Durante una de las manifestaciones de São Paulo del pasado mes de junio el corresponsal de la cadena Globo en Nueva York, Jorge Pontual, lanzaba en su Twitter: “Si la batería del Ninja no se muere, yo no duermo esta noche”.El veterano periodista del medio más atacado durante las manifestaciones en Brasil se refería a uno de los integrantes del grupo Ninja que llevaba horas retransmitiendo la marcha desde su celular.
Los Ninja (Narrativas Independientes, Periodismo y Acción) son un colectivo de unas cien personas, con diferentes grados de implicación, que transmite en directo, sin cortes y sin edición las manifestaciones que se suceden hace más de un mes por todo el país. No son los primeros en cocinar activismo con periodismo, añadiéndole una dosis de denuncia ciudadana. Brasil tiene una red activa de grupos de media alternativos como RioNaRúa, Jornalismo B, Moqueca Mídia o radiotube, pero este mes los Ninja han conseguido un protagonismo impensable para un grupo aún experimental. Hoy ya cuentan con más de 139.000 fans en Facebook y más de 13.000 en Twitter y algunas de sus retransmisiones las han seguido más de 100.000 personas.
“Hemos acabado siendo muy conocidos porque formamos parte de una red, porque estamos organizados, pero hemos sido uno más en ese contexto de periodismo ciudadano que ha surgido durante las protestas”, explica Bruno Torturra, ex director de la revista Trip y uno de los integrantes más volcados en el colectivo.
Pontual, así como otros muchos periodistas de medios tradicionales, activistas, directores de periódicos, estudiantes y ciudadanos de a pie han comenzado a acompañar el minuto a minuto de las acciones de este grupo que comenzó a asomar la cabeza hace casi dos años, pero que tuvo en marzo su primera referencia oficial. Entonces nadie había oído hablar de ellos. Ahora, son blanco de miles de tweets, de reflexiones dela defensora del lector de Folha, de las denuncias policiales, de la estrategia mediática de algunos políticos, de reportajes extranjeros, son los ídolos de muchos de los que claman en la calle por una información más libre.
En el mejor de los casos, los ninjas van a las manifestaciones con un carrito de la compra cargado de ordenadores, baterías, cámaras fotográficas y móviles. En el peor de los escenarios, cuando los enfrentamientos con la policía marcan la protesta como ocurre habitualmente en Río de Janeiro, el equipamiento se limita a un móvil de última generación que les permita grabar y retransmitir en directo a través de un software como twitcasting.
Esos teléfonos ya han hecho más ruido con sus coberturas que muchos medios brasileños. Cuando todas las portadas digitales de los periódicos y los telediarios aún se recreaban con los detalles de la llegada del papa a Río de Janeiro, Facebook y Twitter ardían con la detención de dos ninjas, acusados de “incitación a la violencia”, que grabaron su propio arresto. Las redes y esa retransmisión eran la manera de saber en ese momento qué ocurría frente al Palacio del Guanabara, sede del Gobierno Estatal, mientras el Papa Francisco era recibido por las autoridades de Brasil.
Fueron las grabaciones y la denuncia pública de los Ninja las que han llevado al Ministerio Público a investigar si, como denunció el colectivo, policías militares infiltrados se dedican a encender las protestas con cócteles molotov “con la intención de deslegitimar las manifestaciones”, afirma Torturra. Precisamente el NYT alberga en uno de sus blogs una amplia relación de las imágenes, muchas de ellas grabadas por los Ninja, que cuestionarían esa infiltración de agentes en las manifestaciones.
La cobertura de los Ninja ha conseguido fieles, Caetano Veloso les elogió en una columna, pero también ha generado un intenso debate sobre las formas de hacer periodismo en un momento en el que miles de manifestantes cuestionan el poder y hegemonía de los medios tradicionales, en manos de cuatro familias de la élite brasileña.
“La escena de uno de los ninjas erguido en los brazos de los manifestantes frente a la comisaria es muy elocuente respecto a la representatividad que esos jóvenes están conquistando. Pero, por mucho que se reconozca el papel de ese periodismo de combate, es necesario moderar un poco el entusiasmo y dedicar un tiempo a la reflexión”, mantiene Sylvia Debossan, periodista y profesora de la Universidad Federal Fluminense en la web Observatorio de Prensa, un foro desde el que se juzga el trabajo de la prensa brasileña.
“Hay ejemplos notables de reportaje, como lo que ocurrió en la última manifestación [el día de la llegada del Papa], pero hay fallos evidentes y hasta una cierta ingenuidad, como ocurrió en la entrevista exclusiva al alcalde de Río, Eduardo Paes (PMDB), el pasado día 19”, continúa Debossan. La entrevista a Paes, aliado del Partido de los Trabajadores de la presidenta Dilma Rousseff, causó un gran alboroto y marcó un antes y un después para los ninjas. De la noche a la mañana, un político de alto nivel concedía una entrevista en exclusiva a una red de periodismo independiente a la que días antes no le permitieron participar una rueda de prensa del gobernador de Rio Sergio Cabral.
El convite de Paes les regalaba credibilidad –muchos medios se hicieron eco de la entrevista-, pero al mismo tiempo les colocó en un brete. Los Ninja que acudieron a la cita apenas tuvieron tiempo de prepararse las preguntas y el resultado fue, sin duda, más favorable para el político que para los entrevistadores. Hubo defensores, pero también una avalancha de críticas por haberse prestado a ese regalo envenenado que, al final, ha expuesto al colectivo, sus orígenes y sus intereses partidarios.
Los Ninja no surgen de la nada, son el brazo audiovisual y se financian a través del colectivo cultural Fora do Eixo (FdE), nacido en 2005 con la aspiración de alimentar la escena musical de ciudades fuera del eje Río-São Paulo. Su estructura, dicen, ya permite organizar 5.000 shows anuales en 200 ciudades, pero su éxito genera antipatías.
Los críticos, involucrados en el mundo del activismo en red y de las nuevas herramientas de comunicación, les acusan de ser un grupo apadrinado y hasta financiado por el PT de Rousseff; de contar con subvenciones de grandes empresas como Vale o Petrobras que estarían lejos de proteger intereses de izquierda –como los derechos de los indios o el medio ambiente- y de contar con una organización vertical que no encajaría con la horizontalidad de los movimientos sociales que impulsaron las protestas. Este periódico, sin embargo, no ha conseguido que ninguno de esos críticos acepte ser citado.
El líder de FdE Pablo Capilé niega que Vale y Petrobras financien la red e insiste en que el 95% de sus ingresos los genera su propia actividad cultural, el resto proviene de subvenciones públicas y participación del sector. “Vale invirtió en un evento, una vez, de los 30.000 que hemos hecho. Y de Petrobras hemos recibido unos 800.000 reales (354.000 dólares) que provienen de un concurso público al que todo el mundo puede presentarse”, defiende Capilé.
Respecto a sus intereses partidarios, no lo niega. Se relacionan con el PT y dialogan con otros partidos de izquierda, incluyendo Rede, la sigla con espíritu ecologista con la que Marina Silva competirá por la presidencia contra Rousseff. “Aquí todo el mundo tiene derecho a declarar con quien está. De la misma manera que no podemos criminalizar la inversión pública tampoco podemos criminalizar la implicación política. Los Ninja dejan muy claro la idea política que tienen de Brasil, no lo esconden”, afirma Capilé.
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María Martín, do El País