Thursday, 21 de November de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1315

Josep M. Casasús

‘Entre el 11-M y el 14-M los dirigentes del PP parecían añorar aquella máxima del derecho vigente en la Inglaterra del siglo XVIII que castigaba más al periodista que difundía la verdad que al periodista que difamaba con mentiras.

Los juristas británicos que hace más de dos siglos recomendaban aquella fórmula penal lo argumentaban así: quien difama explicando verdades consolida su prestigio; quien difama con mentiras se condena a sí mismo. Al primero siempre le creerán, al segundo nadie le hará caso nunca más.

Los libros de Bill Kovach y Tom Rosenstiel (‘Los elementos del periodismo’, p. 30) y de John Hohenberg, (‘Free Press’, p. 38) dan más detalles de aquella norma del derecho consuetudinario inglés. Resumo lo que dicen: criticar al Gobierno no sólo era un crimen, sino que cuanto mayor verdad contuviera la crítica, mayor delito, y es que la verdad, naturalmente, era más dañina.

Varios lectores se han dirigido al defensor a propósito del trato desinformativo que el Gobierno Aznar dispensó a la prensa española y a los corresponsales extranjeros respecto a la autoría de la matanza de Madrid.

Es significativa a este respecto la carta que me ha enviado el lector George A. Morariu, desde California, Estados Unidos. Dice así este lector a raíz de mi crónica del domingo 21 de marzo: ‘¡Bien dicen que en todas partes se cuecen habas! Personalmente, dependo de la prensa extranjera para poder analizar lo que ocurre en Estados Unidos. No veo por qué se sorprenden cuando los de fuera ven mejor que los de dentro’. Y añade lo siguiente en un segundo mensaje: ‘Como nací en el Uruguay, no me limito a aceptar sólo lo que me quieren ofrecer, y para mí ‘La Vanguardia’ junto con otras publicaciones son mis ojos al mundo. Muchas gracias’.

Esta es una función principal de la prensa: abrir los ojos al mundo, empezando por el que tenemos más cerca. También lo es, por cierto, y en mayor medida, contribuir a la defensa de la paz y de la vida, al buen clima social y a la promoción de los valores de la libertad, la justicia, la solidaridad y la verdad. En este contexto no está de más, tampoco, recordar a los gobiernos que deben gestionar sus crisis con honradez, lealtad y eficacia. Las mentiras sólo consiguen agravar las crisis, aunque la reacción primaria de los gobernantes sea pensar que la verdad es dañina. Esta reacción inspiraba el viejo derecho inglés preliberal. Sería lamentable que en una sociedad democrática el poder sintiera nostalgia de aquellas ideas tan atávicas.

Lo que nos interesa a los lectores es que la prensa informe de lo que ocurre. Con este objetivo se debe investigar mediante protocolos que en periodismo no están del todo definidos: el acopio de datos, la compulsa de versiones, la jerarquización de fuentes y, en último término, el principio de contradicción, enunciado que nos recuerda que es imposible que una cosa sea y no sea al mismo tiempo.

La prensa tiene que superar con estos métodos las mismas dificultades con las que se enfrentan, con más medios, la administración de justicia y los investigadores profesionales. Sin embargo, algunos lectores emplazan legítima y expresamente a los periodistas a una labor más exigente.

Éste es el sentido de unas reflexiones que el lector Rafael Roca Poblet me formuló por escrito a finales del pasado mes de enero.

Decía, entre otras cosas, este lector: ‘Todos podemos comprender que los inspectores puedan no haber hallado las armas de destrucción masiva que Estados Unidos decía que se producían en Iraq. Cabe la posibilidad remota de que Saddam las destruyera, e incluso, que se encuentren enterradas en lugares inhóspitos. Lo que no es concebible es que toda la prensa, incluida ‘La Vanguardia’, nos estuviera bombardeando durante meses con noticias y dibujos de gigantescos búnkers y palacios subterráneos dotados de temibles defensas. Recuerdo entre otros, un dibujo publicado en ‘La Vanguardia’ de un presunto búnker de Saddam construido bajo las aguas del Tigris, compuesto por una estructura de hormigón de ocho pisos habitables, suspendida por muelles para dotarla de resistencia a una bomba atómica’.

Y añade este lector: ‘Todos imaginamos durante meses a Saddam escondido en uno de estos temibles búnkers, esperando dar la orden para que decenas de miles de soldados de la Guardia Republicana salieran con sus tanques de subterráneos escondrijos. Finalmente, sospecho que todos hemos sido víctimas de gigantescas manipulaciones’.

Los lectores piden a los periodistas que sean exigentes con las fuentes oficiales. Y no sirve de excusa que esas fuentes engañen.

** Una lectora aclara su queja en una carta que transcribo íntegra: ‘Después de leer la sección ‘El Defensor del Lector’ en la edición del 21 de marzo, me parece que la queja que le expresaba en mi correo del día 15 no fue bien explicada por mi parte’, dice ella. Esta es su aclaración: ‘El motivo de la queja no era el que se hablara de Al Qaeda como principal sospechosa del acto terrorista, sino al hecho de que un titular de portada no coincidiera exactamente con la noticia que en realidad se estaba dando: es decir mi desacuerdo era con la palabra ‘confirma’ de la portada, cuando en las páginas interiores se hablaba de ‘tesis principal’; en otras palabras, desde mi punto de vista los titulares de portada convertían en ‘hecho confirmado’ algo que en ese momento era una ‘teoría muy probable’. Insisto, no hubiera tenido ninguna queja de unos titulares tipo: ‘Al Qaeda es la principal sospechosa…’, ‘Todos los indicios apuntan a Al Qaeda como responsable…’. etcétera. Me doy cuenta ahora de que quizás escogí una noticia demasiado ‘caliente’ y ‘maltratada’ durante estos días, para quejarme de algo que ya me rondaba por la cabeza desde tiempo atrás (no sólo en este periódico, sino en general en toda la prensa): el recurrir a titulares atrayentes, aunque deformen un poco o un mucho (según los casos) la realidad de la noticia’.

Lo cierto es que lo que se anunció en la citada portada de este diario, el Gobierno lo confirmaba aquel mismo día. Aquella información fue un acierto de ‘La Vanguardia’ que valoraron muchos lectores: son la mayoría de los que me llamaron o escribieron en aquellos días o que lo han hecho hasta hoy en relación con esos episodios tan dramáticos y críticos de nuestra historia reciente.’