Monday, 04 de November de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1312

Uma obra ao nível da rua

Gay Talese, padre del nuevo periodismo junto a Tom Wolfe, reivindica el compromiso de un oficio como testigo y agudo observador de la vida cotidiana. ‘Siempre estuve orgulloso de contar las historias tal y como fueron, sin engrandecerlas’, afirma. Retratos y encuentros reúne la obra monumental de este reportero norteamericano que ha hecho del periodismo un arte.


Miles de individuos vestidos con trajes y corbatas clónicas de variaciones tonales y estilísticas mínimas caminan a diario por las calles de Nueva York. Constituyen un paisaje visual tan homogéneo que resultaría milagroso que dejaran huella en la retina de cualquier mujer. Ocurre algo similar al pasar frente a un quiosco: decenas de celebridades en poses parecidas sonríen desde portadas casi idénticas de publicaciones muy semejantes. Las diferencias de contenido son tan nimias que si uno se equivocara al adquirir cualquiera de ellas probablemente no notaría la diferencia.


Aunque parezca increíble, hubo un tiempo que ni todos los hombres vestían de forma clónica ni las revistas ofrecían como plato principal entrevistas con el famoso de turno. Uno de aquellos hombres, que además escribía en aquellas revistas, hoy sigue caminando por las calles de Nueva York con un traje original y hecho a medida y aún aboga por un periodismo alejado de la obsesión por la fama y la exclusiva. Su nombre es Gay Talese, y su talento principal es haber sabido hacer periodismo de todo aquello de lo que suelen huir los otros reporteros: del hombre común, del desconocido, del perdedor o simplemente de los que están lejos de los focos y el éxito y, a través de ellos, ofrecer un retrato bastante acertado del ser humano y sus obsesiones. Por ejemplo, del periodista encargado de escribir obituarios en el anonimato para The New York Times en los años sesenta. O del boxeador que tras éxitos memorables caía en el olvido. O de los obreros que construyeron ese milagro de la ingeniería llamado puente de Verrazzano y que une Brooklyn con Staten Island.


Sem celular, sem email


Y cuando tuvo que escribir sobre estrellas del espectáculo, porque sus jefes querían que su excelente pluma también bendijera a las celebridades, él fue capaz de darle la vuelta a los personajes y buscar el ángulo inexplorado. Entre los reportajes que han entrado en el panteón del periodismo universal está ‘Sinatra has a cold’ (Sinatra está resfriado) y ‘Ali in Havana’ (Ali en La Habana), incluidos en el libro de reportajes Retratos y encuentros (que publica Alfaguara, que también editará Vida de un escritor y Honrarás a tu padre). No son entrevistas ni con el cantante ni con el púgil, con quienes nunca llegó a hablar, sino perfiles sobre ambos construidos a través de las voces de quienes les conocieron. Fueron ese tipo de reportajes, sus descripciones y su tratamiento informativo los que llevaron al escritor Tom Wolfe a bautizar a Talese como ‘padre’ del nuevo periodismo, esa corriente que asaltó la prensa a finales de los años sesenta introduciendo recursos propios de la literatura de ficción en el mundo del reportaje. Talese no comulga con esa etiqueta ‘porque la mayoría de quienes se apuntaron al carro del nuevo periodismo eran unos mentirosos que nunca fueron rigurosos con los hechos y que exageraban la realidad. Incluso Hunter S. Thompson… Y yo siempre estuve orgulloso de contar las historias tal y como fueron, sin engrandecerlas. Los reporteros tenemos que ser fieles a la verdad’.


El mes pasado Talese, escondiendo tras un cuerpo ágil y enjuto y una espesa cabellera sus 78 años, lo recordaba sentado sobre un elegante diván en su residencia del Upper East Side de Nueva York. Cuadros y libros tapizan las paredes y los éxitos del propio Talese se asoman tímidos desde alguna estantería. En una foto aparece estrechándole la mano a Bill Clinton, en otra a Ronald Reagan, pero ninguna de las dos reclama excesiva atención; escondido en un rincón hay un volumen especial de la revista Life dedicado a fotografías de Frank Sinatra que incluye el celebrado reportaje sobre el cantante. Bien a la vista, en cambio, hay múltiples fotos familiares, cuadros de una de sus dos hijas, grandes espejos, una lámpara de araña sobre una mesa para cenas concurridas y un extraño aire entre añejo y distinguido. Todo tiene un cierto sabor a otra época, como el pañuelo de seda asomando del bolsillo izquierdo de su chaqueta y la discreta y fina corbata que aflora bajo un chaleco ajustado de tonos tierra a juego con sus impecables pantalones. Calza un par de zapatos refinados que, como todo el conjunto, Talese podría haberle robado a su admirado Scott Fitzgerald en los años veinte.


Su imagen es puro buen gusto, aunque sin duda haya quien la consideraría anacrónica. Y habrá a quien tampoco le gusten opiniones a contracorriente como ésta: ‘No leo ni blogs ni noticias online. Cuando algo es realmente bueno, acaba llegando a los periódicos, como el reportaje de ProPublica que ganó el Pulitzer. No quiero leerlo todo ni saberlo todo. Sólo quiero estar informado de las cosas esenciales’. No sólo se niega a adentrarse en la información digital sino que también rechaza las comunicaciones del siglo XXI. ‘No tengo ni móvil ni email. Hoy hay un exceso de comunicación. No quiero despertarme y lidiar con 100 correos de desconocidos. Bastante tengo con aguantar las conversaciones de la gente que se pasea hablando a gritos a través del móvil’.


Código moral


En ese mismo instante suena el teléfono de su casa. Ni siquiera es inalámbrico. Lo coge, saluda, escucha y exclama: ‘Claro, allí estaré. ¿Habrá buenos martinis? Ya sabes que el vino me da igual, pero un martini antes de cenar es imprescindible’. Trata de terminar la conversación y cuelga. ‘¿Dónde estábamos?’, pregunta. ‘En el periodismo y las nuevas tecnologías’, contesta la reportera.


Cuando al hablar de su fobia al email fue inquirido por la opinión al respecto de Nan, su esposa, conocida editora, y sobre cuya relación de cinco décadas versará el próximo libro de este veterano, Talese tomó por asalto la entrevista y realizó un exhaustivo e incómodo interrogatorio a su entrevistadora sobre novios, maridos y amantes. Desventajas de entrevistar a un periodista… La contra entrevista sólo pudo ser abortada invitándole a hablar precisamente de relaciones, un tema en el que indagó durante casi diez años para escribir el libro La mujer de tu prójimo (Grijalbo), su mayor best seller. Con él, Talese se metía directamente en la cama de los estadounidenses – a los que citaba con nombres propios y reales –, haciendo una crónica del comportamiento sexual de su país en los años setenta y para el que practicó abiertamente relaciones con otras mujeres, vivió en una comuna de amor libre y fue propietario de dos saunas. Su matrimonio sobrevivió al terremoto de aquella experiencia y se dispone a explicar los detalles en el libro que está escribiendo (aún sin título ni fecha). ‘Creo que es una buena historia. ¿Cuánta gente puede decir que lleva cincuenta años casado con la misma persona, viviendo bajo el mismo techo, haciendo cosas que jamás se te hubiera ocurrido hacer estando solo?’. Teniendo en cuenta que en Estados Unidos la duración media de un matrimonio son apenas siete años, sin duda su caso es una rareza. Claro que Talese no es exactamente un hombre con ideas corrientes.


– Tuvimos una revolución sexual y gracias a eso ahora tú puedes vivir con tu novio sin estar casada, pero si tienes un lío fuera del matrimonio… ¡Mira la que se ha armado alrededor de Tiger Woods y sus amantes! ¡Como si él las hubiera obligado a acostarse con él!


– No entiendo muy bien…


– Lo que quiero decir es que la llegada de las mujeres a la prensa y a otras posiciones de poder ha convertido los escándalos sexuales en noticia.


– ¿Cómo dice?


– Sí, cuando yo trabajaba en The New York Times todos los jefazos tenían líos sexuales, pero no se hacían públicos. Y todos sabíamos que el presidente Kennedy tenía muchas amantes, pero a nadie se le ocurría escribir sobre ello. La vida sexual de la gente no era noticia.


– Pero… ¿no será que la prensa simplemente ha descubierto un nuevo filón económico?


– No, lo que ha cambiado es que las mujeres también toman decisiones. Está claro que los poderes conservadores también hacen su parte pero sin duda la entrada de la mujer en el mundo laboral ha redefinido lo que es noticia.


– Yo no le echaría la culpa a las mujeres…


– Yo no les echo la culpa, eso lo has dicho tú. Sólo digo que su influencia en la prensa y en el mundo legal ha cambiado ciertas cosas.


– O sea, que ¿no le parece bien que se persiga por ejemplo al ex fiscal Spitzer por acostarse con prostitutas después de promover una ley contra los clientes?


– Sí, de eso me alegro. En muchos casos merecen ser noticia, pero no creo que la prensa deba erigirse como defensora de los códigos de moralidad sexual. No le corresponde. Y me parece mal que las leyes condenen la actividad sexual de la gente que mantiene relaciones con consentimiento mutuo. Obviamente, que se destapen los abusos sexuales de la Iglesia lo veo muy bien, pero eso es diferente.


Computador antigo


La conversación vuelve a dirigirse hacia el periodismo, en concreto hacia Internet. ‘Los periodistas han sido absorbidos por las nuevas tecnologías y ahora su trabajo está dirigido a personas como ellos, con educación digital. No salen de ese círculo, no están en la calle, no conocen a gente nueva y no descubren nada. Por eso, si no entro en Internet, no me pierdo nada’, dice reacomodándose en el sillón y ofreciendo a la periodista otro vaso de vino – un error de cálculo, habría que haberle pedido un martini… – mientras él bebe agua en copa.


Pese a sus opiniones negativas sobre el mundo digital, Talese considera que el periodismo que se hace hoy es mejor que el de décadas anteriores. ‘Como están amenazados por la crisis, reporteros y empresas trabajan bajo presión, están obligados a dar lo mejor de sí porque corren el peligro de hundirse, así que lo que llega a los periódicos es muy bueno. Los blogueros son demasiado vagos para dejar de mirar sus ordenadores, pero siempre hará falta un buen periodista que mueva el culo y salga a la calle a escuchar a la gente, a mirar el mundo real, y a escribir sobre él’.


Cierto es que esa fue siempre la esencia del periodismo y eso es lo que ha guiado a este italo-americano desde los quince años, cuando escribió su primera columna en el periódico de su instituto en Ocean City (Nueva Jersey). En esa pequeña ciudad en la que nació en 1932, dominada por protestantes irlandeses, siempre se sintió fuera de lugar: su familia era católica e italiana, algo que Mussolini y la Segunda Guerra Mundial convirtieron en motivo de estigma. Era mal estudiante y encima era el único niño que vestía con chaqueta y corbata, las que diseñaba su padre, un sastre que emigró desde Calabria (Italia del sur) y que montó una pequeña tienda junto a su esposa en Ocean City. Allí fue donde Talese aprendió a escuchar. ‘Las clientas de mi madre le contaban sus problemas y frustraciones, y con ellas aprendí a interesarme por las preocupaciones del ciudadano común’. Y eso es lo que trató de reflejar en sus reportajes desde que fue contratado por The New York Times en 1953 como chico de los recados. Consiguió ascender a redactor porque fue capaz de llamar la atención de sus superiores ofreciéndoles artículos sobre gente corriente. ‘Escribir sobre Obama es muy fácil porque el personaje es apasionante. Pero ahí no hay desafío. El verdadero reto es conseguir que un desconocido, por ejemplo, el doble de Brad Pitt, se convierta en un personaje interesante gracias a tu pluma’.


Eso hizo en The Bridge, una palpitante crónica de la construcción del puente de Verrazzano, el más largo de los puentes colgantes de Estados Unidos, en la que hizo exactamente lo mismo que Truman Capote en A sangre fría: hablar con todos los protagonistas anónimos que participaron en la construcción del puente, igual que Capote trazó la cronología del asesinato de la familia Clutter metiéndose en las entrañas del pueblo donde ocurrió. Curiosamente, ambos libros se publicaron casi a la vez, entre 1964 y 1965, y con ambos quedó inaugurada oficialmente la literatura de no ficción.


Fue la revista Esquire la que desde 1966 le ofreció la mejor plataforma para explorar ese formato periodístico que en The New York Times no podía desarrollar debido a las restricciones de espacio. Y fue en Esquire, que en aquella época hacía revolución con las portadas del diseñador George Lois, donde Talese publicó sus más celebrados reportajes. Pero incluso pudiendo disfrutar del espacio que aquella revista le ofrecía -15.000 palabras para escribir sobre Sinatra sin ni siquiera hablar con él, una quimera inalcanzable en términos periodísticos actuales-, Talese quería más. Y además tenía ideas que aún nadie había explorado, como la de escribir sobre periodistas. Fue así como llegó a publicar El reino y el poder (Grijalbo), sobre los ‘habitantes’ de The New York Times, que se convirtió en un éxito instantáneo en 1969.


Talese defiende la necesidad de mantener el contacto con la gente a la que un periodista entrevista, para poder regresar a ellos. Así lo hizo con todos sus reportajes y libros, incluido Honrarás a tu padre, sobre la familia mafiosa Bonnano. Toda su documentación está almacenada en el sótano de su casa, donde está su oficina, un lugar sin ventanas ni teléfono, ordenado y silencioso, donde cajas que llevan el nombre de cada uno de sus libros lucen decoradas con vistosos collages hechos por él mismo. ‘Me gusta visualizar mis historias’, dice. Sobre la mesa hay un ordenador con al menos dos décadas. La máquina de escribir quizás tenga una solo. Hay cafetera, sillón y ducha, y es hora de volver al trabajo. ‘Esta es mi guarida. No tengo email, pero, cuando quieras volver a entrevistarme, ya sabes dónde estoy’.


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As primeiras páginas de Retratos y encuentros, de Gay Talese (em espanhol)


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Um senhor demasiado elegante e curioso


Julio Villanueva Chang (*)


Reproduzido do El País, 15/5/2010


 


Cuando vas a conocer a Gay Talese, él acaba haciendo las preguntas. Pronto te enteras de que tus respuestas deben ser urgentes y van en serio. Es un interrogatorio hecho con un sombrero, desde una curiosidad no detectivesca ni infantil, sino la de un cirujano cardiovascular que intenta llegar a un diagnóstico vital desde tus actos más pasionales hasta los más aburridos. No es una manía profesional; es una marca genética que ya es parte del personaje Talese. Hijo de unos inmigrantes italianos que viajaron a América y se dedicaron en casa a hacer trajes a mano (su padre) y a vender vestidos (su madre), parece haber heredado esa mirada microscópica del detalle significativo propia del sastre, un trabajo silencioso y colmado de paciencia, más bien anacrónico y contemplativo. Su vena familiar fue modelando su elegancia de gentleman, también de señor de otros tiempos y sólo a medida de la de Tom Wolfe, quien lo bautizaría como el padre del New Journalism, un título nobiliario que no le va bien con sus más de cincuenta trajes colgando del ropero de su mansión en Manhattan.


El autor de Frank Sinatra está resfriado nunca hace entrevistas. Jamás se la hizo a este divo, y sin embargo -o tal vez por ello mismo- pudo trasmitir la atmósfera de gánsteres y la personalidad impredecible, tan generosa como intimidante, de un Sinatra, cantante agripado, sin mencionar en ningún momento la palabra mafia. Las entrevistas son para Talese un escenario teatral donde la gente no se comporta como es. Prefiere entonces ser más cinematográfico y, cuando te acompaña, enciende sus sentidos como una cámara del futuro que, al final de su rodaje, capta las escenas reveladoras de una vida. El señor demasiado curioso sale durante semanas o meses con los personajes de sus historias -a veces más de cinco años, como con los mafiosos de Honrarás a tu padre-, y los acompaña ganándose su confianza hasta ser testigo de cómo cambian su humor frente a él. Si retroceden, ha aprendido a evitar el portazo en la cara con esos trajes y modales marca Talese que, en lugar de distanciar, hace que sus personajes se confiesen. Sus maniobras de sastre las ha llevado hasta su modo de tomar apuntes: no escribe sus notas en una libreta de diseño tipo moleskine sino en unas tiras hechas con esos cartones que sostienen el talle de las camisas cuando las devuelven de la lavandería.


De un momento a otro el sastrecillo valiente se vuelve un introvertido minero que excava en la vida de unos de personajes desconocidos. No le apetecen las noticias de primera plana. En su primera historia, que The New York Times publicó sin su firma, el único trabajo con un horario que aceptó en toda su vida, un Gay Talese veinteañero que hasta una semana antes sólo era el chico de los mandados contaba la historia del hombre que proyectaba los titulares como flashes luminosos en los altos de un edificio de Times Square. Así, por su literatura de la realidad han desfilado boxeadores olvidados, escritores de obituarios, un restaurante que siempre fracasa en una esquina y hasta el célebre pene de un hombre castrado por su mujer. Hoy Talese trata como una perfecta desconocida a la señora con la que lleva durmiendo más de medio siglo, la prestigiosa editora Nan Talese. Y ensaya no una memoria sino un reportaje sobre su propio matrimonio y el misterio de su duración. Su método para escribir es aún más extravagante, lo que lo eleva a la categoría de lunático muy bien vestido.


Cada mañana, Gay Talese se viste elegante sólo para bajar a escribir al sótano de su casa. Allí, aislado y sin teléfonos ni timbres en la puerta, dibuja a lápiz y sobre una libreta amarilla una primera frase en mayúsculas. Cuando tiene cinco páginas con esas frases, las transcribe en una máquina eléctrica y allí las sigue corrigiendo hasta imprimir una sola página. Cuando por fin le satisface, la pega con un alfiler en una pared con un panel. Hasta hace unos años se iba al otro extremo de su cuarto, desde donde las leía con unos binoculares. Hoy las reduce en una fotocopiadora a un sesenta y siete por ciento de su tamaño original. Busca experimentar con la percepción. Leer su propio texto como si lo hubiese escrito otro. Es cuando, de haber sido un minero introvertido, Gay Talese pasa a ser con sus palabras un joyero despiadado. Y se vuelve a hacer preguntas contra sí mismo.


(*) Autor de Elogios criminales (Mondadori. México, 2008) e fundador da revista Etiqueta Negra