‘Para Pedro Henriquez Ureña, escribió Borges, América llegó a ser una realidad; las naciones no son otra cosa que actos de fe’. En esta aparente contradicción, entre realidades y actos de fe, se debate el periodismo de América Latina.
No es una contradicción reciente aunque sí muy diferente de la que vivieron los primeros latinoamericanos que hicieron periodismo en la transición entre el régimen colonial y la Independencia, cuando empezaron a circular pequeñas hojas escritas con una identidad originaria: la beligerancia política. Desde entonces, el periodismo de América Latina ha estado marcado por el poder político, ya sea para defenderlo o para combatirlo. Al primer periódico del continente, La Gaceta de México y noticias de Nueva España creado en 1722 por Juan Ignacio Castoreña Ursúa y Goyeneche, un funcionario del Virreinato y después obispo de Yucatán, lo siguieron La Gaceta de Guatemala (1729), La Gaceta de Lima (1743), La Gaceta de La Habana (1764), El Papel Periódico de Santafe de Bogotá (1791) y Primicias de la Cultura de Quito en 1792.
Este panorama inicial tiene una fuerza premonitoria y una tendencia común: casi todos obedecían a la Corona y por tanto eran oficialistas. Algunos de los que surgieron a fines del siglo XVIII inauguraron una tradición periodística diferente, libertaria e insurgente. La prensa escrita, que acompañó el afianzamiento de las naciones, se comprometió con ideas generalmente llegadas de Europa (desde los enciclopedistas de la Ilustración hasta Jeremías Bentham) que fueron apuntalando, a la vez, las precarias instituciones políticas, los periódicos y los nacientes partidos.
Sin embargo los grandes periódicos latinoamericanos modernos apenas tienen más de un siglo. Entre los más antiguos están El Mercurio de Chile que llega a los 180 años, El Comercio de Lima a los 168 y La Nación de Buenos Aires a los 136. El Universal de México apareció en 1916, El Comercio de Quito en 1906, El Universal de Caracas en 1908 y El Tiempo de Bogotá en 1911. La Folha da Manhã fue fundada en 1921, y en 1960, tres periódicos se fusionaron en la Folha de S.Paulo. Los hay mucho más jóvenes como el Clarín de Buenos Aires con 61 años y Reforma de México creado apenas en 1993.
Esta connotación temporal es importante. Indica la dependencia de una época, pero sobre todo las relaciones de la prensa con una historia a la que ha acompañado en sus sobresaltos. Porque con sus epifanías y ocultamientos, la prensa escrita ha estado presente en la revelación de América Latina desde los inicios de sus modernidades aplazadas, hasta su ingreso azaroso en la sociedad global y la cultura mundializada.
Pero es probablemente en el siglo XX cuando se transforma con más profundidad y velocidad el paisaje de los medios y el periodismo en América Latina. En primer lugar, el panorama mediático varía radicalmente: a la prensa escrita se agrega en la tercera década del siglo la radio, hacia mediados la televisión y en los noventa la Internet y los medios on line. Las modalidades que adoptan los medios ocupan un espectro muy diverso que va desde grandes corporaciones mediáticas como Globo o Televisa, que no se diferencian mucho en su actividad de los grandes conglomerados mediáticos internacionales, hasta pequeñas emisoras de radio comunitarias, televisiones locales o periódicos barriales que responden por lo general a necesidades de pequeñas comunidades. Miles de esos pequeños medios componen un tejido comunicativo que lleva el sello de comunidades étnicas, grupos populares o sectores campesinos.
La variedad se refiere no sólo a la naturaleza de los medios, sino también a sus soportes tecnológicos, su capacidad de convergencia, las formas de su propiedad, los nichos específicos de mercado y sobre todo a sus relaciones con la sociedad. Mientras que unos se concentran en las grandes ciudades, otros funcionan en zonas rurales o en barrios de la periferia urbana; mientras que unos tienen coberturas amplias que los hacen nacionales e incluso internacionales, otros se concentran en poblaciones pequeñas y en regiones aisladas y desprotegidas. Una red amplia de medios atraviesa todo el continente con unas especificidades que los hacen diferentes a los medios norteamericanos o europeos, pero a la vez bastante similares al rostro que tienen los medios en épocas globales. Cuando se leen análisis como la ‘Enquete sur une presse qui a mauvaise presse’ del 2003 o ‘Medios de comunicación en crisis’ del 2005 [En : El punto de vista de Le Monde Diplomatique, edición Española., Nº 3], ambos de Le Monde, o se revisa el Informe sobre el Estado de los medios en los Estados Unidos del Proyecto para la Excelencia en el Periodismo (2006), se encuentran problemas asombrosamente coincidentes. Parece que al periodismo en el mundo le aquejan los mismos males: la pérdida de credibilidad, los mimetismos con el poder político, las fisuras de su independencia, el incumplimiento de los parámetros de calidad periodística, la disolución de la confianza en las fuentes, las fuertes presiones económicas y el declive del interés público.
El Informe lo declara dramáticamente pero con bastante justicia, cuando en el resumen de las grandes tendencias del periodismo estadounidense anuncia, por ejemplo, el fin de la batalla entre los idealistas y los contadores. Los contadores, por lo pronto, parece que han vencido. Lo que quiere decir que los argumentos y las preocupaciones de la rentabilidad sobrepasan con creces a los propósitos públicos de una información desde y para los ciudadanos y que las lógicas comerciales han logrado hacer mella en las autonomías informativas. La primacía del entretenimiento, la superficialidad de las noticias interesadas en parecerse al escaneo del navegante virtual, el protagonismo de las opiniones como estilo periodístico, son solo algunas de sus muestras.Todos estos temas no son nada extraños al periodismo latinoamericano, aunque los contextos, las prácticas y los desafíos de la información en América Latina tengan un perfil diferente a las realidades periodísticas de otros continentes. Como lo escribió el nicaragüense Sergio Ramírez, el periodismo de América Latina es una casa llena de cuartos y espejos en donde se reflejan al mismo tiempo, nuestras desgracias y nuestras esperanzas.
Cambios en el periodismo latinoamericano
Inicialmente de familias, los periódicos más importantes de América Latina, han ido transitando hacia su nueva condición de empresas o de grupos corporativos. Después de varias generaciones de predominio familiar, los periódicos han racionalizado su producción, han buscado estrategias comerciales para sobrepasar las dificultades de la competencia, la caída de la circulación o lo duros embates de la recesión económica. Para ello planifican estrategias de mercado, reducen costos de operación que con frecuencia terminan afectando el funcionamiento informativo, experimentan convergencias con otros medios, se rediseñan adoptando formas atractivas y ágiles que buscan ganar nuevos lectores o por lo menos para no perder los que ya tienen.
Los periódicos también han vivido la transformación del campo tecnológico. Como sucede en otros países, su circulación no crece, sobre todo por el poblamiento desmesurado del paisaje mediático, los cambios en la vida urbana y la modificación radical de las pautas de comportamiento cotidiano.
A todo ello se agregan, en América Latina otras cuestiones que nos diferencian. Por una parte los bajos niveles de escolaridad, que aunque han crecido en las últimas décadas, crearon una brecha casi infranqueable entre educados y analfabetos, entre informados e ‘infoinformados’. Solo un porcentaje bajo de latinoamericanos que inician la primaria pasan a la universidad, aún a pesar de los avances que se han logrado en educación en los últimos años. Pero, por otra parte, está el rumbo que tomó el proyecto ilustrado en nuestras culturas, eso que algunos investigadores como Ong han denominado la articulación entre culturas orales y culturas audiovisuales, por la cual muchos latinoamericanos han pasado directamente de las tradiciones orales a lo audiovisual sin transitar necesariamente por el proyecto ilustrado, sustentado tan fuertemente en la lectura y la escritura. Mis estudios sobre el consumo cultural en América Latina [Germán Rey, Tramas y trazos de la cultura, Convenio Andrés Bello, Bogotá, 2006 (en edición) y ‘El consumo cultural de Chile en el contexto de América Latina’. En: Consumo cultural en Chile. Miradas y perspectivas, Santiago de Chile: Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, 2005] han mostrado esta situación paradójica de la lectura, atrapada entre los cantos de sirena de la televisión y los lamentos casi inaudibles de las expresiones de la cultura culta. Son los mas pobres, pero sobre todo los que tienen niveles educativos más bajos, los que leen menos, aunque las mujeres han tenido una presencia destacada en nuestras lecturas y los jóvenes están sobrepasando lentamente, de la mano del placer, del video y las nuevas tecnologías, la lectura obligatoria de la escuela.
A esta realidad se agrega la situación económica de más de la mitad de los latinoamericanos que sobreviven en la pobreza y por lo menos a una cuarta parte de ellos que tienen que seleccionar entre necesidades básicas para poder hacer frente a una miseria lacerante. Los pobres no leen periódicos también por sus costos, y los jóvenes no lo hacen, sobre todo por aburrimiento. En 1990 había en el continente 200 millones de pobres, en el 2002, 221 y en el 2005, 213 [‘Panorama Social en América Latina’, CEPAL, 2005]. Mientras que según los datos del Informe de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas del 2004, el producto interno bruto promedio en América Latina es de 3.792 dólares al año, el de Europa es de 22.6000 y el de los Estados Unidos es de 36.100. Las desigualdades son aún más abismales. América Latina aunque no es el continente mas pobre si es el más desigual del mundo. El decil más rico de la población de América Latina y el caribe se queda con el 48% del ingreso total, mientras que el decil mas pobre recibe el 1.6%. En las naciones industrializadas el decil superior se queda con el 29.1% mientras que la más pobre recibe el 2.5% [En ‘Desigualdad en América Latina y el Caribe’, Banco Mundial, 2003]. He ahí el tamaño de la desproporción. En Brasil, por ejemplo, las mujeres y hombres de ascendencia africana ganan alrededor del 45% de sus contrapartes blancas.
Pero los pobres y los jóvenes ven televisión, escuchan radio, bailan y disfrutan la variedad de nuestras músicas. Esto quiere decir que la atención cognitiva y la sensibilidad frente a la información se han desplazado hacia los medios electrónicos y otras industrias creativas con una contundencia aún mayor que la que existe en los países desarrollados. Mientras en estos existe una oferta informativa más amplia y unas condiciones de acceso mejor distribuidas, en Latinoamérica la radio y la televisión son el refugio comunicativo de los pobres. Ya es un lugar común decir que sobre los techos de las favelas, las villas miseria o los pueblos jóvenes, como se llaman indistintamente los asentamientos populares en nuestras ciudades, hay antenas de televisión, y que en Tepito en México o en San Andresito en Bogotá crecen como hongos los DVD’s y los Cd’s piratas, ofrecidos por manteros, buhoneros o vendedores de tianguis. Se estima, por ejemplo, que más del 90% de la música que se vende en las calles de Perú, Paraguay y Ecuador es pirata.
Pero más allá de los costos y de las tecnologías, de la competencia mediática y de la ampliación de la oferta, lo que existe son unos dinamismos culturales que recrean el mundo, desde otros escenarios y a través de otros procesos de significación. Aquellos en los que no logró nunca insertarse la prensa escrita ni el libro, pero que si fueron ocupados por el melodrama, los tebeos, el baile, las novelitas rosa, el bolero, el fútbol y la enorme riqueza visual de nuestro barroquismo latinoamericano.
Siempre me conmueve la reflexión que hizo el historiador francés Serge Gruzinski, gran conocedor de México, cuando en su libro ‘La Batalla de las imágenes. De Cristóbal Colón a Blade Runner’ construyó una descripción erudita del encuentro entre la imaginería cristiana y las cosmovisiones indígenas. El autor concluye que el barroco jesuítico atraviesa toda la historia cultural e iconográfica mexicana hasta llegar a Televisa. En otras palabras: Televisa es la reivindicación mediática del barroco de las mixturas e hibridaciones jesuíticas. Aún hoy, en pueblos lejanos de la Chiquitania boliviana, los niños fabrican sus flautas y violines como los luthiers del setecientos en plena selva y cantan motetes en latín.
‘De hecho –escribe- convendría examinar el modo en que, en México y en América Latina, la época posbarroca (1750-1940), por medio del desplome de las Luces, los fracasos del liberalismo y la lentitud de la alfabetización, preparó las mentes y los cuerpos para la recepción de una imagen asociada a nuevas formas de consumo. Un recorrido que, a diferencia del de la Europa occidental, se ahorraría la revolución industrial y urbana del siglo XIX para conducir, sin miramientos ni verdadera transición, al mundo del consumo contemporáneo –a si fuese a las puertas de ese mundo-‘.
El libro de Gruzinski se cierra con una constatación provocadora : ‘Laboratorio de la modernidad y de la postmodernidad –dice-, prodigioso caos de dobles y de ‘replicantes’ culturales, gigantesco ‘depósito de residuos’ en que se amontonan las imágenes y la memorias mutiladas de tres continentes – Europa, África, Ámérica-, donde se adhieren proyectos y ficciones más auténticos que la historia, la América Latina encierra en su pasado algo con lo cual afrontar mejor el mundo posmoderno en que nosotros nos estamos hundiendo’ [Serge Gruzinski, La batalla de las imágenes. De Cristóbal Colón a Blade Runner, México: Fondo de Cultura Económica, 1994, Página 215]
La tendencia en el continente no es muy diferente a la de otros, aunque por supuesto es aún mas grave por el entorno económico, político y social en la que se presenta: los grandes medios tienden a concentrase, a aprovechar la convergencia que ofrecen las nuevas tecnologías, a buscar rentabilidades a través de diferentes estrategias de comercialización. Mientras capturan altos porcentajes del mercado y de la publicidad, tienen aliento suficiente para exportar sus productos y fusionarse con otras industrias culturales. Algunos ejemplos de esta tendencia son Televisa en México, Venevisión en Venezuela y O’Globo en Brasil, sin duda los más fuertes de la región, los dos primeros con una importante presencia en el mundo latino de los Estados Unidos. Si bien la prensa escrita no pertenece a grandes grupos internacionales y está manejada aún por grupos nacionales, regionales y locales, la industria editorial si se halla dominada por grupos multinacionales, como sucede también con la música en la que unas pocas ‘majors’ tiene la primacía sobre las ‘indies’.
Libertad de expresión, política y monopolios
Pero la existencia de monopolios y especialmente la presencia de grupos económicos en la propiedad de los medios son dos señales graves del panorama latinoamericano de los medios. En varios países del continente los medios reposan en pocas manos y mientras aumenta la fortaleza de unos, disminuye la presencia de otros. Las consecuencias de estas restricciones son igualmente graves: la opinión pública, por lo menos la que pasa por los medios se marchita por la disminución del pluralismo y la entronización de la monotonía. La representación de la sociedad pierde diversidad y las alternativas de los ciudadanos se disminuyen. En uno de sus pronunciamientos más recientes, la Relatoría para la Libertad de Expresión de la Corte Interamericana de Derechos Humanos de la OEA afirmó que ‘en los últimos años la Relatoría, particularmente durante sus visitas a los países, ha recibido denuncias recurrentes sobre prácticas que podrían llegar a considerarse monopólicas u oligopólicas’.
En la vida política los medios de comunicación continúan teniendo una gran importancia. Las relaciones entre medios y política tienden a complejizarse y a tornarse contradictorias. Mientras que influyen en la gobernabilidad también provocan desestabilizaciones interesadas, mientras que colaboran en los procesos de control político y rendición de cuentas, también pueden ocultar o desviar la atención de los asuntos públicos que la ciudadanía cuestiona para proteger intereses políticos cercanos.
En Argentina se critica al gobierno por los criterios de asignación de la pauta oficial y su intemperancia a la crítica; en Venezuela la polarización política ha golpeado a los medios sobrecogidos a su vez por la denominada ‘ley mordaza’ que para el gobierno del presidente Hugo Chávez no es más que una afirmación de la responsabilidad de los medios y para éstos un atentado contra la esencia de su propia libertad. En Perú la corrupción alcanzó a los medios durante el gobierno del ex presidente Alberto Fujimori, tal como lo atestiguan los videos de Vladimiro Montesinos, en los que según las periodistas inglesas Sally Bowen y Jane Holligan aparecían recibiendo fajos de billetes, ‘propietarios de medios de comunicación, jueces y fiscales, periodistas, animadores, presentadores de televisión, un astrólogo argentino, especialistas en investigación de mercado, masajistas, publicistas y políticos’ [El espía imperfecto. La telaraña siniestra de Vladimiro Montesinos, Lima: Ediciones Peisa, 2003), página 300]. Un seguimiento periodístico minucioso de El Comercio descubrió, en una casa de Lima, el montaje de una fábrica para falsificar firmas de día y de noche para respaldar la tercera elección del presidente Fujimori.
El texto del Programa de Naciones Unidas para el desarrollo (PNUD) sobre ‘La democracia en América Latina’ (2004) define a los medios como un poder fáctico que en muchas ocasiones contrasta con los poderes institucionales, pero también destaca la importancia de la visibilidad que los medios ofrecen sobre problemas que son letales para las democracias latinoamericanas: la corrupción, la ampliación de las desigualdades, la violación de los derechos humanos, el narcotráfico o las violencias.
Abundantes páginas del periodismo de América Latina se han dedicado a explorar y hacer comprensibles estas lacras, a encontrar a los actores que medran en la sombra, en la protección indebida o en el chantaje, a encarar con valentía a sus protagonistas ya sea que estén instalados en los espacios del Estado o agazapados en sus reductos privados.
Las consecuencias no se han dejado esperar sea a través de las condenas de cárcel por delitos de prensa, las argucias para desproteger el secreto de las fuentes, la persecución por desacato, la dificultad para tener acceso a la información pública, las presiones o el asesinato. En la clasificación mundial de la Libertad de Prensa del 2005, elaborada por Reporteros Sin Fronteras, Argentina ocupa el puesto 59, Venezuela el 93, Colombia el 128, México el 137, la invasión de los Estados Unidos a Irak el 137 y Cuba el 161. ‘América Latina evidenció –dice el informe del CPJ del 3 de enero de 2006- un marcado mejoramiento con cuatro periodistas caídos por su labor en el 2005, tres menos que el año anterior. Sin embargo, numerosos periodistas de la región atribuyeron esta disminución a la creciente autocensura, un fenómeno que el CPJ encontró predominante en Colombia y México’. En efecto, en estos dos países, el poder de paramilitares, guerrilla, narcotraficantes y algunos representantes de las fuerzas armadas o de la seguridad del Estado, además de políticos corruptos, ejercen una gran presión sobre los periodistas, especialmente aquellos que están más desprotegidos en las zonas de conflicto o en los territorios dominados por las fuerzas ilegales.
También por fuera de la red
La tecnología parece el campo en donde se dirimirán muchas batallas. En el Informe de la situación del periodismo en los Estados Unidos (2006), se afirma que la nueva paradoja del periodismo es que se tienen mas medios de comunicación cubriendo cada vez menos noticias, mientras que en los medios tradicionales decae la posibilidad de una cobertura a profundidad. Pero lo que llama la atención es cuando se dice que la cuestión central del periodismo continúa siendo cuanto tiempo se demorará el periodismo digital en sobrepasar al periodismo impreso y televisivo. En América Latina esta situación aún no es inminente, entre otros motivos, porque un gran grupo de latinoamericanos permanecen excluidos del uso de las tecnologías. Entre el racho e Internet, como escribió el mexicano Carlos Monsivaís, los pobres ‘se saben ante otro episodio de la infinita cancelación de alternativas que constituye su vida’. En la región metropolitana de Santiago de Chile el 40% de la población usó Internet en el último año; en Venezuela el 49% no ha utilizado un computador en los últimos 12 meses, mientras que en México sólo una de cuatro personas tiene acceso a Internet. Cuando se observan estos datos por nivel socioeconómico, las constataciones son aún más contundentes: los pobres están excluidos de la red. La trampa de las tecnologías en América Latina es que mientras un grupo aún pequeño está tan conectado como puede estarlo un habitante del primer mundo, una gran mayoría aún tiene aplazado su acceso, por razones económicas, de restricción de la conectividad y de educación.
En un estudio sobre el periodismo digital en América Latina [‘Perfil de los periodistas de internet en en los sitios latinoamericanos’, El Tiempo, Bogotá] se encontró que el 87% de los periodistas digitales están entre los 20 y 30 años, los grupos de trabajo son pequeños (un 10% del periódico impreso) y sienten que son percibidos como de más bajo nivel que los periodistas tradicionales, 42% gana menos que estos y hacen muy poca reporteria. Sólo el 25% reportó ingresos por suscripción a su servicio on line.
El ombudsman: un oficio en construcción
Finalmente, una descripción provisional de la situación del periodismo en América Latina debe tener en cuenta las vicisitudes del oficio y los cambios de las relaciones de los medios con la sociedad.
Diferentes diagnósticos del periodismo latinoamericano detectan problemas en su calidad. La realidad de los medios es dispar: mientras algunos se esfuerzan por cumplir a cabalidad las exigencias del oficio, con mecanismos de seguimiento y deliberación internos, creatividad y dedicación, otros sobresalen por el desgano y no pocos por el amarillismo, las distorsiones y el sensacionalismo. Entre los problemas detectados están la falta de rigor y precisión en la información, la fragilidad del trabajo con las fuentes, la poca variedad de los géneros periodísticos utilizados, la autocensura como producto del miedo, la banalización y las proximidades con los poderes. En una encuesta a ombudsman latinoamericanos para detectar los principales temas de las quejas de los lectores, aparecieron en primer lugar los errores e inexactitudes, seguidos por las distorsiones e interpretaciones sesgadas de las noticias, el manejo inadecuado de las fuentes, la omisión de temas importantes, las violaciones al derecho al honor y la imagen de las personas, la cobertura de temas sensibles, la falta de pluralismo y de independencia y las mezclas entre información y opinión.
En un encuentro de los maestros de la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano, la periodista mexicana Alma Guillermoprieto decía que a diferencia de la década de los 80, hoy estamos en un momento de miedo generalizado al futuro, en que los periódicos que ofrecen cada vez menos periodismo, son también cada vez más aburridos. A los que además llegan los jóvenes con un sentimiento creciente de frustración, no con enojo, como si no esperaran nada de ellos. El escritor y periodista argentino Tomás Eloy Martínez criticaba lo que llamó ‘la peste del narcisismo’, esa en la que la carnada del éxito atrae a los periodistas voraces y convierte en mercancía lo que es servicio.
Todas estas deficiencias han empezado a influir en la credibilidad de los medios, aunque en el conjunto de las instituciones latinoamericanas, aún están en los puestos más altos de la escala, tan solo superados por los bomberos y la iglesia, es decir, por la seguridad en la tierra y las esperanzas en el cielo. En el fondo de las desconfianzas ciudadanas, como lo destaca la medición del Latinobarómetro (2005) están el Congreso y desde hace años los partidos políticos.
A medida que cambian tanto el periodismo como la sociedad, se transforman sus relaciones.
Los latinoamericanos han ido percibiendo la importancia de la información como una dimensión de su ciudadanía y los medios empiezan a comprender que los lectores o las audiencias son mucho más que esos consumidores delineados por los estudios de mercado y las preocupaciones por la rentabilidad.
Por eso algunos periódicos del continente han creado consejos de lectores, divulgado códigos de ética, inventado sistemas de monitoreo de su información. En periódicos, pero también en canales de televisión y emisoras de radio se ha creado la figura del ombudsman desde que a comienzos de la década de los 90 lo hiciera de manera pionera La Folha de Sao Paulo y un poco después El Tiempo de Bogotá. Si la práctica no se ha extendido suficientemente en los medios del continente se debe a que aún es precaria la participación de la sociedad civil, los procesos de transparencia y las actividades de rendición de cuentas. Pero también porque no pocos dueños de medios ven con sospecha y riesgo una figura independiente que sirva de mediador entre los lectores y los periodistas, que vigile con rigor el funcionamiento del medio, ventile públicamente sus errores y de paso garantice que la libertad de expresión se complemente con la responsabilidad social.
Pero a diferencia de otros países la labor del ombudsman en los nuestros es probablemente más compleja. Cuando fui defensor del lector del periódico El Tiempo en Bogotá recibí cartas de paramilitares, narcotraficantes, sicarios y políticos corruptos protestando por informaciones que en la mayoría de las ocasiones eran verdaderas, pero que contrariaban sus intereses criminales. Como también me llegaron las observaciones de cientos de ciudadanos y ciudadanas anónimos, que progresivamente fueron comprendiendo que sus derechos civiles también se juegan diariamente en el campo de la información.
Es interesante observar en América Latina el crecimiento de los observatorios de medios, generalmente auspiciados por universidades o por organizaciones civiles que realizan monitoreos de la información que proveen los medios, analizan su cobertura y critican sus desafueros. Si el ombudsman promueve internamente la calidad periodística y el respeto de los derechos de los lectores, los observatorios y veedurías de medios convocan a la sociedad para que vigile el sentido de la información como un bien público. Sólo así la libertad de prensa y el derecho de información se convertirán en un asunto que va más allá de los periodistas y de las empresas periodísticas y que le compete a toda la sociedad.
Tenía razón Borges cuando decía que las naciones son sobre todo actos de fe. Por lo menos así sucede en Latinoamérica. Porque día a día, los periodistas y los ciudadanos y ciudadanas de nuestros países ponen a prueba su fe en medio de las turbulencias políticas, los desastres de la pobreza o inclusive, las propias conmociones de la naturaleza. La misma fe que se reanima con la creatividad de nuestra gente, su permanente ironía frente a las causas de sus desilusiones y la persistencia de una imaginación y una voluntad que nunca no se dan por vencidas.
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Jornalista, assessor para projetos de Responsabilidade Social da Casa Editorial El Tiempo, de Bogotá, e ex-ombudsman o diário El Tiempo; é mestre conselheiro da Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, integra o Conselho Consultivo da revista da Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social, escreveu vários livros sobre comunicação e jornalismo, além de artigos par publicações internacionais