Monday, 23 de December de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1319

Milagros Pérez Oliva

‘¿Está en condiciones EL PAÍS de afirmar tan taxativamente como lo hizo en su portada del viernes 1 de mayo que ‘La gripe porcina golpeará a cuatro de cada diez europeos’? ¿Tan seguro está el diario de que eso ocurrirá como para poner esa frase a cuatro columnas en su portada? El titular no dice que se trata de una estimación, y tampoco toma la cautela de indicar quién la hace, de manera que, con ese enunciado, la asume como propia. Utiliza además el verbo golpear, de significado sin duda contundente, aunque en abierta contradicción con el subtítulo que aparece inmediatamente debajo: ‘La UE cree que el impacto sobre la salud de los afectados será leve’. En qué quedamos, ¿golpeará o será leve? ¿O acaso será un leve golpecito? El segundo subtítulo parece destinado a confirmar los motivos de alarma: ‘En España ya hay [la cursiva es mía] 13 casos de contagio y otros 101 sospechosos’. Ese ‘ya’ parece destinado a reforzar la inexorabilidad de la predicción. Este tipo de licencia se observa con cierta frecuencia en los titulares de los diarios. ¿Qué imperiosa necesidad tenemos de anticiparnos a los acontecimientos y dar por hecho lo que sólo es una probabilidad?

En el primer párrafo de la información de portada se observa un nuevo ejercicio de retorcimiento semántico. ‘La gripe porcina se convertirá con seguridad en pandemia y afectará a más de 200 millones de europeos’, dice, para matizar a continuación: ‘Así lo cree el Centro Europeo de Control de Enfermedades…’. ¿Con seguridad, o sólo lo cree? La primera página de Sociedad también da por seguro, en un titular a cinco columnas, que ‘El 40% de los europeos se infectará’, aunque en la segunda matiza, también en un gran titular, que ‘No hay razón para el pánico’.

En realidad, tanto el titular de portada como el despliegue interior se basan en una estimación efectuada por un experto, Angus Nicoll, en su calidad de jefe del programa contra la gripe de un organismo asesor de la UE, el citado centro de control de enfermedades, a preguntas de los periodistas en una rueda de prensa. No estaba en la documentación facilitada, pero rápidamente dio la vuelta al mundo, y en nuestro caso acabó en la portada convertida en un vaticinio inexorable. Al día siguiente, Nicoll tuvo que aclarar que sólo era una estimación y rebajó su gravedad: el 15% de ese hipotético 40% de afectados ni siquiera llegaría a presentar síntomas.

El verbo ‘golpear’ y la forma de expresarse daba a la noticia de portada una contundencia de la que ese mismo día huía, sin embargo, el editorial: ‘Alerta muy seria, sí. Alarma teñida de dramatismo, no’. Así hay que abordar, decía, ‘la posibilidad bastante probable de que la actual gripe (…) acabe en una grave pandemia’. ¿Es que hay dos sensibilidades, dos maneras de ver la realidad en EL PAÍS? ¿Por qué algo que en el editorial es una estimación de probabilidad se convierte en una certeza asumida como propia en la portada? Algunos lectores creen que la magnitud del despliegue y ciertas exageraciones en los titulares han podido alimentar un alarmismo que, como apunta Rosalía Costal desde México, está provocando ya más daños que la propia epidemia.El teólogo Benjamín Forcano ha escrutado la cobertura que EL PAÍS ha hecho de la epidemia y ha llegado a una conclusión: ‘Es una pieza maestra en el arte de amagar y retirar. Amagar declarando segura y peligrosa la expansión universal de la gripe y retirar afirmando que es benigna; (…) amagar imponiendo medidas drásticas de prevención, reclusión, control, y retirar diciendo que esas medidas no son necesarias; amagar remachando que todos los dictámenes son científicos por provenir de organismos oficiales como la OMS y retirar diciendo que no hay razones para justificar la alarma, aunque el contagio va a llegar y, a lo mejor, todo queda en nada’.

‘No salgo de mi asombro’, escribe Elena Garzón Montenegro. ‘Llevan ustedes siete días seguidos dedicando siete páginas al tema’. Para esta lectora, la cobertura ha sido ‘excesiva, contradictoria, reiterativa y alarmista’. Durante varios días la gripe ha ocupado más espacio que la sección de Internacional y el doble que la de Economía. Nadie pone en duda la importancia informativa del tema, pero, ¿ha sido excesivo este despliegue?

El redactor jefe de Sociedad, Ricardo de Querol, cree que no, y lo justifica de este modo: ‘Hemos dado una información amplia precisamente para explicar la alerta sanitaria con todos sus matices y combatir el alarmismo. El aumento de visitas a nuestra página web confirmó que había una gran demanda de información. Y los elementos noticiosos eran de primer orden: la OMS declara una ‘pandemia inminente’, el Gobierno de EE UU decreta emergencia sanitaria, países como Rusia y China toman medidas de excepción, España registra decenas de casos, se suspenden vuelos y una ciudad como México se paraliza completamente. No sólo es razonable, sino obligado, dedicarle un espacio amplio. Y hemos hecho un notorio esfuerzo divulgativo, sin dejar de subrayar que la nueva gripe es leve, pero sin obviar las incertidumbres de los científicos sobre su evolución futura. ¿Demasiada información? Habría sido mucho peor dejar al lector lleno de dudas que podíamos resolver’.

El subdirector Carlos Yárnoz explica que, dada la gravedad que las autoridades sanitarias daban a la crisis, el diario se planteó hacer una cobertura extensa que no dejara preguntas de los lectores sin responder. Sobre la portada mencionada por algunos de ellos, explica: ‘El titular era informativo, descriptivo y, claro está, valorativo. En unos días en los que se aislaba y se ponía en cuarentena a cualquier afectado o sospechoso, e incluso a toda la familia, me pareció obvio que todo el que hubiera contraído la enfermedad o pudiera contraerla se sentiría ‘golpeado’ por ella. Como prueba de que no había la más mínima tentación de exagerar o causar alarmismo, utilicé la horquilla más baja (40%) de la difundida oficialmente (entre el 40% y el 50%). El dato en sí, más que el titular, causó preocupación a nuestros lectores y a todo el mundo. Pero si alguien vio dosis de alarmismo donde nosotros no lo vimos, mis disculpas’.

Los lectores alaban el esfuerzo divulgativo y la calidad de muchas de las piezas publicadas. Pero algunos señalan que la existencia de mensajes contradictorios y algunos titulares exagerados pueden acabar empañando el resultado.

Como ya ocurrió con la crisis de la gripe aviar en 2005, el problema radica en la dificultad de manejar informativamente la incertidumbre. Parece como si una noticia fuera menos creíble si se presenta en condicional. ¿Por qué tenemos tanta necesidad de ofrecer a nuestros lectores certezas absolutas, incluso cuando no las hay?

A ello hay que añadir la dificultad que tenemos de atribuir autoridad a las fuentes cuando se trata de estimaciones. Para reforzar la seguridad de la información que ofrecemos, tendemos a elevar al máximo el rango de la fuente. Cuando un experto de la OMS dice algo, se lo atribuimos a la OMS. Pero no es exactamente lo mismo. Especialmente en una situación de incertidumbre como ésta. En estos casos, las prudentes previsiones de los documentos oficiales quedan rápidamente desbordadas por otra imperiosa necesidad de los medios: la de anticipar acontecimientos. Y ponerse en lo peor. El resultado es una espiral difícil de gobernar, en la que quedan atrapados, a modo de pegajosa telaraña, tanto los medios como las autoridades sanitarias. Todos ven la desmesura, pero nadie encuentra el resorte para parar la rueda. Hasta que se para por agotamiento.

El domingo 16 de octubre de 2005, EL PAÍS publicó una doble página titulada: ‘Así será la pandemia de la gripe aviar’. El virus había contagiado a 117 personas y, a diferencia del actual, era muy peligroso: tenía una mortalidad superior al 60%. En portada, y bajo aquel mismo título, se decía: ‘El virus mutante de la gripe aviar surgirá en Asia (…) y el mensajero al resto del mundo no será un ave sino un pasajero de avión. Así lo expone la OMS en el mapa de ruta de una pandemia que ya da por segura’. El vaticinio, de momento, no se ha cumplido. Ahora, la historia se repite, pero en este tipo de espirales, la OMS y los periodistas corremos el mismo riesgo: sucumbir a una pandemia de descrédito.’