Qué pena. La crónica social se ha dejado comer tanto terreno por la prensa del cotilleo vil que el lector se las ve y se las desea para encontrar un buen reportaje sobre cómo lloran los ricos, cómo los políticos viven de manera contraria a la que proclaman o cómo los artistas sufren paranoicamente a pesar de sus éxitos.
Los personajes con fuste se han aferrado a eso que llaman el derecho a la intimidad y ya no nos dejan ver ni una mísera foto familiar. Nosotros les seguimos el juego: no habrá instantáneas del viaje de nuestro presidente y familia a Nueva York. Nosotros costearemos gastos (con gusto) pero nos gustaría comprobar que nuestro timonel es un señor normal, que no sólo comparte sus días con Corbachos y Fernández de las Vegas, sino que disfruta con su señora paseando por la Gran Patata en un viaje en el que les hace fotos a sus niñas, a las que siempre sufragaremos el viaje (con gusto), frente al edificio Dakota, que ya están en edad.
Es un contrasentido que los privilegios se vivan a hurtadillas, pero el fenómeno Andreíta ha traído como consecuencia el pixelamiento social hasta de esa familia a nuestro cargo, que es la del presidente. Por cierto, que a la célebre Andrea no la nombro con sarcasmo: su explotación mediática (no sólo por su madre, ¿eh?) me produce de todo menos risa.
Pero el periodismo de sociedad es necesario. Completa, en sus momentos brillantes, al periodismo político. Viene a contarnos quiénes son verdaderamente los que a menudo se esconden tras pensamientos abstractos o discursos populistas. La edición americana de Vanity Fair de octubre se propuso retratar a la inefable Sarah Palin, buscándose un guía de excepción: el ex novio de Bristol, la hija de Palin, padre del nieto de la ex candidata a la vicepresidencia de Estados Unidos.
A vida é um conto
Con buen criterio, el periodista Mark Seliger deja que se explaye este muchacho llamado Levi Johnston,un guapetón de pocas luces al que dos sabuesos ejecutivos han calentado la cabeza asegurándole que la oportunidad de ser celebrity sólo se presenta una vez en la vida y es tontería desaprovecharla. A la espera de un papel estelar en el cine, Levi, ese muchacho sanote de Alaska, se ha despachado con Vanity Fair, que suele ser mordaz con los ultraconservadores americanos, y protagoniza un monólogo que destila la sinceridad de un malvado o de un santo inocente.
Estamos ante el segundo caso. El resultado es una pieza cómica que jamás superará la actriz Tina Fey en sus imitaciones de Saturday Night Live. Vestido de Armani, posa en Manhattan como la gran estrella que le han prometido llegará a ser, y nos cuenta esa verdad que sospechábamos pero que jamás vimos escrita sobre Palin, la gran madre, la defensora de la familia, la mujer que no abortó y bendice a diario a su niño síndrome de Down, la mujer que tiró adelante con el embarazo de su hija adolescente, la cazadora, la esposa, la luchadora que iba a imponer en la ciudad-cloaca de la política, Washington, el estilo llano de la América real.
Así vendió su forma de hacer política, así que es justo que bajo esas condiciones se la juzgue: al parecer, esa gran madre no le dedicaba mucho tiempo a su oficio de gobernadora, llegaba a casa a la hora de comer y se retiraba a su cuarto o se tumbaba para ver en la tele programas de bodas o de remodelación de casas comiéndose un Taco Bell y pasando de su celebrada vida familiar; esa madre trató de convencer a su hija Bristol de que no tuviera al bebé, como no tuvo éxito le rogó que ocultara el embarazo para que luego ella pudiera adoptar a la criatura; como tampoco tuvo éxito, le pidió al noviete de su hija que se cortara el pelo y se dejara vestir por los asesores para sacar provecho público de la situación; esa madre que explotó el hecho de tener un bebé síndrome de Down delegó el cuidado de la criatura en su hija; cuando fue abuela llegaba a casa y decía, ‘dejadme al bebé, no al retarded, al otro’; esa esposa ejemplar se peleaba ferozmente con su marido delante de los hijos, sólo interactuaban cuando había cámaras delante; esa mujer del pueblo enloqueció cuando los asesores comenzaron a vestirla, soñaba, si McCain ganaba, que su hija pudiera casarse en la Casa Blanca; esa experta cazadora no había empuñado nunca un rifle; esa madre comprensiva no toleró que la madre del joven Levi estuviera en el hospital el día del parto del nieto, dado que había sido arrestada por vender recetas médicas ilegalmente y afeaba el cuadro ante la prensa. En fin, que el muchacho respira por la herida pero lo hace con grandes dosis de candor.
Imagino que McCain se habrá reído lo suyo con la lectura y habrá maldecido de nuevo por dejarse colar ese gol en su campaña. No estaría mal que leyeran el reportaje algunos ultraconservadores españoles que defendían a Palin como la esencia de la América real, cuando todo el mundo sabe que Américas hay varias y Palin representa la más bochornosa. En fin, ya se sabe, la vida es un cuento contado por un idiota. El nuestro acaba confesando que si no tiene éxito en el cine será un electricista homologado, siguiendo la tradición familiar. Sarah lo tiene más difícil. Como a tantos políticos, no se le conoce oficio.