A un par de kilómetros de distancia del precioso casco viejo de Tallín, emplazado en un cuartel del Ejército estonio, se yergue el bastión más avanzado de la defensa de Occidente ante la amenaza de ciberguerras. Aquí, en mayo de 2008, la OTAN estableció su centro de excelencia para ciberdefensa. Exactamente un año antes, el pequeño país báltico había sufrido el más pavoroso ataque internáutico jamás dirigido contra un Estado. Estonia es el tramo más simbólico de la línea Maginot de Occidente contra esta moderna y peligrosa variante de las artes guerreras.
Sobre las diez de la noche del día 26 de abril de 2007, las webs de las principales instituciones estonias empezaron a ser acribilladas por una gigantesca línea de fuego de mensajes basura procedente de ordenadores de medio mundo que acabaría colapsando su capacidad de funcionamiento. Sucesivas oleadas de ataques se abatieron con gran intensidad sobre webs de bancos, periódicos, compañías de telecomunicación y ministerios durante al menos dos semanas.
La agresión fue tan espectacular que indujo a algunos a invocar el pacto de mutua defensa de la OTAN. Las sospechas sobre su autor elevaron la tensión al grado máximo. Todo el episodio constituye una elocuente ilustración de la situación geopolítica de la región. El ataque fue lanzado en coincidencia con el traslado de un monumento dedicado a los soldados soviéticos caídos en la II Guerra Mundial de un céntrico parque de Tallín a un cementerio alejado del casco viejo. La decisión del Gobierno estonio causó fuertes polémicas, disturbios en la calle y retórica ácida del Kremlin. Dadas esas premisas, ¿quién agredió a Estonia?
‘No tenemos pruebas definitivas al respecto. Pero tenemos sospechas de que fue organizado en Rusia’, responde Urmas Paet, ministro de Asuntos Exteriores estonio. ‘Nuestros investigadores pidieron colaboración a las autoridades rusas para aclarar el asunto, pero no cooperaron’, dice Paet en una sala con vistas del ministerio, un inmueble que fue la sede del Partido Comunista local.
‘Para identificar a los autores de un ataque hay que seguir la pista hacia atrás’, explica Néstor Ganuza-Artiles, el militar español que es jefe de entrenamiento y doctrina del centro de ciberdefensa. ‘Si en un punto del recorrido un país no te da acceso a los datos, no puedes tener la seguridad de que el ataque empezó allí. Cabe la posibilidad de que fuera sólo un punto de paso para alguien que maniobraba desde otro sitio…’, comenta en la biblioteca del centro, que estudia cuestiones tecnológicas, pero también legales y sociales relacionadas con los ciberataques.
‘Esto ilustra el peligro de este tipo de ataques’, prosigue. ‘Quien ataca puede esconderse con relativa facilidad y causar daños enormes con medios muy reducidos. Sin la adecuada protección, pueden colapsar sistemas vitales: acueductos, energía, telecomunicaciones’.
En el caso estonio, los atacantes distribuyeron en la Red instrucciones -en ruso y muy simples- sobre cómo bombardear al enemigo. Además, reclutaron a través de virus miles de ordenadores que se sumaron automáticamente al ataque, multiplicando así su potencia.
En Estonia pocos dudan de que la agresión fuera una intimidación en contra de la rebelde ex república soviética. La espiral de fricciones y desconfianza que marca las relaciones de los países de la vieja órbita soviética con el Kremlin dio un paso más. No fue el último.
‘En septiembre, al otro lado de la frontera tuvimos unas maniobras militares rusas de gran envergadura. No entendemos por qué a estas alturas Rusia todavía gasta muchos recursos para prepararse para combates con la OTAN. Es ridículo’, dice Paet, quien cree que la Alianza debería desplegar aviones en la zona y preparar un plan de defensa de la región, que todavía no tiene.
‘Los aviones más cercanos están a 600 kilómetros de Tallín. Creo que eso no es adecuado’, comenta. ‘Y en cuanto al plan de defensa, no lo veo como ninguna provocación a Rusia. La piedra fundamental de la OTAN es la defensa colectiva. Por tanto, me parece perfectamente natural que la Alianza tenga que estar lista para implementar sus principios en cualquier punto de su territorio’.
La desconfianza se proyecta también en las relaciones económicas, bastante escasas, entre Estonia y su gran vecino. ‘Éste es un país con una economía abierta y una política liberal. Por tanto, las relaciones económicas con Rusia son fundamentalmente definidas por el mercado’, observa Märten Ross, vicegobernador del Banco de Estonia. ‘Las disputas políticas pueden haber tenido algún efecto, pero creo que menor de lo que se piensa. La crisis rusa de los noventa y la entrada en la UE han reorientado el mercado estonio’.
A 20 años de la caída del Muro de Berlín, Tallín mira hacia Occidente más que nunca. Estonia es una avanzadilla que espera respaldo de la retaguardia. En su seno, se estudian las batallas del futuro.
‘Al fin y al cabo, aunque en un entorno nuevo, se trata de lo de siempre: dominar un espacio para controlar a los demás y defender la infraestructura crítica de un país’, resume Ganuza-Artiles.
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La sombra del KGB todavía inquieta
A la inevitable desconfianza con la que los países bálticos miran hacia el lado oriental de sus fronteras, Estonia ha tenido que sumar a lo largo del último año una nueva e inquietante preocupación interna. El culpable es Herman Simm, ciudadano estonio de 62 años. El señor Simm fue condenado el pasado mes de febrero a 12 años y medio de cárcel por espiar a favor de Moscú. No se trataba de un espía cualquiera.
Entre 2001 y 2006, Simm fue el responsable de la Autoridad de Seguridad Nacional: era el hombre encargado de garantizar la protección de todos los documentos clasificados que manejaba el país báltico, incluidos los referentes a la OTAN, en la que Estonia se integró en 2004.
El caso ha tenido repercusiones profundas en los cuarteles generales de la Alianza Atlántica y en la sociedad estonia, y ha obligado a elevar la guardia en contra de las posibles infiltraciones de los herederos del KGB. Los países bálticos -ex repúblicas soviéticas con consistentes minorías rusas, que en cierta medida se sienten marginadas- son entornos privilegiados para reclutar espías. Simm se había graduado en la academia de policía del Moscú soviético.
En Estonia, los rusos representan un 25% de los 1,3 millones de habitantes del país. El 7% de los residentes no tiene ciudadanía, y aquí, como en Letonia, los medios rusos son activos en fomentar cierto descontento.
‘Desafortunadamente el pasado sigue dividiendo. Algunos lo utilizan conscientemente para azuzar y separar. Por eso apostamos constantemente por mirar hacia al futuro’, dice Anne-Ly Reimaa, subsecretaria del Ministerio de Cultura encargada de asuntos de integración étnica. Mientras, a partir de ahora los ciudadanos estonios podrán ver en los cines el documental Operatsioon Simm.