El panorama de los estudios de ‘comunicación social’ (así, bien entrecomillado) es desolador, no solamente en Bolivia sino en América Latina y en el mundo entero. Hace 25 años alguien tuvo la pésima idea de cambiar el nombre de las facultades de periodismo a facultades de ‘comunicación social’, con lo cual se desvirtuó completamente la naturaleza de esos estudios. Lo que hacen el 99% de esas carreras es periodismo dirigido a los medios, no hacen comunicación ni estudian la comunicación, y de ‘social’, tienen muy poco.
Esto no es una cuestión de nombres solamente, sino de contenidos. Los periodistas trabajan en el campo de la información y los comunicadores en el campo de la comunicación. (Y las niñas que estudian ‘comunicación empresarial’ trabajan en las empresas de su papá). No es lo mismo, comunicación que información. Ambos campos son diferentes, se parecen como los limones se parecen a las mandarinas. Los dos son cítricos, pero de sabor y uso muy diferente. Los limones abundan, las mandarinas son más raras.
Sucede lo mismo en los estudios de periodismo y comunicación: abundan las carreras de periodismo disfrazadas de ‘comunicación social’, pero aquellas que realmente se ocupan de la comunicación y de lo ‘social’ son muy raras. Seguro que en la cabeza del lector neófito ya está la pregunta: ‘pero en qué se diferencia la información de la comunicación’.
No debe sentirse mal el lector de no entender, todavía, la diferencia entre ambas, porque ni siquiera los catedráticos de comunicación son capaces de manejar con propiedad ambos conceptos. Abundan los ‘profesores’ que enseñan en las carreras de periodismo sin haber publicado en su vida un texto o investigación sobre el tema. Hay quienes incluso dirigen carreras y facultades de periodismo y comunicación sin haber reflexionado jamás sobre estos asuntos, burócratas grises que no se sabe cómo obtienen esos puestos. Pero vamos al tema, que es más importante que los mediocres que están en ejercicio en muchas universidades.
Perfil ideal
La etimología griega y luego latina de la palabra comunicación la asocia a conceptos muy diferentes a los de la palabra información. La comunicación es un acto de compartir y de participar, lo cual implica diálogo. En cambio el periodismo es vertical y en un sólo sentido, porque informa, es decir, pretende ‘dar forma’ (dictaminar) a lo ‘informe’ (lo que no tiene forma determinada). La comunicación es un intercambio, un diálogo en dos o múltiples sentidos, donde no hay solamente un polo generador de mensajes de información, como sucede en el periodismo.
Esta explicación sumamente simple y llana debería bastar para entender la diferencia, pero lamentablemente en la realidad los intereses comerciales -antes que los académicos- definen el rumbo de las universidades, con contadas excepciones. Y así terminamos con tantos limones, que ya no sabemos qué hacer con ellos.
Tan contadas son las excepciones, que en el mundo no hay más de 20 universidades que se ocupan de la comunicación para el desarrollo y el cambio social, que son las que conciben precisamente la comunicación como intercambio y diálogo horizontal (recordemos a Paulo Freire, fallecido hace 10 años, que tanto aportó en este tema).
En cambio, hay más de dos mil facultades de periodismo, aunque se disfrazan detrás del rótulo de la ‘comunicación social’. En realidad lo que hacen es reproducir periodistas y publicistas, no comunicadores. Producen por miles profesionales para la radio, la televisión, los periódicos, las agencias de publicidad y de relaciones públicas. En países donde los medios ya están saturados (de mediocridad), estos novatos periodistas, a quienes a veces llamamos ‘colgandijos’ porque solamente saben estirar el brazo con una grabadora o un teléfono celular) no tienen otra alternativa que buscar trabajo como relacionadores públicos en empresas o instituciones gubernamentales, y se la pasan haciendo boletines o convocando a conferencias de prensa. Cuatro años de estudio para eso. (En realidad, los mejores periodistas que yo conozco, no han pasado por las universidades).
Sin embargo, en el campo del desarrollo y del cambio social hay necesidades urgentes e importantes que no son satisfechas. Cuando yo trabajaba en UNICEF en Nigeria y luego en Haití necesitaba desesperadamente contratar comunicadores, pero solamente recibía CVs (curriculum vitae) de periodistas. Estos eran profesionales capaces de redactar artículos o producir programas de radio y televisión, organizar conferencias de prensa o preparar boletines, pero eso no era lo que necesitábamos para mejorar las condiciones de vida en las comunidades.
Cuando uno habla de un comunicador, se refiere a un profesional que tiene pensamiento estratégico, y es capaz de planificar acciones de comunicación de mediano y largo plazo, a favor del desarrollo y el cambio social. Un comunicador entiende la comunicación como un proceso, no como una suma de mensajes. Los periodistas tenemos (yo soy también periodista, además de comunicador) un sentido inmediato y oportunista de la realidad, y valoramos los mensajes por encima de los procesos. El perfil ideal sería una mezcla de periodista y comunicador, pero rara vez se da, aunque en América Latina tenemos varios de los buenos.
Cambio social
Las veinte universidades que en el mundo se especializan en comunicación para el desarrollo y el cambio social son en este momento más necesarias que las dos mil que producen periodistas, pues mientras el mercado de trabajo en los medios masivos de información está saturado, hay cada vez mayores necesidades en los proyectos y programas de desarrollo. Pero hay algunas barreras: muchos de los que toman decisiones en las agencias de desarrollo y cooperación, no tienen la menor idea de la comunicación, y están convencidos de que es algo que sirve para hacerse publicidad y ganar visibilidad institucional.
Las cosas están cambiando lentamente y es parte del trabajo de los comunicadores (y también de los periodistas honestos) explicar la diferencia que existe entre ambas profesiones. La comunicación para el cambio social y el desarrollo atraviesa por una situación similar a la que vivió la antropología a principios del siglo pasado: demoró 50 años en ser reconocida como una disciplina diferente de la sociología. Hoy también, pocos son los que distinguen entre el periodismo y la comunicación.
Tenemos demasiadas universidades ‘clon’ que copian sus programas de periodismo de unas a otras, y le tienen mucho miedo a las palabras ‘desarrollo’, ‘cambio social’, y a la comunicación ‘alternativa’, ‘participativa’, ‘ciudadana’, ‘horizontal’, etc. En esas facultades de periodismo siguen leyendo los textos mal traducidos de Schramm, Lerner o Rogers, y de esa manera se supeditan a un pensamiento generado en Estados Unidos. Pero lo grave de esto no es que lean a teóricos de la comunicación de gringolandia. Lo grave es que ignoren el pensamiento que se ha producido en América Latina, que es bastante. Los estudiantes ejercen a veces presión para que los programas de estudio mejoren, pero la resistencia de quienes ven la universidad como un negocio, es enorme.
En la Universidad del Norte, en Barranquilla, Colombia, ha comenzado a funcionar este año una maestría con énfasis en comunicación para el cambio social. En la Pontificia Universidad Católica del Perú, en Lima, está establecida una licenciatura en comunicación para el desarrollo, bajo la responsabilidad de mis amigos Luis Peirano (Decano) y Hugo Aguirre (Director). Ojalá en Bolivia y en otros países tuviéramos más universidades como estas, y más profesionales y académicos que entienden la necesidad de una comunicación que contribuye en los cambios sociales.
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Jornalista, escritor, poeta e cineasta, especialista em comunicação para o desenvolvimento