El día 22 de febrero de 1942, hace hoy 70 años, Stefan Zweig se suicidó en Petrópolis (Brasil) junto a su esposa, Lotte. Horas antes había escrito esta carta a su primera mujer:
“Querida Friderike,
cuando recibas esta carta estaré mucho mejor. En Ossining me viste mejor y más calmado, pero mi depresión ha empeorado, me siento tan mal que ya no puedo concentrarme en mi trabajo.
A ello se suma la triste certeza – la única que tenemos – de que esta guerra ha de durar todavía años y de que pasará mucho tiempo antes de poder regresar a nuestra casa. Ciertamente me ha gustado estar en Petrópolis pero echo de menos los libros, que me son indispensables para mi trabajo. En cuanto a la soledad, que inicialmente aportaba un notable apaciguamiento, se ha transformado en un pesar… También la idea que mi obra mayor, el Balzac, no podrá terminarse nunca puesto que no tengo la perspectiva de dos años de trabajo sin interrupciones, y los libros necesarios para la documentación serían difíciles de conseguir. Y finalmente está la guerra, esta guerra que nunca termina, que todavía no ha alcanzado su peor momento. Soy demasiado débil para aguantar todo esto, y la pobre Lotte no lo ha tenido fácil conmigo, sobre todo porque su salud ha empeorado también.
Tú tienes a tus hijos y con ello una tarea en la vida; tú tienes intereses varios, una inquebrantable energía. Estoy seguro de que alguna vez vivirás mejores tiempos y comprenderás por qué mi pesimismo me ha impedido aguantar más. Te escribo estas líneas en mis últimas horas. No te puedes imaginar cuán aliviado me siento desde que tomé esta decisión. Dales recuerdos cariñosos a tus hijos de mi parte y no sufras, recuerda siempre cómo he admirado a Joseph Roth o a Rieger que supieron evitar el sufrimiento.
Ten coraje, ahora sabes que estoy tranquilo y feliz.
Con mi amor y amistad,
Stefan”
“A guerra de todos contra todos”
Cuando escribió esa carta, Zweig, vienés de 1881, llevaba dos años en América. En ese tiempo había terminado dos de sus obras emblemáticas: Novela de ajedrez y El mundo de ayer. Si el Balzac del que habla se quedó en la tercera redacción y fue finalmente revisado por su editor, Richardt Friedenthal, los otros dos libros son el camino perfecto para entrar en el universo de alguien incapaz de escribir mal, un narrador, poeta, biógrafo y libretista de ópera que fue un best seller en toda Europa. España incluida: pregunten a cualquiera que viviera la posguerra. Todavía se encontraban en las librerías de lance sus libros en Austral o sus obras completas –traducidas de aquella manera- cuando Jaume Vallcorba se decidió a editarlo decentemente en Sirmio (con discreto éxito) y luego, hasta hoy, en Acantilado (con éxito imparable).
Novela de ajedrez (traducción de Manuel Lobo) es un relato perfecto en torno a la enigmática figura de un jugador que atraviesa el Atlántico camino de Argentina. En el barco se destapará como un imbatible maestro del tablero. ¿Quién es? ¿De dónde ha salido? ¿Por qué se niega primero a jugar y luego no puede parar de hacerlo? ¿Cómo puede su mente adelantarse a todas las jugadas posibles? Cualquier otro tardaría mil páginas en responder a esas preguntas. Zweig lo hace en menos de cien. Si hay un libro que despierte el gusto por la lectura, ese es Novela de ajedrez.
Por su parte, el que plantea muchas dudas sobre el gusto por la vida es, terriblemente, El mundo de ayer (traducción de J. Fontcuberta y A. Orzeszek), las memorias de un europeo que, primero, ve cómo en la Viena finisecular estalla “la guerra de todos contra todos” para luego ser testigo del derrumbe de una sociedad para la que una enorme palabra ha dejado de tener sentido: seguridad. ¿Les suena? El relato del modo en que se extienden las fronteras, los pasaportes y las leyes racistas pone un nudo en la garganta: una Europa difícil de tragar.
Testemunha e vítima
En su carta final a Friderike, Stefan Zweig tiene un recuerdo para otro escritor de los de su estirpe, su amigo Joseph Roth, que había muerto en 1939 y que seis años antes le había advertido por carta: “Nuestros libros son imposibles en el Tercer Reich. Hágase a la idea de que los 40 millones que escuchan a Goebbels están muy lejos de hacer una distinción entre usted, Thomas Mann, Tucholsky y yo. Nuestro trabajo de toda la vida -en sentido terrenal- ha sido en vano. No le confunden a usted porque se llama Zweig, sino porque es usted un judío, un bolchevique cultural, un pacifista, un literato de civilización, un liberal. Toda esperanza es absurda. Esta restauración nacional llega hasta la más extremada locura.”
Hace 70 años Stefan Zweig decidió dejar de ser testigo, y víctima, de aquel desastre. El mundo, ni el de ayer ni el de hoy, ha vuelto a ser el mismo. Tampoco, con ser tan poca cosa, el de la literatura. Lejos queda el tiempo en que los autores de best sellers escribían como Zweig.
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[Javier Rodríguez Marcos, de El País]