‘Internet no sólo está cambiando los tiempos y los modos del periodismo. Está cambiando la forma de trabajar de los periodistas y hasta la relación que los lectores tienen con el diario. Desde que las redacciones se han convertido en una fuente permanente de noticias en la edición digital, la presión de la competencia se ha exacerbado y sus consecuencias van más allá del perímetro redaccional. Internet ha cambiado los parámetros de valoración de las noticias. Lo próximo ya no es un valor tan importante y lo importante ha pasado a ser algo muy relativo, que puede ser fácilmente desplazado por lo impactante. El contexto es lo que importa, y ese contexto cambia constantemente. La noticia puede saltar en cualquier comento y en cualquier lugar del mundo, de modo que todos observan a todos y no hay exclusiva que dure más de diez minutos, el tiempo que tarda en ser reproducida.
Pero Internet también está cambiando a los lectores. Son más susceptibles y su escrutinio tiende ahora a ser más severo, entre otras cosas porque la Red les proporciona herramientas de comparación que antes no tenían. Ahora pueden examinar, indagar y comprobar fácilmente el trabajo de los periodistas. Y sacar sus propias conclusiones. Alberto Galarón me escribía el martes en tono conminatorio: ‘En todas las ediciones digitales es noticia que un joven antifascista le ha pegado una paliza a otro joven, del que dice que es un fascista, y le ha pegado precisamente por esa razón. Existe hasta un vídeo grabado. Pero para su periódico, esa noticia no existe. Me siento estafado’. Se refería a una agresión grabada en el metro de Madrid. El lector concluía que no habíamos dado esa noticia porque el agresor era un joven antifascista. ‘¿Cuántas noticias me han ocultado estos años sin Internet porque no encajaban en su visión de las cosas?’, preguntaba.
El lector se equivocaba. No había razones ideológicas. EL PAÍS podía haber incluido el vídeo en su web al mismo tiempo que todos los demás. Lo distribuía la agencia Europa Press por 300 euros. Pero la redacción tuvo un interesante debate al respecto: ¿era realmente noticia o sólo era noticia porque existía la grabación? ¿Era importante o sólo impactante? ¿Era puro morbo o había una historia interesante que contar a los lectores?
‘Con la información que nosotros habíamos podido contrastar, no estaba claro que la agresión respondiera a una motivación política, de modo que decidimos no dar el vídeo y seguir trabajando la información’, explica Borja Echevarría, subdirector al cargo de la edición digital.
En estos casos siempre es más arriesgado esperar. Lo fácil hubiera sido no hacerse preguntas y colgarlo porque en ese momento el vídeo operaba ya como un poderoso anzuelo en las ediciones digitales de la competencia. Era uno de esos temas impactantes capaces de generar mucho tráfico. Los lectores han de saber que ese tráfico se contabiliza luego en los registros de audiencia y que de esos registros depende el flujo de publicidad y sus tarifas. El rigor exigía, sin embargo, esperar. Finalmente, había una pequeña historia que explicar, y era triste: la de dos jóvenes de ideología contrapuesta que quedan para zurrarse. El vídeo se colgó, pero es un buen ejemplo de cómo la competencia no sólo presiona sobre los periodistas, sino que influye también en los lectores. Ellos también navegan por Internet, de modo que pueden comparar y hasta rastrear en los antecedentes de nuestro trabajo.Recibo con cierta frecuencia cartas de lectores sobre artículos o reportajes que consideran un flagrante plagio de otros publicados con anterioridad en otros medios, generalmente extranjeros. Examinados los casos, no he encontrado plagio, y así se lo he hecho saber, pero la insistencia en este tipo de quejas me ha llevado a observar con un poco más de detenimiento esta cuestión. Y lo que he encontrado es algo que parece molestar a los lectores tanto como el plagio, aunque no lo sea: lo que podríamos llamar periodismo de refrito y composición. Son artículos ‘tan inspirados’ en otros, que parecen copiados.
He de decirles que este periodismo no se ejerce con la complacencia de sus autores. Al contrario, ellos son muchas veces las primeras víctimas de una presión a la que no pueden sustraerse fácilmente porque la mayoría de los aludidos son colaboradores. Les cuento el último caso. El correo que me envió demostraba que Rodrigo Calvo de Nó había hecho una investigación exhaustiva. Había encontrado primero ‘semejanzas flagrantes’ en un artículo titulado ‘Michael Caine, conservador; J. K.Rowling, laborista’, en el que se explicaban las preferencias políticas de los famosos británicos. ‘Al leerlo me ha resultado extrañamente familiar. Se debe a que un artículo muy semejante figura en el sitio web de la BBC desde hace seis días’. He examinado los dos artículos, y efectivamente hay coincidencias, pero no más de las que podríamos encontrar con otras noticias publicadas en otros medios sobre el mismo tema. La autora asegura que no ha copiado. De hecho, no lo necesitaba. Ella sigue regularmente a estos personajes, los conoce bien y ha publicado incluso entrevistas a algunos de ellos.
El mismo lector señala otra coincidencia. Se trata de un artículo titulado La inteligencia es el nuevo negro y el lector observa sospechosas coincidencias con otro publicado antes en el diario Times con el título Why brainy is suddenly chic. Ambos se refieren a un nuevo centro, The School of Life, abierto en Bloomsbury (Londres) para ayudar a afrontar los malestares de la vida. En este caso, aunque muy diferente, el texto sí estuvo ‘inspirado’ en el artículo del Times y constituye un ejemplo de periodismo realizado bajo presión. El encargo se hizo, según su autora, un viernes, cuando la escuela estaba ya cerrada, y debía publicarse el fin de semana, de modo que la pieza tuvo que elaborarse a partir de lo ya publicado y de la información que figuraba en la página web del centro.
En casos como este, mi consejo es claro: aun cuando el redactado sea diferente y se haya aportado material nuevo, si el tema se inspira en otro artículo y utiliza elementos del mismo, hay que citarlo. No es ningún deshonor. Mucho peor es la sospecha de plagio. Los lectores consideran que tienen un contrato con el diario y esperan no sólo noticias veraces y honestas; muchos esperan también textos originales y de elaboración propia.
Incluso los lectores que acceden gratuitamente al diario a través de su edición digital se consideran vinculados por este contrato implícito. Remei Capdevila, por ejemplo, me escribió en octubre desde Nueva York para advertirme de que últimamente había observado ‘un incremento en las noticias que aparecen publicadas en EL PAÍS uno o dos días después de que se hayan publicado en The New York Times’ y con contenidos sospechosamente parecidos. Citaba tres ejemplos: un artículo sobre el proyecto del arquitecto Rafael Moneo para la Universidad de Columbia, una noticia sobre los 10 alimentos que más intoxicaciones causan en Estados Unidos, y un tema sobre los gustos musicales de Obama. En el caso de la noticia sobre Moneo, la autora citaba al diario neoyorquino y añadía incluso unas declaraciones del propio arquitecto obtenidas por teléfono. No había plagio, pero a la lectora se lo había parecido.
La mayoría de los colaboradores aludidos tienen un largo historial de artículos y reportajes concienzudamente trabajados a pie de obra, con fuentes propias y enfoques personales. Un denominador común en muchos de estos casos es, sin embargo, que se trata de encargos hechos bajo la presión de la urgencia, encargos a unos colaboradores que difícilmente pueden rechazar, porque no quieren poner en riesgo la relación que tienen con el diario y porque dependen de esa fuente de ingresos, siempre precaria y ahora, con la crisis, mucho más.
Internet ha facilitado algunas cosas, pero ha complicado otras. La nueva dinámica facilita el periodismo de composición. Podríamos decir incluso que lo incentiva. Pero es responsabilidad de los jefes de la redacción cultivarlo o no. Estos ejemplos dan una idea de lo exigentes que son nuestros lectores. Quiero decirles que tratar un tema después de que lo haya hecho otro medio no es necesariamente copiar, y que sólo han de sospechar de aquellos textos en los que no se citen correctamente las fuentes. Pero la lección que extraer de estas quejas es clara: hemos de evitar el periodismo de refrito, tener mucho cuidado con el de composición y en todo caso, ser exquisitamente respetuosos con el trabajo de los demás, citando aquellos artículos cuyo contenido nos parezca interesante reproducir.’