‘Nuestro periódico, a lo largo de su historia, se ha consolidado como un fenómeno social en el panorama de los medios de comunicación catalanes, españoles y europeos. Y la edición dominical, como sucede en casi todo el mundo civilizado, es la que cuenta con un mayor número de lectores, salvo que en un día entre semana se produzca algún acontecimiento extraordinario. El domingo tenemos muchos más lectores, que además, y en general, disponen de más tiempo para una lectura pausada y atenta de la variada oferta informativa que La Vanguardia ofrece junto al diario (el Magazine, y los suplementos Dinero, Revista, Nuevo Motor y de anuncios clasificados). El domingo es un día en que los lectores pueden llevar a cabo una mirada escrutadora más profunda al trabajo que desarrolla la redacción. Y, por tanto, tienen más posibilidades de encontrar detalles incorrectos, inexactitudes, o simplemente fallos que les llamen la atención. Que hagan llegar sus quejas u observaciones no debe extrañarnos. Al contrario, sólo quien valora algo o a alguien se siente autorizado a ponerlo a veces ante el espejo, a desvelarle sus defectos o sus pequeñas vergüenzas (todos tenemos alguna más o menos oculta, expresada en el caso del periodismo en forma de fallos), eso sí, para animarle a mejorar. Y deberíamos estar agradecidos de que nos den a conocer sus juicios de valor, ya que las quejas, en general, provienen de lo mejor que puede tener un diario que quiere ser la referencia: lectores atentos e informados.
Hoy quiero resaltar diversas quejas o reclamaciones por fallos que podríamos considerar leves, que son más fruto de lapsus o descuidos que de la ignorancia o la dejadez, y que, sin afectar gravemente al contenido ni a la calidad de la información, deberían hacernos reflexionar sobre lo fácil que resulta a veces defraudar a los lectores exigentes.
TRES CASOS. La lectora Teresa Poned remite un correo electrónico en el que expone tres casos en los que según su opinión se daban informaciones inexactas en la edición del pasado domingo. El primero hace referencia a un reportaje de Mercè Ibarz publicado en el Magazine,en el que con el título ‘Arte de un mundo soñado’ se hablaba de los artistas rusos anteriores a la revolución de 1917 y de los de los primeros años de la etapa revolucionaria. El texto hacía referencia a las exposiciones que se han podido ver esta temporada en el Museo Guggenheim de Bilbao, en el Tyssen y la Casa de las Alhajas de Madrid y en la Pedrera de Barcelona. En el apartado dedicado a Kasimir Malevich ( ‘Malevich el Grande’ se titulaba el capítulo dedicado al creador del suprematismo, cuya obra puede verse en la Pedrera), se decía que nació en 1879 y murió en 1935, ‘a los 44 años’. A la lectora, con razón, no le salen las cuentas y dice que según las fechas proporcionadas, Malevich murió a los 56 años. Mercè Ibarz reconoce el lapsus y aprovecha para remarcar que en el catálogo de la exposición dedicado al gran artista vanguardista, nacido en Kiev, capital de Ucrania, se habla de la confusión que ha rodeado a la fecha de su nacimiento, ya que aunque él mismo (y sus principales biografías) decían que había nacido en 1878, investigaciones posteriores han sacado a la luz su fe de bautismo, que sitúa su nacimiento el 11 de febrero de 1879.
La misma lectora descubre otro error en el suplemento Dinero,en un reportaje sobre coleccionismo titulado ‘Fulgores de la historia de Europa’ en el que se habla de una joya perteneciente a la reina Amalia de Portugal, ‘hija del rey Fernando VII’. Según la lectora, y así lo corroboran los libros de historia, ‘dicho rey español se casó cuatro veces y sólo tuvo tres hijas, María Isabel Luisa, que falleció cuando tenía un año, Isabel II y María Luisa Fernanda’. No hubo, pues, tal reina de Portugal hija de Fernando VII. El periodista Carlos García-Osuna, autor del reportaje, reconoce que el catálogo de la casa internacional de subastas que comentaba en el reportaje hablaba de la reina Amelia – y no Amalia, como salió publicado-, esposa de Carlos I (conocido con el sobrenombre del Martirizado), penúltimo rey de Portugal, y que fue asesinado en 1908, dos años antes de que fuera derribada la monarquía. Su esposa, con la que contrajo matrimonio en 1886, era Amélie de Orleáns, hija de Philippe, conde de París, y de Marie-Isabelle de Orléans. Fernando VII había muerto en 1833, y con una descendencia limitada a sus hijas Isabel II (cuya llegada al trono tras la derogación de la ley sálica, que apartaba a las mujeres de la línea sucesoria, provocó la primera guerra carlista) y María Luisa Fernanda. El periodista explica que extrajo el dato erróneo tras una consulta en internet, donde la web de una hermandad religiosa habla, misteriosamente, de ‘la reina Amalia de Portugal, hija de Fernando VII’. Dicha web existe, efectivamente, pero sus datos no parecen mucho de fiar.
Finalmente, la atenta lectora consigna un tercer error, en este caso matemático, por parte de la escritora Lucía Etxebarría, que en su artículo publicado ese mismo domingo en el Magazine equiparaba los 6.000 millones de euros que costarán unas faraónicas obras en la capital madrileña con 3billones de las antiguas pesetas. La lectora sentencia, correctamente, que ‘al cambio, 6.000 millones de euros sólo son un billón de pesetas’. Que tampoco parece un precio muy barato.
USO DEL LENGUAJE. Ricard de Nó hace llegar al defensor dos observaciones a propósito del uso del lenguaje en los titulares periodísticos. La primera se referie a la edición del 12 de enero y el título decía así: ‘La exportación de doctores ya es la principal fuente de divisas del régimen de Castro’. Dice el lector que ‘aun cuando es práctica muy difundida llamar a los médicos ´doctor´ en lenguaje llano, no es menos cierto que el título de doctor es un posgrado de licenciatura que se puede obtener en cualquier carrera universitaria, sea Derecho, Arquitectura, Medicina… Que La Vanguardia hable de ‘exportación de doctores’, además de incorrecto, infunde a error, pues no sabemos si lo que exporta el régimen de Castro es doctorandos en Bellas Artes, Derecho o cualquier otra carrera’.
El segundo titular discutido se publicó el 25 de mayo y decía: ‘El sushi arrasa con el atún rojo’. El lector dice que ‘el verbo arrasar se compadece mal con la preposición con.Cuando se usa el verbo arrasar no se utiliza el con.Por ejemplo, en la frase ´un terremoto arrasó Lisboa´ se ve claro que la preposición con ahí no pintaría nada. Sucede, no obstante, que de un tiempo a esta parte se confunde el verbo arrasar con uno parecido pero de sentido muy diferente como es ´arramblar´. Por ejemplo, en la frase ´el ladrón arrambló con todo lo que encontró´’.
El responsable de la sección de Edición, Magí Camps, responde que ‘el lector lleva razón al cincuenta por ciento. En el primer caso, aunque el uso coloquial haya acotado el título de doctor a los médicos, una información objetiva no debe caer en ello. Curiosamente, la noticia incluía la palabra médicos en el subtítulo. Estoy convencido de que si se hubiera empleado médicos para el título y doctores para el subtítulo – como sinónimo para evitar la repetición-, no habría habido queja alguna. En cuanto al segundo, la construcción arrasar con,quizá originada en el cruce que apunta el lector, está recogida en el Diccionario de uso de las preposiciones españolas,de Emile Slager (Espasa), y también explicada por el académico Manuel Seco en su Diccionario de dudas,con ejemplo de García Márquez’.
CANARIO MUTANTE. En el Vivir del 25 de mayo se publicó un interesante reportaje firmado por Sara Sans titulado ‘El canario como excusa’, en el que la periodista explicaba una bonita historia humana, basada en una entidad, Animalia de Tarragona, que pone en contacto a jóvenes con personas mayores que viven o pasan la mayor parte del día solas, y a las que regalan mascotas, básicamente pequeños animales domésticos. En la información se hablaba en concreto de canarios y de un perrito faldero. El reportaje se acompañaba de una fotografía que mostraba a dos de los jóvenes voluntarios junto a una de las personas acogidas a este programa y en primer término, una jaula en la que posaba ufano un pájaro. El pie de foto decía así: ‘Detrás del canario, Rosa habla con dos de los coordinadores de Animalia’. Dos lectores, Eduard Rohaut y Jordi Payá, han llamado la atención sobre el tipo de pájaro que aparece en la foto, que no es un canario, como dice el pie explicativo, sino un periquito. Una animalada simpática.’