Jean Daniel tem 88 anos e continua na ativa, trabalhando e refletindo sobre o seu ofício. Escreveu 24 livros e orgulha-se da influência de seus autores de formação – Ernest Hemingway, John Dos Passos, John Steinbeck e Andre Malraux, além do inspirador maior, Albert Camus. É fundador da Nouvel Observateur, uma das mais importantes revistas francesas, que sob seu comando firmou-se como um exemplo de jornalismo fincado na verdade factual, na ampla cobertura cultural, em grandes reportagens e em análises sofisticadas, porém legíveis. ‘O jornalismo é um equilíbrio entre a imagem e a rentabilidade da publicação’, ensina. ‘Os jornalistas estão entre o poder e a história. E devem saber como funciona o poder, com a condição de que a fascinação não descambe para a complacência, a indulgência e a corrupção. É muito interessante ver como opera um homem que detenha todos os poderes. Neste momento, há que desconfiar de tudo, até do mais ínfimo detalhe.’
Daniel sustenta que uma pessoa com poder é alguém que esconde algo – e é preciso descobri-lo. De todas as formas, sempre convirá não esquecer da enorme capacidade que o jornalismo e os jornalistas têm de destruir reputações. ‘Em um dia ou uma hora se pode desmanchar uma reputação, pode-se transformar alguém com fama de ser honesto em um malfeitor. É um poder terrível.’
A entrevista a seguir faz parte de uma série publicada no diário espanhol El País com os ‘mestres do jornalismo’, conduzida pelo repórter Juan Cruz. (L.E.)
Jean Daniel tiene su estudio lleno de fotografías, y entre todas destaca las que guarda de su maestro, Albert Camus, que es para él no sólo un paisano (Argelia les une, la guerra de Argelia les dividió) sino una fuente constante de inspiración. Le acaba de dedicar un libro, Camus a contracorriente (Galaxia Gutenberg), que es al tiempo un homenaje al periodista e intelectual que fue premio Nobel de Literatura, sino que es también un libro de estilo para ejercer este oficio.
En ese libro hay una imagen, de la que no hay fotos, en las que se ve a Camus entrando en una boîte, con sus colegas del periódico Combat, resistente contra la ocupación nazi de París; habían hecho un buen periódico ese día, Camus estaba exultante y al entrar a la sala de copas exclamó: ‘¡Vale la pena luchar por una profesión como esta!’ Jean Daniel tiene una larga trayectoria como periodista, acaso el más influyente de Francia en algún momento, sobre todo como director y cabeza pensante de Le Nouvel Observateur, una revista elitista que él decidió convertir en un magazine de gran tirada sin disminuirle su ambición cultural.
En esa abigarrada colección de fotos que son las cuatro paredes de su estudio parisino hay alguna muesca de ese éxito, por ejemplo una información que le recuerda que en 1978 fue elegido el mejor periodista francés, el premio Príncipe de Asturias que le concedió la Fundación Príncipe de Asturias, y otras señales de su gran influencia, cerca, por ejemplo, del presidente Mitterrand. Es complicado escribir (en prensa) sobre los amigos políticos, pero en libros lo hace y lo hará, ‘porque ahí me puedo detener en detalles’.
Ya tiene 88 años, mantiene alertas todas sus facultades, escribe sus artículos (también para EL PAÍS), viaja, presenta libros, y está en permanente contacto con la revista. Y con la realidad. Detrás de su asiento está la portada del New York Times del último 5 de noviembre; en primera página, el gran periódico norteamericano le cita como un referente izquierdista europeo que ha glosado ‘la épica’ gloriosa de Barack Obama, y él está feliz con ese recorte, que tiene enmarcado. Su aversión a las fotos, dicen, es una cuestión de coquetería de un galán que ya ha juntado demasiados años como para que no haya caído alguno sobre su rostro, pero Mordzinsky le sacó unos retratos a los que él accedió con su buen humor cansado. ¿Y aquella frase de Camus? ¿Vale la pena luchar por este oficio? De eso le preguntamos, pero antes hablamos de él, de cómo empezó.
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Empezaré por una pregunta que usted le hizo a Albert Camus. ¿Cómo ha llegado usted a ser periodista?
Jean Daniel – Por casualidad. En mi generación los jóvenes con posibilidades de escribir no diferenciaban entre la filosofía, la literatura, el compromiso político y el periodismo; eran cuatro tentaciones. Los dioses de esta época, los maestros del pensamiento de estos jóvenes, eran americanos: Hemingway, Dos Passos, Steinbeck…; en Francia, Malraux, que hizo aquel reportaje sobre la guerra en Teruel… Era gente que lo hacía todo: el compromiso político, la literatura, la filosofía – no siempre –, y el periodismo. Así que cuando se es joven y se han cursado estudios de humanismo no es necesario hacer una elección entre los cuatro. Si se elige uno se eligen también los otros, no se sacrifica nada. Cuando empecé a escribir siempre fue con la idea de que si hacía un artículo podía hacer un libro. ¿Y qué lo decidió todo? En primer lugar, encontrar a Camus.
Un encuentro trascendental.
J. D. – Yo era muy, muy joven, y fue una suerte encontrar a Camus; yo hacía una revista, Caliban, y él me quiso conocer. Otra de las causas de nuestro encuentro fue la guerra de Argelia… Si no hubiera existido esa guerra, que fue tan importante para Francia, para el mundo árabe y para el mundo en general, no hubiera escrito sobre Argelia, probablemente, y quizá no hubiera tenido con él una relación tan intensa… Y desde que me hice periodista nunca he dejado de estar poseído por la necesidad de los libros. He escrito unos veinticuatro libros, y eso distribuye mis anhelos. Pero ha sido muy difícil hacerlos siendo director de periódico. Ser director de periódico no es lo mismo que ser periodista, en absoluto. A menudo es incluso peor. Está la presión de tener a jóvenes a tu lado; hay que animarles, hay que crear con ellos, la gente te concede poderes.
¿Y qué papel le gusta más, periodista o director?
J. D. – No tienen nada que ver. Siempre me han gustado mucho los grandes reportajes. Los reportajes míos que han tenido más éxito son como pequeñas novelas. Sin quererlo, salieron espontáneamente. Me gustaba descubrir un país, interesarme por unos hombres, unas situaciones… Elegía países donde habían vivido hombres que admiraba. Ese fue un gran momento. La dirección me ha apasionado porque tenía la ambición, quizá pretenciosa, de crear otra cosa, no hacer lo mismo que los demás. Siempre se quiere hacer algo diferente, y yo quería crear periodismo cultural. En este sentido la dirección me interesaba. Pero, ¿cuál es el problema? El periodismo es un equilibrio entre la imagen y la rentabilidad del periódico. Un periódico cultural no es para el público en general. Me he rodeado de las personas más competentes y he tenido uno de los mejores equipos de Europa. Y todos han destacado; algunos están en la Academia francesa, otros en la de Bellas Artes, todos han conseguido algo, y el periódico ha destacado sin romper su imagen ni su rentabilidad. De ese equilibrio estoy orgulloso.
Se interesa por las personas. Y por el poder. ¿Cómo debe ser la relación del periodista con el poder?
J. D. – El poder fascina. Fascina a los periodistas muy a menudo porque si tienen el gusto por la literatura quieren saber cómo se hace la historia… La historia: los pueblos la sufren, los dictadores (o los poderosos) la hacen, y los periodistas la contemplan para describirla. Los periodistas están entre el poder y la historia. Y han de saber cómo funciona el poder, con la condición de que la fascinación no caiga en la complacencia, la indulgencia y la corrupción… Con esas condiciones es muy interesante ver cómo funciona un hombre que detenta todos los poderes. En este momento hay que desconfiar de todo, hasta del más mínimo detalle. A mi siempre me invitaban, siempre, y tenía un método: o rechazaba la invitación o la aceptaba haciéndola notar. Una vez me invitó el Rey de Marruecos a un gran hotel de Marrakech, y me dijeron que sería ofensivo si pagaba yo la cuenta. Acepté la invitación e hice un donativo por ese importe para obras benéficas de la ciudad, e hice público el gesto… Es muy difícil juzgar con rigor y objetivamente a gente que tienes frente a ti. Tiene que haber una disciplina, sobre todo si estás muy interesado en esas personas; y debes cuidar en todo momento cada detalle.
A mi me han ofrecido de todo: una casa en México, en Túnez también querían ser muy amables conmigo… He tenido la tendencia a ser más crítico cuanto mejor me recibían. Pero la relación del poder con la prensa es un problema en los dos sentidos. He conocido periodos en que había corrupción de los periodistas, pero he conocido periodos en los que existía acoso de los periodistas. Un hombre con poder es un hombre que esconde algo y hay que descubrirlo. Hay que descubrir el crimen. ¿Qué crimen? No se sabe, pero hay que descubrirlo. Es una actitud equivocada pensar que siempre hay un crimen. Existen los dos excesos, y ahora existe el exceso de la transparencia: no se sabe qué crimen hay pero hay que descubrirlo.
Es cierto que un dictador lo esconde todo, y nuestro papel es descubrir qué esconde. Pero se han pasado los límites: la filosofía de la transparencia, cuando se lleva hasta el extremo, por virtud o por vicio, llega hasta la violación de la vida privada. Y existe una intromisión nueva, la intrusión de la fotografía en la vida íntima… Cuando se traspasan los límites se llega a aberraciones. Mire lo que ha pasado ahora con Milan Kundera, el gran novelista checo, acusado de haber denunciado a un compañero… En aquel tiempo él tenía veinte años, ahora tiene setenta. No había pruebas. Los periodistas se fueron a Praga y no encontraron pruebas. Pero hubo un titular junto a una gran foto de Kundera: Kundera habría sido… Y con ese condicional, la enorme foto y el titular ya Kundera es… El texto en sí era honesto, pero el lector se fija tan solo en la imagen, y en la fuerza del condicional. El fin del periodismo es escribir, el texto. Pero en esa información existe sólo la fuerza de la imagen, la fuerza del título y la fuerza del condicional. Quizá el periodista fuera honesto, pero mire usted el resultado.
Es el principio de la calumnia.
J. D. – Absolutamente, salvo que la calumnia ahora se apoya en las nuevas tecnologías.
En la dispersión de los rumores.
J. D. – No es exactamente eso. Hace algunos años sí se producía la difusión del rumor, un término que arranca de Beaumarchais. Pero ahora lo nuevo es la presentación de las noticias. Enciendes la televisión y ves una cara. ¿Qué ha hecho? Y después de la cara alguien dice: ‘Ha sido acusado de …’ Sin pruebas. No es sólo la difusión del rumor, es la fuerza que se da a la presentación del rumor.
Internet es un instrumento que difunde rápidamente todo lo que toca.
J. D. – Sí, es una posibilidad de multiplicación del rumor.
¿Cuál es su posición sobre el porvenir de la prensa a partir de la aparición de este poderoso instrumento?
J. D. –¡Si yo lo supiera! Saberlo es muy importante para mucha gente, también para los editores de periódicos. Es verdad que existe una crisis de la prensa; puede ocurrir que los periódicos de hoy sean suplementos de internet. La realidad será internet. Es una posibilidad. Con el libro no va a pasar lo mismo. Se ha demostrado que la gente quiere tener algo en las manos, un objeto como este. Hay algo de mágico en el libro, la forma, las páginas…
¿Y qué aporta internet al periodismo?
J. D. – A los periodistas les aporta el gusto por la velocidad. La posibilidad de que cualquiera pueda contestar a cualquiera. El hecho de que todo el mundo pueda ser un periodista, y, en este caso, que los propios periodistas ya no crean en ellos mismos, porque se les cuestiona en todo momento. Se está produciendo un descrédito de la función del periodista.
Que se preparó para ser periodista.
J. D. – Todo ese itinerario de preparación, que terminaba con un estatuto de prestigio y de autoridad del periodista, es destruido por la repentina aparición de alguien que ha encontrado una foto y la pone en internet. Y esa foto puede destruir a alguien. Hay ventajas, no son para el periodista, pero hay ventajas. Es el sueño de la opinión pública, es verdad que se le abre una posibilidad infinita a la capacidad de expresarse. Pero lo que le decía con respecto al peligro que hay en esta situación supone una preocupación para mi.
Camus decía que el periodismo era la información crítica. Acaso la velocidad puede cambiar esa definición de periodismo.
J. D. – No es forzosamente malo reaccionar ante las opiniones. Además, esa velocidad proporciona una impresión inmediata del sentir popular. Todo no es malo, no. Se puede saber de manera instantánea si lo que uno escribe suscita interés… Pero es cierto que todo el mundo tiene miedo. Y hay gente que explota ese miedo y piensan que internet va a acabar con la prensa escrita, que cada vez va a haber más prensa gratuita, y que los periódicos serán suplementos de internet. Yo no estoy capacitado para hacer una predicción. ¡Y además no soy un magnate de la prensa! Soy tan solo director de Redacción, y soy el único director de periódico que no tiene ni una acción de la compañía. ¿Se da cuenta de lo que esto supone?
Debe ser muy bueno para un periodista… Balzac decía que si la prensa no existiera había que procurar no inventarla…
J. D. –¡Lo decía porque ya existía, existió siempre! En el sentido moderno existe desde Gutenberg y desde la invención del correo. Pero antes de todo eso había personas que repetían las cosas, gente que distribuía gacetas, libelos…, existía la necesidad de repetir lo que pasaba. ¿Qué es el periodismo? Es decir a otro lo que uno sabe y el otro desconoce. Es tratar de saber algo incluso con riesgo de tu vida, como el corredor de Maratón que va a llevar la noticia de la victoria de los atenienses. ¿Hay porteros en España?
Sí, y hubo serenos.
J. D. – Pues cuando un portero va a contarle a otro qué pasa en su casa, eso es el principio del periodismo.
En su libro sobre Albert Camus usted recoge cuatro pautas sobre las obligaciones de un periodista: ‘Reconocer el totalitarismo y denunciarlo. No mentir y saber confesar lo que se ignora. Negarse a dominar. Negarse siempre y eludiendo cualquier pretexto a toda clase de despotismo, incluso provisional’. ¿Cuáles son para usted las obligaciones de un periodista hoy?
J. D. – La lista de Camus sigue vigente. ¿Qué hay que agregar a esa lista? Probablemente, la capacidad de conocer las nuevas trampas de la tecnología. Cuando Camus enumera esas obligaciones no existía aun la televisión. Y el reino de la imagen lo ha cambiado todo, incluso la forma de escribir. Imagine un novelista que escribe una novela y en cada párrafo alguien le dijera que su nivel de audiencia baja o sube. ¡Escribir en función de la reacción inmediata del lector! La gran innovación que ha incrementado los temores enunciados por Camus es la simultaneidad, la ubicuidad, el hecho de que cuando alguien habla faltan segundos para que lo sepa toda la Tierra. Es algo extraordinario.
Esa simultaneidad afecta también a la vida privada, otra de sus preocupaciones. Dice usted que la amenaza a la vida privada es el peor defecto del periodismo actual.
J. D. – Somos muchos los que pensamos eso; hay mucha gente que piensa que la transparencia es algo muy importante, y que si la vida pública se ha mezclado con la vida privada el lector tiene derecho a conocer ésta. Es una postura, y no es la mía en absoluto. Pero hay gente de alto nivel que piensa eso. Piensan que si Berlusconi mezcla su vida pública con sus intereses privados tenemos derecho a conocer detalles de esos hechos. Hay gente que no es deshonesta que piensa eso. Y eso nos puede llevar muy lejos.
Por eso dice usted que el periodista tiene un poder injusto.
J. D. – Naturalmente, muy a menudo es así. La capacidad de hacer el mal que tiene el periodista es devastadora. En un día o en una hora se puede deshacer una reputación, se puede transformar a alguien que tiene fama de ser honesto en un terrible malhechor. Es un poder terrible.
¿Y cómo se puede limitar ese poder sin llegar a la censura?
J. D. – Es una apreciación difícil que depende en primer lugar del director de Redacción, del redactor jefe, del jefe de departamento, de la forma como se concibe el periódico. Esto pasa de paredes para adentro, no hace falta una ley para eso.
Usted advierte, como Camus, contra la primicia: es mejor verificar que lanzarse con una noticia que está segura, no hace falta ser los primeros…
J. D. – Es mejor ser el segundo pero verídico que el primero pero equivocado. Todo el mundo quiere ser el primero… En la época de Camus había un gran asunto, la violencia, y él quería ahondar más en eso, el asunto de las primicias estaba en segundo lugar… Hablé con él muchas veces de eso: cuándo acabará el Mal, cómo se da respuesta a la agresión, ¿se llega a imitar al enemigo? ¿Qué porvenir tendrá nuestra Causa si empleamos las mismas armas que nuestros enemigos? ¿Y el periodista, es honesto utilizando medios que considera inaceptables para otros? Ahora tenemos preguntas parecidas. ¿Qué hacemos con Irán? ¿Tenemos que hacer como Irán para ir contra Irán? La pregunta es si hoy estamos condenados a imitar los medios de los enemigos. Camus me interesó y me sigue interesando porque su gran preocupación tiene que ver con el modo que el periodismo tiene de enfrentarse al gran tema de nuestro tiempo, la violencia. Cada texto fundamental sobre el periodismo debería de ir acompañado por una filosofía de la violencia.
‘Sueño con un periódico que destierre todo tipo de mentira, en el que la virtud fue, no obstante, divertida, y en donde se defendieran encarnizadamente tres principios: los de la Justicia, el Honor y la Felicidad’.
J. D. – Muy de Camus… ¡El honor, tan castellano! No sé si hoy habría un periódico como ese que soñaba Camus. Él iba muy lejos, y era un puritano. Cortó una serie de reportajes porque estaba harto de que comiéramos del dolor de las mujeres. Un puritano. El mundo ha cambiado. El día en que el Times de Londres puso una foto en portada el mundo periodístico cambió radicalmente.
Usted dice que el periodismo consiste en vivir la historia mientras ésta se hace. ¿Cómo ve la historia haciéndose ahora?
J. D. – Hemos perdido los instrumentos de previsión; eso es lo más novedoso. No hay ciencia económica, no hay conocimiento analítico financiero: se han equivocado todos. Desde hace diez años se han equivocado todos. Hemos perdido los instrumentos de previsión y nos faltan paradigmas. Estoy rodeado de jóvenes economistas, muy seductores y muy simpáticos, pero si los reúno no saco nada en claro. Primero, porque no están de acuerdo entre ellos y cuando están de acuerdo no saben qué va a pasar. Levi-Strauss me lo ha dicho y lo he escrito: la ciencia es importante, todo el mundo se alegra de ello, pero nada es verdadero porque el mundo se ha vuelto imprevisible. Eso decía.
¿Incluso con Obama?
J. D. – Sobre todo con Obama. ¿Quién había previsto a Obama? Es la confirmación total de lo anterior. La historia de Obama es increíble. Uno de mis mejores amigos es un gran economista americano. Le conozco desde hace treinta años, es un banquero. La semana pasado hablamos por teléfono y al cabo de un rato me dice: ‘No sé quién será el secretario de Estado; cualquiera, menos Hillary Clinton’. ¡Ese era el hombre en quien yo confiaba más desde hace décadas! Y al día siguiente llega la noticia del nombramiento de Hillary Clinton… Y él está allí, en ese mundo. Imprevisible.
Usted recuerda esa escena: Camus llega a una boîte, está feliz por la edición del último número de Combat y exclama: ‘¡Vale la pena luchar por una profesión como esta!’ ¿Usted diría lo mismo hoy?
J. D. – [Después de un largísimo silencio] Merece la pena. Sí, creo que merece la pena. He tardado en responderle porque me he vuelto muy preocupado y hasta un poco pesimista. Pero digamos que merece la pena luchar. Él decía: ‘Vale la pena’. Yo digo que merece la pena luchar.
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