Friday, 29 de November de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1316

Milagros Pérez Oliva

‘Hay acontecimientos que van directo a la portada, lleguen a la hora que lleguen. La muerte de Osama bin Laden era sin duda uno de ellos. Desde el atentado de las Torres Gemelas de Nueva York, en septiembre de 2001, encontrarle era la máxima prioridad del país más poderoso del mundo. La noticia llegó a horas intempestivas con la urgencia de lo imprevisto y la fuerza de un acontecimiento histórico. Pero la forma en que se produjo contenía todos los ingredientes para convertirla en un ejemplo de lo que el periodista italiano Furio Colombo define como ‘noticia acatamiento’. Son aquellas informaciones tan embridadas por la fuente que el periodista corre el peligro de convertirse en el propagandista de la versión oficial.

Para empezar, la naturaleza misma de la operación ha sido objeto de una fuerte controversia. Las palabras no son neutrales. EL PAÍS optó en su titular de portada por un verbo que significaba más que ‘matar’ y menos que ‘asesinar’. Optó por ‘liquidar’: ‘EE UU liquida a Bin Laden’. Al lector Román Ceano no le ha parecido bien: ‘No creo que ‘liquidar’ sea una expresión adecuada porque es muy vulgar y propia de rufianes. La expresión neutral es ‘matar’ como alternativa a ‘asesinar’ y ‘ejecutar’, que serían sesgadas pues contienen opinión sobre la legalidad o no de la acción’. Giacomo Sinnatti, estudiante de Erasmus, considera en cambio que hemos sido muy tibios a la hora de calificar los hechos y que hemos ‘legitimado’ la versión ofrecida por la Casa Blanca.

Soy consciente de la dificultad que entraña relatar o caracterizar lo ocurrido, y por eso quiero subrayar la calidad y corrección de la mayor parte de las crónicas publicadas. Pero dada la tremenda carga ideológica, política y hasta emocional que la noticia tenía, toda cautela era poca. ¿Mantuvo EL PAÍS la necesaria distancia respecto de la versión oficial? No siempre. José María Latorre señala un caso en que no fue así. ‘¿Justifica EL PAÍS la tortura?’, preguntaba en su carta. Se refería a una extensa crónica publicada en la edición digital con el título ‘Revelada la identidad del mensajero que condujo hasta Bin Laden’. En ella se decía que en julio de 2010 ‘las investigaciones dieron un giro radical en la buena dirección’, y ‘ocho meses después del valioso hallazgo y tras un concienzudo trabajo de la inteligencia paquistaní y de duros interrogatorios a detenidos en cárceles secretas de la CIA en Europa del Este, la caza del enemigo público número uno iba a materializarse tras 10 años jalonados de frustraciones y operaciones fallidas. En una noche sin luna, los agentes de las fuerzas especiales (…) pudieron dar con el líder de Al Qaeda y acertar con al menos una bala en su cabeza’.Para el lector, de este relato se infería que ‘la tortura valía la pena’. Y que disparar a la cabeza era lo más acertado. El texto es una crónica de urgencia, sin firma y elaborada con informaciones procedentes de múltiples fuentes. En una información de alto voltaje como esta, el periodista ha de distanciarse de la versión oficial y no asumir como propias las conclusiones de la fuente, incluso cuando esta pueda tener la máxima presunción de veracidad. Como hemos podido comprobar en este caso, incluso los portavoces de la Casa Blanca han de ser tomados con cautela.

Borja Echevarría, subdirector responsable de la edición digital, responde a la queja del lector: ‘Éramos conscientes de que no trabajábamos con información de primera mano y, sobre todo, de que mayoritariamente era de parte. Eso, salvo que optemos por no informar, supone un riesgo y por eso en esa noticia se repite en múltiples ocasiones ‘según la versión de…’. En estos casos hemos de insistir para que el lector sienta y sepa que no hemos podido comprobar los hechos por nosotros mismos. En la edición digital se construyó después una pieza con las contradicciones en las que habían incurrido las autoridades estadounidenses en las primeras ruedas de prensa. A día de hoy conocemos la versión oficial, pero no sabemos con certeza si coincide con la real’.

Al peligro del acatamiento se suma a veces la obsesión por convertir la crónica de lo sucedido en una especie de relato literario. En estos casos, los detalles suelen ser un elemento importante y el cronista puede considerar farragoso y antiestético añadir la apostilla de la fuente detrás de una ingeniosa metáfora. Pero ha de advertir al lector que los datos que ofrece no han sido comprobados. Si no lo hace, esos detalles pueden volverse contra él en caso de que la versión asumida resulte falsa o errónea. Esta falta de cautela nos ha llevado, por ejemplo, a escribir en una crónica-relato que Bin Laden ‘ha muerto empuñando su rifle Kaláshnikov’, cuando más tarde se ha sabido que iba desarmado.

Otra forma de acatamiento es asumir como propias las justificaciones de la fuente. En otra información hemos asumido la idea de que con la captura y muerte de Bin Laden ‘se ha hecho justicia’, acatando así la expresión que el presidente Barack Obama utilizó en un discurso de tono propagandístico destinado al consumo interno. La frase en cuestión ha provocado una fuerte controversia, pues en un Estado de derecho la justicia es impartida por los tribunales, no por comandos armados, y el mandato legal de las fuerzas de seguridad es hacer lo posible para que incluso el más abyecto de los criminales tenga la oportunidad de ser juzgado conforme a las leyes.

No cabe duda de que la muerte de Bin Laden era un acontecimiento que merecía un tratamiento extraordinario. Pero Borja Arrue plantea esta interesante cuestión: ‘Cuando se producen noticias de gran impacto, la edición digital de su periódico, y también la escrita, nos ofrecen titulares impactantes, con un tamaño de letra extraordinariamente grande, como si quisieran transmitirnos sin contención la emoción o la adrenalina periodística que producen ese tipo de noticias. Y entonces surge un problema: que se cae en el sensacionalismo o la exageración y se diluyen la crítica y el análisis sosegado. El último episodio ha sido la muerte de Bin Laden’.

El lector compara el tratamiento de la edición digital de EL PAÍS del martes con el que ese mismo día ofrecía la edición digital de Le Monde, ‘mucho más mesurado, sosegado y preocupado por ir más allá de la foto y la noticia impactante. Resulta molesto observar cómo pierde el temple su periódico cuando se trata de contar noticias de cierto alcance. Entiendo que ello responde a una determinada cultura de la información en España’. En Francia, añade, ‘los propios profesionales de los medios analizan, critican y debaten sin cesar. Allí, titulares-espectáculo como los que nos ofrece la prensa española serían criticados de forma inmediata’.

Borja Echevarría responde: ‘La jerarquización es parte de nuestro trabajo. Considero que la noticia sobre Bin Laden merecía un tratamiento gráfico diferente. Esa misma tipografía se utilizó en el terremoto de Japón o en las filtraciones de Wikileaks. No se trata de espectáculo gratuito, sino de transmitir de manera directa la importancia del acontecimiento. Quizá esos grandes titulares e imágenes tapen el resto, pero debajo había un amplio despliegue con análisis de corresponsales y expertos en terrorismo. En cualquier caso, la sobreactuación es algo que me preocupa. Más (en cantidad o en tamaño) no significa siempre mejor. Lo sustancial es el contenido. En la web es muy sencillo lograr más clics con titulares sensacionalistas. En EL PAÍS hacemos un esfuerzo permanente por no caer en esa trampa, aun a riesgo de no ganar tanta audiencia’.

Yo no creo que por utilizar caracteres más grandes, un medio sea más sensacionalista. Pero sí que puede ser más espectacular. Y la tendencia a la espectacularidad es uno de los riesgos que hemos de conjurar, especialmente en las ediciones digitales.’