El 25 de noviembre de 1939, cuando Francia empezaba a gangrenarse por el miedo a la invasión alemana y sus élites políticas y periodísticas se disponían a entregarse sin pudor al III Reich, Albert Camus escribió un artículo para Le Soir républicaine, el periódico de una sola página a dos caras del que era codirector en Argel. En Francia regía la censura, y el texto no llegó a publicarse nunca. Lógico, porque en apenas tres folios el autor de El extranjero bordaba un alegato por la libertad de prensa. Al defender la utilidad del oficio de informar en tiempos de guerra, Camus sostuvo el derecho de cada ciudadano a elevarse sobre el colectivo para construir su propia libertad, y definió los cuatro mandamientos del periodismo libre: lucidez, desobediencia, ironía y obstinación. Son, casualmente, los puntos cardinales que inspiraron su obra novelesca y filosófica.
El espléndido texto ha salido del agujero negro del tiempo gracias a una colaboradora de Le Monde, Macha Séry, que lo encontró en los Archivos Nacionales de Ultramar (Aix-en-Provence). El diario vespertino lo publicó este jueves en sus páginas culturales, y en el Salón del Libro de París todos hablaban del artículo y del último libro de Michel Onfray, El orden libertario, que traza una comparación entre Camus y Jean-Paul Sartre especialmente odiosa para el segundo.
“Es difícil evocar hoy la libertad de prensa sin ser tachado de extravagancia, acusado de ser Mata-Hari o siendo convencido de que eres sobrino de Stalin”. Así empieza el artículo, que enseguida sienta su tesis: la libertad de prensa “es solo una cara más de la libertad tout court”, y la “obstinación en defenderla” obedece a que, sin ella, “no habrá forma de ganar realmente la guerra”.
Camus aborda la injusticia de que los grandes medios nacionales pudieran publicar en aquellos meses artículos que en los diarios de ultramar eran sistemáticamente censurados. Y escribe: “El hecho de que un periódico dependa de la competencia o del humor de un hombre demuestra mejor que cualquier otra cosa el grado de inconsciencia al que hemos llegado”.
Con la sobria sagacidad del clásico, prosigue: “Uno de los buenos preceptos de una filosofía digna de ese nombre es el de jamás caer en lamentaciones inútiles ante un estado de cosas que no puede ser evitado. La cuestión en Francia no es hoy saber cómo preservar la libertad de prensa. Es la de buscar cómo, ante la supresión de esas libertades, un periodista puede mantenerse libre. El problema no concierne a la colectividad. Concierne al individuo”.
Los medios y condiciones para que un periodista independiente no pierda su libertad “ante la guerra y sus servidumbres” son cuatro: lucidez, rechazo, ironía y obstinación. La lucidez, porque “supone la resistencia a los mecanismos del odio de la ira y el culto a la fatalidad”. Según Camus, “un periodista, en 1939, no se desespera y lucha por lo que cree verdadero como si su acción pudiera influir en el curso de los acontecimientos. No publica nada que pueda excitar el odio o provocar desesperanza. Todo eso está en su poder”.
“Frente a la creciente marea de la estupidez, es necesario también oponer alguna desobediencia”, continúa Camus. “Todas las presiones del mundo no harán que un espíritu un poco limpio acepte ser deshonesto”, decía. Y luego: “Es fácil comprobar la autenticidad de una noticia. Y un periodista libre debe poner toda su atención en ello. Porque, si no puede decir todo lo que piensa, puede no decir lo que no piensa o lo que cree que es falso. Esta libertad negativa es, de lejos, la más importante de todas”, ya que permite “servir a la verdad en la medida humana de sus fuerzas”, o “al menos rechazar lo que ninguna fuerza le podría hacer aceptar: servir a la mentira”.
La tercera condición para ser libres es la ironía: “No vemos a Hitler, por poner un ejemplo entre otros posibles, utilizar la ironía socrática”, escribe Camus. “La ironía es un arma sin precedentes contra los demasiado poderosos. Completa a la rebeldía en el sentido de que permite no solo rechazar lo que es falso, sino decir a menudo lo que es cierto”.
Para cumplir lo anterior, la cuarta regla indispensable es “un mínimo de obstinación para superar los obstáculos que más desaniman”, a saber: “La constancia en la tontería, la abulia organizada, la estupidez agresiva”.
¿Y después de la guerra?, acaba preguntándose Camus. “Hará falta probar con un método del todo nuevo que sería la justicia y la generosidad. Pero esto solo se expresa en los corazones ya libres y los espíritus todavía clarividentes. Formar esos corazones y esas almas, o mejor despertarlos, será la tarea a la vez modesta y ambiciosa que tocará al hombre independiente. La historia tendrá o no en cuenta estos esfuerzos. Pero habrá que hacerlos”.
Quizá lo más fascinante del rescate es que, 73 años después, el manifiesto de Camus sigue teniendo toda vigencia, humana y periodística. Francia no está en guerra y no existe la censura, pero ahí está la actitud monárquica de sus gobernantes ante la prensa; la promiscuidad entre las clases política, empresarial y mediática, la uniformidad obediente y temerosa de tantos medios.
En noviembre de 1939, Camus decía que los “artículos más valientes se publican en Le Canard enchaîné. En marzo de 2012 sigue siendo verdad. Como todo lo demás.
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Em defesa do repórter não alinhado
José María Ridao # reproduzido do El País, 16/3/2012
La labor periodística de Albert Camus ha cobrado una inesperada actualidad durante los últimos años, coincidiendo con la puesta en cuestión de la función del periodismo y del futuro de los periódicos. La razón tal vez habría que buscarla en la creciente sensación de que las profecías sobre la influencia de las nuevas tecnologías en los diarios impresos están ocultando un problema más grave: la destrucción de las reglas a las que se atenía el periodismo y la renuncia a compromisos como la búsqueda insobornable de la verdad y la expresión libre y desinteresada de las opiniones.
La imagen del periodista y de la persona que escribe en los periódicos que se ha impuesto en estos días no es la del Camus celoso de su independencia, que rechaza tanto los halagos como las amenazas de las gentes de poder, sino la del personaje de mundo que mantiene hilo directo y trato amistoso con sus fuentes.
Como editorialista, Camus no siempre tuvo razón aunque siempre estuvo dispuesto a reconocerlo, como sucedió en su polémica con François Mauriac acerca de la pena de muerte para los colaboracionistas. Pero cuando la tuvo, fue sobre asuntos cruciales y defendiendo en solitario las posiciones contrarias a las de la opinión mayoritaria. En mayo de 1945 no celebró la victoria sobre Japón tras el lanzamiento de dos bombas atómicas, sino que advirtió de la locura en la que se precipitaría un mundo donde las grandes potencias rivalizasen para obtener la superioridad nuclear. Durante la guerra de Argelia promovió una “tregua para los civiles”, incapaz de alinearse con los independentistas que recurrían a la violencia ni con los nacionalistas franceses que los combatían, empleando similares si no idénticos medios.
También en el texto censurado y que acaba de ser encontrado en los Archivos Nacionales de Ultramar aparece ese Camus a contracorriente: la guerra acaba de comenzar y los periódicos y los periodistas no deben llamar al odio ni al cierre de filas patriótico, sino al ejercicio de los deberes por parte de cada ciudadano.
El de los periódicos y el de los periodistas es el ejercicio de la libertad de expresión, como parte de la libertad general. La honestidad y la hondura de este llamamiento nada tiene que ver con el medio en el que debía haberse publicado, una humilde hoja impresa del derecho y del revés, sino con la insobornable conciencia de un hombre libre al realizar su trabajo.