‘Las cartas de los lectores que se publican en la sección diaria que ofrece ‘La Vanguardia’ sin interrupción desde el 12 de marzo de 1966 son, entre otras cosas, un medio para canalizar el ejercicio de la libertad de expresión de las personas que no tienen acceso a otros foros públicos.
Estos textos que lectores y lectoras envían a su diario son, pues, una vieja práctica, nacida con la prensa liberal del siglo XIX, que entronca con los progresos de lo que el profesor Lluís Pastor denomina ‘periodismo participativo’ en la tesis doctoral leída el pasado día 14 en la Universitat Ramon Llull.
Los asuntos que se exponen en estas cartas son muy diversos. Entre ellos aparecen a menudo quejas por fallos o abusos en la gestión de los servicios que prestan las administraciones públicas y las grandes compañías.
Es legítima esta función de plataforma de protesta democrática que a veces cumplen algunas cartas de los lectores. Las administraciones públicas y las grandes compañías no pueden alegar indefensión ante las denuncias de los lectores en la prensa puesto que disponen de gabinetes de comunicación preparados para replicar las críticas.
Los lectores que escriben cartas para publicar deben evitar, sin embargo, la identificación con nombres y apellidos de empleados, funcionarios o trabajadores a los que atribuyen conductas incorrectas.
En la prensa debe protegerse escrupulosamente por razones éticas el derecho de las personas a su propia intimidad. Las cartas que los lectores aspiran a publicar en el diario están sujetas a los mismos deberes deontológicos que obligan a los periodistas.
Por consiguiente, no debemos identificar a personas sin relevancia pública cuando se exponen quejas en la prensa. Este principio tiene excepciones, por supuesto, cuando la queja o la crítica afecta a personas que ejercen un cargo público. Soportar las censuras de los ciudadanos es una de las servidumbres del poder en los sistemas democráticos.
Un nombre en la carta
De acuerdo con estos criterios, es razonable la queja que el lector Jacobo Ibáñez López-Cordón me expuso por correo electrónico el domingo 9 de mayo con la petición de que la planteara ante quien corresponda en la redacción.
La queja es por una carta publicada en ‘La Vanguardia’ que contiene la protesta de una lectora por el trato que dispensó una supervisora de vuelo de Iberia a una pasajera anciana. En esta carta la lectora identificó a la empleada con nombre y apellido, y se publicó en el diario con este dato infausto.
El lector Jacobo Ibáñez López-Cordón expone su queja en los siguientes términos: ‘Entre indignado y estupefacto me deja la lectura de una carta al director publicada el 7 de mayo bajo el título ‘Iberia empeora’. Ahora resulta que lo que hasta ahora consideraba un rotativo serio y riguroso se ha convertido en una especie de libelo con carta blanca para la difamación. De otro modo, no se entiende que publiquen semejante escrito tendencioso y panfletario sin calibrar las repercusiones personales y profesionales que puede acarrear para la empleada de Iberia que allí se cita con nombre y apellido’.
El lector expone este argumento: ‘La sección de Cartas de los Lectores, si bien debe ser un foro abierto a la opinión, nunca debe transgredir ciertos límites que ‘La Vanguardia’ ha traspasado con creces sentando un peligrosísimo precedente’. Y este mismo lector insta a su defensor: ‘Espero y deseo una pronta rectificación pública por parte del diario, para intentar paliar los daños y trastornos sufridos por la empleada de Iberia a causa de su irresponsable proceder’.
Para completar los datos del caso, debo dejar constancia de que el miércoles 12 de mayo se publicó en la sección específica del diario una carta que trata del mismo caso, titulada ‘Aclaración de Iberia’, y firmada por la jefe de pasaje en escala de Iberia.
LA CONSELLERA MIERAS fue satirizada, a propósito de la gestión del Institut Ramon Llull, en una pieza integrada en la sección de humor de la Revista (página 15) del pasado domingo. Tres personas han pedido la intervención del defensor del lector para que curse sendas quejas por aquella imagen.
El lector Diego Calderón Téllez expone entre otros argumentos: ‘Resulta un humor de pésimo gusto jugar con fotografías reales, donde originalmente salen víctimas de torturas y crímenes, y que por medio de una gracia de ‘quita y pon’ con el Photoshop, se quite un rostro para poner otro.’ Condensa su opinión: ‘Eso es reírse del dolor ajeno’.
La lectora Remei Margarit propone: ‘En nombre de la dignidad, ruego una rectificación’. Ésa es la conclusión de su argumento: ‘La crítica al gobierno de turno es cosa normal en esas páginas, lo que es intolerable es utilizar la imagen de las torturas de la cárcel de Abu Ghraib para fabricar un chiste’.
La lectora M. Àngela Gassó i Closa pregunta: ‘¿Era necesaria la satirización con un ejemplo tan degradante y tan bárbaro de una actuación política del Govern de Catalunya? ¿Dónde está el límite entre el humor y la sátira sangrante y ofensiva?’.
Jaume Collell, responsable de Humor, se excusa: ‘El humor a veces resulta injusto para quien es objeto de una invectiva, pero siempre lo es a costa de denunciar una injusticia aún mayor. La supuesta brutalidad de una imagen satírica siempre resultará inferior a un atisbo de cambalache político. Así, se entiende que los límites de una ficción siempre los supera la realidad impune de cualquier poder. Aunque la crítica se personalice no se trata nunca de una cuestión personal, ni respecto a la señora Mieras, ni respecto al señor Llull. Nunca ha sido intención de los redactores de esta sección de humor provocar la ofensa de lectores, o en este caso de personas amigas de la consellera. Sólo subrayábamos una relación ‘histórico-cultural’ de maltrato tan grotesca que incluso ponía en entredicho a los que se han ensañado contra la honorable Mieras. Los efectos de la sátira no suelen conducir siempre a la risa. El humor comporta la exageración casi por definición, y en este caso es tanta la distancia entre la tortura real y ‘los abusos de la soldado Mieras’ que la reflexión es inevitable. Y ésta sí era la intención del juego humorístico: provocar distancia y reflexión’.
El humor crítico es libre, pero también lo es el derecho a defender la sensibilidad.’