Friday, 22 de November de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1315

Entre a indignação dopoder e a ira dos indignados

El coche-grúa que remolcaba la unidad móvil de la cadena turca NTV calcinada y cubierta de pintadas se detuvo en la última barricada de la plaza de Taksim. Un variopinto grupo de manifestantes exigió al mediodía del miércoles que la chatarra permaneciera allí como símbolo, proclamaron, del desprecio de los grandes medios hacia su movimiento de protesta. Paradójicamente, la prensa en Turquía parece estar atrapada ahora entre dos fuegos: además del acoso del poder político —con decenas de informadores procesados y encarcelados—, sufre la ira de los jóvenes indignados que se han alzado en Estambul y otras grandes ciudades contra la deriva autoritaria de un Gobierno de raíces islamistas.

Como destacan en sus informes de 2012 Reporteros Sin Fronteras(RSF) y el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ), Turquía está en posiciones de cabeza entre los países que reprimen a los informadores, con hasta 75 reporteros en prisión, dos tercios de los cuales están relacionados con el conflicto kurdo. “La situación de la libertad de prensa ha alcanzado en Turquía un nivel crítico”, alerta el CPJ.

“En la actualidad hay unos 50 periodistas encarcelados, la mayoría sin haber sido aún procesados”, precisa el abogado N. Kaan Karcilioglu, secretario general del Consejo Turco de la Prensa. Pero si a las amenazas del poder político se unen la crisis económica de los medios y las presiones de los grupos editores —algunos con intereses en el sector inmobiliario—, el resultado, según Karcilioglu, “se llama autocensura”.

El clima coercitivo que viven los medios en plena protesta de los indignados turcos llega hasta el esperpento. La emisión del programa de televisión Juego de palabras, una versión del popular Apalabrados en laBloomberg HT, ha sido suspendido, sin que la cadena ofreciera explicaciones al público, después de que el lunes el presentador propusiera a los concursantes términos como “máscara de gas”, “policía”, “detención” y otros que hacían alusión a las protestas de Taksim.

El secretario del Consejo Turco de la prensa reconoce que, “al principio, unos hechos de gran relevancia fueron omitidos por los grandes medios, lo que generó la frustración del público por esa falta de cobertura. Pero tras el [violento pasado] fin de semana, reajustaron su línea editorial”. “Por ejemplo y salvando las distancias, cuando se produjo en España un golpe de Estado en 1981 no todos los medios reaccionaron con la misma rapidez y claridad que EL PAÍS”, recuerda Karcilioglu.

Pedido de desculpas

El apagón informativo en las protestas de Taksim ya ha empezado a pasar factura a la prensa turca. Cuando los grandes medios tradicionales dan la espalda a la realidad, los ciudadanos dirigen ahora su mirada hacia las redes sociales. “La independencia informativa puede haber entrado en una especie de bancarrota editorial”, sostiene el columnista Yavuz Baydar. Mientras los cañones de agua y los gases lacrimógenos convertían Taksim en un escenario de guerra el sábado, el canal Haber Türk emitía un programa sobre la esquizofrenia, y CNN Türk, uno sobre los pingüinos. “Casi todas las cadenas emitían documentales o series mientras se producía la noticia del día”, concluye Baydar.

Para Yucel Yilmaz, un bibliotecario de 40 años que montaba ayer en el parque de Gezi una pequeña biblioteca junto a otros voluntarios con libros donados, la cobertura de la revuelta de Taksim fue un insulto a la inteligencia. “A mi hijo, que tiene cinco años, le gustan los pingüinos. ¡Los medios se deben creer que todos somos como niños”, argumentaba, informa José Miguel Calatayud.

Los responsables del Grupo Dogus, propietario de NTV, han pedido disculpas a sus redactores, según revela el secretario del Consejo de la Prensa, por haber emitido el sábado un documental sobre la II Guerra Mundial en pleno estallido de Taksim. La chatarra de su unidad móvil aún sigue en la plaza, en cuyo entorno Reporteros Sin Fronteras eleva ya a 14 los periodistas detenidos desde el inicio de las protestas.

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Juan Carlos Sanz, do El País