‘En la escena aparece el cuerpo desnudo de una mujer joven. Está tendida sobre una mesa camilla, de lado. Un hombre uniformado observa algo que parece haber en su espalda mientras, en primer plano, otro hombre ajusta sus guantes de látex preparándose para intervenir. Un foco de quirófano sitúa el cuerpo desnudo en el centro de la escena. El pie de foto aclara: ‘Cadáver de una mujer violada y asesinada, en una sala de autopsias de Ciudad Juárez’. La fotografía, obra de Shaul Schwarz, aparece en la portada de El País Semanal del 1 de marzo e ilustra un reportaje sobre la violencia en esa ciudad de México. La imagen no ha dejado indiferentes a los lectores. Varios han expresado sus quejas, algunos de ellos con contundencia, como Antonio López Peña, quien ha querido dejar patente su ‘indignación, repulsa y vergüenza ajena’ y exige ‘disculpas públicas’ al diario. Considera que ‘la mujer cuyo cadáver aparece en la foto ha sido así violada de nuevo, esta vez por un medio de comunicación: violada en su intimidad de mujer asesinada’.
José Manuel de Cózar cree que ‘no está justificado rebasar ciertos límites escudándose en las supuestas buenas intenciones de denuncia de una situación ciertamente grave (…). Creo que portadas como éstas pueden gratificar el morbo de ciertos lectores y hacen un flaco servicio a la imagen que un periódico de su seriedad debe ofrecer’, argumento en el que coinciden otros lectores. María Rosa Camps añade que si la imagen ‘es fuerte para los adultos, no digamos para los niños’ mientras que Eduardo Cierco simplemente pregunta: ‘¿Es demasiado la portada del EPS del domingo 1?’.
El Libro de estilo únicamente estipula al respecto que ‘las fotografías con imágenes desagradables sólo se publicarán cuando añadan información’. Ningún lector ha calificado de desagradable la foto, aunque algunos sí consideran que puede suscitar morbo. A la hora de decidir, los responsables del semanal eran conscientes de la dureza de la imagen, pero consideraron que estaba justificada. Goyo Rodríguez, subdirector, responsable de El País Semanal, argumenta: ‘En Ciudad Juárez mueren cinco personas cada día en actos violentos. Mujeres violadas, desaparecidas o asesinadas forman parte, lamentablemente, del paisaje cotidiano. Y hombres. La imagen no es una terrible anécdota: se repite prácticamente a diario’.
‘La dureza de una imagen’, prosigue, ‘es un criterio importante a la hora de valorar su publicación, pero no debe ser el único. Si fuera así, nunca habríamos visto fotografías que forman parte de la conciencia de la humanidad, como la del miliciano republicano retratado por Robert Capa en Cerro Muriano en el momento de ser abatido en 1936; la de la niña vietnamita de nueve años que, desnuda y desesperada, huye deshecha en llanto para evitar el efecto devastador del napalm en Vietnam en 1972; o la de la niña sudanesa famélica, en cuclillas sobre un pedregal, mientras un buitre espera para darle el zarpazo final, que fue portada de The New York Times y premio Pulitzer en 1994. La vida en Ciudad Juárez es así de cruel. Esa fotografía de la mujer en el depósito de cadáveres da fe de la sinrazón de la violencia. A la hora de publicarla en portada tomamos dos precauciones: el cadáver estaba en un plano lejano y desenfocamos su cara. No fue una decisión fácil ni gratuita. Fue fruto de una profunda reflexión. Éramos conscientes de que generaría un gran debate. Creemos que el debate es saludable y enriquecedor cuando se aborda un tema de tanta gravedad’.
El propósito está claro y muchos lectores pueden compartirlo. Pero, ¿por qué seguimos sintiendo incomodidad después de aceptar estos argumentos? Porque esta fotografía presenta notables diferencias con las citadas más arriba. Profundizar en ellas quizá nos ayude a establecer criterios.
El morbo, ciertamente, está en la mirada del observador, pero el problema radica en si el lector puede tener legítimamente la sospecha de que en la decisión habría podido predominar el deseo de impactar por encima del de informar. La tendencia a la espectacularidad presiona sobre todos los medios de comunicación y sería imprudente pensar que somos inmunes a ella.
¿Es la desnudez el problema? En principio, no tiene por qué. No lo es la desnudez de una niña quemada que huye. La desnudez del cadáver de una mujer violada puede serlo, en cambio, si resulta que es eso lo que confiere a la imagen su alta capacidad de impacto y no aporta algo sustancial a la información. Qué es o no sustancial es opinable, pero en este caso vale la pena hacer un pequeño ejercicio. La imagen de la portada es, de hecho, la mitad de una fotografía que aparece completa en el interior a doble página. Podría haberse optado por la otra mitad, en la que aparecen los cadáveres de dos hombres en sendas bolsas mortuorias. Si de lo que se trata es de mostrar la violencia de Ciudad Juárez, ¿qué aporta la parte en la que aparece la mujer? La desnudez y una cierta estética. Nada más.
¿Era esta imagen necesaria para la realidad que se quería mostrar, o había alternativas menos lesivas? Goyo Rodríguez no elude la cuestión: ‘Publicar cualquier otra imagen del reportaje sobre Ciudad Juárez en la portada de El País Semanal no habría sido mejor, ni más respetuoso, ni más digno; habría sido más cómodo. Pero, ¿la comodidad ayuda a cambiar una realidad tan terrible?’, pregunta.
Si la desnudez resulta en este caso problemática es porque afecta al derecho que tiene cualquier persona a la dignidad más allá de la vida, a la dignidad en la muerte. Éste es un criterio que este diario aplica. Por eso no publica imágenes en primer plano de las mujeres que han sido víctimas de la violencia de género. De hecho, si la fotografía en cuestión correspondiera a una mujer española, no se habría publicado. Tampoco damos las imágenes de los muertos en accidentes de tráfico, ni de las víctimas de atentados. La dignidad en la muerte exige no mostrarla gratuitamente.
¿Significa eso que no podemos dar nunca imágenes de cadáveres? No. De hecho, en la página 13 de la misma revista aparece la imagen terrible de una niña palestina masacrada en un bombardeo. Cubierta de polvo, con la cara destrozada, es la fotografía que esa semana comenta Juan José Millás con el título Demagogia. En este caso, aparte del embajador de Israel, Raphael Shulz, nadie más se ha dirigido a esta Defensora para protestar por la fotografía.
La gran diferencia entre la foto de portada y la foto de la niña palestina es que ésta es necesaria para explicar la realidad y ha sido captada espontáneamente. La de portada, en cambio, proporcionada por una agencia y realizada al margen del reportaje escrito, es una foto buscada. Para poder realizarla, alguien ha tenido que abrir la puerta de la morgue a un fotógrafo, violar el derecho a la dignidad de esa mujer, abrir la bolsa en la que seguramente estaba y exponerlo a la visión pública. El resultado es una composición cruda y edulcorada a la vez, casi cinematográfica, el fruto de una elección. Se podría haber tomado la misma foto con el cadáver parcialmente cubierto, y sería completamente diferente.
Tenemos el deber de tratar con pudor la muerte y no basta con que exista una causa que justifique mostrarla. La imagen ha de ser necesaria para ese propósito. No es lo mismo una imagen, por dura que sea, espontánea, que una imagen buscada. Cuando hay elección, hay también mayor responsabilidad. Una foto denuncia puede ser justificable. Una foto reclamo, no.’