Segunda parte do texto preparado por Rosa Maria Alfaro com contribuição aos debates entre os participantes do Colóquio Latino Americano sobre Observação da Mídia.
Avances y debilidades
Si bien hay cierta dificultad en casi todos los casos para autofinanciarse, sin embargo al depender muchos de la cooperación internacional europea y norteamericana, están más inseguros aún, especialmente en el caso de las Ongs. Las empresas del mercado, sean mediáticas o de otro rubro, no parecen entender la importancia de aportar algo para el sostenimiento de observatorios, ni para asociarse a ellos. Y si no se logra resultados en mejorar la oferta mediática, se convierte más frágil su existencia y durabilidad. Las universidades, en principio, tendrían un soporte mayor con inversiones asignadas a la investigación desde la propia institución, las que son más posibles en las públicas de algunos países, en otros las privadas, o ambas. Estarían en ese sentido dependientes de la solidaridad de otros, en la medida que estos observatorios fotografían a un conjunto de personas, instituciones y esfuerzos colectivos comprometidos con la continuación de la crítica como supervisión mediática. Estamos ante una debilidad pero también ante un indicador de voluntad política de sus autores y conductores, sin depender de ningún medio.
Quizá el avance más significativo de los observatorios está en que poco a poco van convirtiendo a los medios en objeto de análisis y de discusión pública continua. Y con ellos se explora lo que se nos está presentando, pudiendo cuestionarse o felicitar lo que se viene proyectando. La vigilancia de los medios no sólo obedece al interés por el sector público sino también por el privado y su función de servicio público. Los datos obtenidos sirven de contrapeso cuestionándose el libre albedrío anterior. Se devela si es verdad lo que aseguran o anuncian emitir, si es coherente con la auto propaganda. Se evidencia positivamente que son objetos de análisis y especialmente de vigilancia, inclusive de protesta. Hoy están no sólo mirados, escuchados o leídos sino visibles en sus propuestas como fruto del análisis. Salvaguardar la ética pública de los medios y de su influencia en públicos e instituciones, es cuidar de la sociedad y de sus salud mental colectiva. Y si éstos van acompañados de otras acciones, como ya se explicara páginas arriba, se convierte a la comunicación en un derecho de todos, el que hay que salvaguardar desde múltiples aspectos. Porque en la realidad, los medios son como un espejo deformado de lo que somos y de lo que aún no podemos resolver, incluyendo el tratamiento mediático de nuestros conflictos como sociedad con vocación de crecimiento. Aparece claro que toda sociedad democrática en vías de desarrollo requiere de observatorios de medios.
Sin embargo, la presión articulada de observatorios y veedurías latinoamericanos es más un deseo que una realidad. Ya son varias reuniones organizadas para examinar lo que se va encontrando en tales monitoreos, pero no se forja un esfuerzo mancomunado que gane influencia. Igualmente se ha trabajado poco su relación con el movimiento global. La desarticulación que existe entre observatorios, tanto en cada país como entre diversos países latinoamericanos significa una pérdida en el poder de influencia y en la legitimación de la vigilancia misma sobre la construcción de lo público. Es una loable puesta en escena de los discursos que se produce desde esa concentración de la propiedad y de sus capacidades para comprobar errores y cambiar. Es un reconocimiento del rol relevante de los medios en la construcción democrática y cultural, especialmente política. En ella hay una propuesta implícita y explícita de otros modos de entender la comunicación, tanto la periodística que más preocupa, pero también en el nivel de la recreación. Pero aún no se logra ser una fuerza cuya vinculación mejore su impacto en cada país y en las instancias continentales de medios.
Esta debilidad se evidencia en los escasos resultados de cambio en los medios que se comprueba. Nuestra hipótesis estaría en que el observatorio por sí mismo no puede generarlos. Hace falta políticas y estrategias más amplias y desde diversos campos incluyendo actores vinculados a los propios medios como puede ser el movimiento periodístico o asociaciones de medios con interés de mejorar su oferta. Falta aún mucha articulación.
Igualmente se ha explorado poco sobre el poder de la participación ciudadana como presión significativa desde los receptores de medios. La mayoría de los observatorios aún no asume este aspecto central en cualquier estrategia de presión o incidencia social. No se valora su rol de públicos y que los medios sin ellos no podrían subsistir. Algunos están aún cerrados sobre sí o proyectando liderazgos políticos y profesionales que de allí podrían surgir o deteniéndose exclusivamente en la investigación. Tampoco los resultados de las observaciones llegan a los públicos de los medios ni se considera su opinión. No se ha producido aún una interlocución entre observatorios, ciudadanos y medios. La marca crítica no ha sido equilibrada con propuestas de cambio desde diversos actores. La vigilancia se circunscribe exageradamente en informaciones obtenidas del recuento noticioso. Se ha abandonado los estudios de recepción mediática, tan importantes para comprender a los públicos y sus comportamientos como para ir construyendo alianzas con ellos generando cambios y promoviendo su protagonismo en vigilar a los medios. Tales distancias no cubiertas coadyuvan en su poca incidencia. Mientras que el protagonismo ciudadano esté sólo expresado por eventuales encuestas, generalmente simplificadoras de la opinión, habrá pocas posibilidades de presión. Sin embargo, el que aparezca explícito el cuestionamiento es ya una ayuda significativa para intervenir.
2. Dilemas y retos hacia el futuro
Los medios tienen hoy otro contexto de interpretación y existencia, tanto por el descontento ciudadano existente ante la oferta recibida como por la existencia misma de observatorios que vigilan la salud ética de lo público. Se consolida así una aceptación práctica de que el objeto de observación son los medios masivos pero también los educativos y comunitarios. Ya no constituyen una preocupación sólo del estado sino de la sociedad civil.
No basta informar o criticar sino proponer y exigir cambios:
Hacia redes de intercambio para incidir
Los observatorios no deberían circunscribirse al simple diagnóstico, pues la utilidad de lo que descubren quedaría siempre en cuestión o no se tomaría en cuenta sus resultados. Los informes no suelen llegar a quienes deciden programaciones y políticas comunicativas de los medios, salvo excepciones. No siempre hay un sustento de diálogo con los medios que vaya construyendo otras categorías de calidad sobre la oferta. Los propios diseños metodológicos no obedecen necesariamente a intereses y lenguajes compartidos o compatibles entre los que vigilan y los vigilados. En ese sentido hay muchos reajustes que asumir para asegurar interlocuciones que incidan en cambios.
Es clave establecer deducciones entre lo encontrado y la lógica de los sistemas productivos y de inversión cotidianos de cualquier sala de prensa o del diseño y producción de programas que están al aire, incluso en políticas internas de comprensión del público y su vinculación con la publicidad y el mundo del negocio. Aquello que Jesús Martín planteara como las ideologías profesionales instaladas en las prácticas del quehacer comunicativo que requieren ser revisadas[1]. Los modelos de producir información requieren ser revisados a la luz de lo que se oferta y de cómo se recibe. Habría que impulsar el desarrollo de estudios complementarios sobre lo que los receptores leen, ven y oyen; averiguando si las ofertas influyen o satisfacen a las personas, sobre sus demandas de cambios, inclusive averiguar sobre su pasividad. La pobreza de estudios capaces de orientar o incentivar cambios no está desarrollada suficientemente ni asociada a la mayoría de observatorios. Esta es una dimensión que habría que tomar en cuenta.
En el sentido político, los observatorios debieran producir objetivos claros sobre la incidencia de su propio quehacer con propuestas alternativas viables a la vez que sólidas en lo económico y lo sociopolítico para los medios. En ese sentido es urgente organizar mejor los estudios comunicativos como también barajar nuevos proyectos comunicativos para ponerlos en práctica. Habría que iniciar fases diversas como concursos públicos de propuestas, pruebas ad-hoc para generar cambios reales y significativos, iniciar nuevas estrategias de sostenimiento de innovadores proyectos mediáticos en información y entretenimiento. En ese sentido, hace falta en primer lugar la creación de vínculos entre observatorios y medios, logrando espacios deliberativos de diálogo. La transformación de los medios no puede verse como un sueño sino como un largo proceso de incidencia.
Igualmente la articulación entre observatorios es necesaria. Si los medios de prensa tienen una SIP en el continente, ¿por qué los observatorios son aún islas de propiedad de una universidad o facultad o de una Ong?. Los futuros eventos a realizarse deben compartir y discutir objetivos, metodologías y resultados y formar una plataforma continental, definiendo además otros escenarios indispensables para el cambio mediático. Hay que demostrar que la ética vende[2] y que es posible armonizar negocio y responsabilidad social, pues si no funciona tal equilibrio, se requiere un cambio más estructural no sólo para el caso de los medios sino de la sociedad. Es importante avanzar al mismo tiempo en el sustento investigativo de lo que se observa, para otorgarle fortalezas. Se requiere de un acompañamiento a los estudios que explique los resultados obtenidos relacionándolos con una comprensión más teórica de lo que ocurre, aportando así al desarrollo académico.
¿Comunicación alternativa o cambio de los medios masivos?
Ya desde los años setenta se sostiene una comunicación diferenciada de la masiva y que se ha concentrado en espacios locales o comunitarios, con una intención educativa, acompañando a organizaciones o movimientos sociales de sectores pobres. Se buscaba que tuviesen acceso a la comunicación y “darle voz a los que no tiene voz” según rezaba el lema que hasta hoy se repite. Pero no es dable una contienda entre poderosos y débiles cuando unos tienen su comunicación y otros la de ellos. Viven y se desarrollan por separado perdiendo derechos de participación en la comunicación pública sea privada o estatal. Más bien se trata que los primeros pierdan poder porque los segundos lo van adquiriendo en el campo económico, cultural y político, pero no aislados unos de otros. Las fuerzas positivas deben unirse para combatir tanta corrupción que nos rodea, por ejemplo, desde ambos espacios. Reestructurar a nuestros países no es nada fácil. Los vínculos entre ambas comunicaciones deben asumirse y ganar espacios para el bien de la sociedad.
Pero cuando se discute sobre dónde poner el énfasis ante las deficiencias mediáticas, una solución simplista o fácil sostiene que ambos caminos son complementarios y diferenciados a la vez. Pero si cada interlocutor no considera al otro como importante, sin abandonar el sentido de cambio y las mutuas responsabilidades, no hay proyecto comunicativo posible. Se olvida que la finalidad de una transformación mediática está en la calidad de su aporte a la sociedad. Lamentablemente unos miran con desprecio o con temor a los otros, sin discutir cuál es el sentido de su importancia, para definir responsabilidades comunes y también discordantes. Definir las diferencias pero asumirlas en sus riesgos y aspectos positivos o negativos es clave. Y quizá la corriente más significativa esté en las definiciones profesionales, en los sentidos éticos que respetar, en las necesidades de cambio, en el protagonismo que como interlocución con la ciudadanía debe primar, entendiéndola como una fuerza interna que surge desde cada medio, sin fines de lucro. La actitud autocrítica es indispensable en ambos. Algunos medios masivos, especialmente escritos, están manifestando aperturas que muchos medios educativos o comunitarios no desarrollan. Y viceversa. Si bien la dinámica desenfrenada del negocio por sobre todo sigue siendo cuestionable, el cambio en los medios masivos es clave para el desarrollo de una convivencia ética y más igualitaria en nuestros países. Es en ese sentido una tarea conjunta. Y las democracias dependen hoy más que antes de la comunicación.
La repetición de modelos comunicativos que se cuestionan en los grandes medios configuran un comportamiento similar en muchos medios locales o educativos. Por ejemplo, la pluralidad de opinión casi no existe, cediendo a veces paso a lo dicotómico y no a los matices entre diversas maneras de vivir un hecho o de opinar sobre ello. Tampoco se promueve el desarrollo de una cultura deliberativa, aprendiendo a escuchar, diferenciarse y encontrar algunos acuerdos. La calidad informativa no sale de los límites carcelarios de la noticia. El entretenimiento se basa en una banalización barata de los gustos reactivos de la gente ante una oferta poco creativa. La educación ciudadana no se asume como algo propio sino como una obligación resignada, más colectiva que individual. No hay capacidades desarrolladas en comunicar los buenos y grandes sentidos de una democracia con equidad. En esa línea los llamados medios alternativos requieren ser también observados.
Personalmente me perturba que todavía exista una división entre buenos y malos. Más aún que los medios más seguros de su sentido social se piensen como líderes y representantes de los sectores pobres, en una época donde caudillos o salvadores de populismos de masa siguen siendo el eje de una supuesta nacionalidad no democrática que siempre termina siendo autoritaria y sumida en la corrupción, o en algunos casos se fundamentaliza. Hay todavía quienes piensan que se deben sólo a ellos, sus iguales (gremios, movimientos, etc) y no a los demás, apuestan sólo por sujetos y no por la reorganización de la sociedad. Se trata de transformar con ellos el orden social existente. Hay que buscar la reducción de la exclusión social en primer lugar, aminorando la pobreza y las condiciones de vida de mucha gente, injustamente más golpeada. Lo cual no significa protegerlos sino mas bien interpelarlos para que sean sujetos activos y reflexivos dispuestos a presionar y proponer nuevos proyectos masivos de comunicación incluyendo los alternativos en un contexto de cambios en la sociedad. En ese sentido, se trata de trabajar proyectos comunicativos integrales y significativos para los públicos y sus sociedades, tanto en los medios masivos como en los educativos y comunitarios.
¿Comunicación para quién y para qué?
Participación y construcción ciudadana indispensable
El alejamiento y despreocupación de los medios por la ciudadanía como público es un problema ya anotado por muchos autores y planteada en párrafos anteriores. No se produce para tal o cual público con el fin de dialogar y compartir con ellos diversos géneros o formatos, para invitarlos a que se incorporen a la sociedad promoviendo entre todos una sana convivencia crítica y de proposición. Más prima el interés de ganar anunciantes para el lucro o de impactar políticamente en uno u otro sentido, construyendo cada vez más poder. No se los percibe como ciudadanos que constituyen su primer y más importante interlocutor a quienes están dirigiendo sus ofertas de información y entretenimiento. Tampoco se busca conocerlos más allá de lograr la compra del periódico o de obtener altos porcentajes del rating a cambio de publicidad. Por el contrario hay una subvaloración explícita de la acción comunicativa y de sus efectos. Así no se admite el aprendizaje o interacción mutua. Hace falta desarrollar toda una filosofía sobre los públicos y su importancia en la comunicación. Si bien las mediciones de sintonía constituyen un referente, éste no es el mejor indicador de la satisfacción o confianza que los productos ofertados generan en sus públicos, ni sus demandas o propuestas explícitas e implícitas ubicadas en sus formaciones culturales, sus necesidades de mejoramiento de la vida cotidiana, la comprensión de la política y las demandas educativas. Nuevas metodologías debían emerger alentadas por los observatorios.
Otro reto es cómo superar la victimización del público cuando aparece en sus imágenes como actor de información o entretenimiento. La figura del ciudadano debe dejar de ser burlesca destacando sus múltiples defectos, tampoco exclusivamente delincuencial y amenaza a la sociedad, ni como un sujeto/objeto de agresiones, pobreza, discriminaciones, mereciendo sólo ayuda caritativa. Desde esa perspectiva, lo que se requeriría no es conmiseración o favores y apoyos de gente pudiente. El populismo debe desaparecer radicalmente sin caudillos ni salvadores. El público debe ser considerado como alguien capaz para organizarse y emprender su propio proceso de inserción en la sociedad, promoviendo su voluntad política de cambio. Se configura así otra oportunidad de diálogo entre periodistas y observatorios.
Se trata de entender y tratar a los públicos como interlocutores, asumiendo la conversación indispensable que requiere toda sociedad democrática y participativa, reconociéndolos como ciudadanos en formación. Se debiera apostar a forjar públicos de los medios más activos, aunque muchas veces en la práctica no se compruebe acciones de esa naturaleza. No se trata de asumir prédicas y enseñanzas sino de destacar valoraciones, apelaciones, opiniones de gente común y corriente y destacar sus aportes. Más aún los medios debían ser un espacio para el reconocimiento de sí mismos y del “otro”. Reasumir al público como ciudadano es el nuevo reto por delante y debiera ser objeto de análisis y protesta desde los observatorios. Lo que implica analizar cómo se apela al que lee, oye y ve.
Desde los observatorios es posible incluir a los ciudadanos en la tarea de observar los medios como una contribución ciudadana, para buscar su mejoramiento y el de su sociedad. Las metodología para generar participación ciudadana en el campo mediático son pocas pero las hay muy creativas, en la medida que la comunicación no es asumida aún como un derecho, ni existen medidas legales pertinentes para ser cuestionadas salvo las generales aplicables a todos los campos[3]. Para muchos los medios son un regalo pues no media la compra directa, a los que se les critica duramente pero no se les exige nada. Siendo formalmente los destinatarios, como públicos ciudadanos debieran pasar de la crítica a la protesta individual y colectiva. Cuando éstos intervienen como sujetos de los medios su fuerza crece y es posible abrir caminos que expresen sus descontentos y planteen sus demandas.
La relación entre observatorios y ciudadanías desde perspectivas y prácticas participativas es un nuevo camino de incidencia más democratizadora. No es suficiente colocar resultados en una web, aunque esto ayude. La información requiere espacios más masivos y en lenguajes entendibles, como en los propios medios de comunicación. Los resultados deben estar en escuelas y aulas universitarias, en material audiovisual motivador. Las Consultas ciudadanas son en ese sentido interesantes para comparar lo que los observatorios afirman y lo que los públicos ven u oyen. Ambos materiales son importantes para los medios, pero también para los anunciadores. Y en ese sentido hace falta mantener la oferta mediática en constante deliberación pública. La calle es un lugar público para generar discusiones y confrontar opiniones sobre los medios.
[1] MARTIN BARBERO Jesús. “El Proyecto: Producción, Composición y Usos del melodrama Televisivo” en Televisión y Melodrama. Tercer Mundo Editores. Colombia 1992. Página 30
[2] Como lo plantea Victoria Camps en “El malestar de la vida pública”. Grijalbo. Barcelona 1996.
[3] Ver algunas de ellas en ALFARO M. Rosa María: “Ciudadanos de a de veras. Una propuesta de vigilancia de la gestión pública, desde un enfoque comunicacional”. Calandria, 2003, DFID del Reino Unido, ACDI y EED. Segunda edición.