Friday, 22 de November de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1315

Josep M. Casasús

‘El pasado lunes atendí a una lectora, Mercedes González Fanjul, en un autobús de la línea 59. No es que ahora reciba las visitas en vehículos de transporte municipal. Fue un encuentro casual.

Donde menos se espera hay una lectora o un lector –sobre todo una lectora– que me conoce porque ha visto alguna vez mi foto, ha sido alumna mía, o ha asistido a alguna de las conferencias que he dado. Me suele ocurrir en el autobús, en el tren de Sant Cugat, en las librerías o en las reuniones sociales. Esos encuentros inesperados, fortuitos, son una buena ocasión para dialogar.

En algunos casos mis amigas lectoras aprovechan esta entrevista concertada por el azar para confiarme sus quejas o sugerencias. Es una de las formas más agradables de atender a los lectores por lo que tiene de directo, cordial, coloquial y espontáneo, valores sencillos sobre los que se asienta el civismo y la felicidad. Si me ven por la calle, pueden abordarme. Anotaré su encargo en unas cuartillas recicladas que llevo siempre en mi bolsillo junto a un lápiz bonsái.

Así lo hice el pasado lunes después de escuchar a la lectora Mercedes González Fanjul. Ella lamentó que aquel mismo día apareciera un artículo con un título totalmente en inglés y que en el texto no saliera su traducción. No todos los lectores de La Vanguardia tienen que saber inglés, vino a decirme amable y razonablemente. Es cierto.

Al bajar yo del autobús se apeó también otra persona que se identificó asimismo como lector de La Vanguardia, y que había escuchado nuestra conversación. Me pidió a su vez que planteara ante la redacción la misma queja pero a propósito de un título totalmente en latín que había aparecido el sábado, y que tampoco se traducía en el texto. Veamos esos títulos objetados en mi improvisada consulta itinerante y urbana.

El título en inglés encabezaba una columna firmada por Miquel Molina en la página 37 (Sociedad) del 7 de junio. Reza así: Don´t let us down. Apercibido por el defensor, el autor de la pieza expone: ‘Teniendo en cuenta que se trataba de un artículo de opinión, me permití la licencia de titular con la versión inglesa del no nos falles –referido a Zapatero– porque dentro del texto se ofrece la traducción. Visto a posteriori, probablemente hubiera sido más correcto incluir una frase del tipo ‘lo que traducido del inglés quiere decir…’, de forma que quedara más claro que la frase Don´t let us down se ha utilizado aquí como traducción del no nos falles. Pido disculpas a los lectores que se hayan podido sentir molestos por esta cuestión’. Así lo transmito desde aquí a todos ellos.

El título en latín encabezaba un comentario firmado por Marta Berard en la página 68 (Economía) del 5 de junio. Reza así: Locus amoenus. Apercibida por el defensor, la autora de la pieza expone: ‘El comentario de bolsa es un texto que pretende interpretar los resultados de los diferentes índices bursátiles. Por su naturaleza contextualizadora e interpretativa es habitual incluir algún símil o expresión metafórica. Dada la tranquilidad en que se desarrollaron los mercados europeos durante la jornada previa a la publicación del citado comentario, el título escogido fue la expresión latina locus amoenus que significa lugar idílico y es uno de los tópicos literarios, como el más conocido carpe diem. La función del periodista es siempre la de explicar cualquier información de la forma más clara posible. En este sentido me disculpo ante los lectores que se hayan sentido ofendidos’. Que así sea.

El nuevo Libro de redacción de La Vanguardia, que ha entrado en vigor esta semana, precisamente, recomienda usar con prudencia los extranjerismos y neologismos. La locución latina antes citada no entra exactamente en ninguna de estas categorías, por supuesto. Los idiomas castellano y catalán son hijos del latín, como ustedes saben. Pero puede desconcertar que la única frase de un título se escriba en nuestra lengua madre.

EL GRIEGO, otra lengua de nuestros ancestros culturales, ha motivado llamadas y cartas dirigidas al defensor por el error detectado el domingo 30 de mayo en una pieza destacada de la sección de Religión de La Vanguardia. El lector Pedro Puigvert fue el primero en escribirme sobre este caso: ‘Esta vez, al redactor de la sección Del Griego se le han cruzado los cables. Explica la letra thau (la h es prescindible) así: ‘última letra del alfabeto griego’ cuando es la decimonovena, que ha confundido con la tau del alefato que es la última letra del alfabeto hebreo. La última letra del alfabeto griego es la omega’.

Observaciones semejantes me han hecho desde entonces los lectores Millà, José Jiménez Mogollón, y Emili Aguirre Sáenz de Tejada. El periodista Oriol Domingo, responsable de Religión, reconoce el lapsus: ‘Tau es una letra hebrea y griega. El Diccionario de la Lengua Española dice: ‘Tau. Última letra del alfabeto hebreo. Decimonovena letra del alfabeto griego, que corresponde a la t del latino’. Tau se escribe igual en castellano y en catalán. A veces se escribe thau, con h, para hacer visible su transcripción fonética. En todo caso, tau es un símbolo del franciscanismo que significa sencillez, austeridad y servicio a los demás’. Lapsus disculpado.

EL INGLÉS no siempre se traduce bien. Lo advierte desde Pennsylvania, vía correo electrónico, la lectora Elizabeth Vaquera, después de leer que la obra de Erwin Lutzer titulada The Da Vinci deception se tradujo por La decepción Da Vinci. Dice la lectora: ‘La palabra deceptive suena a decepción por lo que sin pensarlo dos veces el escritor lo ha traducido como decepción, cuando su significado es engaño o mentira’.

DECEPCIÓN es lo que sienten los lectores que no ven rectificados –o mal rectificados– los errores, sobre todo de cifras, en días inmediatos. Algunas secciones son reticentes. No es el caso de Sociedad. El pasado domingo publicaron que el barco O Bahía estaba ‘a más de 75 millas de profundidad’. El lector Jordi Porta llamó para quejarse. El redactor jefe Miquel Molina expone: ‘El error de origen está en el texto de un teletipo de la agencia Europa Press, que informaba de que el barco se encontraba hundido a 75 millas de profundidad, cuando en realidad eran 70 metros, y a 3 kilómetros de la costa. El fallo debió corregirse en la redacción, pero lamentablemente pasó inadvertido y superó todos los filtros’. Disculpas renovadas.’