O sensacionalismo desumano nauseou o leitor de tabloides. O público já não engole tão facilmente.
Entre la audiencia del programa Sálvame de Telecinco y las últimas tiradas del clausurado tabloide News of the World (2,6 millones de ejemplares) apenas hay medio millón de clientes. La diferencia radica tanto en que una cosa es un periódico y otra la televisión y en que, en el primer caso, la redacción es un chiringuito y en el otro un castillo que dispara contra la realeza, los grandes políticos o hasta contra cualquier tipo humano con potencialidades para ofrecer carnaza al lector.
Se calcula que alrededor de 250 personas trabajaban para filtrar noticias obscenas, íntimas y morbosas para News of the World, una de las cabeceras que controlaba, hasta su clausura el 10 de julio, Rupert Murdoch dentro del pool News International y del que su actual consejera delegada, Rebekah Brooks, fue directora durante los años de máxima chacinería absorbida a la vida de los demás.
El éxito de Rebekah se mide por el número de escándalos que propició y su recompensa se plasma en el vertiginoso ascenso dentro de la corporación. O lo que es más decisivo: una influencia política de primera mano: la mano que amenaza a diputados, asesores presidenciales, policía y gentes de la casa real.
Fim da privacidade
Pero no ha sido un escándalo de carácter político lo que ha obligado a cerrar “voluntariamente” News of the World. La clausura de este semanario tan sensacionalista responde al efecto de haberse deslizado hasta el buzón del teléfono móvil de una niña asesinada a los 13 años, Milly Dowler, mediante profesionales que prestaba información sobre sus SMS y sus correos de voz. No era el único caso de intromisión en la vida privada de la gente común. Muchos de los familiares de las víctimas del terrorismo en el metro de Londres en julio de 2005 habían sido rastreados para cosechar datos que conmovieran, interesaran, enardecieran a los clientes.
El caso descubierto ahora sobre la niña Milly Dowler, se dice, ha sido “la gota que colmó el vaso”. La última gota de muerte que llevó a la enérgica reacción social. Porque más morbo sobre más morbo ha derivado en una insoportable inhumanidad. De hecho, no ha sido la dignidad del editor quien ha cerrado el semanario sino el acoso del público empujado hasta la náusea tras la suma de esa carroña sin control. O, como dijo, James Murdoch, hijo y subordinado de Murdoch: “Las prácticas que se han realizado por el periódico han abierto una brecha en la confianza de los lectores y esta es la razón por la que hemos tomado esta decisión de cierre respecto a News of the World” (The Times,8-7-2011).
En Telecinco se sigue todavía con el caso Ylenia, la hija desaparecida de Romina y Al Bano, que tantos disgustos, llantos y aspavientos ha procurado a Lydia Lozano quien, contra la opinión más común, aseguró con fuentes secretas, que la chica seguía viva. Y ahora se dice que no solo viva sino, para mayor enigma, encerrada en un convento greco-ortodoxo de Arizona.
¿Mentira? ¿Verdad? El juego se sitúa en esta ambivalencia de la vida y la muerte, el adulterio y la pederastia, el asesinato, el secuestro, la violación y la mutilación. El gore de los tabloides y el de Sálvame son ejemplos de un consumo oscuro cada vez más negro que acaso, por contraste, ilumina a mucha gente las penumbras de su cotidianidad.
En España, esta oferta se halla sobre todo en las pantallas pero en Alemania o en Reino Unido la base, cierta o falsa, de los siniestros culebrones han llevado a tiradas de millones de ejemplares al punto que el mismo News of the World presume de haber sido hace años el semanario más vendido del mundo, con una tirada superior a los ocho millones de ejemplares.
Ciertamente, para mantener el climax alto es necesario mucho dinero, sobornos escogidos y muchos especialistas en el soborno o la extorsión. Pero también tecnología capaz de realizar los espionajes con sigilo y precisión.
En Reino Unido, a principios de este siglo se hallaban instaladas más de 230.000 videocámaras en 2.000 puntos públicos, a las que había que añadir los dispositivos con circuito cerrado en locales comerciales y estancias privadas. Después del agua y la electricidad, el gas y las telecomunicaciones, la televigilancia hace tiempo -desde el año 2000- que pasó a convertirse en la quinta red urbana del Reino Unido, incluso por delante de Estados Unidos.
Incluso antes del 11-S funcionaba en el mundo el programa Echelon, de la National Security Agency (NSA), creado por Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Reino Unido conjuntamente. El despliegue estaba destinado a controlar todo el tráfico internacional vía satélite y para ser capaz de aislar determinadas palabras o frases a partir de cientos de miles de mensajes.
La NSA, creada en 1949 para interceptar las comunicaciones estratégicas de los países del Pacto de Varsovia, dirigió su propósito, tras la guerra fría, a una televigilancia global. De este modo, cada día millones de SMS, llamadas telefónicas o cualesquiera emisiones son cribados, seleccionados y analizados por esta central de inteligencia, dos veces superior a la CIA y varias veces más poderosa que ella. El terrorismo ha incrementado además la funcionalidad de su presencia y como decía Whitaker (El fin de la privacidad, Paidós, 1999): “Las nuevas tecnologías de la vigilancia hacen cada vez más transparentes a las personas y reducen sin cesar los espacios privados en los que la gente se retraía para refugiarse y dedicarse a sí mismo”.
Ese tiempo del íntimo y bendito cuarto de estar hace tiempo que ha caducado. Y, por el momento, quienes comercian con la miseria de tercer o primer grado han hinchado el negocio de su burbuja basada en la “transparencia total”. Transparencia para exponer las corrupciones del político y transparencia para asistir a toda clase de viciosos enredos, incluidos los de la vecindad.
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Espiar, espiarse, vigilar y castigar o vigilar y entretenerse constituye un sistema que explica el éxito secular de los periódicos sensacionalistas y, especialmente, en países como Reino Unido, donde las casas se hallan tan blindadas y los cotilleos tan amurallados que excitan el conocimiento de su interior.
¿Será pues este un negocio que, al compás de la mayor privacidad, hallará una rentabilidad sin fin? La pregunta abre la segunda parte de esta historia del News of the World. Porque, ¿seguirá habiendo insaciables consumidores de estos productos podridos o cambiará algún día el desbordante gusto actual por lo dégoûtant?
La gastronomía de la carroña ha gozado de épocas espléndidas pero siendo un negocio muy próspero hasta ahora, ¿no habrá llegado como ilustra el caso de News of the World a una suerte de “burbuja” que une a su estallido la quiebra de los negocios sumidos en la Gran Crisis actual? Crisis económica y crisis del gusto, crisis de especulaciones y crisis de civilización.
Exactamente, el cierre de News of the World, es más que un asunto periodístico donde se implica la libertad de expresión. Hay un mundo más allá de este mundo. No un mundo ideal sino este mundo que se crea desde la Crisis marcando un antes y un después del exceso, el crecimiento material y la prosperidad sin más.
El beneficio económico a toda costa no puede ser infinito tal como demuestra la física con la entropía y el caracol con su función vital. Porque así como es inimaginable una esclavitud sin Espartaco ni un olvido de las masas sin Ortega y Gasset, no habrá tampoco paro creciente sin agitación, ni un sistema económico sin la estrategia del caracol.
Serge Latouche (La apuesta por el decrecimiento. Icaria, 2008) pone el ejemplo del caracol que tras ir formando las sucesivas espirales de su concha llega a un punto que debe detenerse porque el peso de su creciente caparazón lo sepultaría hasta impedirle un suspiro más. Las agitaciones contra la tiranía en el mundo árabe, la crisis de la especulación inmobiliaria, la crisis de la sociedad por su cruel diferencia de rentas o la crisis de la Liga con la división entre Madrid y Barça y los demás, son ejemplos del colapso.
Si Rupert Murdoch llega velozmente desde Estados Unidos para echar el cierre de News of the World, no lo hace desde luego por salvar su alma sino por salvar su dinero en plena hecatombe del sistema de producción porno-morbo-sentimental.
¿Operación ética? Claro que no: operación cínica o sistémica. Más de 20 grandes compañías habían retirado sus anuncios tras la revelación del caso de Milly Dowler, la niña asesinada. Empresas como Coca-Cola, The Body Shop, Renault, Mark & Spencer, Ford, Aldi o NatWest, anularon sus órdenes de inserción, y sin la publicidad ¿qué editor puede existir? Su interés, además, por hacerse con las acciones de BSkyB complementaron su estrategia de amputar su tabloide preferido ante el altar del Parlamento que autorizaría o no su adquisición
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Pero hay más. Sin la publicidad no hay negocio, pero sin el público activo no hay publicidad. De hecho, los ciudadanos de la Ilustración, hijos envejecidos y ajados de la Revolución Francesa, han conseguido, gracias a la sociedad de consumo del siglo XX y XXI un espíritu mucho más libre, deportivo e indócil de lo que se pueda pensar.
Este ciudadano consumidor no es un superhéroe, pero le basta ser un personaje alerta sobre la treta empresarial. A estas alturas, lo han estafado, embaucado, desorientado y, como consecuencia, ha aprendido comoel buscón don Pablo de hace cuatro siglos a detectar los peores amaños y hacerse resistente contra los abusos del poder. Indignados contra la corrupción política, contra el timo de los bancos, contra el abuso de los intermediarios, contra las falacias de las leyes, contra las hormonas en la carne y contra la carne gore servida a granel.
La reacción de los anunciantes contra los tejemanejes de News of the World no son al fin otra cosa que el resultado del sentir de los clientes. El consumidor sigue tragando pero, ¿quién puede cuestionar que ahora traga menos sea tanto por tedio como por una mayor educación mercantil?
La oferta dominaba hasta hace medio siglo al consumidor. Ahora la demanda debe ser mimada como la clave de la producción. En consecuencia, no es la moral, ni las leyes, ni los jueces, ni la policía, todos corruptos, quienes acaban con los 168 de historia del tabloide más popular sino la reacción popular de los nuevos 15-M traducidos en gentes de todas las partes del mundo.
¿Se está pues regenerando la sociedad? Más exacto sería decir que está vomitando para empezar a sanar. El periódico sensacionalista no fue nunca información pura sino, ante todo, alimentación. Provisión de un mundo sembrado de pecados que no excluían ni al famoso ni al millonario, ni a Mary Poppins ni a los obispos, ni al director del Fondo Monetario ni a Carlos Marx. Todos pecadores. Todos sometidos a las tentaciones y a su vergonzosa claudicación.
Los periódicos sensacionalistas extienden así, sin pretenderlo, un toldo de igualdad que da sombra a toda la especie, desde los desamparados, a los lábiles desde los encimados a las ratas de la Humanidad. Todos iguales, todos expuestos a la corrupción moral. Y, sin embargo, dentro de esta grey, entre poderosos y poseídos, ha crecido una línea de luz que hace insoportable un punto más de sumisión.
No es la predicación religiosa ni tampoco las doctrinas que nos llevan a ser subversivos, agitadores, cómplices comprometidos del 15-M y del “no pasarán”. Son ellos, los poderosos a secas, quienes nos han ignorado y a su desdén correspondemos con nuestro desdén. O, en suma, con la oposición de nuestra ética, llena de eméticos, a su pretensión de regir, con o sin quimioterapia, el abominable cáncer en que han venido a convertirse, en cuanto insignia News of the World, las peores noticias de la Humanidad.