‘Ciertamente no ha tenido que ser agradable para muchos católicos abrir el periódico estos últimos meses. Un día tras otro, la Iglesia aparecía como noticia de graves escándalos de pederastia y cuanto más se resistía el Papa y la jerarquía eclesial a reconocer el problema, mayor era la presión y mayor el escándalo. EL PAÍS ha dedicado una amplia cobertura a estos acontecimientos, con 141 noticias y reportajes publicados desde principio de año. Algunos lectores han visto en el enfoque y el extenso tratamiento dado a este asunto un ataque a la Iglesia católica, una forma de anticlericalismo. Otros consideran que la gravedad de los hechos justifica la atención mediática, pero creen que hemos incurrido en tergiversaciones y en un cierto ensañamiento.
Entre los primeros, Antonio Peregrín López de Hierro considera ‘evidente’ que ‘al manipular las palabras y las ideas’, hemos incurrido en uno de esos casos citados por el predicador pontificio Raniero Cantalamesa ‘en que la culpa de uno, por muy grande que sea, se quiere extender a todo un colectivo’, en este caso toda la Iglesia católica. Considera que hemos dado ‘carnaza a quienes no interesa la verdad, sino leer lo que desean y poder así injuriar a los que odian’, y prueba de ello es, según este lector, que en ‘los foros de ELPAÍS.com se puedan encontrar ataques generalizados a la Iglesia, peticiones de castración para los curas pederastas y cárcel para sus cómplices y encubridores, incluido el Papa’.
Otros, como Esteban Pulido Muñoz, de Madrid, o Iván Garzón Vallejo, de Buenos Aires, se quejan por los ‘continuos ataques a los católicos’, no sólo en la línea editorial del diario, sino también en columnas y viñetas. José Antonio de la Guerra y Carlos Asensio Bretones citan, como ejemplo, la viñeta de Elrich del 1 de marzo que vincula los terremotos de Haití y Chile a la voluntad de un Dios ‘que sí existe y es de derechas’. ‘No creo que ningún partido de derechas, ni ningún miembro de la Iglesia católica (o de cualquier otra) se haya alegrado de tan funestos acontecimientos’, escriben. Julio Castiñeira pide, en fin, ‘más objetividad y precisión’ en los temas religiosos.
Entre los segundos, la carta más extensa llega desde Asturias. La remite Benjamín González Miranda y está firmada por otros 11 miembros del Grupo Solidaridad, que según me aclara en conversación telefónica, son personas de Oviedo y Gijón unidas por una causa: la lucha contra la pobreza y la injusticia. Tras condenar los casos de pederastia como ‘un enorme pecado e injusticia que debe ser juzgado civilmente, reparado y castigado, como ha reconocido el Papa’, advierte de que también ‘se falta al bien común cuando se abandona la profesionalidad y la objetividad periodísticas’.’Observamos que este puede ser el caso de EL PAÍS si, como parece, persiste en anteponer su línea papafóbica, anticlerical y de laicismo excluyente a un verdadero interés por las propias víctimas de la pederastia y sus causas’, concluye Benjamín González.
Ricardo de Querol, redactor jefe de Sociedad, rechaza estas acusaciones: ‘El interés informativo de este escándalo no es muy discutible. Países como Estados Unidos, Irlanda o Alemania llevan años investigando y sacando a la luz los abusos sexuales cometidos en instituciones educativas, cubiertos durante décadas por un manto de silencio e impunidad. El problema de la pederastia, que genera gran alarma social, afecta a la Iglesia católica y a otras instituciones. En las últimas semanas este periódico ha informado ampliamente, y en primera página, de casos ajenos al ámbito religioso, como el del gimnasio de kárate Torres Baena de Gran Canaria, o el del internado de Odenwald (Alemania), una institución elitista vinculada a la Unesco’.
‘Desde el respeto a quien perciba un sesgo anticatólico’, añade De Querol, ‘afirmo que no hay empeño en destacar los abusos en la Iglesia por encima de otros. Mucho menos papafobia. Pero ahora sabemos que durante décadas la respuesta de la jerarquía católica fue ocultar los hechos y evitar denunciarlos ante la justicia civil, como si importara más salvar el nombre de la institución que resarcir a las víctimas y proteger a las futuras. La agresión sexual a un menor no puede ser un asunto interno de la Iglesia, es un delito gravísimo que deja secuelas de por vida. Desde su independencia, este periódico no va a ignorar unas denuncias que cuestionan a la cúpula eclesiástica por su política de ocultamiento en el pasado. Hemos informado con detalle sobre lo ocurrido y también sobre la forma en que ha reaccionado la Iglesia. Eso no es un ataque a la religión, sino un examen riguroso a la actuación de los dirigentes de la Iglesia. Creo que será bueno para la institución depurar responsabilidades a fondo’.
Juan G. Bedoya, que se ocupa de los temas de religión, cree que ‘desgraciadamente para las víctimas, los medios han callado durante demasiado tiempo’. Cree que el tratamiento ha sido en general discreto, pero ‘una parte de la jerarquía católica ha reaccionado ante las denuncias de pederastia como algunos partidos ante las de corrupción: negando los hechos y desa-creditando a los denunciantes primero, tratando de ocultarlos después, y presentándose como víctima de una persecución cuando ya no puede evitar el escándalo’.
Benjamín González no niega la importancia de los hechos, pero cree que el diario ha incurrido en un cierto ensañamiento y algunas exageraciones alejadas de la objetividad. Se apoya en varios ejemplos. Uno de ellos, por el que también he recibido quejas de otros lectores, es la noticia titulada ‘Ratzinger: el que esté libre de pecado que tire la primera piedra’ , en la que se explica que Benedicto XVI trató con indulgencia a los pederastas al citar este pasaje del evangelio y pedir ‘perdón para el pecador e intransigencia con el pecado’.
Benjamín González afirma que el Papa se limitó a leer, como es habitual, el evangelio que tocaba ese día y en ningún momento se refirió a los curas pederastas por lo que no era legítimo establecer la vinculación, como hizo EL PAÍS. Lo cual le parece grave tratándose ‘del diario que más opinión mueve, no sólo en España sino en todo el mundo de habla hispana’. La noticia dio lugar a una larga estela de comentarios, incluidos un editorial y artículos de Juan G. Bedoya, Juan José Tamayo y Javier Marías. Juan G. Bedoya y Juan José Tamayo coinciden en que la vinculación es pertinente. En plena tormenta por la pederastia, con todos los medios atentos a sus manifestaciones, no se le podía escapar al Papa que todo lo que dijera iba a ser objeto de interpretación. Y, de hecho, así ocurrió.
Otro ejemplo citado por Benjamín González y otros lectores es un titular de portada del día 8 de abril: ‘13.000 llamadas desbordan la línea de abusos de la Iglesia alemana ‘. No es mentira, pero dentro se precisa que aunque ‘el número total de llamadas fue de 13.293’, en realidad eran 2.670 las personas que querían denunciar abusos físicos o sexuales, pues muchas tuvieron que llamar varias veces antes de poder establecer comunicación.
Julio Scavino, de Montevideo, añade un nuevo ejemplo, en este caso un titular de la edición digital que decía: ‘El fiscal vaticano para la pedofilia reconoce 3.000 casos en ocho años. ‘ ‘Se da la idea de que eran 3.000 los casos de curas pedófilos reconocidos por el Vaticano y no era así. Eran 300’. El texto aclara que la cifra de 3.000 no corresponde a casos acreditados, sino a denuncias presentadas, y no por abusos ocurridos en los últimos ocho años, sino en los últimos 50.
No cabe duda de que lo ocurrido en el seno de la Iglesia católica es muy grave y justifica la atención informativa que el diario le ha prestado. Pero es lamentable que titulares tan poco afortunados como estos y el innecesario puntillismo con que se han descrito algunos episodios de abusos puedan inducir a pensar que el diario se ensaña con las dificultades de la Iglesia y empañar de este modo el buen trabajo realizado.’