Friday, 22 de November de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1315

Detenção e castigo para a rainha do sensacionalismo

Para Charlie Brooks, el marido de la famosa Rebekah Brooks, hasta hace unos meses una de las mujeres más poderosas de la prensa británica, “el mejor momento del año es unas tres horas antes de que empiecen las carreras de caballos en Cheltenham”, cuando, según explicaba el martes en su columna enThe Daily Telegraph,se toma su primera pinta de Guinness en el famoso festival de carreras de caballos. Pero este martes, Charlie y Rebekah no estaban en Cheltenham cumpliendo ese ritual anual, sino declarando en comisaría. A primera hora de la mañana, la policía les había detenido en su mansión campestre cerca de Oxford para tomarles declaración por un presunto delito de obstrucción a la justicia en el marco del escándalo de las escuchas telefónicas ilegales en el desaparecido tabloide News of TheWorld.

Rebekah Brooks ya había sido arrestada antes, el 17 de julio pasado, dos días después de que la crisis de las escuchas se desbordara y la forzara a dimitir como consejera delegada de News International, el brazo a través del que News Corporation, el imperio mediático de Rupert Murdoch, controla sus medios británicos, que incluyen The Sun, The Times y The Sunday Times.

Las cosas son diferentes esta vez. En julio, Rebekah se presentó por sí misma en comisaría, atendiendo una citación policial. Ahora ha recibido el tratamiento de moda en los últimos meses: la detención por sorpresa, al alba. Y más importante aún, los cargos de obstrucción a la justicia de que son sospechosos pueden acarrear la pena de prisión de por vida si finalmente son acusados y declarados culpables. Aunque nadie ha sido nunca condenado a más de 10 años.

La detención de esta semana, aunque formalmente es un mero paso legal para interrogarles y los dos han quedado en libertad bajo fianza, es un duro mazazo para Rebekah Brooks, que parecía empezar a recuperarse del impacto de la crisis de julio. Tras pasar varios meses prácticamente recluida en casa, en noviembre, la pareja apareció en público en otro festival de carreras de caballos, en Newbury. Ella, poniendo al mal tiempo buena cara y parapetada con un ejemplar de The Sun, el diario de su vida, y en el que forjó su carrera periodística. En enero anunciaron el nacimiento de su hija Scarlett Anne Mary, gestada a través de una madre de alquiler por las dificultades de la pareja para tener hijos.

La característica que todos coinciden en apreciar en Rebekah Brooks es su ambición. Y su capacidad para seducir a la gente. Sobre todo, a aquellos a los que necesita. Ha sido capaz de granjearse la amistad de los tres últimos primeros ministros británicos, políticos con perfiles y caracteres tan distantes entre sí como Tony Blair, Gordon Brown y David Cameron. Hay quien ve detrás de esa habilidad personal un mero gesto profesional: es siempre difícil saber dónde acaba la amistad y dónde empieza el interés personal.

Algo así parece ocurrir también en su vida personal. Su primer marido, Ross Kemp, era un actor de la histórica serie de la BBC Eastenders. Se conocieron en 1996 y se casaron en 2002 en Las Vegas. Fue, al decir de algunos amigos, “una relación tormentosa”. Kemp estaba en la cresta de su popularidad cuando se conocieron. Simpatizante y donante del Partido Laborista, él la ayudó a introducirse en los círculos del Nuevo Laborismo, la tendencia política entonces en alza.

Hijo de una peluquera y de un inspector de policía, Ross, que con el tiempo ha derivado su carrera artística al periodismo de investigación en televisión, era entonces “el marido ideal” para Rebekah Wade, como se llamaba de soltera e incluso tras casarse con él: el compañero perfecto para una mujer que se convertiría pronto en la directora más joven de la prensa británica cuando llegó a la cúpula de News of the World en el año 2000 y luego, en 2003, en la primera mujer al frente del poderoso The Sun.

La pareja tuvo numerosos altos y bajos. El más bajo de los bajos llegó en noviembre de 2005, cuando la policía se llevó a Rebekah a comisaría de madrugada tras una trifulca con Ross, que tenía un labio roto. El marido no presentó denuncia y aseguró que el labio se lo había partido en un rodaje. Rebekah pasó la noche en los calabozos, pero salió en libertad sin cargos. Siempre se ha dicho que Rupert Murdoch, al que no tuvo más remedio que dejar plantado en la cita que tenían aquella mañana para desayunar, le envió un vestido de diseño para que saliera de comisaría con el mejor aspecto posible.

Pero quizá lo más significativo de ese incidente es el trato de favor que Rebekah Wade se dio a si misma. The Sun había desplegado en aquellos tiempos bajo su dirección una potente campaña contra la violencia doméstica. Por una de esas casualidades casi increíbles, aquella misma noche había ocurrido otro sonado altercado conyugal en la ciudad: entre el actor Steve McFadden –que casualmente interpretaba el papel de hermano de Ross Kemp en Eastenders– y su novia, Angela Bostock, que fue detenida al igual que lo había sido Rebekah Wade. Eso le permitió a Rebekah abrir The Sun a toda página con la pelea entre McFadden y Bostock mientras la suya con su marido pasaba casi desapercibida.

Rebekah y Ross se separaron en 2007 y se divorciaron en marzo de 2009. Dos meses después se casó con Charlie Brooks. Como dijo una vez un amigo de ella, “Ross era el marido perfecto para la directora de un tabloide, Charlie era el marido perfecto para una consejera delegada”. Jinete aficionado, entrenador de caballos de carreras por vocación, Charles Patrick Evelyn Brooks procede de una familia acaudalada, aunque algo venida a menos, cuyas raíces se remontan a Eduardo III, rey de Inglaterra en el siglo XIV. Educado en Eton, donde compartió clase y amistad con un hermano del actual primer ministro, David Cameron, Charlie tiene el toque de clase alta y el carácter relajado y suave que no le ofrecía Ross. Es, en muchos sentidos, todo lo opuesto a la propia Rebekah.

Los Brooks viven en una hermosa casa de campo en Chipping Norton, en Oxfordshire, y se han convertido en el centro de un influyente grupo de ricos y famosos que viven o pasan temporadas o fines de semana en el lugar. Gente como el ex de Madonna y cineasta Guy Rit­chie; Alex James, bajista de Blur, o David Cameron, diputado por el vecino Witney. Elisabeth Murdoch y su influyente marido, el relaciones públicas Matthew Freud, viven también a tiro de piedra.

Poco antes de que se casaran, la muy elitista revista Tatler publicó un perfil de Charlieque arrancaba con esta sugerente y significativa frase: “Cuando Charlie Brooks se levanta por la mañana, lo que más le gusta es volar a Venecia desde el aeropuerto de Oxford con la que va a ser su mujer, Rebekah Wade, la deslumbrante pelirroja que dirige The Sun, para ir a comer a Harry’s Bar. Luego, tras ir de compras y pasear por la ciudad, la pareja vuela de vuelta a Londres para cenar en Wiltons, en Jermyn Street”.

La boda de Charlie y Rebekah, que esta vez sí adoptó el apellido de su marido, fue un absoluto secreto hasta el mismo día de la ceremonia, algo extraordinario si se tiene en cuenta no ya que ella vivía rodeada de periodistas, sino que entre los invitados estaban casi todos los que pesan algo en la vida política, artística y mediática de Reino Unido. La pareja se casó en la intimidad el 12 de junio en Saint Bride, la llamada “iglesia de los periodistas”, junto a Fleet Street. La fiesta fue al día siguiente en Sars­den, una finca de 115 hectáreas cerca de Chipping Norton.

Allí estaban Rupert Murdoch, Gordon Brown y David Cameron encabezando una lista de 240 invitados. Una mezcla de amigos, conocidos y contactos que reflejaba la vida social, pero sobre todo la vida profesional de los contrayentes, y en especial de Rebekah Brooks.

Una de sus principales cualidades es la de conseguir mantener buenas relaciones con las personas a las que ha ido apuñalando a lo largo de su carrera periodística. Es legendaria la anécdota de que en 1997, cuando tenía 29 años y era redactora de News of the World, fue a Westminster a comunicarle al diputado conservador Jerry Hayes, casado y bastante prominente por sus posiciones contra los homosexuales imperantes entonces entre los tories, que el diario iba a publicar el domingo la historia del romance del diputado, años atrás, con un joven militante conservador que tenía entonces 18 años, legalmente menor de edad porque la edad de consentimiento para los homosexuales era de 21 años. A pesar de que la historia podía destrozar su carrera política y su vida familiar, Hayes llamó al diario para darles las gracias por la sensibilidad que Rebekah había mostrado al darle cuenta de la inminente publicación.

El hecho de que Brown estuviera en la boda de los Brooks puede parecer normal, teniendo en cuenta que él era primer ministro y ella dirigía el poderoso The Sun. Pero menos de tres años antes, Rebekah había decidido publicar la exclusiva de que el hijo pequeño de los Brown sufría una grave enfermedad incurable, fibrosis cística, un drama que los Brown preferían mantener en privado y que les había afectado de forma especial tras la prematura muerte de su primera hija a los pocos días de nacer.

La capacidad de Rebekah ­Brooks para granjearse la confianza de los demás parece infinita y está llena de triples saltos mortales. No solo se hizo amiga de Tony y Cherie Blair, sino de Gordon y Sarah Brown, a pesar de su rivalidad política. Según el ex viceprimer ministro laborista John Prescott, que solía mediar entre los dos, “era puro arte la forma con la que consiguió que cada uno de ellos pensara que estaba de su parte”.

Tampoco le costó demasiado ganarse al conservador David Cameron a pesar de sus excelentes relaciones con los laboristas Blair y Brown. Rebekah empezó a frecuentarle poco antes de que se alzara con el liderazgo conservador y, siendo ya primer ministro, los Cameron han ido a menudo a cenar a casa de los Brooks y compartieron incluso una Nochebuena.

Alistair Campbell, en tiempos mano derecha de Blair en el aparato de propaganda de Downing Street, ha explicado en sus diarios que Rebekah fue una de los pocos que le enviaron una nota de apoyo cuando en 2003 el suicidio de un asesor del ministerio de Defensa, el doctor David Kelly, puso al Gobierno, y a Campbell en particular, en una situación crítica, con un célebre enfrentamiento entre ­Downing Street y la BBC por la guerra de Irak. Pero luego da a entender también que ella dejó de comunicarse con él cuando los laboristas perdieron el poder. Es decir, que sus buenas palabras eran en realidad puramente interesadas.

Es el poder lo que interesa a ­Brooks, no la política. Quienes han trabajado con ella suelen decir que nunca le han oído decantarse políticamente. Si tiene alguna preferencia ideológica, se la guarda para sí misma. Lo que siempre ha hecho es acercarse a los poderosos.

Su acercamiento a Rupert Murdoch podría también leerse en clave de poder. Nada mejor que cultivar al gran patrón de News International para asegurarse una carrera meteórica. Pero sea cual sea el origen y los propósitos de la relación, entre Murdoch y Rebekah hay mucho más que mero interés. Muchos ven en su entendimiento una relación comparable a la de un padre y una hija, aunque no falta quien cree que esa es una visión machista y que si Rupert la ha apreciado y apoyado es por su extraordinaria valía profesional y por su fuerte carácter.

Que Murdoch tiene aprecio por ella es un secreto a voces. No solo porque le enviara aquel vestido para que saliera con la cabeza alta del calabozo. Ni porque un día, sabiendo que nada le enfurruñaba más a Rebekah que ver una gran exclusiva en la competencia, y habiéndole pisado The Mirror una historia relevante a The Sun, lo que hizo Murdoch no fue abroncarla a ella, sino llamar a su hombre fuerte en Londres, Les Hinton, para preguntarle: “¿Cómo está Rebekah?”. Ni porque queden a nadar juntos a primera hora de la mañana cuando Murdoch está en Londres. O porque, en julio pasado, en plena crisis de News of the World, decidiera apoyarla públicamente dejando claro que, en ese momento, ella era su máxima preocupación.

Pero la personalidad de Rebekah Brooks no siempre despierta admiración. Sus antiguos jefes y compañeros subrayan su capacidad de trabajo, la facilidad con la que se gana la confianza de la gente, cómo les hace “sentirse importantes”. Pero la conclusión final suele ser que todo eso tiene como objetivo final que hagan lo que ella quiere. En definitiva, que es el interés lo que mueve a Rebekah Brooks a ser dulce, o amable, o comprensiva. Es también capaz de ser dura, seca y tajante. Es capaz de utilizar el desdén y cruzar la redacción de una punta a la otra como si no hubiera nadie a su alrededor. O lanzar un cenicero por los aires en el consejo de redacción el día en el que la competencia le ha marcado un gol.

“Lo que quería es que hicieras cosas. Te elogiaba hasta elevarte a los cielos, te hacía creer que estabas en la cima del mundo. Solo luego te dabas cuenta de que te estaba manipulando. Era muy táctil, tocándote el brazo, mirándote directamente a los ojos como si no hubiera nadie más importante en la habitación. Por su manera de actuar, llegabas a pensar que quería acostarse contigo. Pero no, no era eso lo que quería; estaba demasiado por encima de algo así”, recordaba un antiguo redactor de News of the World en un artículo de Vanity Fair.

Pero todo ese mundo de glamour, de poder, de personalidades hipnóticas, está ahora amenazado por el escándalo de las escuchas y el presunto pago de sobornos a la policía. Un escándalo que, esté ella legalmente implicada o no, viene a ser la consecuencia de un modo de entender la vida y el periodismo que se ajusta muy bien a su personalidad: tenían tanto poder, que se creían por encima del bien y del mal.