas 3, 4 y 5) sobre un asunto de tanta actualidad como el décimo aniversario de los atentados del 11-S. ¿De verdad el autor no conoce la diferencia entre lo que hace Rappel y lo que hacen los astrónomos en sus observatorios? ¿De verdad nadie ha releído el artículo antes de publicarlo?”.

Otro lector, Vicente Herrero González, periodista jubilado de Salamanca, apela a la responsabilidad individual: “Me dirijo a usted para expresarle mi tranquilidad por su claro compromiso en defensa del lector. Su artículo ha venido a confirmar, y al mismo tiempo denunciar, una realidad que desde hace tiempo vengo comprobando y que me hace daño. (…) Errores y faltas de ortografía, deterioro en el uso del lenguaje, pies y titulares que se cambian y confunden, falta de rigor, de calidad y de amor por el trabajo y por hacer las cosas bien”. Y termina invitándome a “definir” las causas de este deterioro.

No resulta fácil, porque intervienen diversos y complejos factores. Pero empecemos por lo básico, el dominio del lenguaje. Los errores que aparecen en los textos los cometen periodistas. ¿Escribir con faltas de ortografía y errores de sintaxis no es un problema de formación, en un periodista? ¿No debería ser esa la primera competencia que acreditar? Los lectores lo tienen muy claro. He observado que algunos errores se repiten con más frecuencia que otros, lo cual indica que algunas carencias pueden estar localizadas. Sugiero que se haga durante un tiempo un seguimiento de las faltas de ortografía para identificar quiénes las cometen y darles así la oportunidad de mejorar su formación en ese aspecto.

Muchas de las quejas que recibo son por textos con frases incomprensibles, problemas de concordancia o datos contradictorios. El examen de esas piezas indica que el error procede del mal ensamblaje de materiales de diversa procedencia o de modificaciones introducidas en el texto sin advertir que la nueva redacción incurría en contradicciones o errores. Eso significa que el redactor no ha repasado lo que ha escrito antes de publicarlo. Creo que es responsabilidad del periodista revisar el artículo hasta estar seguro de que es correcto. La prisa o la falta de medios pueden explicar algunos errores, pero no todos, según he podido comprobar, pues muchas de las noticias que han provocado quejas no presentaban ninguna urgencia. Hay además un dato que considero muy significativo: una elevada proporción de los textos mal redactados no llevan firma. ¿Hay diferente nivel de exigencia personal según se firme o no la pieza? Creo que es una buena pregunta para la reflexión.

Una vez redactado, el recorrido de un texto debería incluir algún tipo de supervisión formal. Porque el redactor más exigente y mejor formado puede cometer errores. Y porque no todas las informaciones están redactadas por periodistas especializados. De hecho una parte de las quejas se refieren a errores que implican desconocimiento de la materia de la que se informa. Hay pues, claramente, un problema de supervisión y aquí sí creo que intervienen factores estructurales.

Algunos redactores interpretaron que las tres causas que apunté en mi artículo se referían exclusivamente a la edición digital. No. Se referían a todo el diario. Pero es cierto que la edición digital es más vulnerable frente a los errores. No es una apreciación subjetiva. Me baso en que recibo muchas más quejas por errores en la edición digital que en la impresa. Ello tiene que ver sin duda con la gran cantidad de material que se produce, pero también con la forma en que se trabaja, con la prisa y la falta de control. Tanto el director adjunto Vicente Jiménez como Guillermo Altares, redactor jefe de la edición digital, admiten un problema de supervisión. Altares me ha confirmado que en algunos textos el control de edición se hace a posteriori. Es decir, los artículos se publican tal como los deja el redactor. Siendo así, parece claro que es necesario habilitar un mecanismo eficaz de supervisión.

Algunas de las carencias tienen que ver también con la coyuntura de crisis que vive la prensa escrita. En el caso de los diarios, los planes de ajuste están llevando a prescindir preferentemente de los periodistas con mayores salarios, que suelen ser también los más experimentados. El resultado es una pérdida global de masa crítica en experiencia y conocimiento, y también de memoria colectiva en las redacciones.

Estos recortes se producen justo cuando los periódicos han de afrontar el desafío digital, que exige producir información en mayor cantidad y con mayor rapidez que nunca. La redacción de EL PAÍS ha sufrido también una importante merma de sus efectivos, justo en el momento en que afronta un aumento sin precedentes de la cantidad de información que producir.

En estos momentos la redacción está en pleno vuelco organizativo. Hasta ahora, toda la estructura estaba centrada en la elaboración de la edición impresa, mientras un equipo se ocupaba específicamente de la edición digital. En adelante, toda la actividad pivotará sobre la web. Esta reorganización permitirá que la edición digital se beneficie más del mayor nivel de especialización de los periodistas de las diferentes áreas. Pero seguirá habiendo prisas y, por tanto, tensión entre rapidez y calidad.

¿Importa mucho ser los primeros en dar una noticia? “Sin duda, importa mucho”, responde el director adjunto Vicente Jiménez. “El lector que nos sigue en Internet quiere recibir la información de un acontecimiento en cuanto se produce. Pero también quiere que sea segura y esté bien redactada”, añade. “Tenemos un gran desafío por delante, porque hemos de aumentar la cantidad de información y, al mismo tiempo, la calidad. Y todo ello en un momento de dificultades económicas y escasez de recursos”.

La aceleración en los tiempos de decisión que comporta el soporte digital plantea, pues, un nuevo desafío: cómo combinar inmediatez y calidad, rapidez y especialización. Ofrecer información completa y extensa en el momento en que se produce y con la calidad que esperan nuestros lectores exige periodistas que reúnan una alta capacidad resolutiva y un alto grado de especialización. Y también mecanismos eficaces de supervisión.